I. Editorial
Que los psicoanalistas nos interesemos
por el amor contribuye al cuento de que los lacanianos estamos bien desfasados,
en especial cuando la denuncia del sociólogo Zygmount Bauman continúa reforzando
lo fugaz, superficial y etéreo de los lazos posmodernos, mientras que el campo
de las neurociencias alimenta la voracidad pulsional de la mirada brindándonos
imágenes de resonancia magnética en su intento por reducirlo a una elevación de
dopamina, serotonina y norepinefrina que facilita la procreación de homo
sapiens. ¿De dónde nos viene tanta necedad?
Desde el comienzo de su enseñanza y bajo
el auge del estructuralismo, Lacan se sirvió del descubrimiento freudiano de la
bejahung, es decir, de la preeminencia del juicio atributivo sobre el
juicio de existencia, para señalar que necesariamente hay una relación de
consentimiento entre los sujetos y las relaciones imperantes de su tiempo; en
palabras llanas ello implica que el lenguaje, la cultura, el Otro y el discurso
lógicamente anteceden nuestra existencia.
Años más tarde, y gracias a la
invención del único objeto que no hace serie —el objeto a—, esta intuición se
formalizó al proponer que los discursos son modalidades típicas establecidas
vía el lenguaje que regulan las relaciones de subjetivación y prácticas
corporales entre los individuos que comparten un tiempo y un espacio en la
realidad concreta.
Si esto es así, deduciremos que
independientemente de la orientación filosófica, religiosa o político
partidista que suscribamos, estamos sujetos al (falso) discurso capitalista y
la feminización del mundo, y al mismo tiempo somos su condición de posibilidad.
Por tales motivos, todos, querámoslo o no, participamos a través de
consentimientos y rechazos en las nuevas modalidades de la vida amorosa.
"El encuentro está al alcance de tu
mano, sólo necesitas una app"… Pero, ¿realmente el cuento termina bien?
Arrepentimientos, enamoramientos no previstos, infidelidades, abusos sexuales,
la imposibilidad de parar, pérdida de deseo… Impasses y goces autoeróticos
invitan a pensar en que algo no va en el slogan "Tinder is how people
meet. It's like real life, but better".
Si los psicoanalistas continuamos
hablando de amor es debido a la verificación de que los hombres y mujeres de
esta época, tarde o temprano hablamos de amor en la experiencia analítica. Y es
que, cuando el amor líquido habla en nuestros dispositivos, algo parece
solidificarse.
"El amor, es un laberinto de
malentendidos cuya salida no existe"… para profundizar en la reflexión y
contribuir al debate, en este número recuperamos la entrevista realizada por
Hanna Waar a Jacques Alain Miller para Pshycologies Magazine. Que disfruten la
lectura.
Diana Montes
Caballero
II. ¿El
psicoanálisis enseña algo sobre el amor? Entrevista a
Jacques-Alain Miller
Hanna Waar: ¿El psicoanálisis enseña algo sobre el
amor?
Jacques-Alain Miller: Mucho, pues es una experiencia cuyo resorte es el amor. Se trata
de ese amor automático, y a menudo inconsciente, que el analizante dirige al
analista, y que se llama la transferencia. Es un amor artificial, pero de la
misma estofa que el amor verdadero. Saca a la luz su mecánica: el amor se
dirige a aquel que usted piensa que conoce vuestra verdad verdadera. Pero el
amor permite imaginar que esta verdad será amable, agradable, mientras que de
hecho es muy difícil de soportar.
H.W.: ¿Entonces, qué es verdaderamente amar?
J-A.M.: Amar verdaderamente a alguien es creer que amándolo, se
accederá a una verdad sobre sí mismo. Amamos a aquel o a aquella que esconde la
respuesta, o una respuesta a nuestra pregunta: "¿Quién soy yo?"
H.W.: ¿Por qué algunos saben amar y otros no?
J-A.M.: Algunos saben provocar el amor en el otro, los serial
lovers, si puedo decirlo, hombres y mujeres. Saben qué botones apretar para
hacerse amar. Pero ellos no aman necesariamente, juegan más bien al gato y al
ratón con sus presas. Para amar, hay que confesar su falta, y reconocer que se
necesita al otro, que le falta. Aquellos que creen estar completos solos, o quieren
estarlo, no saben amar. Y a veces, lo constatan dolorosamente. Manipulan, tiran
de los hilos, pero no conocen del amor ni el riesgo ni las delicias.
H.W.: "Estar completo solo": sólo un hombre puede creer
eso…
J-A.M.: ¡Bien dicho! Amar, decía Lacan es dar lo que no se tiene.
Lo que quiere decir: amar es reconocer su falta y darla al otro, ubicarla en el
otro. No es dar lo que se posee, bienes, regalos. Es dar algo que no se posee,
que va más allá de sí mismo. Para eso, hay que asumir su falta, su "castración",
como decía Freud. Y esto, es esencialmente femenino. Sólo se ama verdaderamente
a partir de una posición femenina. Amar feminiza. Por eso el amor es siempre un
poco cómico en un hombre. Pero si se deja intimidar por el ridículo, es que en
realidad, no está muy seguro de su virilidad.
H.W.: ¿Sería más difícil amar para los hombres?
J-A.M.: ¡Oh sí! Incluso un hombre enamorado tiene retornos de
orgullo, lo asalta la agresividad contra el objeto de su amor, porque este amor
lo pone en una posición de incompletud, de dependencia. Por ello puede desear a
mujeres que no ama, para reencontrar la posición viril que él pone en suspenso
cuando ama. Freud llama a este principio la "degradación de la vida
amorosa" en el hombre: la escisión del amor y del deseo.
H.W.: ¿Y en las mujeres?
J-A.M.: Es menos habitual. En el caso más frecuente, hay
desdoblamiento del partenaire masculino. De un lado, está el amante que las
hace gozar y que desean, pero está también el hombre del amor, que está
feminizado, profundamente castrado. Sólo que no es la anatomía la que comanda:
hay mujeres que adoptan una posición masculina, incluso las hay cada vez más.
Un hombre para el amor, en la casa, y hombres para el goce, que se encuentran
en Internet, en la calle, o en el tren…
H.W.: ¿Por qué cada vez más?
J-A.M.: Los estereotipos socioculturales de la feminidad y de la
virilidad están en plena mutación. Los hombres son invitados a alojar sus
emociones, a amar, a feminizarse. Las mujeres conocen, por el contrario, un
cierto "empuje al hombre": en nombre de la igualdad jurídica, se ven
conducidas a repetir "yo también". Al mismo tiempo, los homosexuales
reivindican los derechos y los símbolos de los héteros, como el matrimonio y la
filiación. De allí que hay una gran inestabilidad de los roles, una fluidez
generalizada del teatro del amor, que contrasta con la fijeza de antaño. El
amor se vuelve "líquido", constata el sociólogo Zygmunt Bauman[1].
Cada uno es conducido a inventar su propio "estilo de vida", y a asumir
su modo de gozar y de amar. Los escenarios tradicionales caen en lento desuso.
La presión social para adecuarse a ello no ha desaparecido, pero es baja.
H.W.: "El amor siempre es recíproco", decía Lacan. ¿Aún
es verdadero en el contexto actual? ¿Qué significa eso?
J-A.M.: Se repite esta frase sin comprenderla, o se la comprende de
través. No quiere decir que basta con amar a alguien para que él lo ame. Eso
sería absurdo. Quiere decir: "Si yo te amo, es que tú eres amable. Soy yo
quien ama, pero tú, tú también estas implicado, puesto que hay en ti algo que
hace que te ame. Es recíproco porque hay un ir y venir: el amor que tengo por
ti es el efecto de retorno de la causa de amor que tú eres para mí. Por lo
tanto, algo tú tienes que ver. Mi amor por ti no es sólo asunto mío, sino
también tuyo. Mi amor dice algo de ti que quizá tú mismo no conozcas."
Esto no asegura en absoluto que al amor de uno responderá el amor del otro:
cuando eso se produce siempre es del orden del milagro, no se puede calcular
por anticipado.
H.W.: No se encuentra a su cada uno o a su cada una por azar.
¿Por qué él? ¿Por qué ella?
J-A.M.: Existe lo que Freud llama Liebsbedingung, la
condición de amor, la causa del deseo. Es un rasgo particular –o un conjunto de
rasgos- que tiene en cada uno una función determinante en la elección amorosa.
Esto escapa totalmente a las neurociencias, porque es propio de cada uno, tiene
que ver con la historia singular e íntima. Rasgos a veces ínfimos están en
juego. Freud, por ejemplo, había señalado como causa del deseo en uno de sus
pacientes ¡un brillo de luz en la nariz de una mujer!
H.W.: Nos es difícil creer en un amor fundado sobre esas
naderías.
J-A.M.: La realidad del inconsciente supera a la ficción. Usted no
tiene idea de todo lo que se funda, en la vida humana, y especialmente en el
amor, en bagatelas, cabezas de alfiler, "divinos detalles". Es verdad
que es sobretodo en el macho que encontramos tales causas del deseo, que son
como fetiches cuya presencia es indispensable para desencadenar el proceso
amoroso. Particularidades nimias, que recuerdan al padre, la madre, el hermano,
la hermana, tal personaje de la infancia, juegan también su papel en la
elección amorosa de las mujeres. Pero la forma femenina del amor es más
erotómana que fetichista: quieren ser amadas, y el interés, el amor que se les
manifiesta, o que suponen en el otro, es a menudo una condición sine qua non
para desencadenar su amor, o al menos su consentimiento. El fenómeno está en la
base de la conquista masculina.
H.W.: ¿Usted no le adjudica ningún papel a los fantasmas?
J-A.M.: En las mujeres, sean conscientes o inconscientes, son
determinantes para la posición de goce, más que para la elección amorosa. Y es
a la inversa para los hombres. Por ejemplo, ocurre que una mujer no pueda
obtener el goce –digamos el orgasmo– sino a condición de imaginarse a sí
misma durante el acto, siendo golpeada, violada, o siendo otra mujer, o incluso
estando en otra parte, ausente.
H.W.: ¿Y el fantasma masculino?
J-A.M.: Está muy en evidencia en el enamoramiento. El ejemplo
clásico, comentado por Lacan, está en la novela de Goethe[2], la súbita pasión
del joven Werther por Charlotte, en el momento en que la ve por primera vez,
alimentando a un grupo de niños que la rodea. Aquí es la cualidad maternal de
la mujer lo que desencadena el amor. Otro ejemplo, tomado de mi práctica, es
este: un jefe en la cincuentena recibe candidatas para un puesto de secretaria.
Una joven mujer de 20 años se presenta y le desencadena inmediatamente su
fuego. Se pregunta lo que le pasó, entra en análisis. Allí descubre el
desencadenante: encontró en ella rasgos que le evocaban lo que él mismo era a
los 20 años, cuando se presentó a su primera solicitud de trabajo. De algún
modo se enamoró de sí mismo.
H.W.: ¡Se tiene la impresión de que somos marionetas.
J-A.M.: No, entre tal hombre y tal mujer, nada está escrito por
anticipado, no hay brújula, no hay relación preestablecida. Su encuentro no
está programado como el del espermatozoide y el del óvulo; nada que ver tampoco
con los genes. Los hombres y las mujeres hablan, viven en un mundo de discurso,
es eso lo que es determinante. Las modalidades del amor son ultrasensibles a la
cultura ambiente. Cada civilización se distingue por el modo en que estructura
su relación entre los sexos. Ahora, ocurre que en Occidente, en nuestras
sociedades, a la vez liberales, mercantiles y jurídicas, lo
"múltiple" está en camino de destronar el "Uno". El modelo
ideal de "gran amor para toda la vida" cede poco a poco el terreno
ante el speed dating, el speed living y toda una profusión de
escenarios amorosos alternativos, sucesivos, incluso simultáneos.
H.W.: ¿Y el amor en su duración?, ¿en la eternidad?
J-A.M.: Balzac decía: "Toda pasión que no se crea eterna es
repugnante"[3]. ¿Pero el vínculo puede mantenerse toda la vida en el
registro de la pasión? Cuanto más un hombre se consagra a una sola mujer, más
ella tiende a tomar para él una significación maternal: tanto más sublime e
intocable cuanto más amada. Son los homosexuales casados lo que desarrollan
mejor este culto de la mujer: Aragon canta su amor por Elsa cuando muere, ¡buen
día a los muchachos! Y cuando una mujer se apega a un solo hombre, lo castra.
Por lo tanto, el camino es estrecho. El mejor destino del amor conyugal es la amistad,
decía en esencia Aristóteles.
H.W.: El problema, es que los hombres dicen no comprender lo que
quieren las mujeres, y las mujeres, lo que los hombres esperan de ellas…
J-A.M.: Sí. Lo que es una objeción a la solución
aristotélica es que el diálogo de un sexo con el otro es imposible, suspiraba
Lacan. Los enamorados están de hecho condenados a aprender indefinidamente la
lengua del otro, a tientas, buscando las claves, siempre revocables. El amor,
es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe.
Traducción:
Silvia Baudini para Consecuencias, revista digital de psicoanálisis, arte y
pensamiento. Edición No. 6. Junio 2011.
Notas:
1-. Bauman, Zygmunt:. Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.
Notas:
1-. Bauman, Zygmunt:. Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos.
2-. Goethe, Johann Wolfgang: Los sufrimientos del joven Werther.
3-. Honorato de BALZAC: en La Comedia humana, volumen VI "Estudios de las costumbresescenas de la vida parisina".
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