Cuando un ministro renuncia llorando
l'Insconscient ne prends pas des vacances
Anaëlle Lebovits-Quenehen - Paris - ECF
Solo unos
días antes que el presidente francés reciba el título de “Campeón de la
tierra”, el ministro francés de ecología dejaba su cargo derramando lágrimas.
Esto en un contexto en el que un buen número de climatólogos vaticinan el fin
del mundo en un corto plazo, confirmando que las tendencias espontáneas de la
humanidad están transformando el mundo que ésta habita en basura. Sobre este punto, no se
puede evitar el reflexionar sobre el comentario de Lacan en sus Escritos: “Los espacios infinitos han
palidecido detrás de las letras minúsculas, más seguras para soportar la
ecuación del universo, y la única vela en el entierro que podemos admitir fuera
de nuestros sabios es la de otros habitantes que podrían dirigirnos signos de
inteligencia -en lo cual el silencio de esos espacios no tiene nada de
aterrador. Y así, hemos empezado a vaciar en ellos nuestra basura, entiéndase a
convertirlos en ese foso de desechos que es el estigma de la “hominización” en
el planeta, desde la prehistoria, oh paleontólogo Teilhard, ¿lo ha olvidado
usted?”[1].
Lo que nos
interroga aquí es entonces el valor de esas lágrimas en la medida en la que
suscitaron los aplausos prolongados de la asamblea delante la cual el ministro
dejaba su cargo. Pues estamos lejos del contexto de las lágrimas de las que los
hombres de política hacían uso en el siglo XVI[2], y
que estaban hechas, no para exhibir los afectos del orador ni su experiencia
íntima, sino al contrario, para enmascarar así el secreto de sus pasiones
políticas. Las lágrimas de Nicolas Hulot traducían más bien la impotencia del
hombre en la que los ideales chocan con el ejercicio del poder. Si las lágrimas
venían aquí en lugar de las palabras que interrumpían, no producían por ello un
menor efecto, efecto intensificado sin duda por la percepción de que esas
lágrimas no son puros semblantes políticos.
Si se puede
no encontrar la impotencia llorosa de buen gusto, y no tener ápice de simpatía
con el ideal desconcertado, uno se equivocaría al subestimar la fuerza de la
expresión de los afectos en la política, y paradojalmente, su poder, como, de
una manera general, el recurso a las emociones cuando se trata de convencer. Ya
que, si los afectos son móviles, siempre desplazados -aparte de la angustia-,
el semblante en que consiste su expresión tiene un valor que ningún amo puede menospreciar a riesgo de ver su poder
volatilizarse pronto.
“Todos somos atenienses en este punto; y yo mismo,
Que
estoy escribiendo esta moraleja,
Si “Piel
de asno” me fuese narrada,
Tomaría
de ella un placer extremo.
Dicen
que el mundo es viejo, y lo creo; sin embargo
Hay
que entretenerlo y divertirlo como a un niño.”
Que el
mundo sea viejo, he ahí un aviso al cual el anciano ministro de ecología se
adheriría sin duda, y sin remordimientos. Pero si las lágrimas tienen algún
título de nobleza, o al menos lo tuvieron en una época en la que hacían de
máscara, todo depende actualmente del uso que se haga de ellas, y sobre todo de
las pasiones que reclaman. Cuando, más que acompañar las palabras, vienen a
sustituirlas, cuando vienen así a desmentir el compromiso, porque ellas disculpan
ya la impotencia de aquel que las recita, el semblante de las lágrimas no
indexa ya la firmeza, la determinación, la resolución (todas las virtudes que
dan cuenta del compromiso del cuerpo), sino mas bien la aflicción y la piedad.
Las
lágrimas que inhiben la palabra, que imponen el silencio a aquel que las
recita, dan testimonio de una defección momentánea ante la verdad mentirosa.
Además, si las palabras son siempre impropias para decir lo real, si la verdad
miente, está ahí no obstante una invitación paradojal a escoger el decir, en la
perspectiva analítica, como un más-allá. Que la verdad mienta, he ahí en efecto
precisamente lo que nos impone a bien decir más que a callarnos, y
especialmente cuando se pretende comprometer su responsabilidad en la
“salvación común”.
“Quien cede
sobre las palabras, cede sobre las cosas”, anotaba Freud. No se puede decir
mejor que las lágrimas que hacen callar, que esas lágrimas expuestas al
público, de hecho, son una intención, una intención silenciosa por supuesto,
pero una intención aún así.
Despreciar
el uso de los afectos en política, es sin duda condenarse a la errancia y es,
por otra parte, hacer prueba de un idealismo culpable. Sin embargo, nada impide
el escoger bien los afectos que se hacen públicos y aquellos que se suscitan.
tradução Patrício Parra
revisão Ruth Gorenberg
[1] Lacan J., “Observación sobre el informe
de Daniel Lagache”, in Escritos, tomo
II, México, Siglo XXI Editores, 1995, p. 663
[2] Le Person Xavier, «
« Les larmes du roi » : sur 'enregistrement de l'Édit de Nemours le 18 juillet
1585 », in Histoire, économie & société, 1998, 17-3, pp. 353-376
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