Mesa: Los psicoanalistas ante las promesas del consumo
Miles y miles
por Eduardo Abello
I
La primera reflexión merece para mí la frase del título de la mesa es pensar qué puede decir un psicoanalista ante un hecho, un hecho advenido, que hoy es llamado “globalización del consumo”. Es decir que uno podría completar la frase diciendo: ante las promesas del consumo globalizado. Decir globalización es, no obstante, un nombre impropio de un acontecimiento actual, en tanto da la idea de que habría un “todo” global. Detrás de ese concepto pretendidamente totalizador, en realidad, debemos señalar que está la promesa de un consumo sin límites y sin totalización aparente.
He encontrado además, como segunda reflexión frente al título, que decir promesas es decir consumo, o sea, que hay prácticamente una tautología entre ellas: pro(adelante)-metere y con (en su totalidad)-sumisión (submittere) sus (de sub: abajo)-metere. Ambas poseen el núcleo de la palabra latina mittere/metere, que significa introducir, insertar. Como analista lacaniano no puedo dejar de relacionar esto con lo que Lacan llamó el discurso del amo, y con sus imposiciones, un discurso que existió desde siempre, desde la antigüedad, pero que, en el momento de la pluralización de la verdad revelada, en la época de las guerras de religión europeas, comenzó a mutar. Cuando la verdad deja de creerse siendo única, su pluralización incide sobre la potencia del padre, del discurso dominante. Cuando Lutero y Clavino iniciaron su cuestionamiento a las posiciones de la Iglesia, la verdad única, revelada, comenzó a temblar.
El padre, de hecho, en tanto amo, también cambió. Ese cambio fue reflejado por Marx, y su reflejo, es decir, el preciso hecho de que él haya hablado de lo que sucedía, e incluso que haya llegado a conceptualizar lo que es del orden de la plusvalía, del plus-de-valor – es decir, del valor de cambio y de la oscura raíz de éste-, implica para Lacan una vuelta de tuerca más, y ésta es lo que se llamó la absolutización del mercado. Podemos rastrear allí incluso las fuentes de la globalización actual, es decir, cuando el mercado se vuelve absoluto, y toda actividad humana es leída a través de él, el consumo tiende a globalizarse.
¿Qué ha dicho Lacan de la absolutización del mercado? El mercado pasa a ser lo incondicional, lo dominante. Al punto que Lacan recuerda cómo Marx situó al trabajo mismo dentro de él. No sólo se compran y venden alfombras, cigarrillos, libros, sino que se compra y se vende trabajo.
Y no sólo el trabajo. También el saber. Hay un mercado de saberes. Los saberes se compran y venden, se pagan. En esta coyuntura aparece que un saber, el que desde hace un tiempo era vehiculizado, promovido por la ciencia, se hace eslabón nodal del mercado. ¿Porqué?
Porque debemos decir que hubo consecuencias fundamentales de esa absolutización del mercado a nivel de una actividad del hombre que tomó una máxima relevancia: la producción. Es a raíz de ello que se consumaron las nupcias entre el capitalismo y una disciplina que había nacido poco antes, la ciencia. Sin dudas están estrechamente unidos.
Es que cuando la naturaleza comenzó a ser abordada por la ciencia, se aceleró, infernalmente, exponencialmente, la producción. Producción de objetos, producción rápida de objetos inéditos, sobreproducción incluso, miles y miles. Es nuestro mundo, aquí estamos, y los deseamos incluso.
Pero ese matrimonio, como todos, no es media y media naranja, sino que, del lado de la ciencia, hay una insistencia que supera las capacidades de dominio. Y del lado de esa mutación, esa variante actual del discurso del amo que es el capitalismo, hay hoy un dinamismo errático, una descentralización de la toma de decisiones, una interacción de múltiples agentes, que está al servicio de mantener al sujeto con la ilusión de que puede inventarse, que debe incluso inventarse algo para representarse, ya que el laissez faire del discurso no le impone una representación especial, determinada, al sujeto. Éste entonces no busca más, como en la antigüedad y hasta hace unos decenios, en el discurso del Otro, aquello capaz de modelarlo, limitarlo, reglarlo, sino que debe buscarlo en sí mismo, en su propio goce, e inventarse con él algo que lo represente. Allí estamos también. El desvarío y la dispersión de modos de gozar de los seres hablantes es hoy evidente: constatamos sujetos dándose a ver sin límites, haciéndose escuchar sólo con ruidos y tapando la voz, victimizándose sin freno, etc.
Entonces, una tercera reflexión sobre el título: las promesas del consumo son una consecuencia de la dominación creciente del discurso científico, avivado por el discurso capitalista. Y los analista no debemos dejar de ver en esto que se trata precisamente de lo que dio nacimiento al psicoanálisis mismo: él es “síntoma del punto del tiempo al que hemos llegado…en la civilización” (Jacques Lacan, Seminario 16, De otro al otro, Paidós, pág. 29).
La primera reflexión merece para mí la frase del título de la mesa es pensar qué puede decir un psicoanalista ante un hecho, un hecho advenido, que hoy es llamado “globalización del consumo”. Es decir que uno podría completar la frase diciendo: ante las promesas del consumo globalizado. Decir globalización es, no obstante, un nombre impropio de un acontecimiento actual, en tanto da la idea de que habría un “todo” global. Detrás de ese concepto pretendidamente totalizador, en realidad, debemos señalar que está la promesa de un consumo sin límites y sin totalización aparente.
He encontrado además, como segunda reflexión frente al título, que decir promesas es decir consumo, o sea, que hay prácticamente una tautología entre ellas: pro(adelante)-metere y con (en su totalidad)-sumisión (submittere) sus (de sub: abajo)-metere. Ambas poseen el núcleo de la palabra latina mittere/metere, que significa introducir, insertar. Como analista lacaniano no puedo dejar de relacionar esto con lo que Lacan llamó el discurso del amo, y con sus imposiciones, un discurso que existió desde siempre, desde la antigüedad, pero que, en el momento de la pluralización de la verdad revelada, en la época de las guerras de religión europeas, comenzó a mutar. Cuando la verdad deja de creerse siendo única, su pluralización incide sobre la potencia del padre, del discurso dominante. Cuando Lutero y Clavino iniciaron su cuestionamiento a las posiciones de la Iglesia, la verdad única, revelada, comenzó a temblar.
El padre, de hecho, en tanto amo, también cambió. Ese cambio fue reflejado por Marx, y su reflejo, es decir, el preciso hecho de que él haya hablado de lo que sucedía, e incluso que haya llegado a conceptualizar lo que es del orden de la plusvalía, del plus-de-valor – es decir, del valor de cambio y de la oscura raíz de éste-, implica para Lacan una vuelta de tuerca más, y ésta es lo que se llamó la absolutización del mercado. Podemos rastrear allí incluso las fuentes de la globalización actual, es decir, cuando el mercado se vuelve absoluto, y toda actividad humana es leída a través de él, el consumo tiende a globalizarse.
¿Qué ha dicho Lacan de la absolutización del mercado? El mercado pasa a ser lo incondicional, lo dominante. Al punto que Lacan recuerda cómo Marx situó al trabajo mismo dentro de él. No sólo se compran y venden alfombras, cigarrillos, libros, sino que se compra y se vende trabajo.
Y no sólo el trabajo. También el saber. Hay un mercado de saberes. Los saberes se compran y venden, se pagan. En esta coyuntura aparece que un saber, el que desde hace un tiempo era vehiculizado, promovido por la ciencia, se hace eslabón nodal del mercado. ¿Porqué?
Porque debemos decir que hubo consecuencias fundamentales de esa absolutización del mercado a nivel de una actividad del hombre que tomó una máxima relevancia: la producción. Es a raíz de ello que se consumaron las nupcias entre el capitalismo y una disciplina que había nacido poco antes, la ciencia. Sin dudas están estrechamente unidos.
Es que cuando la naturaleza comenzó a ser abordada por la ciencia, se aceleró, infernalmente, exponencialmente, la producción. Producción de objetos, producción rápida de objetos inéditos, sobreproducción incluso, miles y miles. Es nuestro mundo, aquí estamos, y los deseamos incluso.
Pero ese matrimonio, como todos, no es media y media naranja, sino que, del lado de la ciencia, hay una insistencia que supera las capacidades de dominio. Y del lado de esa mutación, esa variante actual del discurso del amo que es el capitalismo, hay hoy un dinamismo errático, una descentralización de la toma de decisiones, una interacción de múltiples agentes, que está al servicio de mantener al sujeto con la ilusión de que puede inventarse, que debe incluso inventarse algo para representarse, ya que el laissez faire del discurso no le impone una representación especial, determinada, al sujeto. Éste entonces no busca más, como en la antigüedad y hasta hace unos decenios, en el discurso del Otro, aquello capaz de modelarlo, limitarlo, reglarlo, sino que debe buscarlo en sí mismo, en su propio goce, e inventarse con él algo que lo represente. Allí estamos también. El desvarío y la dispersión de modos de gozar de los seres hablantes es hoy evidente: constatamos sujetos dándose a ver sin límites, haciéndose escuchar sólo con ruidos y tapando la voz, victimizándose sin freno, etc.
Entonces, una tercera reflexión sobre el título: las promesas del consumo son una consecuencia de la dominación creciente del discurso científico, avivado por el discurso capitalista. Y los analista no debemos dejar de ver en esto que se trata precisamente de lo que dio nacimiento al psicoanálisis mismo: él es “síntoma del punto del tiempo al que hemos llegado…en la civilización” (Jacques Lacan, Seminario 16, De otro al otro, Paidós, pág. 29).
II
Desde una lectura psicoanalítica de la actualidad, ¿qué se consume? En primer lugar, podemos decir que se consumen objetos “nacidos de lo simbólico”, es decir, construidos, deducidos, calculados, producidos masivamente. Es también decir que para hacerlos hizo falta el cálculo, y el número exorbitante de su producción, su enorme cantidad, demuestra a las claras cómo la civilización actual está dominada por el discurso de la ciencia. Productos en serie, mesas, sillas, micrófonos, etc., productos de máquinas que van invadiendo más y más el mundo y lo reconfiguran día a día.
Entonces, como lo pensaba Lacan al psicoanálisis, es decir, como hemos dicho, como un síntoma del discurso científico, se advierte que el análisis mismo constituye una respuesta al modelo hombre-máquina, que se deduce de dicha invasión.
Para ser analista, señala J.-A. Miller (21/1/04), hay que quitarse de encima el número, la máquina. Allí radica la resistencia férrea a las TCC, con sus instrumentos en serie, los cuestionarios. Los psicoanalistas lacanianos no son máquinas, ni tienen a la máquina como modelo, sino que su posición ética es consentir a la singularidad, al estilo propio de cada uno, al uno por uno, a la diversidad, incluso ante sus colegas. Y sabemos que la norma, lo normal, no es sino “apariencia”, semblante.
Por otra parte, y como estamos en la “Feria” del Libro, diremos que hasta la cultura se consume. Hay que estar advertidos de ello, porque cuando el imperativo del consumo lleva la marca, sostenida por la Ciencia, del “todos así”, todos iguales, se pone en peligro la esencia poética, poiética –en tanto creativa, inventiva, propia-, del lenguaje mismo. El espacio poético queda entonces relegado, camuflado, tapado por un discurso con un imperativo de universidad, de papers, de mediciones, de convenciones. Es que el espacio poético es un espacio “supuesto salvar” algo de la verdad, individual y aún colectiva, y por eso constituye hoy un refugio ante el malestar actual en la cultura. El psicoanálisis, que implica la recuperación de la verdad y de la esencia poética del lenguaje, en esa radicalidad que Lacan llamó lalengua, lengua privada, no colectiva, escapa al “todos así” universalizante.
Desde esta mirada, la ciencia es tan oscurantista como la religión medieval, por tomar algún ejemplo oscurantista. Baudelaire y Poe, lo ha reafirmado J.-A. Miller, lo percibieron a fines del siglo XIX: un mundo que caía irremediablemente en la red de parámetros de la utilidad directa, es decir, que el producto o servicio que sirve es el que me sirve aquí y ahora, y con un uso directo, inmediato, o casi inmediato. Ante ello, los analistas lacanianos responden con una sesión analítica que en sí misma lleva a desmentir esa utilidad directa: se constata allí una utilidad misteriosa, pero que se impone. Donde lapsus, sueños y síntomas, palabras y silencios, revelan una vía poética singular, un canto al uno por uno, y a la no-exactitud científico-matemática. Incluso una utilidad singular, la de la interpretación analítica, que escapa al valor de cambio del mercado, en tanto sólo válida para un sujeto y para un momento, y de hecho, no del todo calculable en sus efectos. Un relato propio, de uno mismo, eso es un psicoanálisis. Contrasta, sin desmerecer sus efectos, con las miles de pastillas producidas en serie, y con los enunciados de la adaptación hechos para la ayuda y soporte de los terapeutas, que responde a un “para todos”.
III
Hablamos del consumo, hablemos de las promesas. Las de esta era globalizada son varias, podríamos enumerarlas. Primero, de cálculo, de series, de cifras, de máquinas, de evaluación, de medición…de los objetos y también de los sujetos, y hasta de sus cerebros. Segundo, correlativo a lo anterior, de vigilancia, de prevención, de miedo, de segregación.
Tercero, de aparatos producto de la tecnología y de la ciencia (letosas/ventosas), al servicio del consumidor más que del sujeto. Y luego, la promesa del ascenso firme y sostenido de los objetos especiales para Lacan: la mirada y la voz, los objetos de la demanda y del don, planetarizados, extraplanetarizados y omnipresentes.
Y por último, last but not least, aislamos dos promesas del consumo globalizado que son directa consecuencia del capitalismo y de su permisividad.
A la primera promesa la llamé, para mandarlos al Caribe un ratito, y por nombrarla de alguna manera, la “brújula de Sparrow”. Es decir, un sujeto con una brújula alocada que no marca ningún punto de horizonte, desorientado en su deseo, sin una identificación ordenadora más allá del impulso que recibe a explotar su modo de satisfacción propio y único. Esta brújula que no funciona, y que expresa lo no fijado por una identificación, es un hecho propio de la inversión del lugar del sujeto en el discurso capitalista.
Y la segunda promesa, que se erige ante la falta de un Padre único capaz de reglar al Otro y su mundo, que deriva en la explotación al máximo esos objetos que he mencionado: voz, mirada, objetos del pedido y del don. Asistimos, ante esa falta, ante esa caída del lugar ordenante del Padre, a una explotación ilimitada de los mismos. Entonces, detrás de todas las promesas aparentes del mundo actual, ante esta coyuntura, aparece la sombra de un límite al goce finalmente. De algo que pueda limitar la deriva infinita, sin capitonaje, de ese goce del objeto. Esa promesa agazapada, escondida, de un límite por fin, es la de Otro amo, un Amo absoluto esta vez: lamentablemente el único en asegurarse esa función es la Muerte. Testimonio de ello son los llamados nuevos síntomas: las anorexias, las toxicomanías, por ejemplo, cuya meta ante el goce desbocado es el fin absoluto del cuerpo gozante, las depresiones… endémicas del mundo globalizado, ¿qué son sino la mortificación actuando de límite?. Y aún podemos incluir en esa bolsa los deportes extremos, cada vez más raros y novedosos, al borde, en el límite mortal. Allí estamos, es nuestro mundo.
Hay refugios. Uno de ellos surge ante “un viraje decisivo del saber en la historia, no de la historia del saber” (Jacques Lacan, Seminario 16, De otro al otro, Paidós, pág. 42), cuando aparece una discordancia entre saber y poder. Lacan señalaba que los emporios y los imperios son lo mismo, en tanto el que sabe contar, puede repartir, distribuir. Se liga así saber a poder. Pero ese lazo en lo social no es absolutamente estable, a veces estalla. Nuestra frase, tan argentina, de que “el pueblo quiere saber de qué se trata”, encierra dicha enseñanza. Cuando el poder no sabe, desconoce, o transmite que no sabe, todo el lazo se problematiza y la falla entre saber y poder se hace evidente.
Fue en uno de esos estallidos en que apareció ese refugio y ese modo de vida, de vivir la pulsión, como dijo Mónica Torres hace poco aquí en Córdoba, que es el psicoanálisis. Lacan señalaba que Freud daba testimonio de ello con su obra, y que él mismo se encargaba de que el psicoanálisis no perdiese de vista que se debía a esa disyunción, que debía consagrarse a mostrar y demostrar cómo nada puede ni podrá colmarla.
La vida misma de los seres hablantes, por más que se empeñen en taparlo, da testimonio de ello en aquello que tiene de más primordial: el síntoma, su síntoma.
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