Peter Blau es periodista en la ORF (Radiodifusión austríaca). Desde hace cinco años trabaja como voluntario en Purple Sheep, una asociación austríaca que alberga y defiende los derechos de quienes piden asilo. En las últimas semanas fue muy activo, ayudando de manera personal a los refugiados sirios a cruzar la frontera entre Hungría y Austria en su camino hacia Alemania. Blau tuvo la amabilidad de dar testimonio de esta acción para Lacan Cotidiano.
LQ: Usted está comprometido con la ayuda a los refugiados en Austria desde hace cinco años, sin embargo este problema tomó un nuevo giro en su país este verano.
Peter Blau: En efecto, este verano algo cambió. En Austria, hay un gran campo de refugiados en Traiskirchen, que es el primer lugar a donde deben ir quienes piden asilo. Este campo tiene una capacidad para 600 personas, pero en julio desbordaba. En algunos momentos se llegaron a contar 4.500 y hasta 5.000 personas. No era tan grave como en el campo de Röszke en Hungría, pero este tipo de cosas no deberían suceder en Austria. Los refugiados dormían en carpas o a la intemperie.
En ese momento estaba de vacaciones y me di cuenta que finalmente, aquello por lo que habíamos trabajado desde hacía cinco años había tomado consistencia, a saber una toma de conciencia pública sobre el problema de los refugiados. Una parte de la sociedad austríaca empezó a preocuparse por los refugiados con una solidaridad que no había imaginado jamás que fuera posible en Austria. El hecho de que cientos de personas intentaran ayudar a estas personas a tener una vida soportable en Traiskirchen es el único aspecto positivo de esta tragedia.
Cuando volví de las vacaciones, intenté ver qué podría hacer sin perturbar las estructuras que ya estaban funcionando. A decir verdad, quedé un poco paralizado, porque no sabía cuál era mi rol en esta nueva situación. La realidad del problema de los refugiados estaba ahora cerca, no era solo un fenómeno propio del mar mediterráneo. Golpeó súbitamente a nuestra puerta, del lado de la frontera húngara. Cuando llegó a Budapest, a sólo dos horas y media de Viena, supe lo que iba a hacer.
Partí hacia Hungría con mis dos hijos de veinticinco y veintiocho años. Subimos a los refugiados al auto y los trajimos a Viena haciéndolos cruzar la frontera, que todavía estaba cerrada. Era claramente ilegal hacerlo. Nos trasladamos principalmente a la noche, a través de pequeños caminos fronterizos, evitando las rutas principales, pues no sabíamos cómo reaccionaría la policía húngara e incluso la austríaca frente al hecho de que trasladábamos gente del otro lado de la frontera. Más tarde, después de la declaración de Angela Merkel que autorizaba a los sirios a entrar a Alemania, hubo una gran afluencia de emigrantes y las autoridades húngaras no fueron ya tan diligentes para detener los vehículos que conducían a los refugiados hacia Austria. Entonces se hizo más fácil y diez días después hice ese trayecto partiendo de Keleti, la estación de Budapest.
LQ: ¿Podría contarnos del encuentro con algún refugiado en particular?
PB: La experiencia más conmovedora sucedió la primera vez que llegué a la estación Keleti con provisiones para entregar. Me encontré con un joven hombre sirio, de 26 años, que hablaba fluidamente inglés. Le pedí que me indicara qué personas tenían urgencia de partir. El joven consintió, agregando que él también quería partir con nosotros. Sólo teníamos tres lugares para una familia pequeña, pero él volvió con una de cuatro personas diciéndonos: “Vamos, usted tiene suficiente lugar para nosotros cinco”. Le dijimos que podríamos llevar a cuatro, ya que viajar con cinco era muy arriesgado y no queríamos llamar la atención de la policía llevando muchas personas en cada vehículo. El joven cedió entonces su lugar con estas palabras: “Ok. Me quedo. Lleve a la familia, pero por favor, vuelva a buscarme”. Era muy noble de su parte. Quisimos ir a buscarlo al día siguiente, pero cuatro de mis amigos fueron detenidos en Budapest por conducir refugiados hacia la frontera, era demasiado peligroso salir nuevamente ese día. Me mantuve en contacto por teléfono móvil con el joven hombre, que continuó rogándome que fuera a buscarlo. Fue entonces que el gobierno húngaro decidió trasladar a los refugiados directamente en autobús desde la estación Keleti hasta la frontera. El joven tomó uno de esos autobuses y dos horas más tarde me llamó desde el norte de Alemania donde se encontraba. Debo ir próximamente a Alemania e intentaré contactarlo para encontrarnos pues respeto profundamente lo que él hizo. Me sentí mal de no poder llevarlo conmigo ese día y en alguna medida me siento responsable de lo que le suceda.
LQ: ¿Qué lo lleva a hacer esto?
PB: Una de las cosas más importantes que probablemente formó mi carácter es el hecho de haber crecido en países extranjeros. Soy alemán y llegué a Austria a los trece años. Durante mi infancia, cada tres años me trasladaba de un país a otro. Mi mundo siempre fue un todo, y no solo un país o una ciudad. Otra razón que me llevó a comprometerme está vinculada a mi vida privada, que era difícil. Hace cinco años me divorcié y mis hijos, ya grandes, se fueron de casa. La familia se desarmó entonces para mí. Había como un vacío en mi vida que debía ser llenado. En ese momento me encontré con la asociación Purple Sheep. Me pareció y me parece siempre que el nombre dado a esta asociación no es el más feliz, pero su acción era perfecta para mí. Su primer objetivo en ese momento era hacer aprobar una ley más receptiva para quienes pedían asilo. Creí que mi compromiso no duraría más que uno o dos años. Pero sucedió al revés, las leyes concernientes a la acogida de inmigrantes se volvieron cada vez más estrictas y severas, y nuestra asociación deberá sin duda continuar su acción para siempre. Ahora volví a casarme y mi mujer participa de esta actividad. El vacío pues, ha desaparecido, pero el trabajo se mantiene intacto.
LQ: Usted fue tocado por el gesto del joven sirio que dejó pasar a la familia antes que él. Por otro lado, usted sintió un vacío cuando su familia se desarmó. Hay allí una resonancia que signa la importancia que le da a la unidad de la familia. ¿Me equivoco?
PB: En efecto, los lazos familiares más próximos tuvieron siempre una gran importancia para mí. Siendo niño tenía un sueño recurrente respecto a mi propia familia por venir, constituida por una niña, un niño, mi mujer y yo. Esta familia de mis sueños era siempre feliz y tranquila, en oposición con la que había visto en casa de mis padres. Uno de los objetivos principales en la vida era hacer ese sueño realidad.
El fracaso sufrido en este aspecto me resultaba muy difícil, a pesar de haber mantenido siempre un lazo cercano y amoroso con mis hijos. Es posible que el deseo vivo de permanecer juntos, bajo cualquier circunstancia, manifestado por las familias de emigrantes me haya evocado eso. En dos oportunidades, esto nos condujo a hacer el viaje con seis o siete personas en nuestro automóvil, a pesar de mi reticencia. Las familias no querían repartirse en dos autos, el mío y el de mis amigos, incluso si les prometíamos seguirnos durante el viaje. Pero no estoy seguro que mi relación a la unidad familiar haya sido decisiva en mi respeto por el joven sirio. Al menos, no a nivel consciente... Él hubiera dejado su lugar a cualquiera, integrante o no de una familia, de todos modos me habría sentido profundamente emocionado y conmovido por su nobleza.
LQ: ¿Según su parecer, qué es lo que hace la diferencia entre la posición húngara y la de Polonia en relación a los refugiados, y también entre la actitud austríaca y la de Alemania?
PB: Esto tiene que ver con lo sucedido desde 1945. En Hungría, en Polonia e incluso en Austria, no existió lo que se llama un Vergangenheitsbewältigung, es decir, un trabajo de elaboración que permitiera asumir el pasado, asumir los actos cometidos por el Estado durante la segunda guerra mundial. Hace un año, fui a Polonia. Sabemos que, en su conjunto, el pueblo polaco no ayudó al pueblo judío entre 1940 y 1945, más bien al contrario. Pero hoy, el discurso que se sostiene en Polonia es: “¡Oh, qué es lo que los alemanes hicieron con nuestros judíos!”, pretendiendo hacer creer que el pueblo polaco hizo todo para ayudar a la población judía, lo que ciertamente no fue el caso. Los polacos no han trabajado de ningún modo su propia historia. Los húngaros tampoco. En cuanto a los austríacos, no lo hicieron del modo que lo hicieron los alemanes: ellos proclamaron siempre, por ejemplo, que Austria fue el primer país invadido por Alemania, etc. Pienso entonces que esto produce una gran diferencia entre cada uno de estos países, y que, por lo tanto, alguna parte enterrada profundamente en su alma, la de los alemanes y los austríacos, al menos los que son good thinking, saben lo que pasó hace setenta años y piensan que tales cosas no deben volver a suceder jamás. Sentimos una especie de culpa o al menos un impulso de mostrar que las cosas han cambiado, que ahora se puede hacer algo mejor y que debemos hacerlo saber al mundo.
Traducción: Alejandra Loray
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