9 de agosto de 2014

Boletín Eva-Lilith, Boletín de las VIII Jornadas de la NEL, por Carlos Márquez, Gloria González.

  
Boletín Eva-Lilith 
(Selección nº 7 y 8)














Nuestros síntomas contemporáneos señalan la existencia de otro goce por Carlos Márquez 

“La sexualidad se mantendría pero sin anhelar la relación. Para que haya sexo no hace falta que haya relación. Solo el amor hace relación. Sería el fin del amor, solo restaría la poesía.” Estas palabras redactadas en tono utópico, constituyen el cierre del primer texto de la compilación que forma “La erótica y lo femenino” de Ana Lúcia Lutterbach Holck [1]Con razón Mauricio Tarrab, en el prólogo que redacta a este tomo que presenta sus elaboraciones como Analista de la Escuela, dice que este primer texto funciona como un prólogo escrito por la misma autora [2].


El tono utópico se deduce no solo de lo que dice, sino de su posición en el texto luego de describir la devastación que promueve la insistencia de la época en la existencia de La Mujer. “El mercado y la burocracia decretaron a la vez la muerte de Dios, la industria de la muerte organizada y racionalizada, la construcción de un muro y la guerra fría y la existencia de la mujer y el amuro.” [3] 


Ante esto está la palabra de uno que se opone “Fue preciso que Lacan dijera que la mujer no existía justamente porque insistían tanto en su existencia” [4] . Esa palabra de uno que aparece resuena a la una palabra que no se deja simbolizar y que establece con su existencia un tope, un escollo terrible al intento de hacer existir a la mujer, sea en la vertiente fantasmática libidinal masculina, o en la otra vertiente, la de la incesante insistencia femenina en hacerse existir. Con esto Lacan nos convoca también como psicoanalistas a molestar a la época, a hacernos cada uno el síntoma que la acompañe, es decir, a hacer como él y no imitarlo.

“Sobrevivimos a la muerte de Dios, a la guerra y al muro, pero si la mujer toma existencia será el fin del mundo, el fin del agujero donde sobre el cual se puede tejer. El fin del notodo…” [5]. Entre este bullicio de fin de un mundo que parece tener una voluntad última y definitiva por cerrarse, y otras vertientes posibles, de infinitud de multiversos paralelos, sólo se encuentra ahora el síntoma.

Por ello, el eje “Los síntomas contemporáneos y el goce femenino” nos interroga en nuestra práctica psicoanalítica cotidiana y nos plantea si hay que considerar que los síntomas de nuestros contemporáneos están involucrados en la tarea de mostrar el no-todo, y la existencia de Otro goce diferente del que circula cada vez más a duras penas en el mercado, y que la burocracia intenta regular por todos los medios disponibles.
 
Notas: 
[1] LUTTERBACH, A. (2012) La Erótica y lo Femenino. Buenos Aires, Gramma.(Pág. 16)
[2] Ibíd.(Pág. 9)
[3] Ibíd.(Pág. 15)
[4] Ibíd.
[5] Ibíd.

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Acerca del transexual femenino, por Gloria González


En el marco de uno de los ejes de nuestras jornadas: “Homosexualidad y otras sexualidades”, me interrogo acerca del “convencimiento” del transexual masculino, de ser una mujer que habita un cuerpo que no se corresponde con el suyo ni con su sexo biológico. En el intento de deshacerse del malestar que conlleva esta inadecuación, el sujeto, movido por un intenso deseo de pasar por cualquier medio al otro sexo, se ve llevado por lo general a recurrir al travestismo, a demandar a la ciencia un cambio de sexo y al estado una reasignación de su condición civil.

Harry Benjamin, aisló el transexualismo como síndrome, a mediados del siglo pasado, y estableció que para la conformación plena del mismo debían cumplirse tres criterios: el convencimiento al que hemos hecho mención y que según él se presenta especialmente a partir de la pubertad, el travestismo y la demanda del cambio de sexo. Se interesó en diferenciar el transexualismo, el travestismo y la homosexualidad. Atribuía el síndrome que recién formalizaba a causas fisiológicas y de acuerdo a los adelantos a los que había llegado la ciencia de su tiempo, le fue posible proponer el abordaje médico del mismo.

La ciencia propone entonces una salida por el lado de la intervención real sobre el cuerpo, por la vía de terapias hormonales y de operaciones quirúrgicas. Ofrece el cambio de sexo y con ello una transformación en la apariencia que, si bien en algunos casos puede tener la función de estabilización o suplencia, en otros resulta inoperante, insuficiente o aún nefasta para el sujeto.

Vemos por tanto que, desde el convencimiento y la demanda del transexual, el asunto de ser mujer, queda reducido a la anatomía y a la imagen del cuerpo, que se concibe como pura piel que envolvería un vacío, pues no se contempla la dimensión de goce que lo habita. Piel que al transformarse haría desaparecer ese “error de la naturaleza”, causa de la queja del sujeto. Para Lacan, que se refiere al transexual en dos momentos de su enseñanza, a finales de los años 50[1] y posteriormente en los 70, cuando despliega su elaboración sobre lo femenino, el error del transexual es de otro orden:

…Para acceder al otro sexo hay que pagar realmente el precio de la pequeña diferencia, que pasa engañosamente a lo real a través del órgano...Un órgano no es instrumento más que por mediación de esto, en lo que todo instrumento se funda: que es un significante. El transexual no lo quiere en calidad de significante. En eso padece un error, que es justamente el error común. Su pasión, la del transexual es la locura de querer liberarse de ese error, el error común que no ve que el significante es el goce y que el falo no es más que su significado. El transexual ya no quiere ser significado falo por el discurso sexual… Su único yerro es querer forzar mediante la cirugía el discurso sexual que, en cuanto imposible, es el pasaje de lo real”[2].

Pasamos entonces del “error de la naturaleza” en el que se funda el convencimiento del transexual, al “error común” de confundir el órgano con el significante. El transexual rechaza el significante y con él su órgano, objeto de repulsión. “Como el transexual toma el significante por el órgano, por lo real, quiere extirpar lo real del órgano, aunque es el significante el que le persigue. No quiere ser significado “señor” o “señora” por el Otro. El obstáculo al goce es el órgano confundido con el significante”[3].

Así, el problema del convencimiento del transexual, parece obedecer a una falta de “consentimiento”, en tanto, independientemente de la anatomía, el sujeto debe consentir inscribirse en la función fálica, lo que conduce a aceptar la castración y con ella una forma de goce, fálico o no-todo fálico, que es a lo que finalmente apunta la diferencia de los sexos. En este punto encontramos una distinción fundamental entre la concepción lacaniana de sexuación que tiene como punto de anclaje el goce de cada parletre, y corrientes como la de Stoller[4] que remiten la problemática sexual a un asunto de género y por tanto de identificación.

La confusión del transexual entre el significante y el órgano es tomada en muchos casos como índice inequívoco de una psicosis, no obstante, si bien tanto en los planteamientos de finales de los 50, como los que hace en los años 70, Lacan parece mantener una estrecha vinculación entre el transexualismo y esa estructura, “la clínica psicoanalítica clásica es una clínica estructural (neurosis, psicosis, perversión) y el transexualismo no es ninguna estructura. Para Lacan, ninguna formación imaginaria puede considerarse exclusiva de una estructura. Esto abre la necesidad de abrir una clínica diferencial”[5].

Por tanto, si bien estas tres categorías clásicas no desaparecen en Lacan, los postulados sobre la existencia de las psicosis ordinarias y la clínica borromea, desdibujan diferencias radicales entre una y otra estructura, aspecto que no podemos dejar de lado. Por tanto, los casos de transexualismo deben ser abordados como cada caso en nuestra clínica, sin aspiraciones de generalización, en la singularidad del uno por uno.

Sin pretender restar importancia al debate sobre el diagnóstico, lo que aquí nos interesa es lo que puede enseñarnos el transexual sobre lo femenino, que como venimos insistiendo desde el subtítulo de las Jornadas, no es sólo asunto de mujeres. De acuerdo a los planteamientos de Margarita Álvarez, encontramos en el transexual masculino un empuje, no sólo a querer ser una mujer, sino a ser La mujer: “en su ser mismo, el transexual busca devenir La mujer”. Ser La mujer, tendrá en cada caso matices diferentes, la belleza, la voluptuosidad, la bondad, etc. En Schreber, por ejemplo, la fantasía femenina y el deseo homosexual por Flechsig, evolucionan en la construcción delirante, hasta el punto de poder ofrecer al orden del universo su voluptuosidad y transformarse en La mujer de Dios.

“La feminización transexual, por ejemplo, parte de la certeza de esta solución como única, sin referencia alguna al falo simbólico. Es una identificación con La mujer que opera un salto en lo real de la asíntota con la que Lacan ilustró esta solución. El sujeto transexual no cree en La mujer, es La mujer, pura y simplemente”. Bassols, M. en Boletín Eva -Lilith nº1.
Tenemos en esta temática todo un campo de investigación. Esperemos que las Jornadas de la NEL sean la ocasión para conocer las experiencias que nuestros colegas tengan al respecto.

Anécdota
“Lacan tuvo experiencia clínica con al menos un paciente transexual al que trató durante dos años…es el caso de Henri/Anne-Henriette, un paciente “masculino” de Lacan que solicitaba un cambio de sexo. Con este caso Lacan se convertía en el primer psicoanalista en Francia en conducir un tratamiento psicoterapéutico con un sujeto con una demanda transexual, ya a comienzos de los años 50. Aunque Lacan no publicó este caso, nos ha llegado a través del texto de Jean Delay, reconocido psiquiatra y neurólogo, amigo de Lacan y autor de una famosa psicobiografía de André Gide. 

Gracias a Delay conocemos los siguientes detalles del caso: “Durante su hospitalización en esta unidad tuvo tratamiento psicoterapéutico con el doctor Lacan entre 1952 y 1954, encontrándose con una frecuencia media de una sesión por semana. Henri decía que encontró en él (Lacan) una “comprensión sin igual”. Y ambos estuvieron de acuerdo en la inutilidad de procurar un intento de cambiar su condición, un cambio al que el paciente nunca se suscribió…”[6].

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Notas:

[1] Lacan, J. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. Escritos [2] Siglo XXI Editores, 1979. Al analizar el empuje a la mujer en Schreber: “Creemos que esta determinación simbólica se demuestra en la forma en que la estructura imaginaria viene a restaurarse. En este estadio, ésta presenta dos aspectos que Freud mismo distinguió. El primero es el de una práctica transexualista, en modo alguno indigna de ser comparada con la perversión…” (pg. 550)
[2] Lacan, J. Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina. Escritos 2. Siglo XXI Editores, 1979 “…en todas las formas, incluso inconscientes de la homosexualidad femenina, es a la feminidad adonde se dirige el interés supremo…Falta sacar la lección de la naturalidad con que semejantes mujeres proclaman su calidad de hombres, para oponerla al estilo de delirio del transexual masculino” (pg. 714)
[2] Lacan, J. Seminario 19 “O peor”. Pg. 17.Paidós. México. 2012.
[3] Álvarez, M. La pasión transexual. Blog de Margarita Alvarez
[4] Stoller, R, autor de Sex and Gender, pionero de estudios sobre género y primero en disociar la psicosis y el transexualismo.
[5] Álvarez, M. La pasión transexual. Blog de Margarita Alvarez
[6] Perez Jimenez, J.C. De lo trans. Identidades de género y psicoanálisis. Grama. Buenos Aires.2013



Otras referencias:

Pueden consultarse otras experiencias de Lacan con pacientes transexuales en: Perez Jimenez, J.C. De lo trans. Identidades de género y psicoanálisis. Grama. Buenos Aires.2013

Torres M. y otros. Transformaciones, Ley, diversidad, sexuación. Pg 83. Grama. Buenos Aires.2013

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