29 de março de 2017

LACAN COTIDIANO. "Franceses judíos, Los hijos de Marianne", una película de Coralie Miller, por Guy Briole



Esta película fue difundida por primera vez el 13 de febrero de 2017 en la cadena France 3*

En su película, Coralie Miller nos invita a seguirla tras el encuentro de mujeres y hombres, de generaciones diferentes y cuyas historias, o las de sus familias, son también muy diversas. Estas personas tienen algo en común: todos viven en Francia, son franceses y judíos. Lo escribimos siguiendo este orden, sus propósitos nos invitan.

Judíos son, y responder preguntas sobre su judicidad no les resulta sorprendente; saber orientarse en la relación con los otros y decodificar instantáneamente la forma gramatical del No se lo crean demasiado… Pero los sobresaltos de una violencia inaudita que en los últimos años han mortificado al país –Francia– donde viven, la prevalencia dada a la estigmatización de lo religioso, la iteración del retorno en primera fila –índice de una amputación a priori a los judíos del profundo malestar que puede tocar un país– hace reaparecer una interpelación, a la vez violenta y lancinante, frente a la cual los judíos que viven en Francia deberían responder: ¿son judíos o franceses? Preguntarlo en este orden denota ya el prejuicio que contiene.

En su comentario, que constituye el hilo conductor de la película, Coralie Miller insiste en la conjunción del retorno del antisemitismo, la obsesión identitaria, el cuestionamiento de la mixtura de múltiples contornos y el declive del civismo, para relevar los signos de aquello que viene de un pasado que queda como la marca de Vichy, de la traición de todo un pueblo; una herida que jamás ha sanado con su resonancia sombría: ¿Y si se repitiera?

Sin embargo, es la otra cara que se impone con un apego muy fuerte a la cultura francesa, a esta lengua que es la suya y que hace vibrar lo más intimo de su carne, a los valores de la República, a su historia de la cual son herederos y en cuya construcción trabajaron varias generaciones antes que ellos -a menudo pagando con sus vidas.

Entonces, cómo definirse y poder decir lo que es una identidad, la suya. ¿Habría una prioridad religiosa, comunitaria o ciudadana que permitiría asirla mejor? La identidad, eso que se atrapa en el cruce de diferentes modos de discurso, es lo que constituye la continuidad de un ser en el grupo en el cual evoluciona y eso que lo determina en su singularidad. Es aquello que se percibe en esta afirmación: “Tengo el sentimiento histórico de una continuidad”.

Judíos ahskenazis de Alemania y de Europa del este, judíos sefarditas provenientes de África del norte, pero también de otros países latinos de Europa, sin olvidar Grecia, Turquía y otros países del Medio Oriente, todos los que se viven ante todo como franceses, es este el punto de identidad que, de cierta forma, evidencia que “ser judío es necesariamente venir de afuera”, como lo dice Coralie Miller. Es también ser heredero de la historia del pueblo judío y de la Shoah que marca a cada uno con una resonancia que no tiene comparación alguna.

No obstante, ninguno quiere ser reducido a un rasgo, a una pertenencia; toda identidad es un compuesto. Francés y judío, dos pertenencias indisociables que dialogan juntas y, como se dice en la película, no marcan una ruptura, sino una aleación que como tal, es más fuerte que los elementos que la componen, por separado. Sería necesario “restaurar ese crisol” que haría que el multiculturalismo de Francia pueda volver a ser su fortaleza.

La película también tiene otros atributos que no hemos abordado y que son dichos con fuerza por los participantes invitados a hablar. En verdad no son testimonios, sino una transmisión mediante relatos que se entrecruzan, se responden, se mezclan, parten de puntos, de lugares, de momentos que no estaban destinados a estar juntos; simples enunciados cuya fuerza se aloja en una autenticidad recta, un es así. En eso radica el tacto y la sutileza de Coralie Miller que logra recoger estas palabras y atrapar la inteligencia viva; no hay insistencia en querer demostrar para convencer. No se trata de argumentar, sino de decir. Por lo demás, qué más claro y más vivo que “¡Soy francés, simplemente!”

Traducido por Ximena Castro.

Nota:

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