19 de outubro de 2018



Conversación Zadig-Brasil: Psicoanálisis y Democracia10 de octobre 2018

2 textos en espagnol










¡No existe democracia sin política!
Lucíola Freitas de Macêdo (Presidente de la EBP)


Posicionarse
Algunas palabras sobre el posicionamiento de la EBP a través de sus instancias, frente al delicado momento que estamos viviendo: estamos aquí hoy presentes, presidente y director general de la EBP, unidos a la Movida Zadig en esta acción que tiene el formato de una conversación. La elección de este dispositivo no es casual. La conversación analítica es, en sí, un acto político, en el sentido más estrictamente lacaniano del término. En este dispositivo cada uno está invitado a tomar la palabra no a partir de identificaciones colectivas, sino desde su posición de sujeto, lo que implica imperativamente un deseo que no sea anónimo, y el lugar vacío de la causa analítica. Este motor no es el Uno unificador del grupo, sino el deseo del analista, que se urde de la disyunción entre el ideal (I) y el objeto a. Esto solamente se perfila si lo que se enuncia se hace a partir de una división subjetiva, incluyéndose ahí, el resto no absorbido por las identificaciones y por los ideales.

En esa perspectiva, la democracia no se restringe solamente a un significante amo en la serie infinitamente metonímica vociferada por los medios digitales. La democracia cumple, en una conversación analítica, ella mismo el lugar de causa, situando a cada uno de los que participan en ella, en su lugar de sujeto dividido (1). Po esto, entiendo que posicionarse en la política, y en el ámbito de la experiencia de la Escuela, no quiere decir defender una posición partidaria. Esto es lo que debemos hacer como ciudadanos. Posicionarse es nadar en contracorriente de la tormenta segregacionista que inunda los espacios públicos y privados, barriendo los medios tonos, en este momento de nuestra civilización. Es resistir incansablemente a la solución fácil de las polarizaciones y de las rupturas. Posicionarse es, además, lanzarse decididamente en la realización de una continua movilización y diálogo con el campo político. Para ello, Jacques-Alain Miller, instituyó, el 14 de mayo del 2017, la movida Zadig – Red Política Lacaniana Mundial, como una extensión de la Escuela al nivel de la opinión pública (2).
Un posicionamiento exige, sobre todo, el anclarse en una política.

¿Democracia sin política?

Estamos a pocas semanas de la segunda vuelta en las elecciones en el Brasil. El candidato de extrema-derecha, armado de un discurso de cuña explícitamente fascistoide, obtuvo ya en la primera vuelta nada menos que aproximadamente cincuenta millones de votos del electorado brasileño. Esta inmensa porción de la población avala para la presidencia del país alguien que pretende elegirse incitando abiertamente el uso de la fuerza bruta y de la violencia, diseminando odio, haciendo apologías a la tortura, a la homofobia, al racismo, al machismo y a la segregación, todo esto en nombre del bien de la nación, de la moral y de las buenas costumbres. Las fuerzas que podrían deconstruir, mostrando lo absurdo y la insania de este tipo de discurso, no se hacen escuchar. Cabe resaltar que, al elegirse por medios democráticos como presidente del Brasil, a quien encarna tales emblemas, se legitima, al mismo tiempo y como consecuencia, cierto tipo de discurso.

Frente a este estado de cosas, una pregunta se vuelve inevitable: ¿qué está sucediendo con las democracias hoy? ¿Qué tipo de mutaciones desastrosas están en curso? ¿Cómo llegamos a este punto en el Brasil? Es notorio que los pilares de la democracia, tal como se practicaba en el siglo XX, se encuentran fuertemente debilitados. Se observa por los cuatro costados del planeta la ascensión de representantes de una extrema-derecha reaccionaria que se eligen democráticamente. Hay ciertamente movimientos de cuño neofascista, que se nutren de las fijaciones residuales y no ultrapasadas de los grandes conflictos mundiales del siglo XX. Pero, a diferencia de los movimientos fascistas del siglo pasado, hay en las manifestaciones obscurantistas de este principio de siglo, más diferencias que puntos en común, dificultando la lectura e interpretación, lo que llevó al científico político Enzo Traverso a llamar este conjunto de movimientos como “postfascistas (3)”: su contenido ideológico es fluctuante, inestable y frecuentemente contradictorio, pudiendo abarcar ideas y creencias francamente antinómicas. En lugar de las diferencias y las tensiones ideológicas, ganan terreno polarizaciones de todos los tipos, reducidas a nosotros contra ellas, a partir de la identidad personificada por un líder autoritario.

Hemos problematizado las cuestiones en juego en la fragilidad de la democracia, advenidas de transformaciones ocurridas en el interior de los propios regímenes democráticos. Se nota una destitución de la política como instancia de mediación, lo quo no es sin relación con las mutaciones de lo simbólico como eje sobre el cual las democracias se sustentaron durante el siglo XX.

En el caso de Brasil, el incremento de los llamados reaccionarios, al modo de una oleada ultraconservadora, se propaga en el vacío de una crisis de la política representativa y de una perdida de confianza en las instituciones. En esta oleada, una horda de ciudadanos no propiamente fascistas, sino decepcionados con los rumbos de la política, se amalgaman y dan cuerpo al núcleo duro del postfascismo, que se esparce sin frenos. Esta vena autoritaria y dogmática que despunta en una subjetividad de la época requiera lectura e interpretación.

Políticas de la palabra, política del síntoma

Una Escuela de psicoanálisis es un colectivo de soledades fundado a partir de la relación de cada cual, con lo más singular de su modo de goce, lo que da el tono de los lazos del analista con el otro social, con el discurso del amo y, por ende, con la política. En este punto se sitúa la paradoja siempre presente entre el discurso del analista y los múltiples discursos que coexisten en una democracia. Nuestra práctica no existiría sin la libertad de palabra, perno nuestro modo de hacer lazo social trae la marca de un real contingente, sin ley, que itera, y en este ámbito, no es exactamente la libertad lo que se fortalece. Aquí, estamos en la cosecha de una política del síntoma.

El psicoanálisis es una práctica de la palabra, y en tanto tal, perturba fijaciones en oposiciones estancadas, indicando otro modo de hacer con los opuestos que se repelen, apuntando allí donde una polarización se fija, la torsión propia a la extimidad. Solamente partiendo de ahí, es posible forjarse una política de la palabra que esté a la altura de nuestra práctica, y de nuestra época.

Algunas preguntas resurgen, en estos últimos tiempos, en la medida que la nebulosa obscurantista va avanzando y diseminándose en nuestro país: en tiempos poco acostumbrados a la lectura del inconsciente, ¿con cuáles recursos el psicoanálisis se hará presente en el campo político? ¿Cuáles usos haremos de nuestras herramientas de siempre: la palabra y la experiencia analítica?

1) Bassols, M. Campo Freudiano, Año Cero, en la ELP. In: Lacan Quotidien, n.758.
2) Miller, J.-A. Campo Freudiano, Ano Zero. In: Lacan Quotidien, n.718.
3) Traverso, E. les nouveaux visages du fascisme. Patis: Textuel, 2107, p.13.



EL PSICOANALISTA Y LA POLÍTICA
Por Luiz Fernando Carrijo – Director de la EBP


Comienzo por un presupuesto: el discurso fascista está instaurado -claro que la puesta en marcha del proceso electoral aún no terminó. Pero, independiente de su resultado, una pérdida ya se procesó, y tomar tal pérdida como intrínseca a la estructura del discurso que el malestar anuncia es menester del psicoanalista. Éric Laurent, en su entrevista hecha por Fernanda Otoni para la divulgación del XXIIo EBCF, señala, a guisa de una interpretación de ese fenómeno discursivo que avanza en todo el mundo, que se trata de “una voluntad de conservadurismo” en consecuencia de la caída del falocentrismo que hemos vivenciado en las últimas décadas. Por lo tanto, lo que vivimos hoy como realidad en el campo de la política en el Brasil, es una respuesta a eso, pero a través de un “fuera de la norma”, como lo señala Laurent y eso ciertamente nos llama la atención en la medida de que hay ahí, en ese “fuera de la norma”, una alusión a un empuje fuera del orden simbólico, colocando al descubierto todo semblante qu funcionaría como un agente “apaciguador” del malestar.

Luego, dos vertientes se abren, llevándonos a retomar a Freud es su “Psicología de las masas”, para extraer de allí su actualidad. Llama la atención, sin embargo, la horizontalización sin límite: por un lado, la fascinación ciega advenida de la sumisión a un ideal higienista y por ende, diseminador de odio; y por otro, la “indignación”, anclada tanto en la denuncia de la impostura, cuanto en el miedo. La cuestión es que un polo alimenta al otro, en una especie de batalla sin fin donde los hechos nuevos no interfieren en la dinámica, no producen brechas, sino que cada hecho nuevo es reabsorbido en la consunción de dicha polarización.

Ahora, el campo de batalla se constituye, esencialmente, en la plaza virtual -no hay diálogo, sino solamente afirmaciones replicadas al infinito. Las redes sociales protagonizan una “campaña” cuya capilaridad se vuelve perniciosa pues no hay índice de lo verdadero que las sustente; las “fake News” ganaron el proscenio denunciando el poco sentido que sustenta cada argumentación. Cuanto más el horror es replicado y banalizado, por un lado, más la indignación se apodera del lado opuesto. -Pero, sí, aún tenemos derecho a indignarnos, de lo contrario estaríamos en la misma danza de la “banalización del mal” … Entre tanto, las respuestas a esa indignación no traen el elemento “sorpresa” delante del cual tendríamos la oportunidad de hacerlo repercutir de forma diferente alcanzando algo verdadero en la subjetividad de cada uno.

Cuando estamos identificados a una ideología, a un partido, estamos en peligro de hacer existir o dar consistencia al amo…y cuando se trata de dar consistencia al amo contemporáneo, no hacemos otra cosa sino endosar la proliferación del odio y del horror. Es esa la cuestión que nos concierne directamente en lo que respecta al “posicionamiento” de la Escuela -No podemos posicionarnos sin tener en cuenta estos factores; o sea, nuestro posicionamiento no puede darse sin el debido distanciamiento de las identificaciones-, la Escuela representa un colectivo, pero, como bien dice J.-A. Miller en la “Teoría de Turín”, es un colectivo que remite a la soledad subjetiva, donde en el Uno por Uno, cada cual tiene la oportunidad de colocarse en relación al punto común que nos causa en cuanto psicoanalistas y con eso, la oportunidad también de distanciarse de sus identificaciones ideales -El psicoanálisis no es un higienismo, al contrario. Así, solo podemos posicionarnos, en esta o cualquier otra situación, tomando el malestar a partir del síntoma -Es eso con lo que el psicoanálisis puede contribuir en el campo de la política y, para tomarla en la vertiente del síntoma, se hace necesario consentir que la pérdida ya se instauró.

En otros términos, si la indignación es un afecto colectizable, y en eso nos parece muy “natural” que cada miembro o participante de nuestra comunidad de trabajo esté indignado con los hechos, es preciso recordar aún que tal afecto procesa sus respuestas, también de modo “natural”, a partir de las identificaciones. O sea, producir respuestas y acciones que puedan ser efectivas en relación con el malestar, requiere del psicoanalista o de la Escuela que lo representa dar una vuelta más en el punto de la “indignación” y del “miedo” que se sigue como corolario. Entiendo que estamos entrando en un momento de reflexión en el que lo que nos interesa es encontrar, en el propio psicoanálisis, instrumentos eficaces para hacer objeción al discurso fascista.

Si el papel de la Escuela no fuera éste, las instancias responsables por su conducción quedarían relegadas al trabajo burocrático -por ejemplo, entrando en la danza infinita propuesta por las redes sociales con su poder de pulverización y, como consecuencia de última, condenar al psicoanálisis a su desaparición.


La “Red Zadig”, como extensión de la Escuela, creada por J.-A. Miller, es el lugar donde esta reflexión puede darse; el lugar en donde el psicoanálisis puede y debe ir a la política. Su capilaridad en el Otro social dependerá de nuestras acciones cuya efectividad puede hacer repercutir el síntoma de la civilización. Y, sin duda, hay una Escuela antes y una después de Zadig. Tal vez el significante que mejor apunte hacia esta frontera sea el “Campo Freudiano Año Cero”, donde, efectivamente, a través de J.-A. Miller, el psicoanálisis reivindica su lugar en la política.


Tradução Patrício Moreno Parra

Revisão Ruth Gorenberg

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