Estimados colegas
miembros de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis*:
Estamos en un
momento crucial en nuestra Escuela con respecto a la coyuntura social y
política que atravesamos en España. Es una coyuntura que sitúa como nunca a
nuestra Escuela como Otra para sí misma y, por lo tanto, sitúa también a cada
uno de sus miembros como Otro para sí mismo a través de ella. Esta coyuntura
coincide con lo que conocemos como una nueva época para las Escuelas de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis bajo el nombre de “Campo Freudiano, Año Cero”. Y esta
Escuela y esta Asamblea de la ELP, compuesta por sus miembros, debería saber
conversar sobre qué significa para cada uno este momento y esta coyuntura.
Zadig, una
extensión de la Escuela
“Campo Freudiano,
Año Cero”. Es así como Jacques-Alain Miller interpretó el día 11 de Junio de
2017 el nuevo momento del Campo Freudiano y, por ende, de las siete Escuelas de
la AMP. Conviene leer atentamente y las veces que haga falta este breve texto
—que he pedido que se enviara por la lista de la Escuela antes de esta
Asamblea— con el que J.-A. Miller puso en acto, acto sostenido por su solo
deseo, este nuevo momento. Y conviene saber si queremos o no queremos estar a
la altura de sus consecuencias. Leído atentamente creo que este breve texto —en
el que J.-A. Miller se declara literalmente “prisionero del mundo que había
creado”— puede tener las mismas consecuencias que la “Proposición del 9 de
Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, texto que “Campo
Freudiano, Año Cero” evoca desde sus primeras líneas. Se trata de saber si el
psicoanálisis acabará por “rendir las armas ante los impasses crecientes de
nuestra civilización”, impasses que hoy encontramos en diversos frentes y de
diversas formas, ya sea en la coyuntura política como en una de sus vertientes
que toca más de cerca nuestra experiencia, el de un empuje de la Escuela hacia
una “asociación de psicoterapeutas”, como se indica en ese mismo texto.
En primer lugar, hay
que situar qué es y qué no es la red impulsada a partir de este texto con el
nombre de “Zadig – Le réel de la vie”.
Les recuerdo dos
párrafos centrales:
“La red política
lacaniana mundial no se confundirá con la AMP ni con sus Escuelas, constituye
más bien una extensión suya al nivel de la opinión. En calidad
de tal, se beneficiará en todas partes del apoyo de nuestras instituciones y
formará parte del Campo Freudiano en el sentido amplio del término. […] En el
marco fijado por mis primeras decisiones, ¡campo libre a las iniciativas! Así
pues: “Campo Freudiano, año cero”. Todo vuelve a comenzar, sin ser destruido,
para ser llevado a un nivel superior. Por un efecto
retroactivo, capto ahora por qué había interrumpido mi curso en el año 2011.”[1]
¿Qué es pues Zadig en el año cero?
Zadig es una “red
política lacaniana mundial”. Una red está hecha de nudos, no funciona de manera
jerárquica al modo de las instituciones “Up-Bottom”, de arriba abajo, sino
“Bottom-Up”, de abajo arriba. No es tampoco una superestructura, no es un
añadido puesto como un sombrerito sobre las Escuelas para resguardarlas de esa
temida “entrada de la política en la Escuela” como escuchamos a veces. Esa
política, si entendemos realmente lo que este término quiere decir en la
enseñanza de Lacan, está ahí desde los principios mismos de la Escuela. Se
trata ahora de saber llevarla hasta sus últimas consecuencias, en cada lugar y
en cada frente donde el malestar en la civilización se nos hace presente.
Así la Escuela y
Zadig no son dos espacios distintos, uno para el psicoanálisis, otro para la
política (ya sea o no la de los partidos políticos). Esta distinción no sirve
al psicoanálisis, y menos todavía para que la política no entre en la Escuela,
ya que la Escuela, como el inconsciente, es la política misma.
No hay por qué esforzarse entonces inútilmente para que “la política no entre
en la Escuela” porque la política, en todos sus sentidos, está ya ahí desde su
principio, al menos desde el texto de Lacan sobre “La dirección de la cura”
donde distingue claramente política, estrategia y táctica en la experiencia
analítica. Veamos más bien cómo hacerla surgir desde la propia Escuela y de la
buena manera.
Zadig es entonces
la extensión de un mismo espacio, el de la experiencia analítica, el de la
experiencia de la Escuela como sujeto, en sus consecuencias políticas llevadas
al grupo social (a “la masa”, en términos de Freud). Y ello según el principio
freudiano expuesto en “Psicología de las masas y análisis del Yo” que, en su
primera página, hace de la psicología social una extensión de la psicología
individual: “la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio
psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”[2],
cita recordada una y otra vez por Jacques-Alain Miller para entender la
verdadera apuesta de Zadig.
Poner a cada
uno en su lugar de sujeto
Conviene subrayar
que las consecuencias de este principio freudiano están desarrolladas por Lacan
en la experiencia misma de la Escuela, como la acción del sujeto de la
experiencia sobre el grupo analítico. La cuestión es ahora, —y es, creo, la
verdadera apuesta lanzada por Jacques-Alain Miller con Zadig—, si podemos
extender este principio al propio grupo social y a su política desde el
psicoanálisis. De hecho, la cuestión no es si “podemos” sino sobre todo si
“debemos”, cuando se trata de la sobrevivencia misma del psicoanálisis como
refugio ante el malestar en la civilización. Para hacer esta operación necesitamos
una Escuela sólida, claramente anclada en los principios analíticos.
Zadig es una red
de nudos para llevar a cabo esta acción política, no es una nueva asociación
con estatutos, miembros y cuotas. Es la consecuencia del deseo del analista,
del analista de la Escuela, en una acción orientada por la enseñanza de Lacan.
Está por ver todavía qué quiere decir esto para cada uno de los miembros de las
siete Escuelas de la AMP, y en especial por los que sostienen la autoridad
transferida por ellas con el nombramiento de Analistas de la Escuela. Así la
red Zadig tiene ya un “efecto retroactivo” —la expresión está también en el
texto de Miller en un punto muy preciso— sobre la propia Escuela, poniéndola
ante su propia dimensión política. Por el momento, como presidente de la AMP,
veo que esto quiere decir cosas distintas, a veces incluso contradictorias. No
hay que lamentarlo, al revés, hay que tomarlo como el punto de apoyo para hacer
de esta red de nudos el lugar de una verdadera conversación analítica sobre los
efectos retroactivos que la llamada “realidad política del país” tiene sobre la
propia experiencia de la Escuela. Ahí, una verdadera conversación analítica no
puede ser una suma de monólogos, más o menos eruditos, más o menos trufados de
ideología, sobre lo que es esa “realidad política” de nuestros países. No es
tampoco un diálogo de sordos, si es que hay otro. Una conversación analítica
produce necesariamente cambios en las posiciones de los conversadores,
promoviendo aquello que Jacques-Alain Miller ha situado, en textos sucesivos al
citado[3],
como el eje de la operación analítica distinguiéndola de la fórmula kantiana:
1. Pensar por sí
mismo.
2. Pensar
poniéndose en el lugar de cualquier otro.
3. Pensar siempre
de acuerdo consigo mismo.
La segunda frase
de Kant —pensar poniéndose en el lugar de cualquier otro— es la más importante
de las tres. Se trata de hecho de una identificación, de la identificación que
cree comprender siempre al otro pensando que uno puede ponerse realmente en su
lugar pero que, por lo mismo, no puede dejar de convertir a ese otro en lo más
parecido a uno mismo. Es el principio del efecto del grupo condenado a
desconocer lo real en el que se funda. La leve modificación introducida por
Jacques-Alain Miller a esta frase de Kant subvierte la operación de
identificación diciendo: poner a cada uno —a cada uno de los otros— en su
lugar de sujeto. Lo que es radicalmente distinto. Es la caída de la
identificación grupal para causar el efecto de división de sujeto en la
estructura del grupo, apuntando decididamente al real que hace del grupo el
sujeto de lo individual, —según la expresión de Lacan— el sujeto para cada uno
de los individuos del grupo. Se trata de hacer de la excepción que es siempre
cada sujeto en el grupo, de la singularidad de su síntoma, algo que valga para
todos y cada uno de ellos. Es desde ahí, entonces, que cada uno habla
necesariamente por uno mismo y que puede finalmente hablar de acuerdo consigno
mismo, con ese “sí mismo” singular que es su síntoma, es allí donde cada uno
encuentra su singularidad.
Producir un efecto
así en el grupo implica situarse necesariamente en el lugar de “más uno” de ese
grupo para hacer aparecer su dimensión de sujeto, es necesariamente ser
herético de ese grupo.
¿Qué sería una
sociedad de más unos identificados con aquello del grupo que no hace grupo?
Déjenme imaginarla un poco: sería una sociedad sin subordinados ni
insubordinados, en la que cada sujeto está confrontado a la diferencia absoluta
de su propia singularidad, lo que quiere decir confrontado a su lugar de
sujeto. Sería una sociedad sin dependientes ni independientes, más bien
interdependientes del pacto irrompible de la palabra dada y de la palabra
dicha.
Para ello es
necesaria una política de grados, no de jerarquías, para retomar la distinción
en la que Lacan asentó su Escuela. A falta de esta política, la política de las
jerarquías tiñe con su inercia los inevitables efectos de grupo.
La elección
del herético
En este sentido,
podemos abordar lo que hemos dado en llamar el “aggiornamento democrático” de
nuestras Escuelas. No se trata solo ni meramente de una puesta al día de sus
estatutos en los puntos en los que puedan facilitar una mayor representatividad
y participación, ya sea de las mayorías como de las minorías, en la vida de la
Escuela y en sus funcionamientos. Se trata primordialmente de introducir
decididamente la conversación analítica sobre los impasses de la civilización
que se manifiestan en cada lugar sin ningún temor a que la Escuela se fracture,
porque en realidad ella misma es la mejor expresión como sujeto de esa fractura
que llamamos finalmente el síntoma.
Pido pues a “cada
uno” de los miembros de la ELP, más que a “todos” ellos, un cuidado y esfuerzo
especial para entrar claramente en esta conversación a contracorriente de la
lógica segregacionista que invade el país, y más allá. Una conversación
analítica sobre qué es la democracia, en el país y en la Escuela, qué es el
Estado de derecho y las libertades civiles. Se trata, sin duda, de una
elección, en el sentido más fuerte que el término tiene para nosotros y sin el
que la elección de la Escuela no tendría el suyo.
La elección puede
plantearse entre estos términos: o bien la democracia se reduce al significante
amo idéntico a la legalidad, a la norma jurídica, o bien esta democracia está
en el lugar de una causa que pone a cada uno de los que participan en ella en
su lugar de sujeto, ese sujeto que nos gusta situar siempre “fuera de la
norma”. Para entender el sentido decisivo de esta elección no estará de más
referirse al trabajo de Alexandre Kojève sobre “La noción de la autoridad” en
el que define “la legalidad como el cadáver de la autoridad”[4].
Es la elección del “herético” que J.-A. Miller situó al final de su pasada
conferencia en Turín, en entre el significante amo, S1, y el
objeto a causa del deseo.
No es tan simple
distinguir entre S1 y a. Los objetos a de antaño
se reciclan muchas veces como nuevos S1. Y, por otra parte, los
restos de los antiguos S1 se convierten a veces en objetos causa del
deseo en los que autorizarse. Por ejemplo: Dios, Patria, Nación, Democracia,
República, Escuela, también Psicoanálisis.
En esta coyuntura,
una posible democracia analítica debería partir de esta sabia elección para que
cada uno tome su lugar de sujeto. Cada uno identificado con aquello del grupo
que hace imposible al grupo, identificado con aquello del grupo que no es
idéntico a sí mismo. Esa es la función no del Uno unificador sino del más
Uno que causa el deseo del sujeto, incluido en su propia división.
Estimados colegas
miembros de la ELP. En una verdadera conversación analítica no se trata de
jugar a la post-verdad, último artilugio retórico de los medios de comunicación
y de las bellas almas intelectuales para anular una verdadera política y
autorizar cualquier cinismo. En una conversación analítica, donde cada uno está
colocado en su lugar de sujeto, se trata más bien del tiempo incesante de la
pre-verdad, de esa verdad que al decirse mostrará que ya no hay vuelta atrás en
sus efectos sobre cada uno.
Y es a este “cada
uno” de ustedes a quien interpelo para entrar decididamente en esta nueva época
del Campo Freudiano – Año Cero.
* Alocución realizada en la Asamblea General Ordinaria
de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) celebrada en Madrid el día 10 de
Noviembre de 2017.
[1] Jacques-Alain Miller,
“Champ freudien, Année zero”. Lacan Quotidien nº 718, 11 Juin 2017.
[2] Sigmund Freud, Obras
Completas. Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1974, p. 2563.
[3] Jacques-Alain Miller, Pour
introduire NKM. Lacan Quotidien nº 706, 25 mai 2017.
[4] Alexandre Kojève, La
notion de l’autorité. Gallimard, Paris 2004, p. 63.
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