MADRID
20 Y 21 DE NOVIEMBRE DE 2010
Círculo de Bellas Artes
Too Mach!
Conclusiones, ideas y problemas.
Hacia las IX Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis “Los hombres y sus semblantes”
Número 10
Responsable: Gustavo Dessal
Editorial
Era muy práctico ser estructuralista lacaniano. Uno daba una charla sobre el Edipo, alguien del público levantaba la mano para preguntar qué pasaba cuando un niño no tenía padre, por ejemplo, y con una sonrisa indulgente le explicábamos que el padre era una función simbólica, que podía cumplirla cualquiera. El abuelo, el lechero, o el vecino de la esquina, sin ir más lejos. Eran tiempos maravillosos, porque con ese truco lo arreglábamos todo, y de paso celebrábamos al Padre Muerto. Qué gran tipo el Padre Muerto, ¿se acuerdan? ¡Y no hablemos del psicoanálisis con niños! Había que enchufarle el padre al niño como fuera. El lema de la dirección de la cura era “Más vale padre cabrón en mano que cien ausentes volando”, o algo por el estilo. Por suerte, hace unos años Eric Laurent nos sopló un poco el polvo del estructuralismo con una conferencia cuyo título no recuerdo, pero que nos vino de perlas para refrenar nuestra adoración por el significante.
Después vino la época del Padre Síntoma, o el Síntoma Padre. Otro funcionalismo, pero mejor aggiornado a la modernidad. El secreto era el siguiente: uno se puede fabricar un padre con cualquier cosa, más o menos como MacGyver, el personaje de la tele que nos asombraba con sus artilugios. Solo es cuestión de ser un poco ingenioso, y con dos clavos y un palito alguien se puede armar un padre para ir tirando. Lástima que la cosa no sea tan sencilla. Lean, por ejemplo, el texto con el que encabezamos este número. Andrés Borderías nos invita a recorrer toda la complejidad del padre en la obra de Lacan. Desde luego, no puede decirlo todo sobre un tema tan intrincado, pero no obstante nos da las claves más importantes. Claro que, gracias a la pluralización introducida por Lacan en el Nombre del Padre, hay otras maneras de inventarse la función paterna. Pero el problema está en la función fálica, es decir, en cómo arreglárselas con un goce que no sea el del Otro. La dificultad del asunto nos beneficia por partida doble: por una parte, porque despanzurrar el Nombre del Padre nos pone a tono con una cultura que no se conforma con matarlo, sino que lo mantiene vivo para degradarlo de mil formas diferentes. Por otra, porque así aprenderemos de una vez por todas (hoy estoy particularmente optimista) a no adoptar recetas, puesto que siempre acabamos soltando alguna prescripción entre dientes.
Y aunque Andrés (imagino que por prudencia) no lo enfatiza en exceso, nos deja abierto un problema que sería todo un programa de estudio sobre el padre: para Lacan, algunas cuestiones sobre los hombres y las mujeres siguen siendo clásicas hasta el último día de su última enseñanza, aunque el mismísimo Thomas Beatie diga lo contrario...
“ El padre es el agente de una operación del lenguaje que se realiza por un significante amo, sea el que sea”, afirma Joaquín Caretti. Él toma el asunto por el lado del Seminario XVII, cuando Lacan enfatiza al padre real como agente de la castración. En lugar de la prohibición edípica, la imposibilidad del goce introducida por la marca del lenguaje. Pero queda nuevamente abierto el tema de la orientación: aunque el lenguaje nos castra, es preciso que algo nos conduzca hacia el objeto, más allá de cualquier ideal de normativización. En mis tiempos de universiario, nos hacían tragar la teoría de un analista escocés (dije “mis tiempos de universitario”, con lo cual espero que nadie pretenda que recuerde el nombre del autor) quien aseguraba que el “instinto” era “object-seeking”, o sea, “naturalmente” buscador de objeto. La SAMCDA (Sociedad de Asistencia Mutua Contra el Discurso Analítico) siempre ha tenido miembros eminentes, incluso entre los escoceses.
En su libro “Mi siglo”, Gunther Grass se pregunta si los padres todavía sirven para algo. Desde luego, sirven para que uno se busque algún apaño donde ubicar la libido. Con el significante solito no basta, como creíamos antaño, y Joaquín nos refresca la importancia de “un deseo que no sea anónimo”.
La inmortalidad, ¿es un fantasma masculino por excelencia? Ellas quisieran ser siempre jóvenes, ellos más bien inmortales. Un tema que, casi inadvertidamente, nos introduce Oscar Ventura contándonos todo lo que uno se puede hacer a sí mismo con el pretexto de una vida sana. Incluso descubrir una nueva patología: la lumbalgia del higienista, un avatar del superyo moderno, ese que ha convertido la salud en una obligación y la enfermedad en una vergüenza, como en “Erewhon”, la novela que tanto le gustaba a Freud, y en la que estar enfermo era castigado como un delito.
Que los italianos son unos genios, no cabe ninguna duda. Nadie mejor que ellos para convertir el catolicismo en una fuente inagotable de perversión. Allí se admite cualquier cosa, menos ser gay. Eso sí que no está nada bien, según parece. Lo dijo el propio Berlusconi hace unos días: mejor pederasta que maricón. Maurizio Montanari nos habla de la Italia perversa y oscura, donde el sexo con transexuales es moneda corriente entre los “ni-ni”, los que ni se atreven con las donnas, ni tampoco se animan asomar la nariz del armario. Una magnífica contribución de nuestro colega italiano, y un verdadero gesto de cordialidad hacia nuestra ELP.
El paciente de Liana Velado no sabe con cuál de todas quedarse. Por las dudas, no descarta ninguna, pero al final elige el ordenador. Qué encanto la debilidad mental del macho. Va al análisis porque no entiende qué les pasa a ellas, que lo aman tanto, pero acaban dejándolo plantado.
Muy oportuna la clasificación del discurso masculino con la que Fernando Martín Aduriz cierra este número: los hombres hablan de una manera entre ellos, mientras que ante ellas lo hacen por lo general de manera diferente. Pero hay un tercer modo de hablar que, por supuesto, solo puede suceder en la soledad de un psicoanálisis.
Esa soledad tan especial de la que, entre todos, hombres y mujeres, tratamos de extraer un saber con el que marear un poco lo real, ahora que hasta la verdad se vuelve líquida.
Con este número concluye Too mach!, del que he sido su principal irresponsable, pese a la seriedad con la que su antónimo pretendía disimular los irreverentes editoriales que trataron de animar a nuestra Comunidad. Doy las gracias a todos los colegas que contribuyeron con sus textos, sus sugerencias, y sus mensajes de simpatía. También a nuestros queridos Marta Davidovich y Oscar Ventura por asegurar la rápida difusión del boletín. Y, desde luego, una mención superespecial a Ariane Husson, colaboradora insustituible, que no solo ha realizado una tarea extraordinaria con la página de Facebook, sino que resolvió todos los problemas técnicos de maquetación y transformación de archivos que mi torpeza cibernética jamás habría logrado vencer.
Gustavo Dessal.
Nuevas modalidades de la paternidad
por Andrés Borderías
La nuestra es la época post-patriarcal, qué duda cabe, época posterior al declive del padre antiguo, en la que se suceden múltiples transformaciones de los semblantes del hombre y la mujer. En este tiempo del postpadre, coinciden las apelaciones del Papa Benedicto XVI al retorno a la familia tradicional en el que la mujer debe regresar al hogar para procrear, con las noticias incesantes que dan cuenta de continuas transformaciones en las ficciones familiares, como la reciente noticia que anuncia la introducción del pacto democrático en la elección del orden de los apellidos y que viene a enterrar definitivamente la prevalencia simbólica del nombre del padre en la filiación, al menos desde el punto de vista de su inscripción civil.
Todos estos cambios son manifestaciones del final del régimen de El Nombre del Padre, entendido éste como un universal consistente y único, es decir del final del padre-hombre como figura de excepción, y del estallido del Uno-solo paterno en una multiplicidad de unos. Este Uno-solo fue aislado por Lacan como operador estructural, responsable de efectuar las restricciones y regulaciones de las relaciones de los sujetos con el goce, en el tiempo del Padre-Dios, y abordado por Freud con las envolturas del mito edípico y posteriormente en su texto Totem y Tabú. La bibliografía que hemos podido todos consultar para la preparación de las jornadas dan cuenta de ello, especialmente el artículo de JAM titulado “La lógica del gran hombre”, en el que examina la transición de la figura del padre de excepción del campo de la religión al de la lógica, y en el de Eric Laurent, titulado “Un nuevo amor por el padre”, que continua interrogando las consecuencias de este planteamiento.
El final de este Uno-solo sería la causa del declive del Hombre, y ha dado paso a la pluralización de los unos, modelos y rasgos por los cuales se identifican y agrupan los sujetos, pero también las prácticas de goce que estos nuevos significantes delimitan. Podríamos decir que esta transición lo es también del régimen de “El Padre” al de “un padre” particular, y aún más, de las múltiples formas en la que un sujeto puede apañárselas sin un padre efectivo para suplir con un síntoma esa carencia. Otra cosa son las consecuencias para la virilidad y para lo que se juega en la relación de los sexos que se deduce de esta variación.
Una de las cuestiones que se ponen en juego y que podemos considerar es si en este nuevo contexto, aquellos semblantes que se constituyen fuera de la lógica fálica, permiten constituir relaciones familiares que transmitan a la descendencia una posición viril o femenina, desde la perspectiva de la sexuación, es decir de la diferencia del goce fálico y el goce Otro, más allá de su estatuto imaginario.
Se trata pues del destino de la lógica fálica en este nuevo régimen, y de la incidencia sobre el goce de los nuevos semblantes.
Los debates internos que mantienen los diversos colectivos de gays, lesbianas y transexuales, sobre las nuevas formas de conformación familiar y del ejercicio de la paternidad y maternidad, dan cuenta de ello, sin obviar la aparición de nuevos conjuntos Rusellianos, los grupos Queer, formados por aquellos sujetos que no quieren ser ubicados ni ubicarse bajo ningún tipo de rasgo identificatorio sexual, sujetos que rechazan definirse bajo un género, o que rechazando la oposición masculino-femenino, consideran que el género es un continuum.
Tampoco debemos olvidar el surgimiento de otras manifestaciones sintomáticas actuales, vinculadas a esta cuestión, como es el caso de aquellos en los que se desvanece su posición sexuada, o que pasan de los vericuetos del encuentro entre los sexos ante una práctica de goce auto, más cómodos por ejemplo bajo una identidad vinculada a un videojuego o una marca comercial, que bajo una posición sexuada.
El fenómeno de los Otaku en Japón, jóvenes encerrados en sus casas en la dedicación exclusiva al goce de un objeto, práctica o personaje acotado, al que investigan hasta sus más ínfimos detalles y en cuyo culto se sumergen, da cuenta de ello, así como algunas prácticas toxicomaníacas, y casos en el campo de la anorexia. ¿Sabían que se celebra ya un día del orgullo Geek? -los Geek son los Otaku especializados en el mundo de los aparatos electrónicos. Todas estas nuevas nominaciones dan cuenta de la extensión del “nommer à”, del “nombrar para”, que se deduce de un nuevo régimen de nominación del ser del sujeto, cuando el NP queda fuera de juego, y en el que éste se ubica bajo su determinación como individuo del capitalismo funcional y contable. Por otro lado, tal y como formula Eric Laurent, en este nuevo régimen del padre cada cual habrá de inventarse el padre que lo reconozca. Toda comunidad humana comporta un límite al goce, y este límite puede tomar la forma de una demanda de reconocimiento de la regla sexual que cada uno sigue. Las invenciones más radicales quieren ser reconocidas en su particularidad –escapando así al “ser nombrado para”- y en esta demanda de reconocimiento tenemos una autorización y una barrera, es decir, un modo particular de invención del padre.
En lo que atañe a las nuevas formas de agrupación familiar, conviven los adeptos a “la familia tradicional” (ya sea esta cristiana o no, se trata básicamente de aquellas en las que coincide sexualidad, procreación y filiación en dos personas de sexo distinto, que contraen matrimonio) en su esfuerzo por preservar la utopía del Padre-Uno, con las nuevas formas y ficciones familiares, basadas en el pacto y el contrato democrático. Como relata Anne Cadoret, en su ilustrador libro “Padres como los demás”, en las nuevas ficciones jurídicas de la familia se consagra la sexualidad desligada de la reproducción y ambas a su vez lo están de la filiación, el linaje y las múltiples formas de alianzas, de hecho y de derecho.
El surgimiento de la contracepción introdujo la separación entre sexualidad y reproducción. La reproducción asistida introdujo la separación entre el cuerpo y la maternidad/paternidad -con la figura de las madres de alquiler, la inseminación por donación y la gestación embrionaria extrauterina. Las nuevas formas de matrimonio y coparentalidad han introducido, finalmente, una separación entre los semblantes y las filiaciones, desligando las funciones de paternidad y maternidad del sexo genético y civil por parte de aquellos sujetos que han decidido responsabilizarse de un niño. Por ejemplo, una pareja homosexual que adoptó un hijo, o que se hace cargo de un hijo anterior de uno de ambos componentes de la pareja, puede negociar adoptar (o no) los semblantes de padre o de madre, y cómo se nombran para ello. O una pareja aparentemente “gay”, compuesta por una antigua mujer transexual que ha tenido un hijo antes de transformarse en un hombre, y un hombre, deciden distribuirse los roles de padre y madre negociando.
Por otro lado, los desarrollos en el campo de la genética nos colocan ya en las puertas de la posibilidad de generar nuevos seres por clonación a partir de los núcleos cromosómicos de las células sin necesidad ni tan siquiera de la inseminación, es decir, que incluso los restos imaginarios de la relación hombre-mujer en lo que respecta a la sexualidad y a la paternidad-maternidad tienden a borrarse de modo impensable hace 3 décadas, y colocan al sujeto contemporáneo muchas veces ante un abismo en lo que respecta a la significación de lo masculino, lo femenino, la paternidad y la maternidad.
Por su parte, los hijos nacidos de estos nuevos y múltiples deseos habrán de encontrar su manera de ubicarse ante la vida, ante la cuestión sexual, ante la diferencia sexuada, y ante su relación con el goce fálico y el Otro goce, en condiciones diferentes de las que hemos conocido, y en las que el lugar del padre y la madre queda reducido a su estatuto imaginario, y la heterogeneidad de los goces, fuera del campo de la significación fálica.
Un ejemplo reciente nos llega con la noticia sobre el nacimiento del tercer hijo de Thomas Beatie, mujer transexual que tras someterse a una operación de masectomía y hormonación masculina, y obtener el reconocimiento por las autoridades de los EEUU sobre su identidad civil masculina, contrajo matrimonio legal con una mujer, madre ya de dos hijos, y con la que posteriormente tuvo tres hijos más. Con la salvedad de que fue él, Thomas Beatie, quien se hizo inseminar artificialmente por su esposa, tras haber adquirido por internet el semen de un vendedor anónimo. Thomas Beatie, padre de tres hijos engendrados por él gracias a que conservaba los órganos precisos para ello, mantiene junto con su mujer Nancy desde hace unos años una nueva lucha que ha dividido a las organizaciones consolidadas de Gays y Lesbianas en los EEUU, para obtener el reconocimiento de esta nueva forma sintomática de conformación familiar, muy tradicional en cierto sentido. Batalla así para producir una nueva forma de perversión paterna, que se muestra tanto en el rechazo como en el reconocimiento.
Pues bien, en este contexto conviene interrogar la supuesta relación existente entre el declive del padre y el declive de la posición masculina. Desde esta perspectiva, la época del declive de la virilidad sería correlativa a la del Hombre sin atributos, al hombre contable y evaluable; el declive de lo masculino correspondería al “todos juntos, todos iguales” de la democracia y del final del padre-hombre de excepción, es el régimen del “ser nombrado para” al que aludí anteriormente.
Nos invitan a ello, al menos dos momentos en la enseñanza de Jacques Lacan, distantes 20 años entre sí. El primero corresponde a los desarrollos que realiza sobre el caso Juanito, en su seminario IV, seminario en el que examina las consecuencias para la posición sexuada de Juanito de la debilidad de su padre. O dicho de otro modo, el vínculo entre declive del padre y declive de la posición masculina. El segundo pertenece a su seminario RSI, en el que aborda la père-versión paterna, el modo particular y las condiciones en las que un hombre-padre aborda a una mujer y sus hijos. De uno a otro momento, hay una serie de variaciones que trataré de precisar.
Juanito manifiesta una angustia ligada al goce del órgano. Como afirma Lacan, hay un defecto de “encarnación” del NP. El padre de Juanito está poco presente para su mujer. El defecto de encarnación es para Lacan la marca de un deseo no orientado por una mujer, lo que deja a Juanito sin opciones para humanizar “su acceso sexual”.
En el seminario IV, cito, Lacan afirma: “Juanito se sitúa en determinada posición pasivizada, y cualquiera que sea la legalidad heterosexual de su objeto, no podemos considerar que agote la legitimidad de su posición. Se acerca en este sentido a determinado tipo que no les parecerá ajeno a nuestra época, el de la generación de cierto estilo que conocemos, el estilo de los años 45, esa gente encantadora que esperan que las iniciativas vengan del otro lado- esperan, por decirlo todo, que les quiten los pantalones. En este estilo veo dibujarse el porvenir de este encantador Juanito, por muy heterosexual que parezca.” Ustedes conocen la tesis de Lacan: Juanito, debido a la insuficiencia paterna con respecto al deseo de y por su mujer, queda a los pies de los caballos, identificado al falo materno, aparentemente heterosexual en cuanto a las elecciones de objeto, sin embargo no asume plenamente la castración y por ello, con su pene vilipendiado e inservible, Juanito devendrá “hija de dos madres”. No por ello Juanito dejará de ser “un padre en potencia, capaz de engendrar niños indefinidamente en su imaginación y de satisfacerse por completo con sus creaciones, que al igual que su madre, vive en su imaginación”. Legalmente, pero ilegítimamente, hombre.
En el caso Juanito, Lacan avanza en la desustancialización del padre al que descompone en las funciones imaginaria, simbólica y real, para precisar la lógica particular de su fracaso.
El extraordinario análisis del caso Juanito que Lacan realiza en este seminario es solidario de un momento particular en la elaboración de la función del padre en la enseñanza de Lacan, casi contemporáneo de la “Significación del falo”, “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” y la “Cuestión Preliminar”, -en este último escrito examina las consecuencias clínicas para la función fálica en el campo de la psicosis, correlativas al fracaso del NP en la metáfora paterna.
Según la tesis freudiana, el niño accede al ideal de su sexo por el Edipo. Es por identificación al padre y a causa de la castración como se asume la virilidad.
El padre en esta época tiene para Lacan cierto carácter normativo, en la medida en que este es presentado como vehículo de la ley y como representante del modelo ideal de identificación, vía el Ideal del yo. Este carácter normativo alcanza a la concepción que Lacan tiene sobre la pareja heterosexual y la función del padre con respecto a la madre y los hijos.
A lo largo de varios años, en sus seminarios, Lacan descompone el personaje paterno en su cara imaginaria, simbólica y real, transformando el mito en una función, separando en un primer momento su operatividad –que localiza en la función del NP- del personaje concreto del padre, puesto que la esencia del padre ha devenido una función simbólica asustancial universal. Cuando hablamos de NP nos referimos a la función simbólica que permite abrochar la significación de la cadena simbólica y localizar el goce, negativizándolo, introduciendo una pérdida sobre el mismo. Su puesta en juego en la MP otorga una significación fálica al deseo materno y localiza el goce para el sujeto. Con esta fórmula, Lacan extrae del mito edípico su arquitectura funcional, separa la figura del padre de su función y localiza la operatividad del padre en la incidencia del significante sobre el sentido y la libido.
El segundo momento se encuentra en una conocida cita del seminario RSI, del año 75, en el que plantea la per-versión paterna como aquel que da el modelo de una solución –no quien lo impone-, ante “el problema” de la castración materna. Se trata pues de un padre-solución. En ese momento Lacan afirma: “Un padre sólo tiene derecho al respeto, si no al amor, si dicho amor, dicho respeto está perversamente orientado, es decir hecho una mujer, objeto a que causa su deseo. Nada tiene que ver en este asunto lo que una mujer acoge de este modo. De lo que se ocupa es de otros objetos a, que son los niños, ante los cuales sin embargo el padre interviene –excepcionalmente en el caso favorable- para mantener en la represión, en el justo medio, la versión que le es propia de su perversión. Pere-versión, única garantía de su función de padre, la cual es la función del síntoma tal como la he descrito. Basta con que sea un modelo de la función. Eso es lo que tiene que ser el padre, en tanto solo puede ser excepción. Sólo puede ser modelo de la función realizando su tipo. Poco importa que tenga síntomas si le añade el de la perversión paterna, es decir, que la causa sea una mujer que le pertenezca (le sea adicta) para hacerle hijos y que a los mismos, quiéralo o no, de cuidados paternos”.
En este texto del 75 Lacan desarrolla una idea ya presente en el 55, en la Cuestión Preliminar, que el factor determinante se encuentra al nivel de la pareja sexual, no al nivel de las características imaginarias del padre o de la madre. Por otro lado, en el 75 Lacan no habla ya del Nombre del Padre, sino de “un padre” y se pregunta si la existencia de “un padre” favorece o no la forclusión en la filiación, lo que constituye una inversión de la tesis de la Cuestión Preliminar, y si se quiere de la conceptualización del caso Juanito. En estas afirmaba que lo importante es la presencia del significante del NP que no se confunde con “un padre”, pues el NP es compatible con la ausencia del padre. Y era la emergencia de “un padre en lo real” el factor desencadenante de una psicosis. Aquí, en el 75, Lacan no habla del padre muerto, del NP, habla de un padre vivo para decir qué es un padre que cumple su función, qué le permite ser modelo de la función síntoma para sus hijos.
Es el padre perversamente orientado, es decir, el que hace de una mujer objeto causa de su deseo. Lacan afirma aquí que el padre que puede cumplir con la función paterna, es decir, de un padre no forcluído, es de entrada, el hombre heterosexual. No es sin embargo, suficiente con ello, pues añade varias condiciones más.
No es cualquier heterosexual, sino aquél que elige una mujer. Ello no impide que tenga otras, no es el asunto, sino que elija una lo que no siempre es evidente, pues la sintomatología masculina nos presenta muchos casos de heteros que no pueden elegir una.
Se trata, además, de que acceda a hacer de una mujer que consiente a ello, una madre. Y sabemos de las dificultades de muchos heteros que pueden elegir una, pero no consienten con los hijos. Lacan sigue aquí toda una sintomatología, pues aún añade a las condiciones el que pueda soportar la presencia de los hijos, es decir, que pueda soportar además que la mujer sea una madre, no sea toda para él, soportar la división del deseo de una mujer entre mujer y madre.
Por último, este hombre debe asumir cuidados paternos sobre estos hijos. ¿Qué entendemos por cuidados paternos, a diferencia de los cuidados maternos? Podemos pensar en la transmisión del nombre con su reconocimiento, su inserción en un linaje, en la historia de una familia y la transmisión de sus bienes. Podríamos pensar que se trata nada más que de hacer vivir, otorgar las condiciones materiales y las discursivas para crear la posibilidad de subsistencia subjetiva y real de los niños. Todo esto está justificado, pero habría que resaltar la indicación de Lacan cuando apunta a la dificultad de intervenir excepcionalmente entre la madre y los hijos, para mantener la represión en el justo “medio-decir” de su propia perversión.
Si en las versiones sobre el padre de los años 50 se trataba de la función represiva del padre, junto con su función de transmisión de la castración a los hijos, aquí Lacan dice, más bien al revés, que un padre debe mantener cierto silencio, cierto velamiento sobre su goce, no poner en la escena lo que él es como hombre. Es decir, que la función paterna no tiene nada que ver con ningún magisterio, ni con ninguna exhibición.
Y bien, cuando no es así, cuando no se dan estas condiciones, no es que no sea posible la paternidad, sino que nos encontramos ante una paternidad que abre las condiciones de la Verwerfung y los efectos psicotizantes.
Este “un padre” que soporta la función, es modelo de la función padre como función de síntoma. Un padre que tiene un síntoma, que es el síntoma mujer, madre, niños, es modelo de la función borromea del síntoma, es decir, de un síntoma que inserta el goce sexual en el lazo social, que es un lazo significante también entre hombre y mujer, y el goce de la vida reproducida también en el lazo entre las generaciones.
Lacan no suprime aquí la función Nombre del Padre, la reformula primero como una función- síntoma, y después establece la conexión entre la función borromea con un padre de la realidad en su función real. A partir de aquí se abre la posibilidad, que JAM introdujo en los textos clínicos sobre las psicosis ordinarias, de considerar que si el NP es un síntoma, entonces un síntoma puede ser un Nombre del Padre para un sujeto.
Nos encontramos en el punto mismo de la psicosis generalizada, de la forclusión generalizada, en el que tenemos entonces que prestar atención a las diversas formaciones sintomáticas que permiten a cada sujeto rectificar el fracaso particular en la constitución de su anudamiento, siendo la “per-versión” una de ellas.
La cuestión, en lo que atañe a nuestro debate, es si hay algo más que figuras imaginarias del varón cuando un sujeto ha quedado fuera de las condiciones marcadas por Lacan en este seminario, y si los nuevos semblantes le permitirán a los nuevos sujetos construir una manera vivible de hacer con el goce.
Nuevos semblantes de la paternidad: la era postpaternal
por Joaquín Caretti Ríos
Vivimos en una época del mundo donde el semblante del padre ha sido fuertemente conmovido: estamos en la era postpaternal. Desde fines del siglo XIX su figura ha ido perdido fuerza, imponiéndose, paulatinamente, un igualitarismo en la relación entre los sexos que convierte en ridícula la figura de un amo en el seno de la familia. Como un ejemplo mas de estos cambios tenemos, en estos días, en España la propuesta que se ha realizado de modificación de la ley de 1999 de quitar definitivamente cualquier preeminencia al apellido paterno sobre el materno, pudiéndose poner a un hijo el nombre de cualquiera de los progenitores usando el orden alfabético en caso de conflicto. El debate se instala entre los que quieren seguir aferrados a la tradición -como el Papa, que con una encendida propuesta de reevangelización de España y de la familia tradicional, muestra la preocupación de la iglesia ante los cambios que se están produciendo- y los que piensan que, en este caso, la modificación de la ley profundiza en la igualdad entre hombres y mujeres, ya que nada justifica que tenga que prevalecer el apellido del padre.
Por otra parte, los avances técnico-científicos junto con las modificaciones legales, han llevado a generar diferentes posibilidades en la concepción de un hijo y en las formas de la familia. Así tenemos familias heterosexuales, monoparentales, homoparentales, pluriparentales y paternidades por adopción tanto para parejas hetero como homosexuales, por inseminación artificial del semen del padre o de donante anónimo, por fertilización in vitro, mediante úteros de alquiler, por donación de esperma o de óvulo, por adopción de embriones… Estos cambios se acompañan de una feminización del semblante del padre al producirse una igualación entre los sexos. Así, como efecto de la democratización en el seno de la pareja, asistimos a una “maternización” del padre al pasar este a ocuparse de los hijos y de la casa de una manera nueva, mas cercana a los cuidados que ejercía la madre. El padre se ha democratizado en un para todos que pone en cuestión el lugar de su excepción. Por ello lo que nos interesa trabajar es qué efectos tiene esto sobre la función paterna, sobre su función estructural, es decir qué efectos discursivos, si los hubiera, se producen. En este sentido Lacan en “La Familia” de 1933 va a señalar que “no somos de aquellos que lamentan un supuesto debilitamiento del vínculo familiar. (…) Un gran número de efectos psicológicos, sin embargo, están referidos, en nuestra opinión, a la declinación social de la imago paterna. (…) Cualquiera que sea el futuro, esta declinación constituye una crisis psicológica. Quizá la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis.”
Sabemos que la pregunta ¿qué es un padre? está en el corazón de la estructura subjetiva. Freud dio dos respuestas a esta pregunta: la del padre del Edipo y la del padre de la horda que articulan en el sujeto la relación entre Ley y deseo. Sin embargo dejó de algún modo anudado el psicoanálisis a la religión del padre. Lacan, siguiendo la huella de Freud, va a tomar inicialmente el complejo de Edipo en la línea freudiana para realizar posteriormente un pasaje de la función mítica de este a lo que de estructural tiene la función del padre y proponiendo un más allá del padre que rescata al psicoanálisis del impasse freudiano. Lacan, en su prolongada enseñanza, llegó a situar la función del padre de diferentes maneras siendo la versión del seminario XVII la que me interesa destacar. Allí dice que “el padre real es el agente de la castración” y que “la castración es la operación introducida por la incidencia del significante, sea el que sea, en la relación del sexo (…) y de la que resulta que solo hay causa del deseo como producto de tal operación. Y es obvio que determina al padre como ese real imposible que hemos dicho.” Es decir que el padre es el agente de una operación del lenguaje que se realiza por un significante amo, sea el que sea. Va a situar al padre como un real que operará como agente de una operación del lenguaje que la hará cualquier significante sobre el sujeto en su relación a la sexualidad y que producirá como efecto la posibilidad del deseo. El padre, entonces, es el que se encarga de realizar una transmisión de la condición deseante para el hijo. Al llamarlo padre real lo aleja de cualquier semblante que podamos colocar para articular esta operación. Pareciera que, por una parte, está el semblante del padre y, por la otra, el padre que hace un acto de transmisión. Este padre no es imaginario, no es simbólico, sino que es real, a pesar de ser el agente de una operación simbólica que opera en lo real del goce.
Hay otro texto de 1969 -“Dos notas sobre el niño”- que aclara más las cosas. Allí dice: “La función de residuo que sostiene (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión -perteneciente a un orden distinto al de la vida adecuada a la satisfacción de las necesidades- que es la de una constitución subjetiva, que implica la relación con un deseo que no sea anónimo.” Esta función de residuo, de lo que queda a pesar de las modificaciones que sufre la familia, pone en primer plano que en ella se juega algo irreductible que tiene que ver con una transmisión que hace a la constitución del sujeto. Y cómo se posibilita para Lacan esto, hay que escucharlo bien: por la relación con un deseo que no sea anónimo. Es decir que tiene que haber alguien que se comprometa en un deseo, alguien que desee. Esto nos recuerda lo que va a sostener en RSI donde afirma que un padre conseguirá el respeto y si acaso el amor en función de hacer de una mujer la causa de su deseo.
Podríamos ir un poco más allá y pensar que este deseo que no sea anónimo comprende, en un mismo movimiento, tanto un deseo de los padres por el hijo como que en sus progenitores se escuche una posición deseante en la existencia. No importaría entonces la ausencia física del padre o el engendramiento sin el mismo o la homosexualidad parental si en el texto donde ese niño habita encuentra operaciones deseantes que lo incluyan. Es hijo de un deseo y una ley, más allá del sexo de sus padres. Esto, por un lado, pone patas arriba la especificidad de la familia heterosexual como normativizadora y, por el otro, generaliza, mas allá del semblante, la operación paterna como una operación significante, cualquiera sea este.
De este modo se puede sostener que si bien los semblantes del padre han variado y se constata que hay un declive de los mismos el problema no estaría situado en la inexistencia de la familia heterosexual o en los semblantes maternizados de los hombres o en los riesgos de la familia homoparental. Pienso que el verdadero problema es la colusión del discurso capitalista con la técnica que genera, en el lazo social, un rechazo generalizado de la castración obstaculizando a que el significante cumpla su función a través del agente paterno. Es un discurso que pone al sujeto ilusoriamente en el puesto de mando impulsándolo a un movimiento de goce sin freno con el objeto técnico, es una voluntad que opera a favor del malestar en la cultura. No se trataría, en el discurso capitalista, de prescindir del padre a condición de valerse de él, como sugiere Lacan, sino, por el contrario, de dificultar la puerta de entrada de su operatividad. Entonces el riesgo no está, como dije, en los nuevos semblantes que adopta la paternidad sino en un discurso que tiende a anular cualquier posibilidad de lazo social. Por ello los efectos sobre la función de transmisión que realiza el padre deberán se analizados uno por uno y no dar por supuesto que las modificaciones del semblante afectan a su función estructural. En todo caso, como sugiere Jacques-Alain Miller, la era postpaternal podría abrir en cada sujeto la vía de su invención.
Restos de una Convalecencia.
Por Oscar Ventura.
Conductas Higiénicas. (Ex-cursus)
Estoy en otra ciudad, hace frío, viento y lluvia y arrastro un nuevo síntoma (el superyó no es nuevo) se trata de una “lumbalgia del higienista”. Me duele la garganta, y mí rasgo hipocondríaco hace de las suyas ante la inminencia vaya uno a saber de que... No hay interpretación que alivie la cosa. La lumbalgia de tipo higienista suele ser un síntoma masculino contemporáneo. Sucede, por ejemplo, en los casos de hombres fieles a las obsesiones modernas, piensan que la salud existe, y que reside en hacer con los cuerpos las cosas más disparatadas. Probablemente esta época ilustre como ninguna la deslocalización del falo, los hombres son protagonistas privilegiados de la cuestión, su estatuto de condensador se diluye en beneficio de una proliferación inaudita, donde el cuerpo mismo es sacrificado a la esperanza de gozar del bienestar.
He encarnado en estos últimos tiempos un experimento. Un día de esos, en los que me sentía “cansado”, decidí empujar al día siguiente, hacerlo más laxo “no trabajar demasiado”, abrirle algunos agujeros para “descansar”, un poco. Pensé que la actividad física me devolvería la vitalidad menguada por algo de falta de sueño y esas cosas. Me dediqué pues a ofrecerle al cuerpo un tratamiento que lo relajara. Resultado del higienismo: Lumbalgia, tomé frío y la garganta, que no estaba tan mal, empeoró. En el gimnasio la calefacción no funcionaba, y cuando por último salí del sauna, creyendo que eso era beneficioso, un viento helado atravesó mi espalda, mi cintura y mi garganta. Ahora padezco de Lumbalgia del higienista, (tal vez el DSM V nos dé la sorpresa) y del cabreo consecuente.
L/a Mujer La Muerte y los hombres
No está mal para la época del debilitamiento masculino que un hombre esté cabreado, al fin y al cabo es un rasgo de virilidad, un poco de violencia contra sí mismo, en dosis razonables, nos devuelve la buena hombría. Puede encarnar ese “toque de lo real”, como decía Lacan, que conviene a la cotidianeidad. Y seguramente es de gran utilidad para la relación con los otros, la vuelve más auténtica, el buen cabreo nunca se confunde con la agresividad.
No estaría mal tampoco que los hombres puedan estar un poco más cabreados, ignoro si eso sería posible, pero sería una brújula para soportar por ejemplo las formas que el deseo femenino toma en la época, atravesada ya definitivamente por las “conquistas”. Por lo menos, tal vez sea un recurso para diferenciarlo de ese Amo absoluto que es la muerte. No es cuestión banal. Tanto La muerte como La Mujer son dos significantes de lo imposible, pero ¿son lo mismo? no suele ser infrecuente que los hombres la confundan. El colmo es el asesinato.
Sin duda tienen cosas en común, su falta de representación si partimos de lo más básico, observamos también su coalescencia en las distintas formas que desencadenan la angustia de castración. Sus semblantes recorren la poesía y la literatura y la fascinación que provocan sólo es medible en función del goce que encarnan. No hay instrumento que lo mida.
No obstante no son una pareja simétrica, una no es el espejo de la otra, y aunque vistan disfraces similares no se confunden. Metaforizar que ellas suelen convertirse, con frecuencia, en el partenaire del hombre es una forma de localizar su diferencia. Si ambas despiertan el horror, otro rasgo en común, el tratamiento que el sujeto hace de ese horror está ligado a muy diferentes formas del infortunio masculino.
Con la muerte no hay nada que hacer, su inmutabilidad no permite perderla, entre otras cosas, porque no estuvo nunca, la temperancia del horror que provoca responde más bien a encontrar la forma de olvidarla, a no hacerla un partenaire.
No pasa lo mismo con L/a Mujer y el tipo de horror que ella despierta, cabe aquí pensar la posibilidad de una pérdida del susodicho horror a L/a mujer.
La escena del mundo ilustra con bastante precisión la resistencia que esta posibilidad encuentra. Su fortaleza es solidaria, entre otras cosas, con el declive de los semblantes masculinos. En realidad la pérdida de satisfacción de cualquier tipo, al fin y al cabo, es vivida como una injusticia hoy en día. Este modo de subjetividad es una via regia abierta al evidente debilitamiento de los semblantes masculinos. Y seguramente una causa de su deslocalización.
Pero lo interesante de la cuestión a diferencia de la muerte es que lo imposible de L/a mujer, abre sin embargo el espacio a una maniobra, permite una pérdida. L/a Mujer a diferencia de la muerte no es un Amo absoluto, el horror puesto en juego allí puede franquearse. Esto nos permite conservar cierto optimismo. Dosis de principio del placer en las raíces del malestar de la cultura.
Freud consideraba lo transitorio como una condición del goce. Negar esta intermitencia es una de las ilusiones de la modernidad, podemos contemplar su efecto como la amplificación a gran escala del fantasma de inmortalidad, no pocas veces cercano al delirio en el discurso contemporáneo. No vale la pena empecinarse. El cuerpo, ese que lo acompaña a uno, más allá de los beneficios a los que se le invita, va produciendo su propia vida y su propia muerte, a pesar del sujeto que lo habita.
Una lectura distraída de una revista de cine hizo que un recuerdo retornará. Tuve una gran pena cuando murió Marcelo Mastroianni, aquí, muy cerca de donde estoy ahora, rodeado de sus amigos. Cuando le preguntaban en esos días aciagos de su enfermedad algunas cosas de la vida, el respondía que lo que más iba a extrañar era el ritmo de sus intercambios, la charla serena… Pero sobre todo la belleza de las mujeres, que dice nunca haber entendido, pero que tampoco le interesaba entenderla, ¿para qué? Se preguntaba.
Es verdad, no hay nada más que entender en un cierto nivel de la reflexión, sino más bien darse la oportunidad de encontrar las fórmulas de tratar la vida sin empecinarse en deshacerse de ella/s, demasiado de prisa. Cuando uno elige ser hombre no puede dejar de tener en cuenta que el tiempo de La/ mujer no es el de la muerte, sino que justamente es en esa inexistencia que reside la vida misma.
La sexualidad tolerada. Italia y las perversiones ocultas
por Maurizio Montanari
“¿Dónde están los hombres?” se queja una joven que acaba de descubrir que su novio frecuenta a los transexuales de las zonas de prostitución de la ciudad.
Se lo pregunta en sesión, mientras en Italia estallaba el escándalo estival del gobernador de una región, el Lazio, que se vio obligado a dimitir por el chantaje al que le tenía sometido el transexual con el que mantenía relaciones y otras figuras sospechosas que lo rodeaban. El gobernador ha dimitido aun sin haber cometido ningún delito, empujado por los medios y las acusaciones de “inmoralidad”. La condena proviene tanto del ámbito de la derecha católica como de la izquierda heredera del Partido Comunista que no lo defendió. Su “culpa” ha consistido en haber sido descubierto, es decir, haber mostrado públicamente aquello que tantos saben: muchos hombres italianos buscan los servicios de transexuales. La clínica nos dice que esta “pasión” es transversal: interesa a políticos, a la burguesía y a los obreros, a los hombres del espectáculo.
Con frecuencia, recibimos en nuestras consultas a hombres que tienen contactos con transexuales. Algo que no constituye ni un enigma, ni un sufrimiento en tanto que se mantiene oculto, pero que desemboca en una crisis cuando este tipo de relaciones son descubiertas (por los familiares, colegas de trabajo, por la prensa). Son hombres comunes, padres de familia, estudiantes. Durante el análisis, surge de manera recurrente una frase: “¡no soy homosexual!” Ese es el miedo más grande. He constatado que declinar la sexualidad prescindiendo de la mujer no constituye casi nunca una interrogación para el sujeto, inmerso, sin embargo, en la angustia de ser etiquetado como “gay” cuando estas relaciones son descubiertas.
Este es el momento en que el individuo pide ayuda: “Doctor, tengo relaciones con transexuales, pero no soy gay”.
Muchos provienen de diferentes zonas de Italia, sur y norte, ambas áreas muy católicas y conservadoras. Tierras de un Otro que no contempla la homosexualidad, ni siquiera como forma de desviación aceptada. En el sur profundo se habla del fenómeno del “tarantismo” (1) (estudiado en profundidad por Ernesto de Martino), como síndrome específico que estaría aceptado por el Otro, a diferencia de la homosexualidad, ya que le ofrece a la mujer una especie de “rescate” frente a una posición subordinada. Pero la homosexualidad no, es un tabú absoluto. La fuerza de este Otro se propaga a través de los miembros de esta comunidad emigrados al norte, entre los que persiste la prohibición de infringir el tabú. Este Otro plasma un lazo social entre aquellos que pertenecen a los grupos, donde la homosexualidad está prohibida, pero las visitas a transexuales constituyen un elemento no clasificado, no previsto, una modalidad de expresión de la sexualidad no codificada. Y, por lo tanto, no sancionada. Esto convence a muchos de ellos de que se trata de un “pecado” menos grave. Se definen, así, “bisexuales”, sin que ello implique que mantengan relaciones sexuales con hombres o mujeres, sino sólo con transexuales.
Recorriendo en sentido inverso sus historias relatadas en sesión, se observa que el encuentro con la mujer siempre ha sido motivo de angustia, nunca han podido enfrentarse al enigma: “¿Qué quiere de mí?”, ¿Qué lugar ocupar para ella? Para responder a este enigma es necesario el uso de herramientas simbólicas que resultan ineficaces, pobres, inadecuadas.
Estos hombres eligen no negociar con la mujer, prefieren la retirada y “enjaulan” su sexualidad en una zona que les permite, por un lado, garantizarse una distancia de seguridad respecto del mundo femenino, y por otro, no caer en una zona prohibida por el Otro, la de la homosexualidad.
Buscar los servicios de transexuales es una invención para hombres débiles, que los sostiene garantizando la posibilidad de no plantearse la cuestión de cómo relacionarse con una mujer. Una zona franca, un “no man’s land” sin Ley, donde no hay mujeres, pero tampoco se corre el riesgo de ser etiquetado de homosexual.
En Italia, ahora más que nunca padecemos el eclipse del Nombre del padre, una Ley en vía de evaporación que ha dejado paso al “goza” generalizado. Un “goza” que impregna nuestro sistema político y mediático que no se manifiesta completamente porque está moderado por la fuerza del catolicismo. Esto ha acarreado la normalización de la prostitución y el uso estimulado del cuerpo femenino como objeto de intercambio. Sin embargo, no le ha le permitido a la homosexualidad encontrar un lugar. En Italia acudir a transexuales es un tabú violable, una infracción tolerada, siempre que se mantenga invisible. El mensaje es un “goza, pero sin ser descubierto”.
(1)Nota del traductor: Se trata de un fenómeno convulsivo que, según la tradición popular de la zona de Apulia, estaría provocado por la picadura de la tarántula cuyo tratamiento recomendado es una danza purificadora que incluye movimientos obscenos.
Traducción: Constanza Meyer
Cosas de hombres
por Liana Velado
El amor ha sido cosa de mujeres desde antiguo, sin embargo hoy los hombres hablan mucho de sentimientos, alardean de la prioridad que tiene en sus vidas los cuidados y el tiempo de estar con los hijos, de la importancia de los sentimientos de sus parejas y el respeto por ello, incluso de la admiración por ello.
Amar es dar lo que no se tiene, dice Lacan, por eso son las mujeres situadas en la falta por la penuria significante las que pueden dar lo que no tienen, mientras que para el hombre es una posición más complicada, ya que él tiene y daría lo que tiene, y eso no es estar en el registro del amor. Amar exige la castración y esto no lo acepta bien el hombre ya que atenta contra su virilidad , lo feminiza, y no es por eso una situación fácil. El acceso al amor para el varón supone aproximarse a lo ilimitado del goce femenino. La sociedad del No-todo de hoy introduce lo ilimitado de los objetos contables de goce, objetos que suman en el tener y también en el temor a dejar de tener. ¿Ha habido un cambio en la relación de los hombres con el amor ? Parece que no, parece que el varón se ha vuelto hacia los objetos de goce que sí suman uno tras otro, la mujer es ilimitada en su goce pero no suma, ese goce no se registra en el tener. Tal vez es más difícil en la actualidad el amor para un hombre por lo ilimitado de la oferta de objetos de goce, que le facilitan evitar lo ilimitado del Otro goce.
Algo de esto cuenta en las primeras sesiones. Un paciente en la cuarentena consulta por dificultades sexuales que no siempre le permiten el desempeño “adecuado”. Tiene relaciones sexuales con tres de las muchas amigas que tiene, y por internet con otras dos. Eso le gratifica mucho porque el sexo le divierte. Ha tenido tres novias y ha convivido cuatro años con una, siete con otra y dos con la última. Las tres lo han dejado, no sabe bien por qué ya que él valora y cultiva todo eso que las mujeres dicen querer. No las entiende, él tiene detalles, las escucha, es delicado, y no es por presumir, puesto que ellas lo dicen también. Sólo se podría achacar que pasaba mucho tiempo en el ordenador, pero no más que otros amigos suyos, cree. No comprende qué pasó, a él le parecía que las cosas discurrían bien, ellas decían quererle, y siempre lo creyó. Con las tres ex se lleva muy bien, y siguen queriéndole. Suma “amores “que le mantienen a distancia de las mujeres. Les da mucho y, dice, pide perdón antes, que cree que las mujeres desean “que se les haga alguna putada” . Hay muchas mujeres en su vida que le quieren.
Colecciona unidades de amor.
El da mucho, sí, de de lo que tiene para dar: tiempo, regalos…pero no se pone en falta para alojar a la pareja, y las mujeres se alejan.
Miller,J-A : Intuiciones Milanesas .Cuadernos de Psicoanálisis nº 29
Miller,J-A : Conferencia concedida a HW
Lacan,J.: Seminario XX Aún. Paidós. Buenos Aires
Hombres, hombres
por Fernando Martín Aduriz
Un mundo más feminizado produce paradójicamente una creciente demanda: hombres. ¿Dónde están los hombres? se preguntan algunas mujeres. ¡Ya no quedan hombres! exclaman ellas y, lo que es sorprendente, también ellos. Se constata que ya no hay más hombres como los de antes, pero en la misma proporción en que ya se han terminado los niños de antes, los ancianos de antes, los pueblos de antes.
Ocurre que el hombre se encuentra en medio de una aporía, en medio de una indefinición, en una travesía incierta y sin mucha visibilidad. Exigido como siempre, pero en el punto de mira de una mujer actual que desea hacer de él un varón más acomodado a sus exigencias de realización, ora más servicial, ora auténticamente viril.
¡Ay, la virilidad! ¿Cómo desplegarla sin parecer demasiado femenina, tal cual precisamente cuando se muestra ostentosa?
Todo apunta a que buenos tiempos para los hombres no son. Descerebrados al margen, los hombres asisten perplejos al salvajismo criminal de unos, a la silenciosa violencia de otros, y a la posesividad celoso-patológica de no pocos.
Antes que por el ser, preocupado por el tener, repleto de miedo a perder, cuida de que su mujer siga siendo parte de sus posesiones, de su particular patrimonio, pero sobre todo tiene que disimular ese semblante de propietario. Y le cuesta encontrar el artificio adecuado, el relato correcto a transmitir a sus propios hijos, a su vez más pendientes del goce que del amor, y sin paciencia para el deseo.
Es entonces cuando entona dos discursos, uno, el entre-hombres, y dos, el ante-ellas. El primero, privado. El segundo, público. Ambos, semblantes masculinos bien caracterizados, pero aún resta un tercer discurso, el de la propia intimidad, misteriosa incluso para el propio sujeto, discurso que expulsado de otros lares, ya sólo parece ser bien recibido en un diván.
Ineliminable el malentendido entre los sexos, son apuestas del hombre actual la soltería, la aventura sin fin, el hombre femme, la adolescencia perpetua, o el varón domado.
Mientras, el hombre en función de padre, encima se topa con una época que declara abierta la veda: todos contra el padre, ningún privilegio, función plural, cerviz doblada.
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