La Orientación Lacaniana
Jacques-Alain Miller
Jacques-Alain Miller
TLN les ofrece, en este número extraordinario, el segundo curso de 2007-2008 de JAM, en la víspera de la primera gran cita con los Foros organizados por Le Nouvel Ane. JAM expone en una forma contagiosa, y con una elegancia y mucha gracia, él mima e interpreta, en el sentido de la interpretación escénica pasajes memorables. El público está encantado.
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Curso del 21 de Noviembre de 2007
En lugar de hacer curso, me decía que debería hacerme una entrevista. No me gustaba hasta ahora utilizar en francés esa palabra, esa palabra inglesa de interview. Ahora lo he hecho, es: inter-vit-ooh! (risas) ¡Hay algo de [vite] rápido! Una entrevista, introduce en el discurso lo que falta en el curso, a saber un elemento del azar, aleatorio, bajo la forma de una persona que le plantea preguntas que usted autoriza y que, lo fuerza a hablar. Evidentemente, vuestra presencia masiva, colectiva, juega ese papel, pero, para mí, ustedes forman una mirada impersonal, silenciosa, y hosca. Mientras que, una gentil entrevistadora, es ya algo completamente diferente.
El discurso del profesor. A alguien, una joven y brillante filósofa, que me hacía amonestaciones porque creía que yo le pedía interesarse en obras de una erudición minuciosa, le he dicho: “Yo, adoro la erudición minuciosa”. Ella me replicaba: “Una erudición minuciosa cortada del mundo”. Pero es justamente lo que adoro. Me consagro a los demonios de la actualidad, y luego lo que me relaja, lo que relaja mi órgano pensante, mis neuronas, mi cerebro, son las obras de erudición minuciosa, donde no tengo nada que hacer, precisamente porque ellas están cortadas del mundo. Y por otra parte, no tan completamente cortadas del mundo. Compré la semana pasada, una obra que se llama El poder de los medios [de comunicación] en el imperio romano (risas). Los significantes de hoy son, para los historiadores, retro-proyectados: estoy seguro de que es necesario que lea esa obra para guiarme en mis asuntos de hoy. Pero, de todos modos, añadía ella, que era mi auditora –de otra parte, tal vez ella esté aquí, no puedo saberlo- y me decía: “no es eso lo que he aprendido escuchándolo”. No parezco, pero también soy minucioso.
Incluso si hago esfuerzos, aquí tengo un discurso de profesor (¡Pfff! JAM resopla), y el profesor es siempre, si puedo decirlo, [pro fessée] pro nalgada. Él da la nalgada, reduce el otro al silencio. Ese modo de enunciación tiene sus leyes. Entonces, claro está, corrientemente ofrecemos una pequeña válvula de seguridad [soupape]: una vez que se ha hecho de Papa durante una hora y media, se abre una escotilla para que los sub-papas [sous-papes] (risas) puedan un poco abrirla. Para relajarse. No me gusta eso, no alcanzo a pasar del discurso pro nalgada a un discurso acariciador, si puedo decirlo así.
Mientras que, en la entre-vista, hay una intersubjetividad que me encanta. Me he dado cuenta de que yo soy entrevistado [interviewé] (risas). Eso no me ha pasado durante treinta años, ahora eso llega. Y evidentemente tengo la tendencia a moldearme a partir el otro, a partir del entrevistador. Pero es la misma cosa cuando yo hago entrevistas, es lo que hago ahora. Por ejemplo, he entrevistado esta artista que se llama Orlan, cuya cara tricéfala adorna un afiche que he visto a la entrada de este curso. La he entrevistado durante tres horas, el domingo en la noche en mi casa. Es una persona absolutamente encantadora y extremadamente dinámica, que se ha modificado ella misma por diversos implantes. Eso me inspiraba. Yo no podía hacerme implantar (risas), pero, como la he visto maquillarse para la foto, le he pedido, tal vez para estar más cómodo en la entrevista, que me dibujara un punto sobre la frente (risas). De este modo pensé que nos comunicaríamos mejor, con una empatía mayor. Bien. Es lo contrario del psicoanálisis, claro está –a pesar de que mi excelente colega Widlöcher, el querido Widlöcher, piensa que el psicoanálisis funciona con empatía. En lacaniano ortodoxo, no lo creo, pero en la entrevista, sí. En mi consultorio analizo, en mi salón empatizo (risas).
Era tanto más simpático –comienzo por allí, porque esto me hacía pensar, justamente –que era para un periódico, que se llama Charlie Hebdo, que me había delegado una free-lance como se dice, una amazona. Oh, puedo decir su nombre porque verdaderamente va a aparecer en el periódico, es una rubia de ojos azules que se llama Helene Fresnel, y resultó ser la bisnieta de Augustín Fresnel, el físico- es por lo menos un reencuentro. Y bien, que se llama Fresnel, ella no me frenó para nada, al contrario, me invitó a soltar los frenos. Entonces la recibí durante dos horas y media; ella me ha prometido que me daría una copia de la grabación. Me dije entonces que podría, en lugar de mi curso, poner en marcha un aparato, escucharíamos eso juntos. Porque lo que ustedes encontrarán sin duda en el periódico –que no estaba en el kiosco esta mañana, he bajado a comprarlo- no será más que una pequeña píldora de esa entrevista.
Eso no funcionaría si me hiciera entrevistar por, no se, un estudiante del Departamento de psicoanálisis, que intentaría ser muy serio. Mientras que ella, no intentaba ser seria. Por ejemplo, suelto en un momento: “la realidad es una buena chica”. Ella me dice “¿qué es una buena chica?” (risas) Entonces he debido reflexionar –en fin, ¡reflexionar!-, he debido responder lo que es una buena chica. Justamente, las buenas chicas regularmente no hacen pensar (risas), son las malas que hacen pensar. Entonces, he debido, en la marcha, responder que una buena chica, es una chica que se deja hacer –pero que se deja hacer sólo lo que le place. ¿Eso me parece muy bien, ha? Como definición de la buena chica.
Entonces, esta entrevista me ha hecho aún pensar de otro lado, que Helene Fresnel me ha gentilmente transmitido la presentación que ella quería hacer de mí en el periódico, presentación que me ha dejado pensativo (risas). Les leo la frase: Filósofo, psicoanalista, normalista, viejo alumno de Althusser, Jacques-Alain Miller es, a los 63 años (risas) –tengo que leerlo para poderlo creer- (risas), el guardián del templo de los Escritos de Jacques Lacan (risas) con cuya hija, Judith, se ha casado.
Le he dicho: ¿Podríamos cambiar un poco esto? (carcajadas) Me casé con la hija, Judith, es indiscutible, pero ¿soy el guardián del templo? Encuentro que eso no refleja lo que soy. Ella me dice: ¡Ah si! pero de todos modos (risas). ¿Qué quiere usted que yo haga? Le he dicho: “¿Usted insiste en decir que tengo 63 años?” (risas) Y bien, ella insistía.
Le he dicho: “Usted dice viejo alumno de Althusser, no lo reniego, pero, si usted quiere mi opinión al respecto, me considero hoy ante todo como alumno de Cangilhem, para quien he hecho mi memoria de Filo[sofía]. He seguido su seminario en el Instituto de historia de las ciencias en la rue du Four. Y después, me considero, en segunda línea, alumno de Foucault, con quien hice exploraciones en las bibliotecas. Y en seguida, en tercera línea, frecuenté mucho a Derrida desde que lo descubrí en una pequeña sala en la Sorbona en 1962. Y, en cuarta línea, de acuerdo, Althusser”. Ella tiene su idea, Helene Fresnel, no se de donde la ha sacado, que yo soy ante todo viejo alumno de Althusser. “Filósofo antes que Psicoanalista, le he dicho, ¿cree usted que es justo?” Y bien, es la idea que ella tiene. Creo que ella jamás me haya escuchado aquí, ni leído, pero tiene esa idea y entonces soy filósofo, coma, psicoanalista.
Entonces me dije: Y bien, si, voy a hacer filosofía. Es cierto que mis referencias más familiares son filosóficas, y que he leído más filosofía que psicoanálisis. Lacan, de otra parte, tenía el psicoanálisis como esparcido por una literatura...(Amid aporta un ejemplar de Charlie Hebdo que JAM ha hojeado inmediatamente). ¡Ah!, gracias. Ha aparecido hoy. ¡Ah, si! Y bien, es muy gentil “Consideraciones recogidas por Helene Fresnel”. ¡Oh! Han hecho ilustrar esto por un dibujante que me gusta mucho. Se ve alguien en una oficina que dice “Aló, ¿la policía? ¡Tengo un colega que pretende no ser depresivo!” (carcajadas) ¡Ah! al menos ya está pasando a la opinión pública. Hay otro dibujo donde se ve a alguien verdoso tendido en un diván, y el psicoanalista le dice: “¿Y cuando comenzaron sus problemas?” El otro responde: “Cuando he leído la campaña publicitaria para la depresión” (risas de JAM y del público). Aquí está: “filósofo, psicoanalista, es el responsable –¡Ah!, ella ha quitado Guardián del templo (risas)-, él es responsable de la publicación de los Seminarios de Lacan” ¡Ah! esta bien, eso, bueno, y bien voy a leerlo, Gracias Amid, ¿dónde lo encontró? ¡Es Agnes Aflalo! claro está. Gracias Agnes, gracias Amid.
Entonces, me aprestaba, este año, a hacer filosofía, al menos para comenzar, Lacan tenía la literatura psicoanalítica por una literatura delirante. He leído los clásicos del psicoanálisis, e incluso en una época, cuando me aplicaba, al principio de los años 70, he hecho algunos seminarios donde, en efecto trabajaba los grandes artículos –que de otro lado, no han sido jamás reunidos, al menos en francés, es aún una cosa que podría hacer-, los grandes artículos clásicos y sólidos de la tradición psicoanalítica. He publicado, y hecho traducir un cierto número en Ornicar? Pero, en fin, en cantidad, si se trata de cuantificar, he leído mucho menos psicoanálisis que filosofía e historia de las ciencias.
Esto quiere decir, que no creo que se pueda ser lacaniano y filósofo. Lacan pensaba y ha escrito que hay un error en la base de la filosofía, sin tal vez explicitarlo completamente. Podremos, este año, intentar enunciar, lo más precisamente posible, cuál es ese error. No se puede ser, en mi opinión, lacaniano y filósofo- filósofos, algunos lo son profesionalmente, pero, cuando son lacanianos, eso tiene la tendencia a hacerlos inclinar de otro lado. Creo que es una contradicción en los términos, volveremos sobre esto.
Esto no impide que la palabra que he recordado la última vez, el enunciado de Nietzsche, El desierto crece- en el sentido del crecimiento, no en el sentido de la creencia [croît]-, esta palabra, que he subrayado recientemente porque es especialmente fijada por Heidegger en su libro, en su curso, ¿Qué significa pensar?, este enunciado, me doy cuenta de que me ha acompañado desde que lo he leído. Si la frase de Sollers, Todo es para lo mejor en el peor de los mundos posibles, me ha gustado tanto, es porque es un eco, una versión de esta frase, una versión irónicamente leibniziana. Entonces, ¿cuando he leído esta frase? El curso de Heidegger fechado en los comienzos de los años 50, fue publicado en francés, lo he verificado, en 1959, pienso que lo he leído en los años 1962-1963, donde en efecto me volví normalista [se refiere a la Escuela Normal Superior]. No tenía más entretenimiento que estudiar para mi preparatorio [dicho en argot], a pesar de que, los seis primeros meses, había continuado distrayéndome, es en los tres primeros meses antes del concurso que en efecto se comienza a sentir una cierta presión que no es favorable para el pensamiento independiente. Entonces eso remonta a muy lejos. No hago el cálculo porque se vería que tengo 63 años (risas). Pero, en fin, los tengo, se me dice que los tengo, y los tengo en mi calendario. No los tengo en mi cabeza –no voy a dejarme sugestionar por las cifras, estoy contra el fanatismo de las cifras (risas). Es, además, una cosa que he enunciado delante del Doctor Lacan, en la mesa, en familia –me he casado con su hija, como se sabe- y he dicho: “yo, en mi cabeza, siempre tengo 17 años”. Y entonces cada uno ha dicho la edad que tenía en la cabeza. Incluso el Doctor Lacan. ¿Quieren saber que edad ha dicho que tenía en su cabeza? Si. Ha dicho “Yo tengo siempre 5 años” (risas). ¡Y era verdad! Es precisamente antes del Edipo, o, en todo caso, antes de la declinación del Edipo en que se instala el llamado superyó prohibitivo. El Doctor Lacan, cuando quería algo, lo quería ¡inmediatamente! Y vociferaba para tenerlo.
Me es ahora más fácil que antes contar anécdotas sobre el Doctor Lacan. Me he preguntado por qué, y me digo que es tal vez porque 63 años es la edad exacta que tenía el Doctor Lacan cuando lo encontré. Lo encontré el 15 de enero de 1964, cuando lo vi subir a la tribuna en la sala Dussane en la Escuela Normal para pronunciar esa lección que más tarde titulé “la Excomunicación”. Él tenía 63 palos [dicho en argot gitano]. Por eso me conmueve ver la cifra 63, porque me he dicho: “Y bien, tengo la misma edad que él, en la época en que yo tenía 20 años, me parecía venerable”. Bueno, no he terminado de meditar sobre ese colapso temporal. Ella me entrevistó el sábado en la mañana, me envió su presentación el sábado en la noche, entonces no me hice a mis 63 años sino después de ese momento (risas), Eso va a continuar. Debo hacer aún un esfuerzo para demostrar que tengo siempre 17 años.
Entonces, me he dado cuenta de que después de 1962 tenía peso para mí ese poema en reducción que se enuncia El desierto crece. Es un poema, pero es también un diagnóstico de una época: vamos a ver la desertificación, la devastación, el estrago. Es, si se quiere elevar a la potencia, una protesta romántica. Es eso que nos permite hoy, si puedo emplear un lenguaje marxista, o sindicalista, la unidad de acción con los humanistas: el hombre contra la cifra. De nuestra parte, es oportunista, porque, en lo concerniente al hombre, si no somos limpiados de humanismo después de pasar por Lacan (risas), nada lo hará. Pero hay ambigüedades útiles, y, allí hay una ambigüedad evidentemente útil. No podemos comprender y admitir el sentido profundo de la protesta humanista –en ciertos límites que serán por otra parte a precisar.
Entonces, no es solamente El desierto crece que me ha marcado, como se dice, es esa obra de Heidegger y la noción, el sentimiento, la construcción, que da sobre la cuestión del pensamiento.
Ustedes tienen razón, para mí el pensamiento tiene un peso especial, como lo tiene para el sujeto obsesivo, que ha tenido la experiencia de la consistencia, de la inercia, del retorno de los pensamientos. Para un tal sujeto, un pensamiento, no es una estrella fugaz, no es plástico [light], eso se presenta con una densidad especial. Y es con ese material, el sujeto obsesivo, que tenemos a la vez lo que se llama pensadores, lógicos, y también burócratas. Es una cierta raza de personas. Cuando no hay nada para combatir eso, no es muy intersubjetivo, un obsesivo. La histeria, sí. Cuando él se deja ir por su tendencia, el obsesivo, es más bien intrasubjetivo. Pero en fin, Freud precisa, concerniendo la neurosis, como ustedes saben, que es de todos modos la histeria la que es el núcleo del asunto, y he tenido la suerte de disponer de un cierto quantum de histeria, si puedo decirlo, que me he aplicado a aumentar con el paso del tiempo, lo que hace que puedo conversar con jóvenes periodistas free-lance (risas) de igual a igual –finalmente, espero. Estoy verdaderamente contento de que hayan quitado lo de guardián del templo, eso me alivia.
¿Qué llamamos pensar? es una cuestión filosófica, pero que tiene un eco clínico –me dirijo aquí a todos los obsesivos que me escuchan (risas).
Con ese propósito, porque hago filosofía, y entonces me he autorizado a hacer más que nunca de profesor, hay algo que es preciso leer si se hacen estudios de filosofía –algunos aquí lo sé, se dedican a eso-, algo muy simple, muy construido, con lo cual se pueden hacer disertaciones hasta la agregación, ¿ah?
Cuando era candidato a la agregación, creía haber estudiado minuciosamente el perfil del jurado, para convencerlo. No les estudié suficientemente, les di demasiada confianza. En lo que se llama, la gran lección en la que hay que disertar durante una hora sobre un tema que se ha preparado en 7, lo cual es muy extenso, saqué al azar el tema de la jerarquía, y por dármelas de astuto, despaché en un cuarto de hora los tópicos sobre la jerarquía en Platón o Augusto Comte, y bla,bla,bla, para dedicar media hora a la jerarquía de los tipos en Bertrand Russel. Estaba muy orgulloso de mí, como Artaban. Derrida, quien tenía los ecos del jurado –siendo un gran filósofo, al mismo tiempo era un tutor muy atento de sus normalistas-, me hizo una llamada telefónica. Le he dicho: entonces, ¿los engañé? y él me respondió ¡ verdaderamente, no! (risas) no sabían de qué se trataba (risas). Hoy creo que deben estar en la cola, pero en fin, en la época la lógica matemática, incluso un tópico como la teoría de los tipos, eso aparentemente pasaba sobre las cabezas del jurado, fue sin duda necesaria toda la voluntad de Cangilhem, que me apreciaba, para que obtuviera la agregación con honores. Pero en fin, sólo obtuve 14 en mi gran lección, y no 18- era algo amargo, aún lo recuerdo.
Entonces, no puedo decirles, que lo que les aconseje convenga a vuestro jurado –estudie su perfil-, pero es un fragmento extremadamente sólido, y muy lacaniano. Es –lo cito de memoria porque está perdido en mi biblioteca- un capítulo de la tesis de Deleuze, Diferencia y repetición, aparecido en PUF [Prensa Universitaria de Francia] si recuerdo bien. Debe haber cuatro o cinco capítulos en el libro, y hay uno que se llama “La imagen del pensamiento”, que hace referencia, entre otras cosas, a ¿qué significa pensar? Deleuze no quería a Heidegger, hace una sátira para morirse de la risa de la que les hablaré después, pero allí, no se había aún soltado contra él, y hace un comentario verdaderamente pertinente de ese libro. Recomiendo el pasaje a todos los aspirantes a filósofos.
Si mi recuerdo está bien, opone dos imágenes del pensamiento –Procede por una antítesis de profesor, pero muy eficaz.
De un lado, la imagen número 1, la imagen contemplativa del pensamiento –lo llama así y verificaremos como es en el texto-, una imagen serena, una imagen que es del orden del reconocimiento. Se reconoce lo que hay. ¡Ah, miren a Sócrates, ¡Buenos días Sócrates! (JAM mima darse la mano con Sócrates, risas): Se ha reconocido a Sócrates. Sócrates está aquí en el mundo, ustedes tienen la imagen mental, y en todo caso pueden decir: Es Sócrates. Sócrates responde: That´s me –en fin, en griego. Eso, es el pensamiento tranquilo, es el pensamiento en tanto que doble de la realidad, en tanto que esposo de la realidad, y donde es su ideal de –para decirlo en inglés –to fit. De casarse con la forma del mundo. Es hecho a la medida.
Es también el pensamiento en tanto que hecho de encadenamientos. No de desencadenamientos, sino de encadenamientos. Usted tiene un pensamiento, y luego, lógicamente, usted pasa al pensamiento siguiente, cuando usted está en ese pensamiento siguiente usted pasa al contiguo. Y eso se encadena, no hay dispersión, no hay contradicción, usted deduce en su pensamiento. Hay allí entonces una misma imagen del pensamiento, que sea un doble, o que sea un encadenamiento deductivo.
También puede ser articulador: aquí se tiene un pensamiento, allá se tiene otro, usted busca el pensamiento que los une, y que permite articularlos. Esto pasará entonces muy bien entre A y B: “B, ¿está usted de acuerdo para estar con A? –Sí, señor C.” Y he aquí [el pensamiento articulatorio].
También se tiene el orden dialéctico. En clase de preparatoria tenía un profesor que era alumno querido de Alain, aquel que ha hecho la edición de sus Consideraciones en la Pleidae, Maurice Savin, que no sabía absolutamente nada de filosofía. Pero que sabía de Alain. Era un tipo para morirse de la risa. El día en que intentó explicar Hegel, se puso en el fondo del salón de clase, y dijo “Yo soy la tesis”, corrió hasta su escritorio (JAM camina con un paso decidido desde el tablero hasta el pupitre, risas). Luego, ha hecho de antítesis (JAM se contorsiona jugando con los codos, risas). Y después, hizo de síntesis. De este modo (JAM abre los brazos como un paracaídas, risas). Eso me ha quedado, bien (risas). Eso también, está en la imagen número uno del pensamiento, si ustedes quieren.
Y entonces, hay lo que Deleuze opone a lo que ha agrupado en este paréntesis, que esbozo, porque no pensé antes con tiempo suficiente para ir al texto- es de memoria, y por tanto, estos ejemplos no están en Deleuze, es la noción de lo que es. De otro lado, hay otra cosa, que es del orden del forzamiento, es decir: están las cosas que fuerzan a pensar.
Deleuze las encontró, por ejemplo, en el Parménides. En un momento, hay paradoja, y ustedes no saben cómo salir, no saben qué pensar, y esto, los fuerza a pensar. Precisamente porque usted fracasa. Allí, no se trata más de imágenes de orden, de conciliación, y de recognición. Deleuze no dice reconocimiento, él dice recognición para el “Buen día Sócrates”, se reconoce la cosa. Mientras que, del otro lado, se presenta justamente algo que no se parece a nada, que no se puede reconocer, y que en consecuencia juega el papel de causa (JAM aplaude una vez), en el sentido de Lacan, de causa del pensamiento.
Es por esta razón que considero que la construcción de Deleuze –y no solamente está en su tesis- es la prolongación de Lacan. Cuando se haga la historia de las ideas de ese período, se va a percibir que hay más, no guardianes del templo –no hay sino uno solo, o, ahora, ya no hay ninguno (risas)-, sino que hay más de un heredero del pensamiento de Lacan. Por ejemplo, en el libro de Roland Barthes –¡Ah si! también fui alumno de Roland Barthes, que contó mucho para mí-, su libro sobre la fotografía, la oposición entre el studium y el punctum proviene directamente de la oposición homeóstasis y repetición, el ojo y la mirada, en una proyección de Lacan en una taxonomía de las teorías filosóficas del pensamiento.
Entonces, en número 2, Deleuze captura lo que funciona como causa pequeña a del pensamiento, y que está siempre ligada a un fracaso, un desgarramiento de la imagen contemplativa, serena, del pensamiento.
Heidegger, quien también ha contado mucho para mí- me ha incluso atado mucho- por lo que dice de la edición. Él no habla únicamente del Ser, habla de la edición y de la prensa. Hay una observación suya que me ha llamado mucho la atención en esa época, que está en los Holzwege, los [Caminos del bosque o Sendas perdidas], Caminos que no llevan a ninguna parte, como se ha traducido al francés. Eso, es el lado campesino souabo que es tan gracioso en Heidegger, jamás lo hubiera creído, y Deleuze se burla de esto de manera muy jocosa, pero en fin, es el ambiente del mundo de Heidegger. Heidegger no está en los aeropuertos internacionales, eso no es el jet-set, es el camino en la selva Suaba (JAM se pasea con paso lento y pesado, risas), el caminante que talla su camino, y después en un momento dado se detiene, entra en su casa, donde encuentra a Bobonne [juego de palabras entre su tonta mujer y su sirvienta] “mi fiel compañera”, como se dice, no demasiado fiel, ¡según las últimas noticias! Salvo que ella no se fue como Cecilia [Sarkosi] (risas), pero bueno. No es el camino que lleva a algún lado, la autopista, por la que “queremos ir a algún lado”, al contrario, el camino que cuenta verdaderamente, es aquel que no lleva a un lugar, sino aquel donde uno se abre su camino por sí-mismo con su hacha- no es la vía romana, [la calle real], no está adoquinada, enlosada, pavimentada, etc., no- donde uno siente, al final del día, el peso de la fatiga, y entra at home. Pero no para mirar una emisión imbécil en la televisión o escuchar los chistes de Gerard Miller (risas). Entonces, ¿qué se hace de noche, en esta concepción? El campesino suabo, supongo que come un poco- pero de eso, no se escucha hablar a Heidegger. Él mira ponerse el sol. Y se dice -¿qué se dice? ¿Es que puede incluso decirse: “el sol saldrá mañana”? ¡pfft!- el dice: “Eso es”. He aquí a Heidegger en toda su atmósfera.
Esto dice, Heidegger ha dado en los Holzwege desarrollos sensacionales sobre Descartes, en tanto que el cogito ergo sum prescribirá los datos fundamentales de nuestro desierto. Porque es Descartes quien ha formulado que se tratará de volverse amo y poseedor de la naturaleza. Se ve el resultado. Es un programa, el de la dominación de la naturaleza por lo simbólico, que evidentemente es un programa de recorte calculado, de destrucción. Y cuyos sub-productos son los problemas del entorno, entonces los Verdes, etc., entonces el pensamiento mayor es organizar los embotellamientos en las calles de París para asquear a las personas de tomar sus autos, es decir, que utilizan los métodos comportamentales. Los Verdes son comportamentales. Es lo que he dicho en el Charlie Hebdo, pero no lo conservaron, creo (risas). Bueno, ¿dónde estaba?
En el capítulo de los Holzwege que muestra cómo el desierto contemporáneo ya está prescrito por el cógito cartesiano, hay una pequeña anotación de pasada, que me ha impresionado enormemente en la época en que editaba los Cahiers por l’analyse. Decía en resumen: En el fondo, hoy, no hay más autor. Él dice eso muy temprano. Lo dice en los años 50, ve lo que se produce, hubiera podido decir lo mismo antes de la guerra. Tuvo una pequeña ausencia durante la guerra, de acuerdo, no vio lo que se producía delante de sus narices, gran falta, error grosero, bueno, pero eso no le resta nada de pertinencia a su diagnóstico, de otro lado, me excuso. Se nos recomienda todos los días de no leer a Heidegger, nos lo recomiendan por las peores razones, claro está, porque es una crítica muy exacerbada del mundo de la cuantificación, que criticamos nosotros mismos. Y entonces, en un pequeño pasaje dice: No hay más autor, ahora el amo del proceso de la escritura es el editor. Él gobierna. Gobierna los textos, gobierna los libros (JAM aplaude), nos hacen colecciones, se les completa, entonces estamos ya en un mundo sin verdadero autor. Eso me ha parecido profundamente pertinente, y eso ha frenado en seco en mí, lo que sentía como talento por el oficio de editor. Siempre tuve más ideas de las que lograba realizar, hubiera podido encargar muchas obras a otros y estimularlos a realizarlas, pero esa frase de Heidegger fue para mí como una barrera moral. Me doy cuenta en el momento en el cual, de cierta manera, la he franqueado, porque voy a trasformarme, al menos durante un tiempo, en director de una colección, en director de un periódico, y donde voy a ser llevado, ya lo estoy, a encargar textos. Lo hago porque es preciso hacerlo en las actuales circunstancias. Se bien, de qué participo haciendo esto. Participo del desierto. Pero, en fin, trato de remover algo.
Sobre el periodismo, en ¿qué significa pensar? Heidegger critica las comparaciones hechas en la vida de las civilizaciones –no Spengler, que es de 1917, sino más bien (...) – y lo dice: La imagen matriz de donde, procede sin decirlo, el estilo predigerido que es hoy, el de toca-todo-histórico-universal, es la revista ilustrada- Soy yo quien hace el Nouvel Âne (risas)- que es justamente una revista ilustrada, y toca-todo-histórico-universal, es exactamente mi proyecto.
¿Cómo he llegado allí? (risas) ¿Cómo he llegado a darle al lacanismo una salida en una revista ilustrada? Me he planteado la cuestión seriamente. Cuando actúo no me hago ninguna pregunta, estoy en lo que hago. Cuando preparo el curso o estoy desbordado, me planteo preguntas: ¿qué hago? ¿Por qué hago esto? ¿Por qué es que mi acción dice que es bien hacerlo? Llevo, en efecto, bastante mundo conmigo (risas).
¿Por qué? Tengo la respuesta. Heidegger no es mi único maestro. Está Hegel también. Tal como Lacan lo tenía por maestro. Quiero, siempre he querido que la enseñanza, es decir, el pensamiento de Lacan, pese, pese en lo que Hegel llamaba con una palabra que es también freudiana: la Wirklichkeit- la realidad efectiva.
Hay pensamientos que pasan a la Wirklichkeit. Hay otros que la han acariciado, sin hacerle nada. Hay pensamientos que han guardado para sí- que han guardado para sí y para su analista cuando se está en análisis y que se es honesto, lo que no siempre es el caso. He sabido cosas en algunas ocasiones que tales analizantes se lo habían guardado bien, ¡durante tres años!, porque a pedido de sus amigos, de decirme algo, que podría sin duda hacerme sufrir (risas); se ocultaba un pequeño secreto de grupo que era mejor dejar de lado. Es un embrollo en un análisis. Es ciertamente mi error que él haya podido pensar que la pasión institucional era tanta en mí que, si disponía de esa información confidencial, hubiera actuado en el mundo para aplastar sus proyectos fantasmagóricos. Pero, en fin, bueno. Entonces, normalmente, hay pensamientos que se han guardado para sí y que se comparten con su analista –¡se debe compartir todo con su analista! (risas), Se comparte con él una parte de su fortuna (risas), se comparte con él una parte de su vida, y, en el orden del pensamiento, se debe compartir todo. Incluso cuando él no está allí, se comparte. Es un espectro, el analista, presente en los pensamientos del analizante, piénselo o no.
Es por lo cual, cuando se es analista, se siente como una intrusión esa gran voz que se hace escuchar en Francia y que dice: Usted está triste, usted está achacoso, es una enfermedad. Se ve bien que ella está en una competencia con el analista. Todos los medios del Estado-que el Estado esté o no al corriente- han estado puestos al servicio de una voz que se insinúa en las profundidades, en el subsuelo del pensamiento, para decir: Interpreta eso como una enfermedad. Entonces, evidentemente, el analista se encuentra pequeño al lado de esa enorme voz (risas), no hay razón para soportar eso, él se haya dispuesto a quebrarlo todo (risas). Es de legítima defensa (JAM golpea con un puño la mesa). Es una legítima defensa de la esfera privada, una legítima defensa psicoanalítica, una legítima defensa ciudadana.
Cuando he debido ir a Milán recientemente para conversar con algunos colegas, he almorzado con alguien en un restaurante de la Galería Víctor Emmanuel –cerca del Domo, todos los que han pasado por Milán lo conocen-, hablaba en francés con una persona italiana que estaba conmigo, y una dama en la mesa de al lado, reparándonos como extranjeros, se nos dirigió en inglés (risas), una americana que se rebanaba los sesos para saber cuánto se debía dejar de propina. La conversación se inicia –no invento nada, ¡ah!- resulta que ella es una abogada de Washington, le he dicho: “¡Ah, eso, los abogados, los hay por toneladas allá...”, poco a poco fuimos tejiendo la conversación y le he dicho que yo era analista, y que allí estaba muy ocupado por la campaña depresión que comenzaba entre nosotros, pero que claro está, en Estados Unidos era conocida desde 1991. Y esta dama me ha dicho: “¡No me hable de eso! Es un verdadero atentado a la privacy". Es lo que nos aferramos a defender cuando hablo de quebrarlo todo.
Hay que creerlo: tenemos una buena oportunidad de ganar. Evidentemente, nuestra voz es más débil. Pero tomamos el ejemplo del éxito público considerable que ha obtenido una posición más débil que la nuestra, la del cognitivismo.
Las personas se imaginan que el Nouvel Âne iguala la Campaña depresión. Recibo artículos de personas que fueron un poco lentas al principio y que me envían textos sobre la depresión. No vamos a estacionarnos indefinidamente en la depresión, es deprimente (risas). Vamos a continuar sobre la depresión en la investigación científica, vamos a hacer un gran coloquio que se llama: “Depre, Depresión”, al final de Enero –podré confirmarles la fecha y decirles el lugar-, vamos a publicar las Actas del coloquio, con los textos complementarios –entonces, es muy legítimo escribirlo-, en la colección del Campo freudiano en las ediciones Seuil. Pero, en nuestro órgano de combate que es ese Nouvel Âne, no podemos hacerlo más.
El cognitivismo, eso ocupa un lugar increíble. Se ha vuelto una Vulgata para los poderes públicos, e incluso para el común de las personas. Nosotros tomamos posición frente al excesivo recurso a la farmacia: y bien, sus primeros aliados son cognitivos. Cogne-tivistas [golpea-tivos]: han tenido el arte de golpear (risas).
Porque para mí, la psicología, ya que evoqué 1962, la he conocido, en la Sorbona, al inicio de los años 60. En la época, la Sorbona era la Universidad de París, no estaba multiplicada y diversificada como hoy, ¡Ah! (JAM da un golpe en la mesa). En la verdadera Sorbona, la psicología era una disciplina despreciada, que se pegaba a los muros. Era un divertimento reciente de la filosofía. Habían obtenido la autonomía como psicología, y los filósofos que se dirigían hacia ella eran considerados como degenerados, claudicantes, se consideraba que ellos se vendían, se degradaban.
Tal vez ustedes recuerden el artículo histórico de Georges Cangilhem sobre la psicología, que de otra parte, inmediatamente hice los Cahiers pour l’analyse, lo he publicado de primero. Eran, por lo tanto, sus viejos alumnos los que ocupaban los nuevos laboratorios de psicología, y Canguilhem iba con la ametralladora, la que había llevado durante la Resistencia. Es un artículo que Lacan ha leído en los Cahiers pour l’analyse, y que le ha inspirado un comentario elogioso, donde evoca el desliz sensacional de la psicología, del Panteón a la prefectura de Policía –está en los Escritos, el último texto, “la ciencia y la verdad”.
Esa psicología despreciada, me ha interesado. No veía por qué debía obedecer a una jerarquía. Hice psicología social- sobre todo la psicología social-, me divertía mucho, por ejemplo, Moreno. Entonces, yo no compartía ese desprecio. Pero, en fin, era su estatuto, digo algo objetivo.
Y henos aquí, ¡reestablecimiento sensacional! Esa psicología entonces miserable, odiada, impresentable, no recibida en los salones de la filosofía: No, usted no,¡ fuera! (JAM hace un gesto de desprendimiento, risas) ustedes saben, como en los restaurantes chic´s. Se ve eso en las películas americanas con Charles Chaplin que es sacado por el portero elegante, etc. Era así, la psicología. La psicología, entonces, se iba, así (JAM parte cabizbajo), y luego vuelve así (JAM vuelve con la cabeza en alto, risas), la última moda, dirá Mallarmé, tendencia: “Somos ahora una disciplina científica, y no solamente, una disciplina dura, una ciencia dura, Señoras y Señores. Antes éramos una disciplina blanda, ahora somos una ciencia dura (JAM se aconcha e infla el torso alternadamente, risas). ¿Y con quién tratamos nosotros? Con los neuro-cientistas, los quimistas, los biologisistas, los fisicalistas. No invento nada. No se si voy a tener el tiempo de detallarles esto, pero no invento nada. Mi psicología, es como la Cenicienta, estaba allí para hacer la limpieza (risas), encontró un Príncipe Encantado (risas), que no he aún identificado absolutamente, se volvió la Princesa, y ahora no se oye sino hablar de ella. Y esta buscona, dotada de un increíble coraje, de un aplomo infernal, hay que reconocerlo, tiene seducidos a los poderes públicos.
Adoro esa expresión, los poderes públicos, pero en fin, allí, hay que ser nominalistas, cuando se les lanza un significante grueso así, como un zeppelín, los poderes públicos, hay que utilizar la navaja de Occam. Es una abstracción, ¿qué hay allí debajo? Debajo, hay, en general, una tal burocracia, detrás del escritorio N320 (JAM se sienta detrás del escritorio), y luego hay otros, un poco por todas partes, que tienen secretarias, que tienen computadoras, que a veces buscan algo que hacer (risas). Y cuando ellos ven llegar una bella muchacha así, vestida a la última moda, le dicen “¡Pero, inmediatamente, vas a ver como voy a descubrirte las leyes del espíritu! y con ellas tu irás mucho mejor. Y todos nuestros compatriotas contigo- y bien, se lanzan sobre la ocasión. La psicología ha seducido metódicamente los poderes públicos.
¿Dónde estábamos nosotros durante ese tiempo? Me lo pregunto. Sé al menos desde cuando me lo pregunto: me lo pregunto después del jueves en la noche, cuando entrevisté, durante tres horas, al biólogo Jean-Didier Vincent, que acaba de publicar su Viaje extraordinario al centro del cerebro. Es ante todo, entre paréntesis, un viaje extraordinario al centro del cerebro de él (risas), un cerebro muy divertido, no se aburre uno ni un segundo con él, es especial. Para introducir reflexiones sobre el inconsciente de Freud, él comienza por explicar su viaje a Viena, con una amorosa compañía (risas), para contar uno de sus sueños. Se le puede reprochar muchas cosas, pero he aquí a alguien que no se obliga a mostrar los signos convenidos de la cientificidad. Es también alguien que, de paso, habla del genio de Freud y del de Lacan –pero es para que no se le vaya a buscar camorra. Lo que es extraordinario, es que al final, cuando le he dicho: Antes de la publicación le mostraré lo que habré hecho, él me respondió: No, déme la sorpresa (risas). Dado que solté algunas bombas, es necesario que mida exactamente lo que podrá soportar de las sorpresas que él aporta (risas).
Él dice muy precisamente: “¿por qué es que ustedes, los analistas –yo, no era analista en esa época, entonces no tengo nada que reprocharme (risas)-, por qué ustedes los analistas, cuando el cognitivismo ha comenzado a crecer, no intervinieron, por qué ustedes no dijeron lo que tenían que decir? Y Sartre tampoco lo dijo, y Foucault no lo dijo suficientemente”. Me he dicho: Él no está equivocado, tomamos eso como una broma.
Así, en Ornicar? Hicimos una entrevista a Jean-Pierre Changeaux, quien no es cognitivo, sino biólogo, pero en fin que ha hecho, un poco más tarde, el atajo a los cognitivos. Hicimos esa entrevista porque Eric Laurent conocía a alguien que trabajaba en el equipo de Changeaux, y eso le dio la idea de que podíamos invitarlo, y lo hicimos, y lo entrevistamos varios. Fui a llevarle el manuscrito editado al laboratorio del Instituto Pasteur, fue hacia 1984-1985, algo así, él encontró eso muy bien, y le he dicho: “tengo un título que quisiera ponerle si usted está de acuerdo, es el hombre neuronal”. Me dijo “es un bello título”. Y luego la editora Odile Jacob a leído esto en Ornicar? Y, conformemente al proceso heideggeriano, le ha encargado un libro titulado El Hombre neuronal, que fue un betseller histórico, y Changeaux muy gentilmente menciona que soy el inventor del título. Aparentemente me tuvo aprecio durante un tiempo, porque, cuando él tenía necesidad de un sparring partner para hacerle objeciones en una conferencia, me invitaba. Hicimos un dúo así en la Fundación Saint Simon, donde los intelectuales tenían la ocasión de encontrar los grandes nombres del mundo de los negocios. Fui porque estaba Changeaux. Después, me enviaron un cheque con una gruesa suma por mi tiempo, y verán como soy: no lo cobré. Porque no quería tocar un dinero que venía de esa fuente.
Entonces, Jean-Didier Vincent, como yo le reprochaba de no haberse opuesto suficientemente al cognitivismo, me ha dicho ¿¡Y usted! Es usted el que ha hecho famoso a Changeux? (risas). Si, es cierto que hay algo que yo no vi. Me he detenido en ello, encontraba a Changeux extremadamente simpático, y de otra parte, es aún el caso. Jean-Didier Vincent me ha dicho: “Oh, si usted lo aprecia así, es porque usted lo lanzó”. Y le he respondido: “Si, debe ser como El viaje del Señor Perrichón (risas)”. Usted sabe que el señor Perrichón no ama a su salvador sino a aquel que él mismo ha salvado. Su hija tiene dos pretendientes, hay uno que piensa conquistarla salvando al señor Perrichón de un mal paso, mientras que el otro, más astuto, se pone en un mal paso, y es el señor Perrichón que lo salva, y entonces, cada vez que lo ve, el señor Perrichón se siente un héroe (risas).
Estoy muy decidido a que esto no recomience. Eso va a servir, una empresa como la del Nouvel Âne, puedo decir que apuesto muchas cosas. Comprometo conmigo, he contado 80 personas, sólo para producir eso en un segundo tiempo que va a venir. Es necesario que esa abstención en el momento de la subida del cognitivismo, no se reproduzca. Tenemos una voz, podemos hacernos escuchar. Y como dice Nietzsche, como dice Zaratustra: “Lo que mata verdaderamente, no es la ira, es la risa”. ¡Podemos matarlos a golpes de risa! (JAM endurece su tono) Entonces, vamos a ensayar.
El cognitivismo, tal que lo hemos conocido al final del siglo XX y al comienzo del siglo XXI (JAM golpea violentamente la mesa), eso se detiene aquí. No es suficiente con golpear la mesa, estoy de acuerdo (risas), pero eso ayuda. Ayuda a fijar las ideas: no hay nada inevitable, han comenzado miserables, han comprado vestidos nuevos, es una doctrina de la impostura, ahora se trata de desnudarla, como la recién casada de Duchamp.
Felizmente, la escuela de Jean-Didier Vincent dice eso también. Jean-Didier Vincent, un profesor del Colegio de Francia de nombre Prochiantz, y un tercero llamado Schwartz, que Jean-Didier Vincent llama los tres cangaceiros, ellos dijeron eso y fueron golpeados. Al final, ha terminado por soltarme eso. Le he dicho: Usted conoció una derrota. Él me ha respondido: Si.
Pero la guerra no ha terminado. Apenas comienza.
Ellos han logrado arrancar al Estado millones de euros para construir una fábrica de gas que se llama NeuroSpin. Cuando oí hablar de eso, hace dos años, a partir del artículo de una revista, reí. Fui a Tolosa, creo, había leído eso en el tren o en el avión, no se ya, y compartí mi hilaridad del proyecto NeuroSpin con una sala. Se va a mirar cuales son los aires del cerebro que se alumbra cuando hay esto o aquello, y eso va a dar resultados formidables porque se sabrá determinar exactamente que color hay que dar al detergente para que tengamos aún más ganas de comprarlo. Está escrito (JAM golpea la mesa). Bueno. Y al mismo tiempo sólo prometiendo eso, esto va a darnos las leyes del pensamiento.
Entonces, recobremos la calma (risas). Es una captura por lo imaginario. Ellos están fascinados porque, en efecto, tienen acceso a imágenes que jamás se habían visto. Era lo mismo cuando se comenzaron a ver los tubos que se paseaban por el esófago y al interior del estómago, se veían paisajes extraordinarios que se mostraban en la televisión. Eran Viajes extraordinarios. Es de Julio Verne. Es un viaje extraordinario en efecto al cerebro, se miran las neuronas, eso se alumbra, ¡oooh! Jamás se ha visto eso antes. Bueno, ¿y luego? ¡Francamente, dónde están los resultados prácticos? Ninguno.
Los psicoanalistas no han jugado su papel en la época. De acuerdo. Ni los filósofos. ¡Y bien! Es a nosotros [que nos corresponde] jugarlo ahora. Con los medios de la época. No es suficiente hacer un coloquio en algún lugar, una sabia publicación, incluso de 5000 o 10000 ejemplares. Hay que entrar en los medios de comunicación. Porque sin eso no se entra a la Wirklichkeit. Es así. Cuando los poderes públicos están en las manos de una élite, cuando la ciencia está hecha por una élite, sin duda no se pasa por los medios de comunicación. Y aún, lean Balzac y vean cómo se tiene el ojo sobre el periódico. Pero, hoy, en efecto, se gobierna con los ojos fijos sobre el asunto. Una vez en mi vida almorcé en el Hotel Matignon, con Michel Rocard Primer ministro, y el pobre explicaba que no tenía el tiempo de gobernar porque le era preciso que corriera una alerta de los medios a otra. No se puede hacer nada, decía él. Era verdadero lo que decía –ese era su eslogan, hablar verdadero. Pero, finalmente, desgraciadamente, la verdad es estúpida (risas). Entonces hay que entrar allí, si se quiere que el pensamiento no se vuelva vapor, que el pensamiento se vuelva una fuerza material.
Es lo que descuidábamos en el tiempo del marxismo mecanicista: se creía que la producción, era la de los obreros solamente. Y bien, no, la organización del trabajo, el pensamiento según el cual se organiza el trabajo, es también un factor de la producción. Los alumnos de Althuser han debido aprender esto con el tiempo.
El pensamiento, es simbólico. Es por ello que los remito al texto de Lacan “Televisión”: no confundir el pensamiento y el alma. El alma, su definición por Lacan es aristotélica: es el doble del cuerpo, la forma del cuerpo. Y francamente, no hay una palabra en el último libro de Jean-Didier Vincent que supere eso. Lo que encuentra con su Viaje extraordinario al centro del cerebro (JAM aplaude), es, entre comillas, el alma como forma del cuerpo. Eso se pasa en secuencias, con los circuitos hipotalámicos, etc. elementos de los que no disponía Aristóteles, pero que están en el mismo marco conceptual.
Es por esta razón que Vincent tiene tanta dificultad para situar el sexo. Porque, para él, el sexo, es un asunto del alma y del cuerpo en el sentido aristotélico. Y entonces dice: “Pero, de todos modos, Freud exagera, no solamente existe el deseo sexual, existe el deseo de comer, hay el deseo de (...) etc. él encuentra todo eso en su almacén-, ¿por qué habría únicamente el deseo sexual? Y, en efecto, a nivel del cerebro, esto se alumbra también fuera (risas). Bueno Teniendo en cuenta, con todo, que el sistema sexual está aparte. Le he dicho: ¡está aparte! Me respondió: Un poco aparte (risas). Bueno, de acuerdo, es él que sabe, no soy yo. Bueno, de un lado, él anota eso- no hay únicamente el deseo sexual-, pero él mismo lo dice en su libro: Si, pero entonces, ¿cómo pasa que no pensamos sino en eso? (risas). No tuve el tiempo de interrogarlo más sobre el asunto. Voy a decirle: Las personas sólo piensan en eso, ¡es usted que siempre piensa en eso! (risas) las personas piensan en muchas otras cosas. Trato de explicarle que justamente el sexo no está únicamente incrustado en el alma, lo está en el alma-cuerpo, que el sexo está incrustado en el pensamiento. Es lo que se encuentra en el psicoanálisis, que está articulado en el pensamiento, en lo simbólico. Y entonces, eso produce un cierto tipo de perturbaciones, especiales. Vincent es muy simpático. No éramos capaces de despedirnos (risas).
Su Viaje extraordinario al centro del cerebro es extraordinario, claro está, por las cosas maravillosas que encontramos en el curso de ese viaje, pero lo es también por todo lo que no encontramos. Y ¿cómo se encontraría la proporción sexual? (JAM aplaude) No existe. Entonces ustedes no pueden hacer un viaje extraordinario al centro de la relación sexual (risas). La frase capital de “Televisión” que dice bien esto y va a aclararles el Viaje extraordinario al centro del cerebro, es: el pensamiento es desarmónico con el alma (JAM subraya golpeando la mesa). El pensamiento no está en armonía con el alma, es otra función que desorganiza las funciones del alma-cuerpo. Y es por ello, a pesar de todo, en el Sistema de Jean-Didier Vincent, el deseo sexual no se inscribe bien al lado de los circuitos hipotálamicos del deseo de comer. Incluso a nivel del hipotálamo –apliquémonos- y bien, el amor y el apetito, eso no funciona de la misma manera.
El pensamiento –lo que Lacan llama el pensamiento- es significante. Y, allí, tomamos en serio el término que Lacan fija el significante, e incluso, del cual fija el signo como tal, a saber, la cifra, palabra que tiene todas las razones para retener nuestra atención dado que hacemos una campaña contra el fanatismo de la cifra. Entonces, porque debo interrumpir el curso de hoy en pleno aliento, los remito a ese texto de Lacan que se llama: “Introducción a la edición alemana de los Escritos”.
Vean un poco el título que pone Lacan. No es banal. Jean-Didier Vincent que sabe como vender su libro dice. Viaje extraordinario al centro del cerebro y Lacan “Introducción a la edición alemana de los Escritos” (JAM subraya cada palabra golpeando la mesa). Ustedes ven la diferencia de estilo. Los títulos de Lacan, a partir de cierta fecha, son verdaderamente áridos, repelentes. Él va a la radio y llama eso “radiofonía”, ¡verdaderamente! (risas). Va a la televisión y llama eso “Televisión” (risas). Allí era yo quien entrevistaba, obtuve que eso no sea enterrado en su revista Scilicet que nadie compraba por fuera de un pequeño medio, logré hacer de aquello un libro aparte, a poner una bella imagen en la portada, y le he dicho: No podemos llamar eso Televisión. Me dijo, ¿cómo usted llamaría eso? No me quejo por lo que había encontrado en ese momento, eso debe ser ahora una fábrica de muebles que ahora se llama así, le he dicho El arte de vivir (risas prolongadas). Bueno. En la época no existía (risas), y era algo que me preocupaba mucho, encontrar un arte de vivir, yo no tenía el arte de vivir. Me dijo: de acuerdo. Y luego, a la mañana siguiente, llamada telefónica: “No, déjalo Televisión”. Eso me hizo pensar, si ustedes quieren, a esas bellas niñas que se afean. Porque es de los textos más atractivos, y Lacan, malévolamente, le ponía un texto absolutamente no sexy, como se dice (risas). Ustedes recuerdan a Lamiel, en Stendhal: como los muchachos corrían detrás de ella, y ella se pone en la mejilla un horroroso tumor artificial para que la dejen tranquila. Hay algo de eso en Lacan con sus títulos.
Entonces, subraya, en la “introducción alemana a los Escritos” –está hecho para desalentar incluso al pronunciarlo, al mencionarlo-, él subraya la ambigüedad de la palabra cifra, diciendo, allí, hay una maraña. Los remito a la página 554 de los Otros escritos. Y en efecto, es una ambigüedad fecunda, porque cifra, desde el comienzo, eso designa la maraña del significante. Un mensaje cifrado, es un mensaje- no se puede decir que no se comprende el sentido porque hay frases en lenguaje corriente, o en otra lengua, en las que no se comprende el sentido, donde el significante es opaco.
Pero, Lacan formula un principio, del que me doy cuenta que no lo he jamás martillado en este curso, que no obstante dura desde hace mucho tiempo: La cifra funda el orden del signo. No es la cifra contra la cual se llama a la revolución, o al menos a la revuelta. La cifra de la que se trata, es la cifra en tanto que criptografía. Entonces, ¿en qué la cifra funda el orden del signo? Y bien, es porque el principio del cifrar es la sustitución.
Por ejemplo, si usted quiere un método simple de cifrar, usted escribe el alfabeto –porque llegamos a decirnos todo con las letras del alfabeto-, y luego usted procede a esa sustitución- no les aconsejo hacerlo si tienen mensajes secretos que enviar porque es muy fácilmente descifrable, hoy estamos verdaderamente más allá de eso-, allí donde normalmente había una A usted escribe una E, allí donde se tenía una B usted escribe una F, etc.
A B C D
E F G H
Con una intercalación, se obtiene como resultado un mensaje cifrado. Y, una vez que se tiene la clave, usted puede descifrar el mensaje cifrado.
Entonces, cuando Lacan dice: la cifra funda el orden del signo, es decir: el signo está fundado por la sustitución, el signo es lo que es sustituible. Por eso, en la página antecedente, el lo dice: El signo del signo –lo que hace que un signo sea un signo-, es que cualquier signo cumpla bien la función de cualquier otro- es decir, que en el mensaje, cuando se tiene A o que se tenga E, es igual, la E puede tomar el lugar de A, y Lacan ve la esencia del signo en esa sustitución -que cumpla igual la función de otro, precisamente por el hecho ser sustituido, Eso, es lo que Lacan ha dicho del modo más simple y claro sobre el significante. Antes, estaba más cerca de Jakobson o de Lévi-Strauss, aquí, tiene un abordaje del significante que no es propiamente analítico, por que lo que lo ocupa, es que, precisamente el inconsciente es una máquina para cifrar.
Escucho decir que los analistas lacanianos no interpretan los sueños. Tal vez que sus pacientes, sabiendo esto, no sueñan, no lo se. Yo adoro interpretar los sueños. Lo encuentro extremadamente divertido. Es de todos modos un oficio árido, y el oasis, para mí, es cuando llega un sueño, un pequeño sueño bien constituido, y que se lo puede descifrar. Entonces, se le comunique o no se le comunique, pero no veo por qué no se lo comunicaría, lo más frecuente es que el analizante se beneficia de esa lectura.
Entonces, cuando Lacan añade: el signo no tiene alcance sino por estar cifrado, el formula un principio. Todo lo que ha podido decir de la lingüística, lo reformula de la manera más próxima a la experiencia analítica. Uno se imagina que hay un signo natural, un signo de primera intención, y luego, el signo que le es sustituido, ese, sería artificial. Pero lo que dice Lacan, es que todo signo es, de entrada, una cifra, es que todo signo comporta una opacidad. Y esa, es la buena manera de atrapar el significante, me parece, cuando se está en análisis.
Entonces, la semana pasada, he dicho, si, que me volvía periodista, y que mi primer deseo de niño había sido de ser un periodista. He hecho muy bien al decirlo, porque eso hizo que alguien me dijera: He hecho el camino inverso, he comenzado como periodista y ahora soy psicoanalista. Y entonces planteé la pregunta: ¿en qué periódico? ¿En qué función? Y así he descubierto, en los entornos inmediatos de la Escuela de la Causa Freudiana, la perla que buscaba desde hace años, a saber alguien que tiene una competencia profesional superior a la mía en materia de rewriting y de preparación de la copia para la imprenta, y a quien puede delegar toda una parte de lo que hacía antes yo mismo. Y el mismo día, jueves pasado que es para mí un día bendito de los dioses, he encontrado, además, la fotografía lacaniana de mis sueños, y otra notable persona a quien puedo dirigirme para el secretariado de redacción que aseguraba yo sólo.
Entonces, he dicho eso la semana pasada, no lo lamento, pero, reflexionando sobre el asunto, puedo con todo decir lo que anticipaba en mi infancia mi profesión de psicoanalista. Es que siempre adoré los mensajes secretos. No para enviarlos a alguien, sino la constitución del mensaje secreto.
De otra parte, conservé ese gusto luego, porque tengo muchas obras de criptografía. La criptografía hoy, no puedo seguirla más, es de una complejidad extraordinaria, la criptografía electrónica, etc., es una ciencia que se desarrolla por sí misma, con funciones aleatorias. Es de esas cosas que he podido seguir hasta los años 60 – 70, y después se terminó.
Pero si recuerdo bien, en verdad no he verificado nada, hay un mensaje secreto en el libro de Julio Verne “Viaje al centro de la tierra” - ¿no? Yo creo que hay un escrito. Está el Escarabajo de oro de Edgar Poe, adoré eso. En el Misterio de la cámara amarilla -, es un mensaje secreto, tanto más secreto que es una frase banal que no se comprende y que está camuflada allí dentro - ¿se recuerdan ustedes?-, lo cito de memoria: el presbítero no perdió nada de su encanto, ni el jardín de su resplandor, es Frédéric Larsen quien dice eso. O aún, en el ABC contra Poirot, donde hay que descifrar los mensajes para anticipar quién va a ser la víctima del próximo crimen. Hay de eso en Borges también.
En el mensaje secreto, estamos en relación con el Otro del significante, del cual es preciso que no se pueda saber todo. Es necesario separarse del Otro del saber. Se sustrae algo a un Otro de la vigilancia, y se lucha contra ese Otro. Yo, siempre estoy allí, luchando con el Otro de la vigilancia.
La obra mayor, que he descubierto más tarde, gracias a Lacan, gracias al discurso de Roma, es el de Leo Strauss, La persecución y el arte de escribir. Strauss trastorna todo el edificio filosófico mostrando que hay muchos filósofos que han escrito bajo amenaza (JAM aplaude) de prisión, del verdugo o del arresto, y entonces han debido deslizar sentidos secretos para descifrar. Y él lo demuestra de una manera magistral en Maïmonide, Spinosa y otros autores. Es la referencia de Lacan para indicar que es necesario aprender a leer entre líneas.
Es siempre de actualidad (JAM asume un tono de confidencia). Siempre lo hubo ¿qué? Los espíritus libres, no me gusta mucho esa expresión, no se es muy libre, no voy a decirlo como Nietzsche, el pobre, los hombre superiores, eso es una cosa en lo cual no creo, pero en fin siempre hubo un cierto tipo de revuelta, que es necesariamente perseguida, y la cual, necesariamente, aprende a no decirlo todo – a no decir todo de manera clara, a medio decirlo.
Como los analistas, al mismo tiempo que vociferamos, o vociferamos o susurramos a la bella oreja de nuestras entrevistadoras, también dispersamos algunos mensajes secretos que serán del estilo a buen entendedor pocas palabras bastan. Porque, del psicoanálisis, de la locura que es el psicoanálisis, no podemos decirlo todo, ni a todos.
Hasta la próxima semana. (Aplausos).
Traducción al español: Mario Elkin Ramírez
NEL-Medellín
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