El sábado 24 de enero tuvo lugar en París la Question d’École de 2015, dedicada a los Problemas cruciales del control y el pase.
La jornada se desarrolló en una abarrotada Maison de la Mutualité, y testimonió una vez más del interés renovado que suscitan en el campo freudiano las cuestiones del control y del pase.
La mañana se consagró al pase. En la primera secuencia, animada por Anne Lysy, Pierre-Gilles Gueguen, secretario de la comisión del pase, expuso con claridad el modo de funcionamiento de la misma y nos dio una serie de números que muestran el aumento de demandas de pase así como de nominaciones de AE en los últimos años. Se trata del momento agalma que atraviesa el pase desde que J-A Miller decidiera hace unos años volverlo a poner en el centro de la política del psicoanálisis en las escuelas de la AMP. Respecto a la cuestión de saber lo que en el dispositivo pasa o no pasa, Gueguen puso el acento en el afecto y la enunciación: avanzó la idea de que la enunciación del pasador viene a conjugarse con los enunciados del pasante. Hay una parte de afecto en aquello que pasa, y que no puede decirse: es el sello de la satisfacción del pasante, de la cual el pasador debe ser, a su manera, portador.
Aurélie Pfauwadel testimonió a continuación de su experiencia de pasadora. Destacó la soledad, e incluso la desazón que pueden afectar al pasador, en la medida en que no tiene protocolo ni reglamento a los que agarrarse. Al mismo tiempo, su designación produce en él el deseo de hacer emerger un saber sobre el fin de análisis, por el cual él mismo está también concernido. En ese sentido, subrayó cómo el pasador no se reduce a ser un simple mensajero: en la medida en que se hace portador del objeto causa de otro, el pasador es él también un mensaje.
En la segunda secuencia, animada por Jacqueline Dhéret, Alain Merlet nos dio algunos detalles de las dos últimas nominaciones de la comisión, a saber, Deborah Rabinovich y Beatriz Udenio. Por un lado, subrayó en los dos casos una preeminencia en el relato de escenas traumáticas infantiles y sus correspondientes construcciones defensivas. Por otro lado, destacó la elasticidad de la transferencia en los dos casos, explicitada en la innovación a la que no habían dudado en recurrir los analistas en cuestión para favorecer el fin de la cura.
Por su parte, Hélène Bonnaud subrayó la naturaleza cada vez más clínica de los pases hoy. Precisó que el sinthome no debe ser un mero hallazgo significante, sino que debe estar enraizado en un real experimentado en el análisis.
En la discusión de esta secuencia, hubo una especial mención para la cuestión de los sueños de final de análisis, de los cuales Alain Merlet destacó su ingenuidad (naïveté), así como su semejanza con los sueños infantiles: es que ellos son el producto de una depuración en la conexión entre el S1 y el goce. P-G Gueguen abundó en la misma idea añadiendo cómo esta ingenuidad y simplicidad testimonian de un creer en su propia lalengua.
Animada por Bernard Porcheret, la tercera secuencia pidió a dos AE en ejercicio que nos enseñaran algo acerca de la cuestión de la certeza al final del análisis.
Michèle Elbaz testimonió de cómo su análisis fue el quirófano de tratamiento de las incertidumbres de su vida, incertidumbres inauguradas en una primera confrontación a lo incalculable: el que contenía la sentencia con la que el médico le dio –al nacer- la bienvenida al mundo: “probablemente no sobrevivirá”.
Por su parte, Ana Aromí nos propuso una lectura de la certeza que ha animado su vida, y que encontró en análisis la siguiente formulación: romperse la cabeza para ser una mujer. Recurriendo a las propiedades retóricas del oxímoron, calificó entonces dicha certeza de gaseosa e inestable, para poner en evidencia el punto de imposible que entraña la nominación “yo soy eso” del sinthome.
Por la tarde fue el turno del control. Las tres secuencias se dispusieron de tal modo que en cada una de ellas tomaba la palabra un analista aún en análisis y otro que lo había terminado. Esto permitió declinar el tema del control de dos modos: el control en análisis y el control después del análisis.
En la primera secuencia, J-D Matet detalló lo que denominó la apuesta fundamental del control, más allá del aprendizaje de un saber clínico. Por un lado, se trata del lugar en el que se forjan los instrumentos para sostener el acto analítico. Por otro, ello debe apoyarse cada vez en una toma en consideración previa de la falla del discurso del paciente. A continuación, planteó y discutió con Pierre Naveau –que animaba la secuencia- la cuestión del estatuto de la palabra y de la transferencia en juego en el control, en la medida en que ninguna de las dos se apoya en la asociación libre.
Por su parte, Anne-Marie Le Mercier testimonió de los efectos del control sobre su propio trabajo analítico. Concretamente, nos expuso los avances de un caso bajo control prolongado, control que la confrontó en un momento dado con un punto de fascinación sobre un aspecto del caso que interfería en el desarrollo de la cura por ella dirigida. El trabajo y la elucidación de ese punto en su propio análisis supusieron un franqueamiento importante en su propia formación analítica, tal y como supo explicitarlo Anne-Marie Le Mercier.
En la segunda secuencia, Francesca Biagi-Chai propuso y precisó aquello que se controla: la oportunidad del acto, entre necesidad y sorpresa. A continuación, expuso la relación personal que, en tanto analista de largo recorrido, ella mantiene con el control. Declinó así el tipo de casos que se ve llevada a someter a control: aquellos que, por su rareza o su contemporaneidad, descompletan el marco del saber clínico que constituyen nuestras referencias esenciales: Freud y Lacan.
Por su parte, Chantal Bonneau nos propuso una elaboración hecha a partir de su condición de analizante y analista en control. La experiencia del control la confrontaba, al principio, al mismo tipo de angustia que experimentaba al tomar la palabra fuera del marco familiar. El franqueamiento en análisis de dicha angustia le permitió obtener efectos de bien decir tanto en el ejercicio de la palabra en general, como en su relación al control en particular.
En la última secuencia, Dalila Arpin nos ilustró sobre los efectos del control en su propio análisis. Expuso en primer lugar el caso de un paciente cuya inercia verbal ella interpretaba como un signo de pereza o resistencia al trabajo analítico. Una sesión de control sobre el caso confronta a la analista al efecto de interferencia que, respecto del deseo del analista, producía un enunciado superyoico proferido por su propia madre. Haciendo buena la expresión de Lacan según la cual “el analista es un vago”, la analista pudo rectificar su posición y permitir en lo sucesivo a su paciente “proseguir el análisis a su manera”.
Por su parte y en la misma línea, Laure Naveau nos enseñó acerca de lo que ocurre cuando un afecto perturba el deseo del analista en ejercicio sin que éste se dé cuenta. Expuso el caso de una analizante cuyo hijo se encontraba en una posición de objeto que preocupaba a la analista, de modo tal que ésta polarizaba la orientación de la cura en esta dirección sin darse cuenta. La cuestión femenina de la propia analizante quedaba de este modo obturada en el curso del análisis. En las sesiones de control de este caso, el analista controlador operaba una serie de escansiones que apuntaban siempre a la misma cuestión. Laure Naveau se apoyó entonces en una articulación de J-A Miller según la cual cuando el sujeto es tocado/afectado por el decir de otro, es porque hay algo del falo que está en juego. Explicó a continuación cómo pudo despejar de su posición subjetiva el afecto que interfería en la prosecución del análisis de su paciente.
En la segunda parte de su trabajo, y apoyándose en la última enseñanza de Lacan, Laure Naveau hizo una innovadora e importante propuesta acerca de la cuestión de la función y la posición del analista. En el Lacan más clásico, recordó, la función del analista es concebida como semblante del objeto a, causa del deseo del analizante. De ello se derivan efectos de verdad y de desciframiento significante que se inscriben en la lógica del tener (el analista tiene la llave de la verdad). Ahora bien, el último Lacan pone el acento, en cuanto a la función del analista, en la cuestión del sinthome. Se trata del analista que se coloca en el lugar del trauma del sujeto, tal y como lo retomó Rose-Paule Vinciguerra en la discusión. Laure Naveau precisó cómo inscribiéndose más en la lógica del ser que en la del tener, el analista sinthome apunta a obtener una incidencia en la elaboración del goce que realiza el propio analizante. Es el analista que se inscribe en el savoir y faire del analizante mismo.
Como habrán notado, fue una espléndida jornada de trabajo más, cuyos efectos de formación y de transferencia se harán sentir en la dinámica de nuestros campos freudianos.