3 de abril de 2016

Hamlet: Una tragedia del deseo, por José R. Ubieto

El texto de presentación de la reciente versión de Hamlet, dirigida por Pau Carrió en el Teatre Lliure, se pregunta por la cobardía contemporánea ante los abusos, la violencia o la corrupción. Nos sitúa a todos como potenciales Hamlets. Y no le falta razón porque nosotros como él, y a diferencia de Edipo que actúa como héroe precisamente por su no saber, sabemos demasiado.
 
O mejor dicho, no queremos saber que todos esos abusos no hacen sino velar que no hay padre ni ninguna otra figura protectora que nos ahorre el encuentro con nuestra propia falta, nuestras limitaciones y nuestros fantasmas. La materia de la que estamos hechos los humanos es frágil y el sueño de evitar ese vacío nos conduce a la servidumbre voluntaria y a sostener a figuras que, como el Claudio de la tragedia, encarnan el abuso de poder.
 
Hamlet se detiene ante su acto no por miedo, sino porque sabe que a quien tiene que castigar no es al ser despreciable de su tío usurpador, si no a Claudio en tanto hombre que encarna mejor que nadie la potencia fálica. Alguien que no se siente sometido a ninguna regla y se burla de los límites, tan propios de la condición humana.
 
Hoy los objetos de consumo nos proporcionan la coartada de la potencia, son ellos que nos hacen ilusoriamente poderosos. Y nos llevan a idolatrar a los personajes de la corrupción, que mejor que nadie gozan con ellos y los exhiben sin pudor. Nos escandalizamos de su voracidad y amoralidad, nos lamentamos de que algo huele mal en nuestra sociedad. Pero al tiempo, como le sucede a Hamlet, nos resistimos a asestarles el golpe mortal porque en el fondo nos asusta derrocar a ese ídolo que parece asegurarnos la potencia. En su goce presente creemos ver el porvenir del nuestro.
 
Para salir de ese atolladero y recuperar nuestro deseo ....
 

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