16 de março de 2011

A-foro 02 "Las servidumbres voluntarias"





BOLETÍN ON-LINE nº 2

II FORO: LO QUE LA EVALUACIÓN SILENCIA
"Las Servidumbres Voluntarias"

Madrid, Sábado 11 de junio de 2011. Círculo de Bellas Artes

Presentación
Paloma Blanco Díaz


Esta segunda entrega de A-FORO nos trae dos textos que exploran el tema sobre las “servidumbres voluntarias” que nos ocupa, uno a partir de la referencia cinematográfica y otro a partir de la referencia jurídica.

El trabajo de nuestra colega Amalia Rodríguez Monroy, ilustra con exquisita precisión el tratamiento posible de los efectos inhibitorios y paralizantes de esa extraña servidumbre que como ella misma sugiere, “¿sería voluntaria en la medida misma en que es ne-cesaria, pues no cesa de escribirse en el registro de la historia, la Historia de la humanidad, la historia de cada uno de nosotros en tanto es la historia de nuestra vulnerabilidad?” en clara alusión a aquella otra frase freudiana en la que el súper-yo es descrito como el “monumento recordatorio de la antigua debilidad y dependencia del yo, justifica su dominación incluso sobre el yo adulto. A la coacción exterior ejercida por los progenitores la sucede la coacción ejercida por el imperativo categórico del superyó.»

El film “El discurso del Rey” es el punto de partida que toma la autora para desplegar su argumentación. La palabra del rey está cautiva por su servidumbre voluntaria, por el peso de la palabra pala-ciega que produjo en él estragos y el síntoma de su tartamudez. El rey se aferra impotente, temeroso y tozudo a esta servidumbre, Lionel Logue(peda), tenaz, acompañará infatigable a Bertie, en el trabajo de reconquista de su palabra-propia-de-rey. Logue(peda) irá para ello pertrechado de su amor y su fracaso en el arte de la interpretación y del buen uso que ha sabido darle a la propia imposibilidad. Ello permitirá que el rey logre hacer un uso practicable de su indecible, no tanto para ser rey como para poder actuar y funcionar como tal, en la tarea que entonces le concierne; “pasar de la mudez de la pulsión a la articulación del síntoma con que tendrá que arreglárselas para sostener a los británicos en el rechazo decidido a los delirios del nazismo. En esa partida todos estábamos concernidos en tanto peones del tablero de la historia.” Así, sutil y decidida, Amalia Rodríguez, nos incluye a todos en esta apuesta y nos recuerda que este cambio de discurso, posible, tiene como condiciones necesarias el amor –que desde Lacan sabemos es signo de cambio de discurso- y el arte-oficio, la autoridad del saber particular sobre cómo hacer con la propia imposibilidad. Los personajes principales de la película dan sobradas muestras del uso de estos tres elementos como causa de un mejor hacer con la vida y testimonio de otra opción posible a las servidumbres voluntarias, a la ley de hierro del súper-yo, volveremos sobre ello en el próximo número.

En el apartado de “Bibliografía Razonada”, podremos leer la colaboración de nuestro colega Manuel Montalbán Peregrín, de sugerente título. Incide en primer lugar en la acotación jurídica del término “Servidumbre voluntaria”, para relacionarlo con el derecho francés que, “después de la conclusión de la etapa histórica feudal quiso positivizar en la ley la ausencia de servidumbres personales.”

En segundo lugar, nos señala cómo es la inclusión del término “discurso” al sintagma “servidumbre voluntaria” lo que nos conduce al texto de La Boétie, “amigo personal de Montaigne, a mediados del siglo XVI, que ha sobrevivido al olvido asegurando su reaparición casi automática en muchos períodos críticos de lucha contra el Estado autoritario.”

Por último, nos facilita varios links de valiosa utilidad que recogen el texto del citado autor, así como interesantes lecturas comentadas.

Estimado lector, confío en que el contenido de A-FORO te resulte atractivo y estimulante y te invito a participar también en él tomando la palabra, enviando tus comentarios, reflexiones, observaciones o materiales que consideres de interés en relación al tema que nos ocupa a montblanc@cop.es

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¡Buena lectura!

"Contra Uno": El discurso del rey y otras servidumbres u olvidos

Amalia Rodríguez Monroy

Pocas horas antes de que la ceremonia de los premios Oscar nos ensordezca y el éxito —más que probable— del film de Tom Hooper El discurso del rey aplaste y silencie lo más íntimo de sus efectos sobre el espectador, quisiera formular algunas impresiones. Giran en torno de la servidumbre voluntaria —como sostiene La Boétie— que rige toda acción humana. ¿Sería voluntaria en la medida misma en que es ne-cesaria, pues no cesa de escribirse en el registro de la historia, la Historia de la humanidad, la historia de cada uno de nosotros en tanto es la historia de nuestra vulnerabildad?

La proliferación de premios y galardones que, a través de los medios, manipulan tiránicamente el gusto del espectador, ahora reducido a consumidor, es ya indicativa de esa posición de dominados que tan eficazmente libera al sujeto de la carga de elegir, de discernir, de escuchar. La libertad es, con el olvido, el velo en que recubrimos púdicamente nuestras servidumbres, nuestros miedos, una vez que la esclavitud fue oficialmente abolida. Lacan lo plantea con su característica agudeza: “es claro, que si la servidumbre no está abolida, se puede decir que está generalizada . . . La duplicidad amo-esclavo está generalizada en el interior de cada miembro de nuestra sociedad” (Seminario 3).

Tras esa servidumbre, hay un mensaje secreto, un mensaje de liberación que queda reprimido y que Lacan distingue muy bien del discurso patente de la libertad, entendida ésta como autonomía individual. Ideal desmedido que, tomando la democracia como coartada, permite al ciudadano global hacer existir a ese amo Uno contra el que La Boétie escribe en 1576.

El film de Hooper nos confronta de manera sutil a ese cul de sac: el rey no quiere ser rey; su tartamudez, o lo que hay tras esa imposibilidad de dar voz a su lugar de amo, le coloca en la angustiosa posición de asumir, inesperadamente, ante la renuncia de su hermano mayor, un destino para el que no cumple la condición mínima: sostener —con la palabra— la moral de un pueblo a las puertas de la invasión nazi. Una escena resume con humor británico el drama personal y también el drama histórico. La familia real ve en televisión el enardecido discurso que Hitler dirige a las rugientes masas ya bien alineadas en orden de batalla. La niña, que luego sería la reina Isabel II, le pregunta a su padre: “¿qué está diciendo?” El atribulado king-to-be le responde: “No lo sé, pero parece que lo dice muy bien”. Sabe que es a él a quien corresponde dar la réplica a la incendiaria voz del Führer.

La desesperación del advenido rey ante esa inminencia propicia, no sin la decidida colaboración de la reina, el encuentro con un logopeda de barrio tildado de “extravagante”. El término es el elegido por la máquina mediática, que describe la película como el relato de cuanto en ese encuentro hay de emoción, de lucha y de superación. Una historia de amistad profunda. También de ruptura con los prejuicios y las barreras de clase.

Pero más allá del sentimentalismo, agazapada tras la máscara de extravagancia, hay otra dimensión que merece ser ‘escuchada’, pues es su marca singular, irrepetible; la que nos conmueve. La posición del humilde logopeda, actor australiano fracasado, puede darnos, en cada detalle, exquisitamente interpretado por el duo —duelo— de actores, valiosas pistas sobre su modo de hacer, de entender un oficio que consiste en trabajar con la demanda del paciente. Para Logue(peda) supone, de entrada, abordar la causa de su sufrimiento. Ese desplazamiento, al que su ‘real’ paciente se resiste tozudo al comienzo, es el que —cuando su Majestad consiente, abre para ambos la posibilidad de trans-formar esa demanda en síntoma y, desde ahí, abrir la pregunta por la causa de su padecimiento.

Lección no de profesionalidad, sino de ‘oficio’: palabra anticuada que remite a una ética, a un deseo que la noción actual del ‘profesional’ ha dejado olvidada; oficio forjado no sobre la supuesta ‘autoridad’ que le otorgarían los títulos académicos, de los que carece (para escándalo del vigilante Obispo de Canterbury), sino sobre la experiencia vivida, atravesada del dolor de existir. Un ‘saber hacer’ con su propio fracaso en el terreno de la interpretación, arte que ama y no duda en poner en juego en la cura del paciente. Puede que no triunfara, pero sí logró mantener vivo su deseo.

De su oficio Lionel Logue hace, así, un arte verdadero; arte de contención, de espera, de silencios, de manejo de las resistencias. Es arte porque es apuesta firme. Apuesta siempre nueva, invención arriesgada, en el registro de la sorpresa, si el criterio es, como en el caso de Logue, y como sostenemos en psicoanálisis, el trabajo del uno por uno.

Partida a dos, desigual, sobre un tablero de ajedrez en que cada movimiento puede poner en jaque todo lo que ahí está en juego. Para Logue lo que está en juego es, antes que nada, la renuncia del terapeuta a tomar partido en el plano del discurso común, de los desgarramientos que producen en el sujeto las costumbres y el estatuto del individuo en la sociedad. Y que en su ilustre paciente han hecho estragos. Cuestión central, extravagante, sí, para el terapeuta del Rey, que opta — es todo un riesgo— por des(in)vestir a éste del manto de la realeza y transformarlo en Bertie, su apelativo familiar. Apuesta firme que tiene el efecto de hacer posible el trabajo con el síntoma. Apuesta, asimismo, por no reducir éste a un ‘problema mecánico’, pues sabe que hay algo más en juego.

El acto de Logue-peda trasgrede, así, la regla preestablecida por la deontología profesional, sea logopeda, didácta o psicólogo. No utiliza su posición de poder, que es poder de sugestión, sino para ponerse en el lugar que es consecuente con la estructura de la palabra, como si compartiera con el psicoanalista lacaniano la extra-vagante convicción de que su acto solo puede ser un acto de desciframiento a partir de algo que sobrepasa al sujeto —al terapeuta tanto como al paciente—. Para él, como para el psicoanalista, la palabra es la única que detenta su poder en el espacio secreto de la cura. Su condición es que ésta tenga lugar en su despacho, y no en palacio. Para el Rey, o mejor, para Bertie, es el peso de la palabra —palabra palaciega— lo que le enmudece.

El saber hacer de Logue-artista le aleja del furor sanandi del terapeuta, y le permite sortear los peligros del ‘efecto Amo’ de la sugestión, para buscar, tras la demanda formulable (curar su tartamudez), lo real de la causa que la grave inhibición de Bertie esconde. Puede, entonces, llevar —de nuevo, le asiste su arte, su osada inventiva— al Rey a afirmarse como hablante, sacudiéndose ese peso paralizante. Nos lo muestran las preciosas escenas en que el cuerpo a cuerpo ha de agitarse, arrastrarse, gritarse, articularse, pre-figurando el desprendimiento que le libere de la losa mortal. Es a partir de ahí que el paciente entra en el juego y se instala algo del orden de la transferencia, del amor, y, con ella la ‘confianza’ que Logue le solicita, pues sabe que es la condición de posibilidad de la cura. Confianza no para ejercer de Amo que cree saber cómo responder al sufrimiento del otro, sino un poder de orden distinto, el poder discrecional del oyente, que tiene en cuenta que el sentido de lo que se dice depende enteramente de quien lo escucha.

A partir de ahí el ‘real’ paciente puede —no sin trabajo— pasar de la mudez de la pulsión a la articulación del síntoma con que tendrá que arreglarselas para sostener a los británicos en el rechazo decidido a los delirios del nazismo. En esa partida todos estábamos concernidos en tanto peones del tablero de la historia. El artificio del Logue(peda) instaura el deseo en este Amo forzado que puede empezar a reconocer que siendo amo no es amo de sí mismo y que su deseo pende del deseo del Otro. Si la película nos conmueve es porque nos hace ver que no se trata de una extravagancia cualquiera; Otra-vagancia que se orienta por la vía del amor y la del arte como la que mejor puede sacarnos de las servidumbres acostumbradas.

Para el psicoanalista advertido el film también tiene un ingrediente valioso. Si su propio análisis le preserva, en principio, de la posición de amo, la apuesta de Logue le permite constatar que el arte, ese ‘saber hacer’ particular, es la torre que en el tablero de ajedrez puede decidir que se mantenga o no abierta la partida.

La escena final en que Jorge VI pronuncia el discurso crucial (estamos en el registro de la Historia con mayúsculas), y que algunos tildan de excesiva y sentimental, condensa toda la emoción que guionista, director y actores fueron construyendo desde un lugar que se teje con el hilo de la verdad: el lugar del sufrimiento y sus raíces oscuras en la propia experiencia de haber sido, de ser, infans, sin voz, que también han recitado muchas veces el “To be or not to be”, antes de poder hacer del deseo acto.

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1. Se ha confirmado el éxito y, con él, las versiones mediáticas sobre el que denominan “producto anticuado”. El titular de El País resume: La realeza venció a la generación 2.0. Ejemplo de profesionalidad entendida como servidumbre: la voz de su Amo apunta al imperativo de lo nuevo, que estaría encarnado en la otra candidata, La red social, de David Fincher, historia del éxito de un precoz tiburón del negocio más rentable. En ese duelo hollywoodense entre el éxito inmediato (sus crueldades) a costa de traiciones sin fin, y el logro trabajado con amor, esta vez ganaron los trabajos del amor. Quizá cuando todo es considerado “producto” —producto de consumo—el lugar de la creación, de la invención, queda excluido, resulta impensable.
2. Mi Oscar es para Geoffrey Rush, el olvidado y genial actor que encarna a Lionel Logue. El guionista David Seidler, que hasta los 74 años no logró llevar a cabo su obra de amor y reconocimiento, si obtuvo el galardón. Pero no hizo la película para eso, como sugieren nuestros periodistas: de niño era tartamudo y escuchó ese discurso en la radio. En los Oscar pudo hacer gala de magnífica dicción. Cuando al fin pudo hacer su obra, supo que el protagonista no era el Rey, sino Logue, aunque pocos se hayan ahora percatado.


Bibliografía Razonada

Servidumbres virtuales
Manuel Montalbán Peregrín

Si introducimos el término “servidumbres voluntarias” en nuestro buscador de internet habitual accederemos fundamentalmente a páginas de información jurídica. Concretamente en el código civil español el título VII está dedicado íntegramente a las servidumbres que se definen como un gravamen impuesto sobre un inmueble en beneficio de otro perteneciente a distinto dueño. Algunos autores manifiestan que este tipo de definiciones enfatizan el interés del legislador por establecer claramente que las únicas servidumbres reconocidas o posibles son las prediales (bienes inmuebles). Esto obedece al planteamiento original del Derecho Francés, que después de la conclusión de la etapa histórica feudal quiso positivizar en la ley la “ausencia” de servidumbres personales. En el desarrollo del título podemos encontrar diversos criterios de distinción, servidumbres continuas o discontinuas, aparentes o no aparentes. Incluso pueden ser establecidas por la ley o por la voluntad de los propietarios. Aquéllas se llaman legales, y éstas voluntarias.

Si añadimos la palabra “discurso” a las previas servidumbres voluntarias, la búsqueda en la red nos dirige invariablemente a la obra de Étienne de La Boétie. Se trata de un texto de misterioso origen, escrito por un jovencísimo La Boétie, amigo personal de Montaigne, a mediados del siglo XVI, que ha sobrevivido al olvido asegurando su reaparición casi automática en muchos períodos críticos de lucha contra el Estado autoritario. Su publicación en los años siguientes a la muerte del autor estuvo rodeada de polémica, escapando las primeras copias piratas del cuidado de Montaigne y del reconocimiento de la autoría de La Boétie en antologías anónimas, y su circulación estuvo ligada inicialmente a los partidarios calvinistas franceses y suizos. Ya en 1577 un hugonote ginebrino publica una edición completa con el nombre del autor y el sugerente título del “Contra Uno”, como también es conocido el escrito desde entonces, que difiere sin embargo del manuscrito De Mesmes, copia del original destinada a un amigo de Montaigne, que reapareció en el siglo XIX .

En la actualidad tenemos al menos tres ediciones en castellano del texto: la reciente reedición de Tecnos (2010) con traducción de J.M. Hernández-Rubio, la de Trotta (2008) traducida por P. Lomba, con presentación de E. Molina y lectura de C. Lefort, y la edición también de 2008 con lecturas añadidas a ésta de P. Leroux y P. Clastres, de la editorial argentina Utopía Libertaria. Podemos acceder virtualmente a las partes principales del texto a través de varias páginas, algunas de ellas de clara filiación anarquista, movimiento desde el que ha sido ampliamente reivindicado durante el siglo pasado.
http://www.fundanin.org/boetie.htm

http://www.temakel.com/texolabotie.htm

http://www.sindominio.net/oxigeno/archivo/servidumbre.PDF

http://www.muladarnews.com/2009/12/etienne-de-la-boetie-sobre-la-servidumbre-voluntaria/

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