20 de agosto de 2008

Rayuela 10


Estimados lectores
Les hacemos hacemos llegar un texto que nos pone ya en el ambiente de las Jornadas del CEREDA en Argentina. Catalina Guerberoff da una nota sobre la solución que encuentra una comunidad para 'anclar al sujeto a través de tentativas de identificación reguladora' : milicias infantiles, una respuesta a la flojedad de los semblantes en nuestra época.
Marcela Errecondo

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COLORES LOCALES

La proximidad de la Jornada de la NRCereda junto con la polémica desatada este año antes del desfile del 9 de julio me recordaron mi sorpresa cuando en 2005 me crucé en la ciudad de Salta con cuerpos de niños policías. Muy pequeños, algunos bastante marciales, evocaban a los boy scouts ingleses y a los pioneritos cubanos. Creados en 1990 y creciendo hasta reunir quince años después 5.000 chicos y chicas de entre 6 y 13 años –algunos estiman que en la actualidad ya serían 15.000– con la finalidad de transmitir “sanos valores morales”, prevenir el delito y las adicciones, promover competencias culturales y deportivas, etc., decían responder a la falta de políticas de inclusión social. Por un lado, contención. Por el otro, disciplina y autoridad. Mientras algunos subrayan que estamos frente a la primera generación que ha aprendido más palabras de una máquina que de su madre, estos pequeños ¿ejércitos? prueban que no se trata de cronologías ni geografías sencillas respecto de los modos de representarse qué es un niño, cómo “debería” ser, cómo no debería ser, y en consecuencia educarlo, domesticarlo, utilizarlo o psicoanalizarlo.
Sin oponernos –inútilmente– a las consecuencias de la postmodernidad, ni repudiar –demasiado rápidamente– a este tipo de intentos socializadores de los que sospechamos sus objetivos políticos, en este ejemplo local parecen condensarse múltiples determinaciones que llevaron a crear este recurso. Los análisis sociológicos y políticos las describen mejor que nosotros. En tanto psicoanalistas, no olvidamos que Freud inventó el psicoanálisis para abordar las consecuencias subjetivas inherentes al malestar en una sociedad en la que la función del padre trastabillaba correlativamente al avance del discurso de la ciencia.
Más allá de las causas sociales –la escuela asumiendo funciones que la familia u otras instancias del Estado no cumplen; familias tradicionales o monoparentales por debajo de la línea de pobreza imposibilitadas de promover las construcción de lazos sociales, etc.– es posible ubicar en este experimento de inclusión social algunos temas cruciales del psicoanálisis con niños. Entre otros:
-La identificación: en la Antigüedad los jóvenes eran labradores como sus padres o hacían la guerra, estando ya establecidos los caminos identificatorios y los modos de satisfacción.. El ejemplo que tomo, aunque quizás solo se trate de soluciones precarias y transitorias, denota que en algunas comunidades contemporáneas persiste, o ha resurgido, la creencia en el poder del ejército para anclar al sujeto a través de estas tentativas de identificación reguladora.
-El niño como Ideal y como objeto de goce: Aunque frente a la polémica despertada por estas brigadas se les había prohibido participar en los desfiles, a los padres les encanta que lo hagan y los niños siguen desfilando. En la página web de la policía de Salta se muestra con orgullo a estos niños.
-El síntoma del niño, en la familia, en la sociedad: Se han descrito en algunos chicos que integran esos grupos rasgos arrogantes, agresivos y de superioridad frente a otros de su misma condición social. Si bien lo que se buscaba era incluirlos en un lazo social, identificarlos al amo –y Lacan nos ha enseñado que no todo discurso constituye un lazo social– estas actitudes han inquietado a sus parientes al no coincidir con los ideales familiares, y decidieron sacar a sus hijos de la policía después de leer un artículo que cuestionaba a estos grupos. Esto habla también del alcance de lo que se transmita sobre un problema –en este caso, la controversia desatada en las notas periodísticas acerca de estos cuerpos – y del valor de saber más para tomar decisiones mejor fundadas.
Por supuesto, los domingos los pequeños policías deben ir a misa. Si en torno de estos grupos cabe pensar la posibilidad de un síntoma (del niño, de la familia, el síntoma social) es porque los efectos del lenguaje en el viviente persisten aunque la pulsión recorra otros caminos. Pero tratándose de religión nuestro margen podría ser menor. Lacan apostaba a la ciencia, que al introducir objetos perturbadores para nuestras vidas hace que lo real se expanda, y temía al triunfo de la religión conjeturando que llegaría a ahogar con sentido al síntoma hasta el punto de reprimirlo. Como psicoanalistas, no podemos interrogar este ejemplo sino por el síntoma, única brecha de acceso al goce de cada sujeto ya que el discurso del amo no liquida tan sencillamente al inconsciente; no podemos sino valernos de él, de lo que no anda, para escuchar al sujeto y entregarle el sentido de sus síntomas. Para esto necesitamos comprender los modos en que cada comunidad y cada momento concibe –en sentido real y figurado– al niño, y las formas, nuevas o viejas, locales o globales, que toma el goce para satisfacerse.

Catalina Adriana Guerberoff




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