Podemos decir
con Freud que la política es el inconsciente. Así se constata en los mecanismos
que ambos comparten: represión, censura, defensa...
Por otro lado,
Lacan nos abre al respecto una nueva perspectiva al decir que “el inconsciente
es la política”.
Fue J.-A. Miller
quien nos orientó a leer esta frase a partir del aforismo: “el inconsciente es
el discurso del Otro”, tratándose del Otro dividido, y tomando al inconsciente
en tanto siempre por definir.
Esta indicación
de Miller es la que tomo como invitación a leer en la política su
funcionamiento. Lo hago en esta ocasión en relación a una ley de impunidad y
olvido, la Ley de Amnistía del Código Penal español.
Aprobada en 1977
tras las primeras elecciones democráticas, impide aún, 40 años después, la
revisión de cuatro oscuras décadas de franquismo.
En el momento de
su aprobación nada garantizaba poder acabar con el régimen anterior. Y tras
haber sido amnistiados los actos políticos y de opinión, al añadírsele un:
“cualquiera fuese su resultado”, los delitos de asociación, reunión y
manifestación, quedaron equiparados jurídicamente a los de tortura,
desaparición, genocidio o lesa humanidad.
A día de hoy su
aplicación es férrea a pesar de incumplir compromisos internacionales y de las
solicitudes de derogación.
Los partidos
políticos mayoritarios han abortado los intentos de limitarla, ya fuera
excluyendo de su alcance los delitos de lesa humanidad, o incorporando a
nuestro Código Penal el principio de legalidad internacional.
Sí ha habido un
avance: la aprobación en 2007 de la Ley de Memoria Histórica, que si bien no
anula la impunidad ni el veto a investigar, establece medidas para dignificar
la memoria y los valores de los demócratas represaliados. No obstante, la falta
de asignación presupuestaria desde 2011 obliga a que sus acciones sean asumidas
por familiares y asociaciones con financiación privada, y en ocasiones por
gobiernos municipales o autonómicos. De esta forma, lentamente se van pudiendo
exhumar e identificar algunos de los miles de cuerpos que yacen en más de 2.000
fosas comunes mal catalogadas.
La cuestión que
planteo entonces no es sólo la dificultad de hacer frente al discurso del amo
de la guerra, de la dictadura, que promueve modos de goce tanto por la vía del
superyó como del Ideal del yo. El parlêtre no es ajeno a los modos de
goce, especialmente si ha sido su marco político a lo largo de cuatro largas
décadas en las que no solo se destruyeron vínculos sociales, sino que se
construyeron otros, e incluso instituciones a fin de hacerlos perdurar.
Se trata de una
ley aprobada en democracia que deja impunes delitos de aquellos de los que no
cabe esperar arrepentimiento; se trata de su vigencia tras la transición; se
trata también del silencio que provoca respecto de sí misma e incluso de su
defensa en ocasiones como cuestión ética.
Siendo el
desconocimiento sistemático un modo de defensa contra la angustia, no es de
extrañar que frente a ciertos acontecimientos el sujeto responda con el “no
querer saber nada de eso”; este rechazo es ya un tratamiento de lo real, en
relación al goce propio, aunque quizás también al del régimen.
Podemos decir
que en esta ley, al modo del inconsciente, no se trata tanto de perder la
memoria como de no acordarse de lo que se sabe. Sabemos que ella empuja hacia
la amnesia, hacia el olvido, a no pensar en el hedor, en la corrupción, en el
abismo en el que captamos que la vida es putrefacción.
Frente a esto,
la ONU aborda la justicia de transición planteando que es el Estado quien debe
garantizar el derecho a la verdad, la justicia, la reparación y la no
repetición. Promueve, de esta forma, que lo simbólico posibilite cierta
tramitación de lo real, de la relación entre la muerte y el cuerpo, que a falta
de sepultura, como nos dice Lacan, “(las) nubes de lo imaginario se acumulan a
su alrededor, y todas las influencias que se desprenden de los espectros se
multiplican en la vecindad de la muerte.”
Podemos decir
con Freud, en relación a los represaliados: “cesemos por fin de hacerles
concesiones como si fueran favores, cuando ellos tienen derecho a que se les
haga justicia.”
Decimos, con
Lacan: “existen cosas que hacen que el mundo sea inmundo; de eso se ocupan los
analistas (…), enfrentan lo real (…), no se ocupan más que de eso. Y como lo
real es lo que no anda, además están obligados a soportarlo, es decir,
obligados continuamente a arrimar el hombro. Para ello, es necesario que estén
terriblemente acorazados contra la angustia.”
Para concluir
Que gobernar sea
imposible es una ocasión para leer el funcionamiento de la política, para
cuestionar sus discursos, incluso para anudar el propio deseo asumiendo que la
democracia no es Una, sino que siempre está en construcción.
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