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Acogemos a personas que padecen las consecuencias de su aislamiento social, a veces impuesto, a veces elegido. La transferencia con la institución abre la puerta a un posible tratamiento, si llega a encarnarse en un interlocutor –a veces en varios– a partir de una escucha nueva, no gobernada por los ideales de los que el sujeto ha caído. La transferencia es un primer vínculo, fundamental, que instituye una conexión inédita para el sujeto, punto de partida para la elucidación de su aislamiento. Ahí comienza un trayecto que quizás le permita hacer de su soledad otra cosa.
Les invitamos a asistir y participar en la Iª Jornada de la FCPOL, Fundación para la Clínica Psicoanalítica de Orientación Lacaniana, que tendrá lugar el próximo sábado 2 de Junio en Madrid. Estáis invitados también a enviar vuestras contribuciones a este boletín preparatorio. Podéis enviar vuestros textos a : gabriela.medin@gmail.com y andresborderias@gmail.com
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# 1
Clínica del
aislamiento, ética de la soledad
Andrés Borderías
El creciente aislamiento de los ciudadanos y su sentimiento
de soledad preocupan a los políticos, las administraciones públicas y los
profesionales que se ocupan de lo que resta del estado del bienestar. Según
algunos estudios provenientes de la sociología y la psicología, nos encontramos
ante una “epidemia” que afecta a un número creciente de sujetos, con
consecuencias muchas veces graves para su salud. En varios trabajos de amplio
espectro se han encontrado concomitancias significativas entre indicadores de
aislamiento e índices de depresión, de abuso de tóxicos, de sobremedicación y
de deterioro general de la salud -incluidos suicidios- índices que estarían
incrementándose de modo alarmante en amplios sectores de la población en los
últimos años. (1)
Hasta tal punto preocupa a los gestores de lo público este
nuevo síntoma que en Gran Bretaña, Theresa May ha nombrado recientemente a
Tracey Crouch “Ministra de la Soledad” (2). Para responder a esta “epidemia”,
los gestores de lo público siguen las indicaciones del discurso psicosocial,
con propuestas diversas, que van desde el desarrollo de redes de atención
social a domicilio, a la promoción de call-centers, y espacios de encuentro
comunitarios, como Men in Sheds o los Knit and Nattergroups.
(3) Lo “comunitario” apoyado en las nuevas tecnologías surge así como nuevo
paradigma para el tratamiento de esta “epidemia”.
¿Qué puede decir el psicoanálisis al respecto? Las
iniciativas comunitarias pueden ser formas eficaces para promoverel encuentro
entre los ciudadanos, pero la experiencia clínica nos permite afirmar que esto
no va al fondo del problema y que es insuficiente para dar cuenta en cada caso
de la causa del aislamiento y de la función que este síntoma puede jugar para
un sujeto en concreto.
Nada más ilustrativo de los límites del “comunitarismo” que
la denominada “fobia social”: la clínica nos enseña que algunos sujetos
recurren al aislamiento como una forma eficaz para evitar el encuentro con un
real insoportable, de modo que su aislamiento implica a la vez una solución y
una fuente de malestar para ellos.
Por otro lado, el “comunitarismo” deja de lado la cuestión
de la constitución misma del vínculo entre los sujetos. Ignora así lo que
promueve, el papel que juega en el vínculo la identificación a un ideal, o a un
fantasma, la incidencia de las relaciones imaginarias y sus consecuencias. Este
pragmatismo de buenas intenciones corre entonces el riesgo de generar otro tipo
de aislamiento, pues un sujeto puede quedar confinado en su nueva comunidad, o
contribuir al aislamiento entre las comunidades mismas, cuando no el empuje
hacia el conflicto o la segregación entre las diversas agrupaciones que se
promueven en esta lógica.
Transformaciones en el vínculo social
El aumento del aislamiento ocurre en la época de la
globalización, en medio de la expansión de los medios de comunicación, de
transporte, y de un nuevo mundo virtual.
El ciudadano moderno depende cada vez más de sus propios
recursos, eso es constatable desde el inicio del siglo pasado con la
desaparición de la familia extensa (4) y la disolución de los grandes ideales
que habían cohesionado hasta ese momento las sociedades europeas, como bien
supo recoger Stefan Zweig en El mundo de ayer y más recientemente
ZygmuntBauman o Richard Sennet (5).
Sigmund Freud expuso en ese momento, en su conocido texto Psicología
de las Masas y análisis del yo las operaciones simbólicas, estructurales,
que permiten dar cuenta de la constitución del vínculo y la socialización del
niño. La Identificación, la función del Ideal del Yo, la incidencia de la
castración bajo el régimen del Padre, el amor y la elección de un nuevo
parteneire son algunos de los conceptos con los que Freud abordó el proceso que
permite al niño pasar de su soledad “autoerótica” a un vínculo social, en el
que el amor, el deseo y la satisfacción han encontrado un régimen civilizado.
Lacan señaló posteriormente el papel corrosivo que el
discurso de la ciencia ha operado sobre el viejo orden simbólico, disolviendo
la consistencia de la función paterna, los Ideales, cortocircuitando la
castración y en definitiva la estructura misma del discurso con el que el
sujeto establece un vínculo.
Dicha“evaporación del padre” (6) ha dejado cicatrices tanto
en el vínculo social como en la subjetividad de modo que el aislamiento del
hombre actual se debe en parte a la disolución de los discursos que le
permitían establecer un vínculo.
Para dar cuenta de este proceso Lacan habló de
“proletarización del individuo…que ya no tiene nada con qué establecer un
vínculo social” (7). El impase de los partidos políticos, los sindicatos, y de
todas aquellas instituciones sociales articuladas alrededor de la
“solidaridad”, la evaporación misma de este Ideal, permiten captar su alcance.
Las más recientes transformaciones urbanas en las que el lugar y el lazo de los
sujetos están siendo profundamente alterados por el turismo de alquiler, no son
sino otra muestra del alcance de esta afirmación y podríamos encontrar otros
muchos ejemplos de la conmoción de los modos de establecimiento de un vínculo
ordenado por los viejos discursos.
Transformaciones en la subjetividad
De lado de la subjetividad podemos señalar otros efectos de
la conmoción del orden simbólico que favorecen el aislamiento. Algunos de ellos
vienen también de la mano del discurso capitalista: la captura del sujeto por
el goce autista que obtiene de los objetos de consumo, objetos “plus de goce”.
El individuo moderno tiende a buscar su felicidad en el campo del goce, pero
cortocircuitando el deseo. Es la adicción generalizada y el aislamiento
consecutivo.
Por otro lado, las transformaciones en el orden simbólico
han tenido una notable incidencia para muchos sujetos que experimentan
una fragilidad subjetiva importante que les impide “tener un cuerpo”, una
identificación y una relación en el campo del deseo suficientemente consistente
como para establecer una relación vivible con un partenaire. Estos sujetos
deben entonces construir sus propias invenciones y trazar su propio camino.
Clínica del aislamiento
Entre los impases del discurso, los efectos del goce sobre
el sujeto y la fragilidad subjetiva, podemos situar un amplio campo de la
clínica del aislamiento. Señalemos alguna de sus figuras paradigmáticas en la
actualidad:
El Hikikimori, frecuente entre los adolescentes de las sociedades
hipercompetitivas (8). Se trata de adolescentes en la mayoría de los casos, que
en las sociedades como la japonesa, renuncian de modo radical a este Otro
infernal y se encierran en el hogar familiar.
El sujeto que tras la pérdida de su trabajo se sumerge en la
depresión y el aislamiento, pues una identificación, o una nominación ha
quedado invalidada para él, poniendo a cielo abierto una fragilidad amparada
hasta ese momento en su “función social”.
El adicto, a una sustancia, a un objeto, a una práctica de
goce, al servicio de una separación del Otro, o con efectos de cortocircuito
sobre el deseo.
Por último, el autista, que de modo radical encarna el no
ingreso en el discurso.
Más allá de la variedad de formas y causas del aislamiento,
una para cada individuo podríamos decir, encontramos en la clínica los inventos
y soluciones que cada sujeto construye, a veces con gran esfuerzo, para
establecer o reengancharse a una relación con los otros. La variedad de
fórmulas desarrolladas nos lleva a aprender de cada caso la lógica que reside
tanto en su aislamiento como en el posible restablecimiento de un nuevo
vínculo.
La soledad, más allá del aislamiento
Nuestra reflexión no se detiene en la problemática del
aislamiento. El psicoanálisis diferencia el aislamiento de la soledad, en la
que reconoce una condición primordial del hombre por el hecho de ser parlante,
nada hay de patológico en la soledad.
El hombre está sólo ante lo real de su cuerpo y padece la
inexistencia de lo que Lacan denominó “proporción sexual” entre su goce y el
ajeno, relación que no puede escribirse en el inconsciente. Esta es la
condición estructural de su soledad.
En el seminario AúnLacan afirma “Lo que habla, sólo
tiene que ver con la soledad, sobre el punto de la relación […] que no puede
escribirse. Ella, la soledad, en ruptura del saber, no sólo puede escribirse,
sino que además es lo que se escribe por excelencia, pues es lo que de una
ruptura del ser deja huella.”Y un poco más adelante, en ese mismo seminario
afirma: “El Uno […] representa la soledad […] no se anuda verdaderamente con
nada de lo que al Otro le parece sexual” (9).
Lo que se escribe en el inconsciente no es la relación
sexual, sino un Uno sólo, aislado, huella de una “ruptura del ser”, de un
traumatismo o de una experiencia de goce cuya traza más sensible emerge en el
síntoma. (10)
De este modo Lacan apunta al corazón solipsista del sujeto:
la escritura en el inconsciente de un goce propio y singular como un Uno
radicalmente solo. (11)
Por eso, si la fenomenología del aislamiento tiende a ser
interpretada en clave psicopatológica, la cuestión de la soledad nos sitúa más
bien en el terreno de la ética, de la posición y las respuestas de cada sujeto
ante su síntoma, ante la causa de su deseo y de sus ideales, frente a los que
se encuentra radicalmente sólo.
En las instituciones
Los psicoanalistas en las instituciones acogemos esta gran diversidad de posiciones y de variedades del aislamiento. Es un punto de partida que puede permitir la instalación de la transferencia.
Los psicoanalistas en las instituciones acogemos esta gran diversidad de posiciones y de variedades del aislamiento. Es un punto de partida que puede permitir la instalación de la transferencia.
Transferencia con la institución, que a veces se encarna en
un analista, o en varios, y que puede permitir el surgimiento de un nuevo
vínculo, inédito, gracias al cual un sujeto podrá tratar de hacer algo distinto
con sus dificultades para vivir. Lacan señala que “el inconsciente es que en
suma uno habla, si es que hay parletre -ser parlante- uno habla solo
(…) Uno habla solo porque no dice sino una misma cosa, salvo si uno se abre a
dialogar con un psicoanalista”, (12) lo que supone una nueva forma de construir
un vínculo en el que se incluye la pregunta por el deseo.
De todo
ello hablaremos en esta primera Jornada de la FCPOL, que también será la
oportunidad para la puesta en común de la experiencia entre psicoanalistas que
trabajan en instituciones muy diversas desde hace muchos años, pues la
transferencia de trabajo forma parte del vínculo que el discurso psicoanalítico
inspira.
NOTAS
- Así lo afirma un estudio reciente de las Universidades de Chicago y de Leuven, dirigido por John Cacioppo y Julianne Holt-Lunstad, realizado sobre 300.000 personas en varios continentes, según el cual el sentimiento de soledad y de aislamiento afectaría a un tercio de la población en las sociedades desarrolladas. Ver también la investigación “La soledad en España”, de Juan Díez Nicolás y María Morenos Páez, promovida por la Fundación Axa y la Fundación ONCE.
- Tracey Crouches desde el pasado 17 de enero de 2018 Minister for sport and civil society. Los medios de comunicación y la opinión pública han rebautizado su cargo como Loneliness Minister : “The minister for loneliness will need all the friends she can get”, by Stewart Dakers, en The Guardian del 23-Enero-2018 ( “…more tan nine million people in the UK often or always feel lonely” ).
- Idem.
- En 1884 Engels recoge ya esta transformación en su conocido ensayo “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”.
- Zygmunt Bauman, La Modernidad Líquida. Richard Sennet, La corrosión del carácter.
- Jacques Lacan, Nota sobre el padre, en “El Psicoanálisis”, revista de la ELP nº 29.
- Jacques Lacan, La Tercera, en “Intervenciones y Textos” nº2. “Sólo hay un síntoma social: cada individuo es realmente un proletario, es decir, no tiene ningún discurso con qué hacer lazo social.”
- Hikikimori, en Wikipedia: “literalmente “apartarse, estar recluido” es un término japonés para referirse al fenómeno social que las personas apartadas han escogido abandonar la vida social.”
- Jacques Lacan, seminario XX Aún, págs. 145 y 155.
- Philippe La Sagna, De l´isolement à la solitude, par la voie de l`ironie, en Mental nº24, Revue Internationale de Psychanalyse.
- Jacques-Alain Miller ha desarrollado esta cuestión en “El Uno sólo”, Curso de orientación lacaniana del año 2011. Inédito.
- Jacques Lacan, Seminario XXIV, « L´insu que sait de l´une-bevue s´aile à mourre ».
# 2
Del aislamiento a la soledad
Susana Brignoni
Así como hay una tensión entre lo social y lo subjetivo, o entre el individuo y el grupo, también en la historia de nuestra civilización, y en nuestra época más reciente se manifiesta una tensión entre el aislamiento y la soledad. Tomaré del artículo de Philippe La Sagna (“De l’isolement à la solitude”[1]) aquellas cuestiones que muestran un movimiento bascular en la subjetividad entre aislamiento y soledad. En la clínica con niños y adolescentes recibimos demandas de padres angustiados por no saber cómo comunicar, cómo dialogar, con hijos, que a sus ojos, están encerrados con un nuevo partenaire al que ellos en general no tienen acceso o les cuesta comprender. Este partenaire, el ordenador, según los padres aísla al niño en un mundo donde las interacciones no son posibles. Sin embargo, cuando escuchamos a estos niños y adolescentes las versiones que ellos narran de esta relación nos indican a menudo que el ordenador es un medio que han encontrado para poder trabajar una cierta separación. Se trata de un trabajo que el mismo sujeto desconoce pero que va haciendo en su experiencia a partir de los objetos que él escoge de la oferta social.
Así como hay una tensión entre lo social y lo subjetivo, o entre el individuo y el grupo, también en la historia de nuestra civilización, y en nuestra época más reciente se manifiesta una tensión entre el aislamiento y la soledad. Tomaré del artículo de Philippe La Sagna (“De l’isolement à la solitude”[1]) aquellas cuestiones que muestran un movimiento bascular en la subjetividad entre aislamiento y soledad. En la clínica con niños y adolescentes recibimos demandas de padres angustiados por no saber cómo comunicar, cómo dialogar, con hijos, que a sus ojos, están encerrados con un nuevo partenaire al que ellos en general no tienen acceso o les cuesta comprender. Este partenaire, el ordenador, según los padres aísla al niño en un mundo donde las interacciones no son posibles. Sin embargo, cuando escuchamos a estos niños y adolescentes las versiones que ellos narran de esta relación nos indican a menudo que el ordenador es un medio que han encontrado para poder trabajar una cierta separación. Se trata de un trabajo que el mismo sujeto desconoce pero que va haciendo en su experiencia a partir de los objetos que él escoge de la oferta social.
Respecto a los objetos
que el sujeto escoge La Sagna hace una distinción: el objeto puede ser
sólo una fuente de estimulación o excitación, como un tóxico, y el
sujeto puede gracias a él aislarse. Es decir que no se trata del objeto
escogido sino del tratamiento que se le da. La soledad es un modo de
poder separarse de ese tratamiento del objeto. Es decir que estos niños
apoyarían la distinción que La Sagna nos propone entre aislamiento y
soledad. La tesis es doble: por un lado, “la soledad no es el
aislamiento” y por otro “el aislamiento evita la soledad”. En esta
distinción aparece de entrada la relación al Otro: mientras en el
aislamiento se trata de su exclusión, en la soledad lo que está en juego
es la separación. El aislamiento aparece como una maniobra de evitación
del sujeto respecto a la falta. La soledad en cambio adviene cuando nos
confrontamos con la falta en el Otro y con la falta en nosotros
mismos. Pero esta confrontación es producto de una elaboración. Por eso,
nos señala La Sagna, en la soledad hablamos de la existencia de una
“frontera” entre unos y otros. Metáfora, no banal, desde el momento en
que la frontera es lo que se puede traspasar, abrir y cerrar de acuerdo a
ciertas reglas. En cambio en el aislamiento, dice, se trata de un muro,
de un cierre, que convoca a la ruptura. Vemos entonces que el par
aislamiento/soledad puede correlacionarse con el par de
ruptura/separación.
Pero ¿qué acogida dar a estas modalidades de presentación del sujeto?
¿Cómo el analista puede orientar al sujeto hacia lo que es el encuentro
con la soledad real y que implica la verificación de la inexistencia del
Otro? La Sagna nos dice que el analista se acerca al aislamiento del
sujeto para que él pueda construir una nueva soledad a partir de la cuál
salir del aislamiento. Es decir, que de lo que se trata allí es de la
operación de separación: ha de caer el objeto del aislamiento para que
se ponga en juego la noción de falta y aparezcan las condiciones para la
transferencia. De hecho La Sagna nos dirá que estar aislado socialmente
es a menudo el signo de una soledad que no ha sido construida. La
construcción de esa soledad abre la puerta al vínculo, que nunca es
adaptativo y así podemos observar cómo individuos aparentemente
adaptados en sus colectivos en realidad están profundamente aislados.
Finalmente, ¿el encuentro con la inexistencia del Otro adónde nos
conduce? ¿qué afectos puede provocarnos? ¿Qué cierra y qué abre? Puede
provocarnos un vacío profundo, puede producirnos un dolor que nos
conducirá a un trabajo de duelo, o tal vez puede despertar el entusiasmo
de aquel que separado, toma a su cargo su propio deseo. Esta soledad
construida es una “solución” a la versión de la inexistencia del Otro
que deja “colgado” al sujeto. Es por eso que para el psicoanálisis de
orientación lacaniana, concluye La Sagna, no se trata de la
comunicación, no se trata de la empatía o de las técnicas profesionales
para sacar al sujeto del aislamiento, sino más bien se trata de la
transmisión de que en ese lugar donde el Otro está ausente, puede haber
otra cosa como efecto de su ausencia: se trata de un saber, no
cualquiera, el saber inconsciente que hace que el sujeto se encuentre
con su verdadera soledad, ya no precaria.
[1]LA SAGNA, PHILIPPE. “De l’isolement à la solitude”. En La Cause freudienne nº 66, 05/2007.
# 3
SOLEDAD
Javier Peteiro Cartelle
Hablan, hablan, hablan. Parlotean sin cesar en la televisión y en la radio. Hablan tanto, que ese ruido de otros parece compañía, aunque no se esté con ellos. Es habitual que muchas personas enciendan la tele o la radio para oír voces humanas. Es igual lo que digan; incluso, como le ocurría a la protagonista de “Gravity”, reconfortaría escuchar a otros, aunque hablaran en chino y no se les entendiera. La voz humana acompaña, es paliativo para la soledad de muchos.
Sabemos si se ha producido un terremoto en Nepal, si ha habido una matanza en Texas o si Corea del Norte está dispuesta a ensayar otro misil, con la misma facilidad que nos afectan los devaneos amorosos de futbolistas, cantantes y modelos. Miles de personas han vibrado de modo sustitutivo con la empalagosa canción de los “triunfitos".
El caso es sentirnos acompañados, aunque sea sin compañía real alguna. Lo real… ¿qué era eso en estos tiempos de redes sociales? Podemos hacer muchos amigos en Facebook y estar profundamente solos. El psicoanalista Gustavo Dessal lo indicaba en una entrevista 1: “tengo pacientes con mil amigos en Facebook que se quedan solos en su cumpleaños”.
Facebook permite que nos pseudo-comuniquemos, que transmitamos información, pero da igual que ésta toque o no lo más emotivo de cada cual; es una red electrónica. No hay voces, sólo textos, fotos y “emojis”. Twitter es más “instantáneo”; tan breve y tan malo que hasta lo usa el mismísimo Trump para decir cosas que, aunque no parezcan importantes, resulta que pueden afectarnos, generalmente para mal, a todos.
Alguien escribe algo en Facebook y tiene “likes” y comentarios y… nada. Nada. Los “likes” suelen ser proporcionales en número a la banalidad del contenido: la foto de un gato, de un paisaje o de una hamburguesa se hacen más populares que cualquier texto y éste lo será de modo inversamente proporcional a su extensión. No hay tiempo para otros en esta época de narcisismo generalizado.
Los otros sólo acaban garantizándonos en cierto modo que seguimos existiendo. En realidad, para Facebook seguiremos viviendo a pesar de estar muertos, en una especie de estúpida inmortalidad.
Y cuando dejamos de teclear y de mirar mensajes, puede ocurrir que descubramos que estamos sencillamente solos. En la más cruda de las soledades, la que parece incluso peor a esa de dos en compañía, porque la mala y continuada compañía, aunque pueda basarse en el odio, como dicen los psicoanalistas, puede apaciguar el terror a estar solo. No sólo el amor; también el odio sostiene un vínculo de relación estable.
Nada peor que la soledad si uno no tiene vocación de eremita. Pero, o nos morimos, o se nos muere la gente. Y así nos vamos viendo abocados, en caso de sobrevivir, a una soledad cotidiana. En el periódico “La Voz de Galicia”, se puede leer un día como hoy que “más de 270,000 gallegos viven solos”2 y que hay un 25% de viviendas que están ocupadas por una sola persona. Y todo va bien si esa persona por vivienda tiene una mínima autonomía para hacer la compra, la limpieza, comer, vivir con cierta dignidad.
Pero, aun así, la soledad quema y no sorprende que surjan iniciativas para tratar de neutralizarla un poco, para percibir que uno no está tan solo a fin de cuentas, aunque lo único que comparta con otros sea la falta, la gran falta, la ausencia de los otros.
Muchos solos, muchos espacios que se han quedado sin gente. ¿Por qué no la unión lógica? Ese ha sido el intento de un franciscano: llenar un espacio vacío de vocaciones con gente sin ellas, lo que equivale a calmar el vacío interno de algunas personas3.
Otras iniciativas son algo anteriores. Algunas antiguas; hay residencias geriátricas, pero son insuficientes y, o bien resultan muy caras, o dependen de la “caridad”, término que, en su ambivalencia, puede ser terrible, abarcando desde un altruismo respetabilísimo hasta goces neuróticos (cuando no psicóticos) que se satisfacen en la indefensión del otro.
Otras perspectivas parecen idealistas, como el “cohousing”4, transmitido a los medios con imágenes de una felicidad comunitaria sospechosa .
Se habla, como de un logro médico, del aumento de la esperanza de vida y, mientras uno goza de salud y compañía adecuada, así puede entenderse; todo va bien y hasta parece que eso es bueno, aunque la vida prolongada sea enferma en muchos casos.
Quizá, incluso en soledad absoluta, pueda darse la perspectiva de felicidad que invocaba Bertrand Russell para referirse a quien “se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera”5. Pero Russell pertenecía a otro tiempo que nos parece más humano, a pesar de que no se evitara en él la tragedia de guerras mundiales.
Sabemos que moriremos solos, aunque estemos rodeados de familiares y, más frecuentemente ahora, de máquinas de soporte. Pero será un momento. Lo terrible parece que es vivir solos en un mundo de solitarios forzosos.
SOLEDAD
Javier Peteiro Cartelle
Hablan, hablan, hablan. Parlotean sin cesar en la televisión y en la radio. Hablan tanto, que ese ruido de otros parece compañía, aunque no se esté con ellos. Es habitual que muchas personas enciendan la tele o la radio para oír voces humanas. Es igual lo que digan; incluso, como le ocurría a la protagonista de “Gravity”, reconfortaría escuchar a otros, aunque hablaran en chino y no se les entendiera. La voz humana acompaña, es paliativo para la soledad de muchos.
Sabemos si se ha producido un terremoto en Nepal, si ha habido una matanza en Texas o si Corea del Norte está dispuesta a ensayar otro misil, con la misma facilidad que nos afectan los devaneos amorosos de futbolistas, cantantes y modelos. Miles de personas han vibrado de modo sustitutivo con la empalagosa canción de los “triunfitos".
El caso es sentirnos acompañados, aunque sea sin compañía real alguna. Lo real… ¿qué era eso en estos tiempos de redes sociales? Podemos hacer muchos amigos en Facebook y estar profundamente solos. El psicoanalista Gustavo Dessal lo indicaba en una entrevista 1: “tengo pacientes con mil amigos en Facebook que se quedan solos en su cumpleaños”.
Facebook permite que nos pseudo-comuniquemos, que transmitamos información, pero da igual que ésta toque o no lo más emotivo de cada cual; es una red electrónica. No hay voces, sólo textos, fotos y “emojis”. Twitter es más “instantáneo”; tan breve y tan malo que hasta lo usa el mismísimo Trump para decir cosas que, aunque no parezcan importantes, resulta que pueden afectarnos, generalmente para mal, a todos.
Alguien escribe algo en Facebook y tiene “likes” y comentarios y… nada. Nada. Los “likes” suelen ser proporcionales en número a la banalidad del contenido: la foto de un gato, de un paisaje o de una hamburguesa se hacen más populares que cualquier texto y éste lo será de modo inversamente proporcional a su extensión. No hay tiempo para otros en esta época de narcisismo generalizado.
Los otros sólo acaban garantizándonos en cierto modo que seguimos existiendo. En realidad, para Facebook seguiremos viviendo a pesar de estar muertos, en una especie de estúpida inmortalidad.
Y cuando dejamos de teclear y de mirar mensajes, puede ocurrir que descubramos que estamos sencillamente solos. En la más cruda de las soledades, la que parece incluso peor a esa de dos en compañía, porque la mala y continuada compañía, aunque pueda basarse en el odio, como dicen los psicoanalistas, puede apaciguar el terror a estar solo. No sólo el amor; también el odio sostiene un vínculo de relación estable.
Nada peor que la soledad si uno no tiene vocación de eremita. Pero, o nos morimos, o se nos muere la gente. Y así nos vamos viendo abocados, en caso de sobrevivir, a una soledad cotidiana. En el periódico “La Voz de Galicia”, se puede leer un día como hoy que “más de 270,000 gallegos viven solos”2 y que hay un 25% de viviendas que están ocupadas por una sola persona. Y todo va bien si esa persona por vivienda tiene una mínima autonomía para hacer la compra, la limpieza, comer, vivir con cierta dignidad.
Pero, aun así, la soledad quema y no sorprende que surjan iniciativas para tratar de neutralizarla un poco, para percibir que uno no está tan solo a fin de cuentas, aunque lo único que comparta con otros sea la falta, la gran falta, la ausencia de los otros.
Muchos solos, muchos espacios que se han quedado sin gente. ¿Por qué no la unión lógica? Ese ha sido el intento de un franciscano: llenar un espacio vacío de vocaciones con gente sin ellas, lo que equivale a calmar el vacío interno de algunas personas3.
Otras iniciativas son algo anteriores. Algunas antiguas; hay residencias geriátricas, pero son insuficientes y, o bien resultan muy caras, o dependen de la “caridad”, término que, en su ambivalencia, puede ser terrible, abarcando desde un altruismo respetabilísimo hasta goces neuróticos (cuando no psicóticos) que se satisfacen en la indefensión del otro.
Otras perspectivas parecen idealistas, como el “cohousing”4, transmitido a los medios con imágenes de una felicidad comunitaria sospechosa .
Se habla, como de un logro médico, del aumento de la esperanza de vida y, mientras uno goza de salud y compañía adecuada, así puede entenderse; todo va bien y hasta parece que eso es bueno, aunque la vida prolongada sea enferma en muchos casos.
Quizá, incluso en soledad absoluta, pueda darse la perspectiva de felicidad que invocaba Bertrand Russell para referirse a quien “se siente ciudadano del universo y goza libremente del espectáculo que ofrece y de las alegrías que le brinda, impávido ante la muerte, porque no se cree separado de los que vienen en pos de él. En esta unión profunda e instintiva con la corriente de la vida se halla la dicha verdadera”5. Pero Russell pertenecía a otro tiempo que nos parece más humano, a pesar de que no se evitara en él la tragedia de guerras mundiales.
Sabemos que moriremos solos, aunque estemos rodeados de familiares y, más frecuentemente ahora, de máquinas de soporte. Pero será un momento. Lo terrible parece que es vivir solos en un mundo de solitarios forzosos.
1 https://www.clarin.com/cultura/gustavo_dessal-zygmunt_bauman-psicoanalisis_0_BJWMNEPqwml.html
2 https://www.lavozdegalicia.es/noticia/mayor-problema-galicia/2018/02/16/270000-gallegos-viven-solos/0003_201802G16P4995.htm
3 https://www.lavozdegalicia.es/noticia/mayor-problema-galicia/2018/02/16/terapia-antisoledad-convento/0003_201802G16P6991.htm
4 https://muhimu.es/comunidad/cohousing-viviendas-colaborativas-vivir-la-vejez-otra-manera/
5 Russell B. (1981). La conquista de la felicidad. (Julio Huici Miranda trad.) Madrid. España. Ed. Espasa-Calpe SA. (Publicación original en 1930).
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