14 de outubro de 2018

PSICOANÁLISIS, DEMOCRACIA Y NEOFASCISMO


Por Jesús Santiago
Responsable por El Movimiento Zadig Brasil/ “Dulces Bárbaros”


                  La afinidad entre la democracia y la vida se explica por el hecho de que ambas tienen como columna vertebral la indeterminación propia de lo real contingente y, por ende, es lo que vuelve necesario e irreductible el conflicto. La democracia asume una relación directa con la vida pues, como el psicoanálisis nos enseña, está atravesado por el azar y por la indeterminación radical inherente a los acontecimientos contingentes de la historia política de un pueblo. ¿Quién podría imaginar que la democracia brasileña, aún en fase de gestación, iría a pasar por esa onda avasalladora de un oscurantismo conservador? Si la contingencia, la diversidad y la división constituyen el corazón de todo régimen democrático, se exige de ello una política de protección y de defensa. Esperamos que, en los próximos días, los movimientos y fuerzas políticas esclarecidas sepan ejercer esa protección y esa defensa de la democracia, por medio de la creación de un frente republicano que pueda derrotar al amo reaccionario obstinado en querer restaurar un orden patriarcal y falocéntrico[1]. Y no hay dudas que el psicoanálisis podrá desempeñar su modesto papel en esta búsqueda de la preservación de la vida democrática.

La democracia como experiencia e invención

                  Es preciso considerar que la democracia no es finita y, por lo tanto, no se escribe jamás en el cuerpo social de modo definitivo. Será siempre capaz de sorprendernos. Apenas encuentra su fuerza si admitimos que sus debilidades y sus males no son pasajeros, sino constantes e irreductibles. La democracia es experiencia e invención; está, para siempre, sujeta a ser reescrita[2]. Y esa relación con la vida hace que la democracia pueda padecer gravemente. En los tiempos actuales, ya se presenta como un cuadro de padecimiento agudo y corremos serios riesgos de ver su fallecimiento con la inminencia del triunfo electoral de Jair Messias Bolsonaro, el capitán reformado del ejército brasileño.

                  Cabe resaltar que bastó que ocurriese la adhesión en masa de la población brasileña a esta figura de violencia y horror para que las expresiones típicas del fascismo como la intimidación, discriminación, fanatismo y la violencia pasaran a proliferar entre nosotros. Los relatos acerca de esos actos sórdidos están en aumento, como ejemplifica el caso del asesinato del capoerista bahiano Moa do Katendê, cometido por enfurecido elector de Balsonaro. Con la Psicología de las masas, Freud pudo tratar estas expresiones del fanatismo y la violencia, por medio de procesos identificatorios que envuelven el cuerpo y sus afectos[3]. Desde entonces, la política en general y, sobre todo, las tentaciones totalitarias no deben ser vistas como fenómenos racionales, pues implican el cuerpo pulsional. ¡Pensamientos son palabras y las palabras son actos! Pero precisamente, a lo que asistimos, en los últimos tiempos, son actos discursivos que diseminan la violencia y el odio. Se vuelve importante impedir el avance de un candidato cuyas palabras están al servicio de la defensa de la tortura, de la segregación racial y de la misoginia, como sucedió al decir a una colega diputada, en público, que “ella no merecía ser estuprada”.

Identificación al poder falocéntrico del capitán

                  Es importante constatar que ese discurso de odio en que se sacraliza la violencia se hace presente en ambientes restringidos a la Internet, en los grupos de WhatsApp, por medio de intimidaciones en que solo uno de los dos lados puede tomar la palabra. El restante, en caso de que no se quede en silencio, será blanco de prácticas de intimidación coercitiva. El odio diseminado en las redes digitales tiene como telón de fondo el uso político del afecto, reinante en estos días sombríos, a saber: el miedo. Los grupos de WhatsApp reproducen, en consecuencia, procesos de masa, vía un proceso de identificación horizontal de los individuos entre sí y, verticalmente, con el Uno que, a pesar de buscar confundirse con un hombre común, se presenta como la excepción. Como efecto de ello, una de las características de ese fenómeno de masa es la oferta de un semblante del hombre común que, aparentemente, se confunde con la masa de brasileños y en el cual se destaca el uso particular de la lengua, con un exceso de palabrejas y términos de moda que incitan a la violencia.

                  Por otro lado, el fanatismo es un amor hipnótico por el líder que se coloca en el lugar del padre redentor y que alardea, por las cuatro esquinas del Brasil, que va a trabajar por la higiene moral de las suciedades dejadas por los otros. En verdad, sabemos muy bien lo que viene a ser ese trabajo de higiene, a saber, oponerse a una sociedad diversa y plural, lo que se nota, por ejemplo, en el combate que emprende a lo que, estúpidamente, llama “ideología de género”. La mediocridad llega a un punto que se recusa el saber de la ciencia para la acción gubernamental, al negar los cambios climáticos y querer entregar la Amazonía a una actividad de extracción primaria y grotesca. Ya se declaró claramente contrario al sistema de poderes y contrapoderes y al modo de escrutinio de nuestro país. Milita contra los derechos humanos y contra las libertades individuales y llega a propugnar por las ejecuciones extrajudiciales pues eso derechos del ciudadano son la razón para la crisis de la seguridad pública. Otro componente típico de las prácticas de la violencia neofascista es la creación de organizaciones paramilitares y milicias que van contra el hecho de que la violencia es un monopolio del brazo armado del Estado y que solo el gobierno puede usar legítimamente la fuerza y, notablemente, que ese uso sea regido por la ley y por las instituciones autorizadas para ese fin regulador. La cumbre de este discurso de odio es la defensa intransigente de que el ciudadano común tenga licencia para armas para poder defenderse y defender a su familia de la violencia en una evidente apología de los “discursos que matan”.

No hay fin de la historia.

                  Lo que está en juego en este momento es el hecho de que el orden democrático republicano, necesario para la práctica del psicoanálisis, está en cuestionamiento. Desde la caída del muro de Berlín, en 1989, todo indicaba que no habríamos de asistir a otras alternativas políticas distintas de la democracia. En este momento decisivo de nuestra reciente historia, solo la China, o también el populismo bolivarista en Venezuela y algunos otros, podrían ser considerados como excepción en este abanico homogéneo de regímenes políticos democráticos del planeta. Delante de las evidencias, el diagnóstico que se podía hacer en aquella ocasión era que la cuasi totalidad de las sociedades anhelaban la inmediata implementación de la democracia. Es en este contexto que surge la tesis del filósofo Francis Fukuyama del “fin de la historia”, tesis que emana de la constatación de esta supuesta unanimidad que tiene lugar, tras los acontecimientos que marcan el fin del llamado “socialismo real”.[4]

                  Hoy, así con todo, estamos sorprendidos y desafiados por el surgimiento, en escala mundial, de movimientos de extrema derecha. Por más que haya especificidades de esos movimientos, en el contexto de cada nación concernida, nos parece evidente que el blanco de la extrema derecha es, antes que todo, las libertades civiles y las instituciones que buscan encarnarlas[5]. De todas maneras, la conjunción del odio y de la política en esa escena mundial es un aspecto sobresaliente de las respuestas de lo real frente a la inexistencia del Otro. ¿Cómo lidiar con los efectos de la inexistencia del Otro, en el ámbito de la política, sin ceder a los imperativos de goce del superyó presentes en la subjetividad represiva propia del neototalitarismo? En consecuencia, la cuestión política en el mundo contemporáneo no se centra solo en la desigualdad entre ricos y pobres, o sea, el conflicto y el impase civilizatorio no es solamente distributivo, incide sobre el problema de fondo de los propios rumbos y direcciones que seremos capaces de ofrecer a la humanidad. Hacer existir al psicoanálisis en el campo de la política es poder interferir, decididamente, en el proceso de oposiciones y divisiones que marcan el estado actual del malestar -nacionalismo y globalización; ignorancia provinciana y el cosmopolitismo elitista; finalmente, barbarie y civilización -divisiones que envuelven y minan los cimientos de la república.

                  Adquirimos a lo largo del tiempo un cierto saber sobre cómo el psicoanálisis puede convivir con la forma dominante de la política moderna que es la democracia. Llegamos incluso a entablar batallas históricas contra las tentativas de regulación del psicoanálisis por el Estado y, en muchas de ellas, salimos vencedores. Por ende, con relación a los regímenes políticos de extrema derecha, no hay otra cosa que hacer sino ir contra los peligros de la indiferencia y del cinismo de los que solo lamentan que “todo está perdido” o que “todo es  ruin” y, principalmente, juntarse a los núcleos de la sociedad civil esclarecida, para asumir que en los momentos en que la democracia y los derechos de la ciudadanía más elementares se muestran amenazados, es preciso contar con la invención de la acción política.

Tradução Patrício Moreno Parra
Revisão Ruth Gorenberg





[1]Laurent, É. Video realizado por Fernanda Otoni para la Conversación “Psicoanálisis y Democracia”. EBP-Río de Janeiro. Internet: https://www.youtube.com/watch?v=QVPusLyOVsM
[2]Lefort, C. Pensando o político. Ensaios sobre democracia, revolução e liberdade. Paz e terra: São Paulo, 1991, p. 32. 
[3]Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”, in Obras completas, vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu, 2012.
[4]Laurent, E. Le Nom-du-Père: psychanalyse et démocratie, in: Cités/Jacques Lacan Psychanalyse et politique. PUF: Paris, 2003, nº 16, p.
[5]Lago, M. Extremo centro x entremaderecha, in: Piauionline: https://piaui.folha.uol.com.br/extremo-centro-x-extrema-direita/

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