13 de dezembro de 2017

LACAN COTIDIANO. Judith Miller, un deseo sin retroceso posible, por Miquel Bassols / Evocación de Judith, por Gustavo Dessal

 

  


Judith Miller, un deseo 

sin retroceso posible
 Miquel Bassols (Barcelona)


La conmoción se va ampliando progresivamente, como una onda expansiva, desde el centro más íntimo hasta lo más alejado del Campo Freudiano que ella misma, como una parte suya, vio nacer: Judith Miller ha dejado de estar, aunque no de ser, entre nosotros. Y entonces, todo el afecto que hasta ese momento fatídico había quedado contenido en el presente, sabiendo el inevitable desenlace en un futuro próximo, se desborda arrastrando consigo cada detalle, cada recuerdo significante, cada momento en el que nos devuelve la viveza del deseo con el que se nos hace perenne. Esos momentos se nos aparecen ahora casi como irreales, marcados de manera irreversible por la huella de lo real más certero. 

El homenaje tendrá así sus razones para decir este deseo, para intentar darle una palabra. La primera que se nos impone: un deseo sin retroceso posible, un deseo que asume las consecuencias de hacerse acto, sin vuelta atrás. Ella supo encarnarlo hasta el final bajo el nombre de “Campo Freudiano” y también en el suyo propio, lo que para algunos podía parecer algo menos evidente. 

Esa “pesada herencia”, como lo llamaban algunos —y otros pensaban sin decirlo—, fue para ella la causa digna de una relación con el psicoanálisis y con el deseo de Jacques Lacan que impregnó cada momento de su vida, cada acto con el que lo sabía hacer presente en esa misma dignidad. Todos intuían que no era nada fácil, que se jugaba todo su ser cada vez que la veíamos adentrarse en esa zona donde sólo ella podía habitar, donde sólo ella tenía también el derecho de disponer y de cuidar las cosas, desde los detalles más cotidianos —el mueble de aquella Biblioteca recientemente fundada, la preciosa tapa de aquella revista— hasta las eventos más públicos y excepcionales —los Encuentros del Campo Freudiano, los Encuentros Jacques Lacan—, siempre con la misma elegancia.

¡Cuantos nombres más habrá tomado este deseo irrenunciable en la historia del Campo Freudiano junto al de Jacques-Alain Miller, su esposo! Cereda, El Niño, Cien, Fibol, L’Ane, Caracas, Campo Freudiano en Ucrania, en Rusia, también en la China… Cada miembro de nuestras siete Escuelas sabrá alargar la lista, interminable en la geografía. ¡Cuantos momentos fundadores de nuevos vínculos de trabajo, y de más deseos contagiados por el suyo, habrá sabido sostener!

Es ahí, en este futuro anterior, donde sabemos que el nuestro seguirá insistiendo. Sin retroceso posible.

7 de diciembre de 2017

Evocación de Judith
 Gustavo Dessal (Madrid)

No recuerdo cuándo encontré a Judith Miller por primera vez. Pero conforme a lo que Freud señala respecto del principio de realidad, sí recuerdo cuándo la volví a encontrar. Fue hace unos veinticinco años, mientras yo deambulaba por la rue D’Assas haciendo tiempo para volver a mi sesión de análisis. Una mujer muy esbelta, con un cigarrillo entre los labios y los ojos entrecerrados para evitar el humo, caminaba llevando un montón de bolsas del supermercado en cada mano. La imagen llamó mi atención por el contraste entre el aspecto delicado de aquella figura, y el peso que era capaz de llevar consigo.
Al cabo de unos instantes la reconocí, y fui de inmediato a su encuentro, rogándole que me permitiese ayudarla. Al principio se negó, muy sonriente, pero muy firme en su decisión de ser ella misma quien transportase todo aquello. Finalmente, y ante mi insistencia, aceptó que yo llevase algunas bolsas y la acompañase hasta su casa, puesto que al fin de cuentas íbamos al mismo lugar. Ese encuentro me resultó muy conmovedor, y lo evoco ahora con la misma ternura que experimenté en aquella ocasión. La hija de Lacan, la brillante intelectual, la presidenta de la Fundación del Campo Freudiano, podía asumir toda clase de funciones con la misma determinación, incluso cargar con la compra para su casa. Ese cuerpo en apariencia frágil, estaba en verdad animado por una inmensa fuerza. Debo añadir que las bolsas pesaban lo suyo…
Le tengo un especial afecto a este recuerdo, porque siento una gran admiración hacia las personas importantes que son capaces de cargar con el peso de una inmensa responsabilidad, pero que no se han alejado de las cosas simples de la vida, las que también requieren una atención y un cuidado.
La historia de las bolsas del supermercado tuvo su continuidad, puesto que muy pronto supe que del mismo modo que Judith cargaba con ellas, estaba siempre alerta para saber quién viajaba, y a dónde, y encomendarnos así el transporte de libros y revistas en nuestras maletas. Ella era una auténtica sherpa, a la que veíamos en las jornadas y congresos llevando pesados paquetes con libros, y que no perdía la oportunidad de “pescar” a quien pudiese servir de correo espontáneo. Debo confesar que, al principio, esa práctica me resultaba un poco extraña, incluso incómoda. “¿Acaso el Campo Freudiano ⎯me preguntaba a mí mismo⎯ no dispone de un presupuesto para enviar libros y revistas mediante una empresa de transportes?”. Más tarde comprendí que no se trataba de ahorrar dinero, sino de poner a prueba lo que cada uno de nosotros estaba dispuesto a cargar, el peso de la causa analítica que admitíamos en tanto miembros de la comunidad de Freud y Lacan.
Judith llevó ese peso durante toda su vida. No lo hizo sola, desde luego. Pero ese cuerpo, que nos parecía leve como una pluma, era el primero en comprometer su fuerza, la fuerza de su presencia en todas partes. Nos conocía a todos, uno por uno. Recordaba nuestros nombres y apellidos, la ciudad de donde proveníamos, lo que habíamos publicado, y su memoria me resultaba asombrosa. A veces era ella quien me abría la puerta de su casa, cuando yo tocaba el timbre para acudir a mi sesión. Su sonrisa no faltaba nunca, y tras el saludo solía venir la conocida pregunta: “Gustavo, ¿le importaría llevar este paquete a Madrid?”. Un paquete con libros, o folletos para el próximo evento, o pósters. Los llevé a Madrid, y también a Buenos Aires. Si ella lo hacía, yo no podía ser menos. Después de todo, me ofrecí a ayudarla con las bolsas sin que me lo pidiese. A partir de entonces, hube de querer lo que había deseado.

Lacan Cotidiano
 Redactor jefe: Miquel Bassols
Redactora adjunta: Margarita Álvarez
Comité ejecutivo: Jacques-Alain Miller, presidente. 

Miquel Bassols, Eve Miller-Rose, Yves Vanderveken

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