1 de agosto de 2014

Eva-Lilith, Boletín de las VIII Jornadas de la NEL, por Raquel Cors Ulloa, Miquel Bassols, Marita Hamann, Luz Elena Gaviria, Beatriz García Moreno, Julieta Ravard.



 Boletín Eva-Lilith (Selección nº 1 al 6)






Editorial
Raquel Cors Ulloa

Nacido de una contingencia, presentamos el nuevo Boletín de las VIII Jornadas de la NEL, Lo femenino no sólo es asunto de mujeres. El pivote irreductible de un análisis, que se efectuará en Lima – Perú del 24 al 26 de Octubre de este año.

Junto a mis colegas José Fernando Velásquez y María Hortensia Cárdenas, damos inicio al nuevo Boletín Eva-Lilith, que evoca a partir de lo posible que con Lacan definimos como lo que cesa de escribirse. La evocación a la doble de Eva, a saber, Lilith es justamente la precisión de lo real que resonará en los textos que a partir de ahora nos acompañarán en este Boletín; se trata de textos que bordean lo posible ya sea “por” Eva, ya sea “en” Lilith -sobre lo anunciado por Lacan de la no relación sexual; esto nos llevará al problema del significante que asegura la copulación del sujeto y el Saber; sin embargo el pivote irreductible de un análisis, subtítulo de nuestras VIII Jornadas, señalan lalengua y el hay Uno de lo femenino, que no es sólo un asunto de mujeres.

Es sabido que el sujeto mujer no es fácil de articular; y el goce femenino no puede pasar por la misma referencia al goce fálico. Para esto Lacan nos recuerda que basta ir a la Basílica de San Marco en Venecia, o dar una hojeada al Génesis, para verificar de alguna manera que “Ninguna maravilla que no diga en los márgenes míticos de La Biblia en los que se encuentran las pequeñas adiciones de los rabinos que nos diga qué puede ser la mujer primordial, la que estaba antes de Eva, lo que llama Lilith. La que bajo la forma de la serpiente y por la mano de Eva pone... ¿qué?... la manzana, objeto oral que quizás no está para otra cosa más que para deportar a Adán sobre el verdadero sentido de lo que ha pasado mientras dormía”[1].

A pesar de Todo... Dios provee de sueño a Adán para extraerle una costilla de donde hace a Eva primera. Así pues, estamos convocados a despertar del sueño de Adán y desde el pivote irreductible del análisis bordear lo femenino.

En efecto, este Boletín aspira a construir la naturaleza y función del objeto centrado en  la manzana.

Damos inicio pues, ¡a Eva-Lilith de la NEL !

  
Respuestas a Eva-Lilith, por Miquel Bassols

Eva-Lilith.: ¿Cómo participa lo femenino, esa otra satisfacción, en la división del sujeto entre fantasma y síntoma?

Miquel Bassols: Digamos de entrada que la división del sujeto es interna e inherente al propio fantasma, en su disyunción y conjunción con el objeto que causa esta división: ($<>a), escrito según la fórmula lacaniana. Y añadamos que el síntoma recubre más bien esta división hasta que llegue a obtener un valor de verdad para el sujeto, una significación que sólo puede descifrarse bajo transferencia, es decir, en la medida que el sujeto atribuye a su síntoma un saber supuesto. Sin la operación de la transferencia resulta imposible encontrar la llave para introducir al sujeto a esta división que anida en el fantasma y que está encubierta por el síntoma. Es la llave de entrada a un psicoanálisis, la llave de una puerta paradójica a la que, como indicaba Lacan en su texto “Posición del inconsciente”, sólo puede llamarse “desde el interior”, es decir desde una posición de necesaria “extimidad”. Llamar con lo exterior del síntoma desde el interior silencioso del fantasma es una manera de nombrar la operación analítica por excelencia: confrontar al sujeto a su propia división.

Reformulemos esta paradoja siguiendo la lógica que el propio Lacan encontró muy pronto en la posición de la mujer: ser Otra para sí misma como lo es para el hombre. Sólo haciéndose Otro para sí mismo puede el sujeto abordar su división, sólo “participando” -para retomar el término de la pregunta- de una posición femenina puede llegar a saber algo de ella (de la división y de la posición femenina). Lo femenino “participa” pues en la división del sujeto como la extimidad que anida en su fantasma, ya se trate de un hombre o de una mujer, con una forma de satisfacción que no se sabe a sí misma y que escribimos en la fórmula con la letra a minúscula del objeto.

Pero conviene entonces llevar el término “participar” hasta su raíz etimológica: tomar una parte, partir más que reunirse con ella. Lo femenino es así la partición del sujeto, en un goce del que sólo participa ausentándose, partido de sí mismo por decirlo así. De ahí el rasgo de extravío que encontramos en lo femenino para cada sujeto.

Eva-Lilith.: Si el fantasma es una máquina para transformar el goce en placer por la vía fálica, ¿qué podemos decir de la participación del goce femenino en la formalización del síntoma al final del análisis?

Miquel Bassols: La pregunta incluye una paradoja más: si hay que formalizarlo, en el sentido lógico del término, es precisamente porque se puede decir muy poco de ese goce, incluso nada la mayor parte de las veces. Que lo encontremos como inefable no quiere decir sin embargo que no dé qué hablar, especialmente al final del análisis, a juzgar por lo mejor de los testimonios que venimos recogiendo desde hace ya algunas décadas en nuestras Escuelas.

En todo caso, para saber algo del final siempre es mejor empezar por el principio, por la “partición” que hemos encontrado en la primera pregunta: ¿Cómo ha quedado cada sujeto partido por el goce, por la satisfacción de la pulsión para retomar el término freudiano? ¿Cómo ha quedado partido en su síntoma para querer saber y decir algo de él? ¿Cómo parte cada sujeto de sí mismo, dividido y sin saberlo, para querer partir al viaje singular que llamamos psicoanálisis?

Según cómo parta de sí mismo podrá decirnos al final algo de la participación del goce femenino en él.

Eva-Lilith: Lo femenino hace alusión al no todo significante de la satisfacción, pero, podemos precisar mejor, ¿cómo lo femenino, aquello que de la satisfacción está a la deriva, se relaciona con el “UN” significante cualquiera?

Miquel Bassols: Para ser estrictos, no se “relaciona” de ninguna manera. Lo femenino, si seguimos la propia definición que la pregunta introduce por el lado “no todo significante”, es precisamente aquello que viene al lugar de la no relación, y de la no relación entre los sexos en primer lugar.

Por otra parte, si entendemos por “un significante cualquiera” lo que Lacan sitúa como tal (Sq) en su fórmula de la transferencia -en la “Proposición del 9 de Octubre de 1967…”-, se trata siempre de un significante con el que uno se encuentra de la manera más contingente, más azarosa, para vincularse al significante de la transferencia (St) según una ley del significante que siempre se revela a posteriori, una vez ese encuentro ya ha tenido lugar. Lo contingente aparecerá entonces como necesario. 

Lo mismo que ocurre en la experiencia de la transferencia ocurre en la experiencia del sujeto con el Otro sexo, en la deriva de la satisfacción pulsional. (Dicho entre paréntesis, aquí el término “deriva” es especialmente conveniente para nombrar el “drive” inglés, o el “Drang” de la pulsión freudiana). Que los significantes se relacionen entre ellos no quiere decir sin embargo que el sujeto, masculino o femenino, encuentre con ellos la relación que no existe. Más bien al revés, es porque no hay relación en el campo del goce -“relación sexual” en primer lugar y según el aforismo lacaniano- que los significantes sacados de la historia de cada uno vienen a cifrar la contingencia de sus encuentros, desencuentros más bien. 

Dicho de otra manera, cuando se trata del goce femenino, no hay en realidad destino de la pulsión, -como tampoco destino de la transferencia-, sólo encuentro contingente con un real sin ley.

Eva-Lilith.: ¿Podría generalizarse la fórmula de “el empuje a La mujer” como una feminización no solo presente en el paranoico sino presente en toda estructura subjetiva y también en la estructura social?

Miquel Bassols.: No toda feminización es “empuje a La mujer”, en el sentido que esta expresión tiene para nosotros en la lectura de Lacan y que tiene su punto de partida en "La mujer que falta a todos los hombres", referencia primera que encontramos en la “Cuestión preliminar…” a propósito de Schreber: “a falta de poder ser el falo que falta a la madre, le queda la solución de ser la mujer que falta a los hombres”. La feminización transexual, por ejemplo, parte de la certeza de esta solución como única, sin referencia alguna al falo simbólico. Es una identificación con La mujer que opera un salto en lo real de la asíntota con la que Lacan ilustró esta solución. El sujeto transexual no cree en La mujer, es La mujer, pura y simplemente.

Hay, por otro lado, feminizaciones diferentes que son rodeos más o menos alejados de la identificación con “La mujer” que no existe como un universal. Son feminizaciones que creen en La mujer manteniendo el vínculo con el falo que falta a la madre o, dicho con un término posterior en la enseñanza de Lacan, con el semblante que viene al lugar de la falta de relación sexual que pueda escribirse en lo real. El hecho que este semblante tome cada vez más el rasgo de lo femenino implica, en efecto, una feminización generalizada en la medida que se desliga de la función paterna. Llamémoslo también “empuje a La mujer”, pero la asíntota en cuestión mantiene aquí su distancia con lo real en su infinitud, una infinitud que se aproxima continuamente a cero pero sin llegar al cero que indexa al falo cuando se produce su elisión irreversible, Φo.

Entre el Uno del falo simbólico y el Cero de su elisión en la estructura existe una infinitud de fenómenos de feminización que la clínica psicoanalítica actual puede explorar muy bien en la serie de anudamientos diversos a estudiar: desde la feminización progresiva que constatamos en las profesiones del campo de la salud y de la política, hasta las figuras más paradójicas de lo femenino -Conchita Wurst mediante-, son otras figuras de lo femenino que no cesará de ofrecer nuevos semblantes al sujeto contemporáneo.
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Estrago, por Marita Hamann

El estrago es efecto de un goce deslocalizado que irrumpe arrasando al sujeto, quien carece de soporte para situarse respecto de ese goce sin nombre ni medida (mientras que el síntoma intenta fabricar alguno). Su modelo clásico es el de la relación entre la madre y la hija y, por desplazamiento, la relación de una mujer con su pareja[i].

Ha sido Freud quien ha identificado este efecto devastador que se produce a menudo en la relación entre una hija con su madre a partir de cierto fracaso inevitable de la metáfora paterna[ii] para suplir un demás que subsiste a la solución fálica: es aquí donde del modo más manifiesto se demuestra la insuficiencia de la función paterna para resolver todo el goce en el sentido sexual. En esa franja abierta, Lacan ubicará luego lo que a la altura del S. XX llamará goce suplementario, verdadero Otro del goce inherente a la feminidad, situable solamente en su discurrir entre centro y ausencia. 

Una relación es estragante cuando no se admite la imposibilidad de la solución fálica para domeñar un goce real. Y cuando, visto de otro modo, ninguna letra consigue indicar esa existencia. En otras palabras, el estrago se produce tanto desde la lógica fálica masculina que se revuelve en la impotencia como desde la lógica femenina, cuando todo sentido o valor es arrasado para hacerse subsistir en un nada de nada.

Al decir de Lacan, la hija “parece esperar como mujer más sustancia que de su padre –lo que no va en su ser segundo en este estrago”[iii]. Que el padre sea segundo es una observación que responde a los hallazgos freudianos. No solo porque, como es evidente, la maternidad no suple íntegramente al goce femenino  -al menos, no sin consecuencias indeseables-, sino que la dirección al padre puede ser efecto, en parte, de una metonimia antes que de una metáfora: la niña no necesariamente abandona por ello su demanda inicial hacia la madre, quien permanece como su objeto privilegiado[iv]. Y la  pareja no es sino un sucedáneo que arrastra las marcas de quien fuera “la primera seductora”.

El estrago materno, ¿es estructural? Lo es si se considera que la niña reclama a su madre una substancia que no puede transmitirse: cada mujer es el resultado de su propia invención. A diferencia del varón, que encuentra apoyo en el padre para alcanzar la identificación masculina, la madre no puede ofrecer a la niña un rasgo unario (simbólico) que la sostenga como mujer; en este terreno, el silencio reina.  Sin duda, la madre puede transmitir ciertos semblantes que favorezcan la construcción de la mascarada, pero es insuficiente.

¿Es indeleble? Dependerá, más allá, de la relación que la madre guarde con su propia locura femenina y del modo en que la niña logre consentir a la mujer que habita en la madre. Como refiere A. Vicens, madre e hija pueden en un momento dado dirigirse palabras terribles y, un instante después, todo se desvanece sin mayores consecuencias. El estrago ocurre, nos aclara, cuando la madre o la hija se ponen en posición masculina: creen en sus propios enunciados (el discurso de la creencia es masculino) y lo que se profiere se torna en imposición. “Estrago [es] como una destrucción del deseo”.[v]

Justamente, el efecto estragante suele ser el fruto de algunos dichos maternos que, de la mano del superyó, avasallan al sujeto y ponen en marcha un circuito pulsional mortificante. El análisis debe “refutarlos, inconsistirlos, indecidirlos, indemostrarlos”, según una conocida fórmula de Lacan[vi], para inventar un deseo en su lugar.

En última instancia, se trata de separar lo que proviene de la madre de los efectos de lalalangue sobre el cuerpo, que se atribuyen a la madre en la medida en que ha sido ella quien transmitió la lengua: “El fin del análisis le dará entonces la oportunidad de saber hacer con la soledad del Uno. En esta vía, puede consentir a su goce que la hace radicalmente Otra incluso para ella misma, Podrá también consentir en lo real del amor, prestándose a ocupar el lugar de sinthome para un hombre”.[vii] 

Notas:
[i] Pero no se excluye que una mujer también pueda ser un estrago para un hombre o que no se lo pueda hallar en otras manifestaciones clínicas, como la de las toxicomanías.
[ii] La niña transfiere al padre la demanda dirigida inicialmente a la madre, para que le dé el falo del que la madre misma carece. Por acción de la metáfora (el concepto es lacaniano pero se asemeja a lo que Freud describe), el falo adquiere la forma del niño que anhela recibir de él y, más tarde, de otro hombre.  Ver al respecto la obra de André, S., ¿Qué quiere una mujer?, Buenos Aires, siglo XXI, 2002, p. 167-185.
[iii] Lacan, J., “El atolondradicho”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 489.
[iv] Incluso tratándose del juego de las muñecas, la cosa no está decidida. Originalmente, opina Freud, este juego responde a la identificación con la madre, con el objeto de repetir activamente lo vivido pasivamente (Freud, S. Obras Completas T. III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 3174).
[v] Vicens A., “Madres contemporáneas”, Registros Tomo Verde Madres y Padres, Buenos Aires, Colección Diálogo, Año 12, 2014, p. 63.
[vi] Lacan, J., Op. cit.
[vii] Solano-Suárez, E., “Lacan, las mujeres”, La Causa freudiana, París, Navarin, n°79, 2011, p. 277.
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“Allí donde el padre tiene la ley, la madre tiene el capricho”[i], por Luz Elena Gaviria

En “Los usos del lapso”, dice Miller: “…sería un gran progreso de civilización, el de haber pasado del capricho a la ley”[ii]. Afirmación que se basa en la historia de la humanidad: antes de que llegaran las tablas de Moisés, existían divinidades caprichosas como Zeus, Júpiter, quienes eran Dioses del capricho, igualmente sus hijos.

Desde el psicoanálisis, se vuelve a decir esto de otra manera. El Nombre del Padre, en la metáfora paterna, sustituye para el hijo el deseo de la madre, que Lacan llamaba la ley caprichosa del deseo materno. Pero no basta para operar lo suficiente sobre el capricho del deseo de la madre. Es necesario que este padre sea un hombre que haga pareja con una mujer que causa su deseo. De lo contrario, ese goce materno no logra ser limitado, lo que incide en el niño. “Surge el padre no solamente como nombre, sino el padre como nombrante”[iii] de un deseo y de un goce.

La lógica caprichosa, dice Miller en Los usos del lapso, es un “yo quiero”, es la lógica de una voluntad fuera de la ley de los universales: “Cuando estamos en el universo del capricho, maravillosamente, estamos desanudados de eso que se llama, en el lenguaje del psicoanálisis, la racionalización… 

Un capricho no da sus razones, hay ausencia de la ley, un verdadero capricho no se discute, tiene esa calidad absoluta del “yo quiero” y en este punto estamos verdaderamente en otra atmósfera que la de la ley del padre, lo cual hecha a perder la aparición del reglamento. No harás esto, no harás aquello, no harás nada de lo que tienes ganas... Aquí la fórmula correspondiente es menos la del fantasma que la de la pulsión, es decir, la de la voluntad propiamente y naturalmente acéfala, donde el sujeto desaparece, en la medida en que allí es actuado. 

Hay un agujero y allí surge como sin razón un objeto, un enunciado que es un objeto desprendido y que merece ser llamado objeto a, objeto vuelto causa de lo que hay que hacer... La lógica del capricho radica en que  el sujeto asume en él como propia la voluntad que lo mueve. Lo divino en el capricho, es que quiero -no la ley para todos- quiero aquello que me pulsiona, un yo quiero absoluto, aquello que me acciona como pulsión”[iv].

Ahora bien, tratándose específicamente del querer ser madre de algunas mujeres, se debe introducir el detalle clínico a escuchar en cada caso. Se puede encontrar mujeres todavía orientadas desde la metáfora del amor, pero también escuchamos a mujeres que eligen accionadas por su goce pulsional. Es el querer del consumidor capitalista, solamente orientado por el valor de uso del objeto: lo quiero y lo obtengo.

Ante la caída de los semblantes clásicos que ordenaban a la familia, se encuentra Otro que habla hoy a todos todo el tiempo, es una voz que suple este vacío y que propone como relevo de esos semblantes en desuso, el deber imperativo de ser feliz.

Esto nos precipita en una vertiente a investigar en la clínica: qué sucede con aquellas mujeres que deciden tener un hijo solas, por ejemplo a través de un banco de esperma, qué suple la autoridad del padre. Tal vez, el síntoma del niño consiga producir un marco, o podría tratarse de una procreación fantasmática, “del amor de la histérica por el padre… No creo que una mujer pueda soportar sola el poder de la creación”, opina A. Vicens.[v]

Esta y muchas otras cuestiones nos convocan a participar de nuestras próximas Jornadas de la Nel.

Notas:
[i] Miller J.- A., Los usos del lapso, Paidós, Buenos Aires, p. 160.
[ii] Ibíd., p. 160.
[iii] Lacan J., El Seminario, Libro XXII, R.S.I., lección del 21 de enero de 1975, inédito.
[iv] Miller J.- A., Ibíd.
[v] Vicens A., “Madres contemporáneas”, Registros Tomo Verde Madres y Padres, Buenos Aires, Colección Diálogo, Año 12, 2014, p. 63-66.
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El nudo borromeo y el programa de goce, por Beatriz García Moreno

La experiencia contemporánea del análisis de acuerdo con la última enseñanza de Lacan, interpretada por Miller en el “Ser y el Uno” (2011), se dirige a abordar lo real en tanto presencia del Uno de goce, no a la manera de un significante primario que orienta la serie de los significantes que se concatenan por la vía de la metonimia del sentido y dejan un resto objeto a, por fuera de sentido, sino en la dirección de un Uno positivizado que pertenece no al orden del ser que encuentra consistencia en el sentido, sino al de la existencia que refiere a un real.

La dirección de la cura ya no apunta a enflaquecer el inconsciente por la vía del sentido, ni a tener como mira de un fin de análisis, la caída del objeto a, semblante, que encarna un real, sino a constatar el goce Uno que de manera iterativa marca la singularidad del sujeto, y permite diferenciar el síntoma a interpretar, del sinthome

En sus últimos seminarios -dictados en las década del setenta-, las categorías a las que se refiere ya no son las relacionadas con el sentido, como el inconsciente, (aunque cobra fuerza la idea de “inconsciente real”), el sujeto supuesto saber, la interpretación, sino que vienen dadas por las maneras como se presentan y entrelazan en el nudo borromeo, lo real, lo simbólico y lo imaginario, advertidos, como dice Lacan, de que en sus intersecciones se da lugar a la escritura de diferentes goces: entre lo real y lo simbólico aparece el goce fálico, entre el imaginario y lo simbólico, se manifiesta el goce sentido, y entre el imaginario y lo real el goce suplementario o no-todo, significante del Otro tachado, que habla de un goce femenino más allá del goce fálico. Por su parte el objeto a, que aparece en la intercepción de los tres redondeles, se presta para lecturas diferentes, como semblante, como causa de deseo y como un saber en lo real. Sin embargo, agrega Lacan, que ante la presencia de un goce Uno, sin ley, es el sinthome el que permite el anudamiento de los tres, y es en su iteración que puede constatarse.

La experiencia contemporánea del análisis orientada por el Uno de goce -del sinthome, del anudamiento RSI- que se presenta de modo positivo, supone la presencia de un analista que apunte a diferenciar cada uno de los registros y a marcar las señales de goce que se dan en su entrelazamiento, de tal modo que se pueda abrir camino hacia la singularidad del sujeto. El goce sentido expresado en el fantasma, encuentra deflación en la hystorización lograda al modo de ficción que habla de una verdad mentirosa, mientras el goce fálico debilitado con el reconocimiento del objeto a como semblante, y su pronta caída, abre espacio para el reconocimiento de un significante primario que a la vez que definió la serie de la cadena significante, instauró una marca de goce en el cuerpo, un real fundante, anterior a la inscripción de la ley, que se perfila como un goce Otro, no-todo, femenino, que tendría la posibilidad de pasar de mortificante en tanto carente de un cauce en lo simbólico, a un espacio de invención vivificante que le permite un saber-hacer con eso que itera.

Bibliografía:
Brodsky, Graciela (2012). Endgame. Caracas: NEL, Caracas.
Lacan, J. (2012 ) El Seminario, Libro 19, O Peor. Buenos Aires: Paidós.
Lacan J. (2004) El Seminario Libro 20, Aun. Buenos Aires: Paidós.
Miller, J.A. (2011). Seminario El Ser y el Uno. París: versión digital.
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El goce femenino, el acto analítico en la experiencia contemporánea del análisis, por Julieta Ravard

Los modos de vivir la pulsión en la actualidad están estrechamente vinculados a la realidad contemporánea: la fragilidad de los lazos y el “ascenso al cenit del objeto a” (JAM) Esto produce un cambio en los síntomas,  más invasivos menos metafóricos, teniendo eco en una dificultad para la sublimación, el goce surge entonces más desatado.

Es una época de  proliferación de fenómenos sobre el cuerpo, por ejemplo, efectos  de los que el sujeto no puede dar cuenta: es un encuentro con el “goce femenino” al descarnado. Un desborde que se produce, al quedar reducido  lo simbólico ante la dificultad de bordear los impasses entre el encuentro del lenguaje y el cuerpo,  pierde así su eficacia para hacer semblante ante lo real, dejando al descubierto un aumento de lo imaginario y su fenomenología singular.

La clínica nos convoca a dar cuenta cada vez, y siempre, de lo que se vive en una época determinada. La práctica psicoanalítica no es solo ya la clínica del desciframiento más bien se apunta al saber imposible, es decir, "de la semántica a lo que produce un agujero" dejando al psicoanalista del lado de la implicación. (H. Tizio)

El psicoanálisis es una práctica, una experiencia de encuentro con lo Real. El analista se implica en el acto que produce, acto que apunta a lo real, no a la infinitizacion de sentido. Su interpretación es del orden del equivoco, que permite apuntar a la letra, a lo que ha sido condensador de goce del sujeto, para poder ser leído de otra manera.  Esto produce un cambio en la relación al goce, al permitir escribir algo nuevo que funciona pero no necesita ser interpretado.

Si la pulsión es el eco del decir sobre el cuerpo,  siempre va a haber algo de lo Real, sin ley, que no entra en la sintaxis, por eso el modo de tratamiento ha de permitir acceder al goce más allá de su dimensión fálica.

Entonces la experiencia clínica contemporánea va de la mano de lo Real, permitiendo un anudamiento distinto entre el cuerpo y el Goce del Otro. Es la clínica de los nudos, escritura del sinthome, nudo que escribe algo nuevo que funciona en acto.

El sinthome permite el tratamiento permanente del goce, para poder hacer con la libido su más allá de la fijeza de la repetición. Esto lo verificamos en la lectura de los testimonios de los AE, quienes logran transmitir estas nuevas marcas, fuera de sentido, letras que nominan algo de lo incurable y que producen satisfacción. Me parece que es el decir sobre el deseo del analista.
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Comisión Editorial Boletín Eva-Lilith 

Raquel Cors Ulloa
María Hortensia Cárdenas
José Fernando Velásquez

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