Ángela
Molina: ¿Tuvo el psicoanálisis un momento iniciático, un big bang?
Miquel Bassols: Nació a finales del siglo XIX del encuentro de Freud con
algunas mujeres que sufrían de síntomas histéricos. La inventora fue una mujer
que le dijo a Freud: “Calle un poco, escuche lo que me hace sufrir y no puedo
decir en otra parte”.
Esto explicaría la supuesta misoginia del austriaco
cuando afirma: “La mujer es un hombre incompleto” o “La mujer tiene envidia del
pene”.
Freud, fruto de su tiempo, era un misógino
contrariado, así como hablamos de un zurdo contrariado. A la vez, se dejó
enseñar por las mujeres. Le dio la palabra a la mujer reprimida por la época
victoriana y planteó la pregunta: ¿qué quiere una mujer?, más allá de las
convenciones del momento. Terminó admitiendo que la sexualidad femenina era un
“continente negro” cuya topografía desconocía. En todo caso, no quedó
satisfecho con la respuesta que puede tranquilizar, hoy incluso, a las buenas
conciencias de la igualdad cuando afirman: “No quiere nada distinto que un
hombre”. Toda reivindicación de igualdad debe tener en cuenta la asimetría
radical que existe entre los sexos, incluso la imposible reciprocidad cuando se
trata de sus formas de gozar, del goce sexual en primer lugar. Freud fue el
primero que intentó elaborar una teoría de esta asimetría, una teoría que han
seguido varias corrientes feministas. El goce femenino sigue siendo hoy
rechazado, segregado de múltiples formas.
¿Se refiere a la violencia machista?
Por ejemplo. La violencia contra las mujeres es una
verdadera epidemia de nuestro tiempo. Se es misógino de una manera similar a la
que se es racista, por un rechazo de la alteridad, de otras formas de gozar que
nos parecen extrañas y que intentamos reducir a una sola forma homogénea y
globalizada. Y de esta nueva misoginia no se sale tan fácilmente. Cualquier
empresa educativa parece aquí destinada al fracaso. El inconsciente, esa
alteridad radical que produce sueños, lapsus, actos fallidos, síntomas, está
claramente del lado femenino. Y es a este inconsciente al que debemos saber
escuchar en este siglo de identidades, amores y fronteras líquidas.
Dos frases más, esta vez de Lacan: “La mujer no
existe” y “La mujer es el síntoma del hombre”.
La primera implica que cada mujer debe inventarse a
sí misma, que no hay identificación posible a un modelo, menos todavía al
modelo de la madre. La lógica fálica, la que suele caer del lado masculino,
quiere que un vaso sea un vaso y una mujer sea una mujer, siempre según un
concepto previo. Pero precisamente la feminidad es lo que hace que algo pueda
ser siempre otra cosa distinta de lo que parece. Es conocido aquel malentendido
de un hombre que le dice a una mujer: “Te querré toda la vida”. Y ella le
responde: “Me contentaría con que me quisieras cada día, uno por uno”. Y
podríamos añadir: “Y que cada día sea de un modo distinto”. Si de algo sufre el
amor es de la locura fálica que supone querer el Todo sin soportar la
alteridad, hasta querer aniquilarla con el famoso “la maté porque era mía”. No,
no era tuya, era siempre otra, incluso Otra para sí misma.
¿Cuándo surgió su interés por el psicoanálisis?
Tuve una crisis de angustia a los 16 años, una caída
en el abismo, ninguna identificación me servía. Quería saber pero no sabía qué
quería, y los ideales familiares eran una contradicción imposible de resolver.
Acudí a un analista y empecé a descifrar el jeroglífico en el que me había
convertido. Ahora sigo descifrando jeroglíficos trabajando con otros, en esa
especie de comunidad de los que no tienen comunidad y que es la Asociación
Mundial de Psicoanálisis (AMP), fundada por Jacques-Alain Miller. A nivel
institucional la llamamos Escuela, un concepto más cercano al de la antigüedad griega
que a lo que hoy se puede entender como una escuela universitaria o un colegio
profesional. Lacan la definió como una base de operaciones contra el malestar
en la civilización.
¿Qué hace un presidente de la AMP?
Ser el agente provocador de una comunidad
internacional de casi 2.000 miembros que sigue la enseñanza de Lacan, algo
parecido a una ONG. De hecho, lo es formalmente, reconocida por la ONU como
institución consultora.
¿Cuáles son los problemas más comunes a los que se
enfrenta en su consulta?
Problemas con el amor, el miedo a la muerte, la
tristeza y el abandono ante el deseo de hacer algo en la vida. Muchas personas
ven la felicidad como algo que hay que alcanzar a toda costa y ese imperativo
puede llegar a ser tan feroz como otras morales que hoy denostamos por
reaccionarias. Es por eso también que la felicidad se ha convertido en un
factor de la política, y esta no sabe ya cómo responder a ese imperativo. Se
terminó la época en que la política, también la política de la salud mental, daba
respuestas a la pregunta de los pacientes por el sentido de la vida con recetas
inmediatas. El goce es adictivo y las promesas de goce ilimitado dejan al
sujeto profundamente desorientado. Lo vemos en las mil y una adicciones que
empujan hoy a las personas al límite de la muerte, también en el propio campo
de la sexualidad. El deseo, tal como lo entiende el psicoanálisis y también
cierta tradición ética, es el mejor límite al goce de la pulsión de muerte.
“Desea y vivirás”, decía Ramon Llull.
La religión nos pide renunciar ahora a un goce para
obtener uno mayor… en el paraíso.
Sí, es otra forma de alimentar ese feroz imperativo,
pero en diferido, por decirlo así. El propio imperativo de goce se nutre de las
renuncias a la satisfacción que la civilización exige a cada sujeto, pero
prometiéndole una satisfacción mayor. Es también la maquinaria infernal del
yihadismo.
El psicoanálisis dice: Dios es inconsciente. ¿Cómo
trata a la religión y al ateísmo?
Dios es tal vez la palabra que ha tenido y sigue
teniendo más poder en la humanidad. Se sigue masacrando en su nombre, aunque se
hagan también en su nombre las acciones más piadosas. El sentido religioso es
viral, se extiende y se cuela por todas partes. No es tan fácil ser ateo, a no
ser bajo la forma buñuelesca del “Soy ateo, gracias a Dios”. Lea a alguien tan
decididamente ateo como parece ser Stephen Hawking y puedo indicarle párrafos
en los que el buen Dios, ya sea el de Newton o el de Einstein, se sigue colando
inevitablemente por algunos agujeros de su universo. No es nada fácil tampoco
exorcizar a Dios de la ciencia. Sí, Lacan afirmó que Dios es inconsciente,
aunque nunca dijo que Dios fuera el inconsciente, lo que sería no solo
delirante, sino también entrar de lleno en una nueva religión. El psicoanálisis
trata a la religión como una neurosis colectiva y a la neurosis como una
religión privada, aunque no siempre como la peor ni la más insidiosa.
Las sombras de Freud y Lacan recorren muchas de las
disciplinas del siglo XX hasta hoy. ¿Tiene el psicoanálisis el estatuto de
ciencia?
No en las condiciones actuales que se requieren de
una disciplina para que sea considerada ciencia: que sus resultados sean
reproducibles experimentalmente y falsables en todos los casos. Pero, según
este criterio, tampoco es una ciencia la pedagogía o la política, y estamos
cada día en manos de sus más nobles agentes. El mundo psi trata de lo
más singular e irrepetible de cada ser humano y está siempre a la espera de ser
considerado ciencia. El psicoanálisis es hijo de la ciencia, no podría
entenderse sin ella, pero le plantea objeciones de principio cuando se trata
del sufrimiento humano, nunca reproducible experimentalmente.
¿Puede el arte ser un buen sustituto?
El arte puede producir en algunos casos, y por otros
caminos, resultados tan eficaces como un psicoanálisis. Es, por ejemplo, lo que
Lacan encontró en James Joyce, que sorteó el precipicio de la locura con una
obra que sigue dando trabajo a una multitud de lectores y estudiosos. Acabo de
venir de Cuenca, donde he podido volver a ver, después de varios años, las
obras de una generación de artistas que me impresionó, el grupo El Paso.
Antonio Saura hablaba, por ejemplo, de “fijar las capturas del inconsciente”
con su obra, y responde a la psiquiatría de su época, en una interesante carta
al doctor López Ibor, contra el cientificismo y la ideología normalizadora que
ya invadía al mundo psi. Los síntomas tienen un sentido y es
trabajando sobre él como conseguimos verdaderas transformaciones. En esta vía,
el artista siempre nos lleva la delantera.
¿Cómo aplicarlo al gran malestar del sujeto
contemporáneo, la soledad?
Hay distintas soledades. El gran dramaturgo Eugène
Ionesco decía que no es de soledad de lo que sufrimos, sino de falta de
soledad. El sentimiento de abandono que a veces llamamos soledad es en realidad
encontrarse con la peor compañía en uno mismo. Hace poco tuve oportunidad de
comentar en unas jornadas con mis colegas de Argentina el testimonio que
recogieron de una monja de clausura. Ella distinguía muy bien la soledad como
un medio hacia otra soledad a la que solo podía acceder atravesando la primera
para encontrarse a solas con el Otro. Ella lo llamaba Dios, pero costaba poco
entender ese Otro como una forma de su propio goce más ignorado por ella misma.
Frente a la cada vez mayor tendencia de la
psiquiatría a dar medicamentos, el psicoanálisis propone el deseo de saber como
sanación. La palabra como medicina.
Sí, sin excluir el recurso a la medicación cuando sea
necesaria. El psicoanálisis es un método terapéutico basado en el único
instrumento del poder de la palabra, pero utilizado fuera de los efectos de
coacción o de pura sugestión propios de otras prácticas. Vivimos en una
sociedad profundamente medicalizada, pero el llamado efecto placebo sigue siendo
el enigma inexplicado. Como saben muy bien los médicos desde hace siglos,
muchas veces la mejor medicina es el propio médico, sus palabras y su modo de
escuchar al paciente.
¿Sirve de algo en la política del día a día?
El psicoanálisis no es una disciplina apolítica,
nunca lo ha sido, ha sido perseguido y excluido bajo regímenes autoritarios.
Reivindica la libertad de palabra como condición irrenunciable del sujeto. Y
eso también en contra de algunas tradiciones psicológicas para quienes esta libertad
no ha sido siempre defendida. “La libertad es un lujo, un riesgo, que la
sociedad no puede permitirse”, decía B. F. Skinner, padre del conductismo.
Frente a eso, cabría recordar las palabras del mejor lector de Lacan,
Jacques-Alain Miller: “La insurrección vigilante, perpetua, de Lacan hacía ver
por contraste hasta qué punto a cada momento nos resignamos, hasta qué punto
somos borreguiles”.
¿Qué diría el psicoanálisis del conflicto de
identidades entre España y Cataluña?
Parece la historia de un amor imposible y fatal, al
estilo Almodóvar; un conflicto de identidades que no encuentra reconocimiento
mutuo, pero es que la propia noción de identidad ha entrado en crisis en
nuestras sociedades. Ya no hay identidades verdaderas, identidades únicas de
grupo, como no las hay tampoco en una sola persona. El buen padre clásico
parecía dar esa identidad con su Ley, pero ya ve lo que ocurre hoy con los
padres de la patria. Es un signo del declive de la función del padre, y que
nosotros verificamos cada día en el diván. Frente a esto, el recurso único que
el Estado español hace a la ley jurídica no resuelve la situación, más bien la
agrava. El número de independentistas se ha triplicado en esta última década.
Era previsible este reforzamiento de una voluntad de ser que pide ser
reconocida de manera creciente como un sujeto de hecho. Imposible
ignorarlo ya. Ha faltado el diálogo.
Estamos acostumbrados a ver caricaturizada su
disciplina, por ejemplo en las películas de Woody Allen.
¡Pero la vida real es mucho más caricaturesca
todavía! Los psicoanalistas tratamos en el diván con esos fantasmas que vemos
en la pantalla, están a la vista de todos, pero permanecen indescifrados para
cada uno. Descifrarlos ayuda a soportar el sinsentido de la vida, esa necesaria
imperfección con la que Billy Wilder terminó magistralmente su película Con
faldas y a lo loco: “Nadie es perfecto”. Me parece una sabia ironía.
¿Contempla el psicoanálisis ese mundo Otro, el de los
alienígenas?
Si me permite una mala noticia, o buena según se mire,
¡los extraterrestres ya están aquí! ¿Por qué no? Todo depende, de nuevo, de lo
que entendamos por vida, y también por vida extraterrestre. La ciencia-ficción
siempre ha imaginado lo extraterrestre a imagen y semejanza de lo terrestre,
solo que un poco diferente. Cuando en realidad el primer alien con el
que nos las tenemos que ver es nuestro propio inconsciente.
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