PSICOANÁLISIS, DEMOCRACIA Y NEOFASCISMO
Por Jesús Santiago
Responsable por El Movimiento Zadig Brasil/ “Dulces Bárbaros”
La afinidad entre la
democracia y la vida se explica por el hecho de que ambas tienen como columna
vertebral la indeterminación propia de lo real contingente y, por ende, es lo
que vuelve necesario e irreductible el conflicto. La democracia asume una relación
directa con la vida pues, como el psicoanálisis nos enseña, está atravesado por
el azar y por la indeterminación radical inherente a los acontecimientos
contingentes de la historia política de un pueblo. ¿Quién podría imaginar que
la democracia brasileña, aún en fase de gestación, iría a pasar por esa onda
avasalladora de un oscurantismo conservador? Si la contingencia, la diversidad
y la división constituyen el corazón de todo régimen democrático, se exige de
ello una política de protección y de defensa. Esperamos que, en los próximos
días, los movimientos y fuerzas políticas esclarecidas sepan ejercer esa
protección y esa defensa de la democracia, por medio de la creación de un
frente republicano que pueda derrotar al amo reaccionario obstinado en querer
restaurar un orden patriarcal y falocéntrico[1].
Y no hay dudas que el psicoanálisis podrá desempeñar su modesto papel en esta
búsqueda de la preservación de la vida democrática.
La democracia como experiencia e invención
Es preciso considerar que la
democracia no es finita y, por lo tanto, no se escribe jamás en el cuerpo
social de modo definitivo. Será siempre capaz de sorprendernos. Apenas
encuentra su fuerza si admitimos que sus debilidades y sus males no son
pasajeros, sino constantes e irreductibles. La democracia es experiencia e
invención; está, para siempre, sujeta a ser reescrita[2].
Y esa relación con la vida hace que la democracia pueda padecer gravemente. En
los tiempos actuales, ya se presenta como un cuadro de padecimiento agudo y
corremos serios riesgos de ver su fallecimiento con la inminencia del triunfo
electoral de Jair Messias Bolsonaro, el capitán reformado del ejército
brasileño.
Cabe resaltar que bastó que
ocurriese la adhesión en masa de la población brasileña a esta figura de violencia
y horror para que las expresiones típicas del fascismo como la intimidación,
discriminación, fanatismo y la violencia pasaran a proliferar entre nosotros.
Los relatos acerca de esos actos sórdidos están en aumento, como ejemplifica el
caso del asesinato del capoerista bahiano Moa do Katendê, cometido por enfurecido
elector de Balsonaro. Con la Psicología
de las masas, Freud pudo tratar estas expresiones del fanatismo y la
violencia, por medio de procesos identificatorios que envuelven el cuerpo y sus
afectos[3].
Desde entonces, la política en general y, sobre todo, las tentaciones
totalitarias no deben ser vistas como fenómenos racionales, pues implican el
cuerpo pulsional. ¡Pensamientos son palabras y las palabras son actos! Pero
precisamente, a lo que asistimos, en los últimos tiempos, son actos discursivos
que diseminan la violencia y el odio. Se vuelve importante impedir el avance de
un candidato cuyas palabras están al servicio de la defensa de la tortura, de
la segregación racial y de la misoginia, como sucedió al decir a una colega
diputada, en público, que “ella no merecía ser estuprada”.
Identificación al poder falocéntrico del capitán
Es importante constatar que ese discurso de odio en que se sacraliza
la violencia se hace presente en ambientes restringidos a la Internet, en los
grupos de WhatsApp, por medio de intimidaciones en que solo uno de los dos
lados puede tomar la palabra. El restante, en caso de que no se quede en
silencio, será blanco de prácticas de intimidación coercitiva. El odio
diseminado en las redes digitales tiene como telón de fondo el uso político del
afecto, reinante en estos días sombríos, a saber: el miedo. Los grupos de
WhatsApp reproducen, en consecuencia, procesos de masa, vía un proceso de
identificación horizontal de los individuos entre sí y, verticalmente, con el Uno que, a pesar de buscar confundirse
con un hombre común, se presenta como
la excepción. Como efecto de ello, una de las características de ese fenómeno
de masa es la oferta de un semblante del hombre
común que, aparentemente, se confunde con la masa de brasileños y en el
cual se destaca el uso particular de la lengua, con un exceso de palabrejas y
términos de moda que incitan a la violencia.
Por otro lado, el fanatismo es
un amor hipnótico por el líder que se coloca en el lugar del padre redentor y
que alardea, por las cuatro esquinas del Brasil, que va a trabajar por la
higiene moral de las suciedades dejadas por los otros. En verdad, sabemos muy
bien lo que viene a ser ese trabajo de higiene, a saber, oponerse a una
sociedad diversa y plural, lo que se nota, por ejemplo, en el combate que
emprende a lo que, estúpidamente, llama “ideología de género”. La mediocridad
llega a un punto que se recusa el saber
de la ciencia para la acción gubernamental, al negar los cambios climáticos
y querer entregar la Amazonía a una actividad de extracción primaria y
grotesca. Ya se declaró claramente contrario al sistema de poderes y
contrapoderes y al modo de escrutinio de nuestro país. Milita contra los
derechos humanos y contra las libertades individuales y llega a propugnar por
las ejecuciones extrajudiciales pues eso derechos del ciudadano son la razón
para la crisis de la seguridad pública. Otro componente típico de las prácticas
de la violencia neofascista es la creación de organizaciones paramilitares y
milicias que van contra el hecho de que la violencia es un monopolio del brazo
armado del Estado y que solo el gobierno puede usar legítimamente la fuerza y,
notablemente, que ese uso sea regido por la ley y por las instituciones
autorizadas para ese fin regulador. La cumbre de este discurso de odio es la
defensa intransigente de que el ciudadano común tenga licencia para armas para
poder defenderse y defender a su familia de la violencia en una evidente
apología de los “discursos que matan”.
No hay fin de la historia.
Lo que está en juego en este
momento es el hecho de que el orden democrático republicano, necesario para la
práctica del psicoanálisis, está en cuestionamiento. Desde la caída del muro de
Berlín, en 1989, todo indicaba que no habríamos de asistir a otras alternativas
políticas distintas de la democracia. En este momento decisivo de nuestra reciente
historia, solo la China, o también el populismo bolivarista en Venezuela y
algunos otros, podrían ser considerados como excepción en este abanico
homogéneo de regímenes políticos democráticos del planeta. Delante de las
evidencias, el diagnóstico que se podía hacer en aquella ocasión era que la
cuasi totalidad de las sociedades anhelaban la inmediata implementación de la
democracia. Es en este contexto que surge la tesis del filósofo Francis
Fukuyama del “fin de la historia”, tesis que emana de la constatación de esta
supuesta unanimidad que tiene lugar, tras los acontecimientos que marcan el fin
del llamado “socialismo real”.[4]
Hoy, así con todo, estamos
sorprendidos y desafiados por el surgimiento, en escala mundial, de movimientos
de extrema derecha. Por más que haya especificidades de esos movimientos, en el
contexto de cada nación concernida, nos parece evidente que el blanco de la
extrema derecha es, antes que todo, las libertades civiles y las instituciones
que buscan encarnarlas[5].
De todas maneras, la conjunción del odio y de la política en esa escena mundial
es un aspecto sobresaliente de las respuestas de lo real frente a la
inexistencia del Otro. ¿Cómo lidiar con los efectos de la inexistencia del
Otro, en el ámbito de la política, sin ceder a los imperativos de goce del
superyó presentes en la subjetividad represiva propia del neototalitarismo? En
consecuencia, la cuestión política en el mundo contemporáneo no se centra solo
en la desigualdad entre ricos y pobres, o sea, el conflicto y el impase
civilizatorio no es solamente distributivo, incide sobre el problema de fondo
de los propios rumbos y direcciones que seremos capaces de ofrecer a la
humanidad. Hacer existir al psicoanálisis en el campo de la política es poder
interferir, decididamente, en el proceso de oposiciones y divisiones que marcan
el estado actual del malestar -nacionalismo y globalización; ignorancia
provinciana y el cosmopolitismo elitista; finalmente, barbarie y civilización
-divisiones que envuelven y minan los cimientos de la república.
Adquirimos a lo largo del
tiempo un cierto saber sobre cómo el psicoanálisis puede convivir con la forma
dominante de la política moderna que es la democracia. Llegamos incluso a
entablar batallas históricas contra las tentativas de regulación del psicoanálisis
por el Estado y, en muchas de ellas, salimos vencedores. Por ende, con relación
a los regímenes políticos de extrema derecha, no hay otra cosa que hacer sino
ir contra los peligros de la indiferencia y del cinismo de los que solo lamentan
que “todo está perdido” o que “todo es ruin” y, principalmente, juntarse a los
núcleos de la sociedad civil esclarecida, para asumir que en los momentos en
que la democracia y los derechos de la ciudadanía más elementares se muestran
amenazados, es preciso contar con la invención de la acción política.
Tradução Patrício Moreno Parra
Revisão Ruth
Gorenberg
[1]Laurent, É. Video realizado por Fernanda Otoni para la Conversación
“Psicoanálisis y Democracia”. EBP-Río de Janeiro. Internet: https://www.youtube.com/watch?v=QVPusLyOVsM
[2]Lefort, C. Pensando o político. Ensaios sobre
democracia, revolução e liberdade. Paz e terra: São
Paulo, 1991, p. 32.
[3]Freud, S. “Psicología de las masas y análisis del yo”, in Obras completas, vol. XVIII. Buenos
Aires: Amorrortu, 2012.
[4]Laurent, E. Le Nom-du-Père: psychanalyse
et démocratie, in: Cités/Jacques Lacan Psychanalyse et politique. PUF: Paris, 2003, nº 16, p.
[5]Lago, M. Extremo centro x entremaderecha, in:
Piauionline: https://piaui.folha.uol.com.br/extremo-centro-x-extrema-direita/
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