28 de novembro de 2009

La suerte de Thierry Henry, artículo de Jacques-Alain Miller en LA NACIÓN. Trad. de Beatriz Udenio.









La suerte de Thierry Henry

Jacques-Alain Miller

PARIS. SI la mano de Thierry Henry devino "el asunto de todos", según el título de un diario, es porque los conceptos fundamentales de todo pensamiento, aquellos que impregnan y organizan la vida cotidiana de cada uno, están aquí, concretamente, en juego: la justicia, el destino, Dios, el azar, la relación con la ley, la relación con el otro, la verdad, la veracidad y, por último, la gloria del nombre propio, tan cara al héroe homérico.

Es lo que se dirá de Aquiles por los siglos de los siglos: que prefiere su reputación antes que cualquier cosa. Su gloria, su kleos, es lo que tiene de más precioso.

La etimología probable de esta palabra griega remite a lo que pasa por la oreja, a lo que se escucha, y esto hace que un psicoanalista tenga algo que decir sobre ello. ¿Thierry Henry mancilló para siempre su kleos y, accesoriamente, el de su pueblo?

Todos tienen una opinión. El episodio no es sólo un asunto de juego: es un psicodrama nacional e internacional, y es un drama filosófico. Va en el sentido de la existencia de hoy, de lo que cosquillea a cada quien en el punto exquisito de su fantasma.

Cuando, en el Mundial de 1986, Maradona marcó con la mano contra Inglaterra sin que el árbitro interviniera, en la Argentina hubo una explosión de alegría. El gol robado vengaba la guerra de las Malvinas. Que el árbitro hubiera mirado para otro lado era el signo de que Dios había pasado del lado argentino. Lo deportivo supo traducir magníficamente el sentimiento de orgullo sentido entonces por una nación unánime, hablando de "la mano de Dios". Era un verdadero tedeum.

Hay un contraste sobrecogedor con la tonalidad depresiva de la reacción de los franceses por la mano de Thierry Henry. Está claro que los franceses renegaron del privilegio del pueblo elegido que les confería el antiguo adagio gesta Dei per francos (‘la obra divina es realizada por los francos’). Ya no creen más que en las reglas: las mismas para todos. Se han vuelto los devotos de estas formalidades prescriptas en las que abreva su administración.

Por esta causa, lo que fue un milagro y un guiño divino para los argentinos es tomado por los franceses en la dimensión de la vergüenza y la trampa. El Dios de los franceses es, a partir de ahora, el Dios de la justicia distributiva, es decir, el de la administración divinizada: a cada quien lo que le es debido; ¡abajo el privilegio!

Cuando, en la Ilíada , Afrodita ciega a Menelao para salvar al bello Paris, su favorito, nadie grita: "¡No vale! ¡Es trampa!". Es el capricho de la diosa... ¿Thierry Henry se perdió la ocasión de quedar en las memorias como un modelo de fair play ? Los ingleses inventaron el fair play , pero sobre todo para que lo usen otros. Remember the Belgrano! Durante la Guerra de las Malvinas, era un crucero sin aliento, que databa de la Segunda Guerra Mundial, y los argentinos lo habían dejado fuera de la zona de exclusión en la que los británicos habían anunciado que se daban el derecho de hundir todo navío. Y bien: eso no disuadió a Margaret Thatcher de lanzar contra la inofensiva chatarra flotante el submarino nuclear de ataque HMS Conqueror, y de enviar al fondo, de modo perfectamente gratuito, a 321 jóvenes mártires.

La reacción del diario The Sun fue este título: Gotcha! (‘¡Los agarraron!’). Al contrario, The Sun de estos días dice que la mano de Thierry Henry equivale a un crimen de guerra. En suma, se trata de My country, right or wrong (‘Por mi país, con razón o equivocado’). Los franceses son universalistas. En cuanto a Le Pen, según el cual los alemanes ocuparon Francia como caballeros, es lógico y coherente que fustigue a Thierry Henry: he ahí el nacionalismo a la francesa.

Ciertamente, el deporte no es la guerra. Pero el deporte profesional devino en el siglo XXI la prosecución de la competencia entre naciones por otros medios que los militares. Ya no es un juego, pues crea enormes riquezas, y la corrupción, sobre todo la de los árbitros, se insinúa por todos lados. Por este hecho y por el hecho de la globalización creciente de las reglamentaciones -sanitarias, industriales, financieras- observamos un rechazo casi universal de los factores de riesgo y el deseo de eliminar un componente esencial de toda actividad humana, a saber, la función del azar.

Antiguamente, veíamos allí el dedo de Dios. Maquiavelo laicizó la noción, llamándola "fortuna", el acontecimiento imprevisible que el hombre de acción acoge y explota. Napoleón quería generales que tuvieran suerte. Esta noción, que fue tan vivaz, se perdió hoy en día. Estamos en el principio de precaución, que deja a todo simple imprevisto fuera de la ley. La baratija de los vendedores de previsiones, de sondeos o de salud programada se arranca a precio de oro. La demanda de seguridad asfixia el gusto, el goce del riesgo. Y cuando un gran futbolista querido por los dioses tiene suerte, el planeta entero se junta para que tenga mala conciencia. Y bien, que se sepa: jamás una reglamentación abolirá la realidad.


El autor es un psicoanalista lacaniano francés, fundador de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
Traducción de Beatriz Udenio
© LA NACION

Nenhum comentário:

Postar um comentário