Boletín Eva-Lilith. (Selección, 24, 25, 26 y 27)
Del goce que se resiste a ser
nombrado, por Hector Gallo
Cada vez que un sujeto con sus dichos, o un autor con
sus elucidaciones vuelve a las "inmediaciones del goce" de una época,
es común que tropiece con una especie de roca viva que intentará evadir, bien
sea abandonando la reflexión, o entregándose a elucubraciones que le harán
perder valor epistemológico a sus ideas. Lacan anota que el mismo Freud en
parte nos abandona, se separa un poco de la cuestión, "cuando se
aproxima" al goce femenino.
Después del debate que sobre este problema dejó
abierto Freud con sus tímidas aproximaciones al edipo femenino, a la sexualidad
femenina, a la feminidad, al masoquismo femenino y en rigor a la pregunta ¿qué
quiere una mujer?, se han dicho muchas cosas, pero la forma de presentarlas las
convierte en tonterías.
Este juicio de Lacan sobre las contribuciones que los
postfreudianos han hecho acerca del goce femenino, se funda en el señalamiento
de un error metodológico que los autores cometen. En lugar de presentar lo
dicho como una contribución destinada a animar el debate y de exigir una
evaluación que ubique las ideas en calidad de acompañantes del discurso
inaugural elevado por Freud, son presentadas como aquello que por fin arrojará
nueva luz sobre lo debatido.
La historia de las ideas ha demostrado que esta falta
de modestia frente a los enigmas relacionados con el goce de los humanos, hace
caer rápidamente en afirmaciones tontas y quienes más cerca viven de tales
afirmaciones, son aquellos personajes que se distinguen "por comerciar por
cualquier medio con las distintas corrientes” que puedan haber atravesado el
análisis del problema en los años en que su debate fue vigente. Esto tiene una
razón interna a su condición; la de ser personajes eminentes.
En el mundo universitario alguien es eminente cuando
se supone que al abrir la boca siempre dejará salir la buena nueva sobre lo que
es de actualidad. Los universitarios eminentes son personajes bien informados,
comerciantes de las distintas corrientes de pensamiento concernidas en el
análisis de lo que se debate, atentos a las últimas experiencias realizadas y
cultivadores de un semblante de saber que difícilmente un alumno se atrevería a
poner en discusión.
El modelo que Lacan nos presenta de estos personajes
que hablan para prometer una pronta resolución del enigma planteado, es el
señor Gilllespie. Este señor muestra "una singular alegría" porque
según él, al fin Masters y Johnson dejarán definitivamente resuelta la pregunta
por el goce femenino, forma de hablar que resulta bastante cercana a la que
caracteriza a los representantes del discurso medico cuando se refieren, por
ejemplo, al descubrimiento de un nuevo medicamento que acabará por fin con la
impotencia de los hombres.
Del orgasmo que se mide a lo femenino que fascina y
horroriza
Mientras Lacan intentaba avanzar su teoría del goce a partir de la lógica del
significante, los autores evocados se ocupaban del orgasmo vaginal a partir de
cierto número de experiencias realizadas en la universidad de Washington. Lacan
se dedica a mostrar porqué el significante define al mismo tiempo la muerte del
goce y también su emergencia localizada en el cuerpo, Masters y Johnson, en
cambio, en lugar del aparato significante, emplearon aparatos cinematográficos
y a través de este medio audiovisual llegan a considerar "que el mayor
orgasmo, que sería el de la mujer, resulta de la personalidad total,
[...]".[1]
Tenemos dos aparatos, uno de deducción y otro de
observación, su empleo define también dos planos de la investigación, lógica y
experimental en su orden. El primer plano da primacía a lo cualitativo del goce
y el segundo a su medición cuantitativa. En el nivel cualitativo, lo que
interesa es determinar qué tiene que ver el goce con la emergencia del discurso
y por ende con el saber; en el cuantitativo el acento se desplaza al más o al
menos del orgasmo, por eso lo fundamental es la medición del goce, punto en el
que se entrará sin remedio al campo de la tontería, porque se trata algo propio
de la subjetividad como si fuera orgánico y cuantificable.
La tontería es lo que se impone cuando, como en el
caso de los autores citados, se pretende, para mantener una hipótesis
insostenible, combinar dos metodologías investigativas que no tienen punto de
comparación. El más del orgasmo femenino, que efectivamente es susceptible de
fotografiarse, aparece determinado por algo -la personalidad total-, que escapa
sin duda a toda posibilidad de observación empírica, porque es una deducción
solidaria del descubrimiento del yo autónomo, que es un término imposible de
objetivar, porque es una instancia de la personalidad que se preserva del
conflicto, y esto tiene que ver con la deducción, no con una fotografía que lo
especifique como parte de una personalidad total ensanchada por un análisis.
¿En qué consiste, en consecuencia, la contradicción
que Lacan devela en la formulación con la cual Masters y Johnson pretenden
resolver el enigma del goce femenino? En suponer que "un aparato
cinematográfico que recoge imágenes a color"[2], que se sitúa "en el
interior de un apéndice que representa el pene y que capta desde dentro lo que
pasa en la pared que, una vez introducido, lo envuelve"[3], puede permitir
la revelación inequívoca de la personalidad total de una mujer.
¿Sobre qué base objetiva puede considerarse, dentro
de una investigación de tipo experimental, que la primacía del orgasmo de la
mujer depende de la personalidad total? No hay correspondencia entre el método
de investigación empleado y la conclusión a la que se llega porque, de un lado
orgasmo y goce son presentados como equivalentes, de otro, se pasa del campo
experimental al plano de la subjetividad, sin hacer ninguna consideración
metodológica al respecto; hecho que enmascara la verdad del problema e impide
poder saber algo de lo que distingue a una mujer de un hombre, examinados a
partir de su relación con el goce y no de su diferenciación anatómica.
Trabajos como los de Masters y Johnson, dice Lacan
que no carecen de interés, pero a condición de mostrar en ellos el tono exacto
de lo que descubren. La superioridad biológica del organismo de la mujer no
resulta de la personalidad total, tampoco explica la primacía del goce femenino
porque este no tiene que ver con el género; más bien es un descubrimiento que,
si es puesto al margen de lo que Freud descubre y no como una prueba más del
borramiento de su discurso sobre la pulsión, el inconsciente y la castración,
resultará ser un buen acompañamiento.
La dimensión enigmática del goce es ilustrada por
Lacan con la imagen de un tonel que tiene la particularidad de no permitir
calcular la configuración de su fondo, ni el lugar hacia dónde conduce una vez
que se entra en él. Esto quiere decir que el goce hay que definirlo como algo
peligroso. Pero no se trata de un peligro que el sujeto se represente de manera
penosa, sino de un peligro que también contiene un no sé qué fascinante. Lacan
ilustra esa doble dimensión de fascinación y horror, con una imagen patética:
"se empieza en las cosquillas y se acaba en la parrilla".[4]
Si más allá del placer de la tibia sensación corporal
de las cosquillas se encuentra el increíble desgarramiento físico y psíquico
del dolor, y esto el sujeto casi nunca parece calcularlo, es porque el goce
implica el encuentro con una mascarada de felicidad que en lugar de fortalecer
al sujeto más bien lo induce al sacrificio.
Notas:
1-.
J., Lacan, El reverso del psicoan álisis, El seminario 17, Buenos Aires, 1992,
p. 76.
2-.
Ibíd, p. 76.
3-.
Ibíd
4-.
Ibíd, p. 77.
Respuestas a Eva-Lilith por Ana Lúcia Lutterbach Holck
Eva-Lilith: En este momento de nuestra elaboración
sobre la clínica psicoanalítica donde nombramos lo femenino como el pivote de
la experiencia, ¿Cómo ubicar aquello que se afirmaba en Freud y en Lacan, sobre
la primacía del falo?
Ana Lúcia Lutterbach Holck: Para responder a esa cuestión tomo como referencia el
curso de Miller de 2011 – "El ser y el Uno", donde se dedica a
explorar las consecuencias clínicas de la última enseñanza de Lacan, tomando el
goce femenino como punto inaugural de la última enseñanza a partir del cual
todos los otros conceptos van a sufrir transformaciones y sus funciones serán
alteradas.
El falo se refiere a la clínica orientada por el
Complejo de Edipo y sus consecuencias. Afirmar la generalización del goce
femenino, coloca en primer plano los límites del complejo de Edipo como
operador que organiza el campo simbólico.
La práctica analítica ofrece una solución por el
sesgo del Nombre-de-Padre, pero no todo corresponde a eso, hay un resto, que
ahí corresponde a lo que Freud llamaba restos sintomáticos. La generalización
del goce femenino fue lo que permitió a Lacan, según Miller, extraer algo que
llamó sinthome. Con el sinthome, Lacan intenta reconciliar al
psicoanalista con lo que hay de inerte, lo que no hace historia, lo que no se
puede decir.
Eva-Lilith: El psicoanálisis, como dice en algún
lugar Miller, ha inventado tal vez otro goce, el goce puro de la palabra, y
recomienda que el analista esté alejado del goce que podría resultar para él
mismo de esa posición. ¿Cómo se hace el giro desde ese otro goce puro de la
palabra al goce donde el significante no comunica, sino que solo nombra?
Ana Lúcia Lutterbach Holck: Cuando establecemos un corte en la teoría, no
excluimos las elaboraciones anteriores. La clínica actual nos convoca a repensar
la práctica a partir de los nuevos síntomas que surgen en nuestra clínica. No
solo porque los pacientes se presentan de una nueva manera, sino también cómo
el propio psicoanálisis se dispone a enfrentar casos que anteriormente no se
dirigían al psicoanalista o que este no consideraba que había una indicación
para el análisis, como en las psicosis o el autismo, en las dolencias llamadas
psicosomáticas y otros. Ante estos casos estamos delante de sujetos que tienen
que hacer frente a su goce pero sin mucho que decir sobre él.
Al leer el último Lacan, Miller lo cita: "La
idea que solo es real lo que excluye todo tipo de sentido es exactamente lo
contrario de nuestra practica" A partir de este impasse Miller construye
una antinomia entre perspectiva y práctica analítica, o sea, el psicoanálisis
tiene como perspectiva u horizonte, lo real separado del semblante. Al mismo
tiempo, la práctica opera con el sentido suponiendo una relación entre sentido
y real.
Hay por tanto un hiato entre perspectiva y práctica
que nos incita a colocar la práctica, permanentemente, a prueba.
Eva-Lilith: Tal vez los hombres estén más cautivos de
los semblantes que las mujeres al estar ellos más necesitados de velarlas y, a
su vez, al estar ellas más próximas a lo real. ¿Cómo se manifiesta esto en la
clínica contemporánea?
Ana Lúcia Lutterbach Holck: Laurent, en su conferencia en el último Congreso de
la EOL (2013), comenta a partir de la experiencia del pase las diferencias
entre el sujeto masculino y el femenino. Allí él comenta que del lado femenino,
al mantener el empuje al amor, ella se acomoda mejor que el hombre a la
"no relación sexual" y a la soledad que ella implica, y al mismo
tiempo, se opone a los "unos solos" que caracteriza la
contemporaneidad.
Eva-Lilith: ¿Podría hablarse de una "clínica de
lo femenino" a partir de la puntualización del no tener, (no tener
derecho, el ser excluido), de la mascarada, del hijo como sustituto; pero ello
está en la lógica del falo. ¿Una "Clínica de lo femenino" del lado de
lo real es la clínica del dolor psíquico que se enraíza en el cuerpo, de una
cierta relación con el infinito, con el exceso y con el estrago, con realizarse
en el no tener?
Ana Lúcia Lutterbach Holck: Es eso. Vamos decir que es la otra cara de la
erotomanía, cuando el amor falla en su función de protección a lo real y la
mujer es lanzada en un goce en relación con lo infinito, con el exceso y la
devastación.
Notas:
1-.
Miller, J.-A., El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos Aires, p. 155.
Comentario a una cita de Jacques-Alain
Miller, por Mónica
Febres-Cordero de Espinel
"La mujer hace objeción a Hegel. La mujer se rehúsa al juego malabar de la dialéctica, se rehúsa a entrar en razones". Miller, J.-A., El ser y el Uno, inédito. Clase V, 2
de marzo de 2011
En "La significación del falo"[1] Lacan
establece la primacía del significante y señala sus efectos en la pasión por la
que lo significable se convierte en significado. Lo significable está ahí,
potencialmente, en espera que advenga la significación. La vía del falo
establece el predominio de lo simbólico, y los poderes del lenguaje crean la
oposición entre significante y significado. Así mismo, la institución del
sujeto como efecto de significación se articula a la noción del Otro y al campo
del deseo. Es un proceso que da cuenta del sentido y del desciframiento por la
palabra. Lacan utiliza el concepto hegeliano de la aufhebung para
indicar este funcionamiento. Aufhebung, relevamiento, que implica que lo
significable al mismo tiempo se posterga y se conserva y en donde el falo
resulta ser el significante de "esta aufhebung semántica". [2]
En la última enseñanza de Lacan predomina la
problemática del goce sobre la del deseo y el goce femenino le permite "ir
más allá del campo que él mismo había abierto".[3] Porque ya no se trata
del goce edípico, sino de un goce que escapa a la castración y a las leyes del
significante. En este punto, explica Miller, la primera construcción lacaniana,
inscrita en el pensamiento de Freud, Hegel y Saussure, vacila. Porque hay una
porción del goce femenino que escapa a la lógica de la aufhebung, y es
ahí donde la mujer objeta a Hegel y a la dialéctica.
Sin embargo, más allá de la sin razón que pareciera
ser de la mujer en algunos aspectos, Lacan despeja que el más allá del Edipo no
la concierne a ella solamente, sino a todo ser hablante. Miller extiende las
consecuencias a los finales de análisis: es lo que queda fuera del Nombre del
Padre. Lo encuentra en el acontecimiento de cuerpo como aquello que no entra en
la dialéctica del significante y del proceso de rechazo y aceptación del goce,
tal como lo implica la castración simbólica. Ahora, se trata de un goce
positivizado, de un cuerpo que se goza más allá de la prohibición. Ya no se
articula a la dialéctica del deseo y es objeto de fijación. Porción de goce
que, la feminidad lo muestra, resiste a la aufhebung.
Notas:
1-.
Lacan, J. "La significación del falo", Escritos 2, Ed. Siglo
XXI, Argentina, 1989
2-.
Miller, J. A., El ser y el Uno, inédito. Clase V, 2 marzo de 2011
3-.
Ibid.
Lo femenino del goce en
algunos fenómenos de masa en la actualidad, por Tania Aramburo Guerrero; José Fernando
Velásquez
En la actualidad existen algunas agrupaciones
sociales que se caracterizan por ser inconstantes, abiertas y efímeras;
micromasas que se manifiestan en algunas redes sociales que son fácilmente
adoptadas por los adolescentes, y agrupamientos transitorios generalmente
alrededor de lo violento. Son algunos de los llamados "fenómenos" de
masa contemporáneos.
En el texto de Psicología de las masas, Freud
plantea tres preguntas analizando los fenómenos de masa que pueden aplicarse a
los que se dan en la actualidad. Las preguntas planteadas son: ¿Qué es una
masa?, ¿Qué le presta la capacidad de influir tan decisivamente sobre la vida
anímica del individuo? Y, ¿En qué consiste la alteración anímica que impone a
este último? [1] Y nosotros nos hacemos una cuarta pregunta: ¿Cómo se
particulariza el fenómeno de masa contemporáneo?
Algunas redes sociales virtuales en Bolivia y otros
países convocan a comunidades que se denominan como "las masas sin
control", "los chicos sin miedo", "caníbales", y en
ellas se encuentran los pasos a seguir para poder identificarse. Páginas donde
incitan a colgar imágenes de acciones violentas como ritos de pasaje y adscripción
al grupo, tales como violaciones a compañeras de curso o a menores; grupos de
la ruleta del sexo denominadas "sexys y descontroladas" (mujeres
adolescentes de 13 a 15 años que publican la forma y la cantidad de relaciones
sexuales que tienen al día o en una semana). Otras por el contrario que se
nombran como "Bellezas y abstinencia sexual" que determinan la
abstinencia sexual como elección y conductas subsiguientes. Como puede
observarse, los significantes elegidos por estas micromasas son nombres
de goce que hacen alusión al sin límites, significantes que determinan su
singularidad y que identifican su pertenencia a este o aquel conjunto.[2]
Los fenómenos de violencia como los linchamientos y
el bulling escolar, son actos impulsivos realizados por un grupo de
personas que se reúnen a dar con el paradero del autor de un delito. Los
individuos reunidos, piensan, sienten de manera diferente de cómo lo harían
estando solos. Por más que no coincidan en su modo de vida, en sus ocupaciones
o en su inteligencia; en el momento que están reunidos desaparece la
personalidad consciente, los sentimientos y las ideas surgen por sugestión y
contagio. El individuo deja de ser él mismo, se convierte en un autómata
carente de voluntad, es decir, en parte de la masa, la cual es impulsiva,
voluble, inestable, inconstante, influenciable y excitable.
En este tipo de fenómenos se pude observar la
inexistencia del orden simbólico tradicional, y en su lugar aparece la ley del
sin límite, constituida en lo inmediato de la contingencia, la cual canaliza
las exaltaciones del grupo. Aparece una pasión que no espera, satisface
inmediatamente una necesidad en relación al castigo para el ladrón o violador.
La multitud se siente totalmente omnipotente. No existen dudas ni certezas acerca
de la culpabilidad del acusado. Alguien de la masa grita; "hay que
lincharlos", todos alientan y realizan la acción. Posteriormente al acto
existe un silencio pactado, ya que en muy pocos casos se llega a descubrir al
autor material y al instigador de la acción.
En las agrupaciones producidas por el internet, en
las pandillas y en los fenómenos de bulling y de linchamiento, no se dan
relaciones interpersonales regidas por la significación fálica y el yo ideal
(como los lazos afectivos enmarcados en una ley prohibitiva que los cobija a
todos, o la identificación a un líder). La identificación que se exterioriza es
el goce del cuerpo en relación al objeto. El Otro en cuanto simbólico que
sostenía el orden social evidencia su inconsistencia para establecerlo, y en su
lugar el objeto a, el objeto del goce por fuera del fantasma, asciende a
lugar de agente del vínculo social. El comportamiento social adquiere un
comportamiento adictivo regido por el imperativo superyoico que ordena al
sujeto a gozar.
El que esto se dé entre adolescentes puede
corresponder a que las cavilaciones que son propias en esta etapa de la vida,
por ejemplo, acerca de la identidad sexual, su identidad política, su
consistencia fálica, con las dudas, las fantasías propias, sean económicamente
tramitadas por esta vía económica libidinalmente de la identificación. Lo
incierto es sofocado por la pertenencia al grupo. Todo lo que le ocurre como
sujeto es rápidamente subsumido a una supuesta identidad del ser.
En el malestar de la cultura, Freud sostiene
que la mujer se convierte en enemiga de la civilización, puesto que el hombre
se encuentra dividido entre lo femenino y la civilización. No hay más que una
cantidad determinada de libido y lo que da de un lado debe quitarlo del otro.
[3] La mujer se encuentra más próxima al lugar de lo real, hay en ella un vacío
que no puede ser velado ni representado por ningún significante. Una fracción
del goce femenino que no permite que se establezca un lazo según la tradición y
la ley del "para todos".
Los
fenómenos de masa mencionados canalizan algo del goce femenino, y como tales se
oponen a los semblantes tradicionales de la civilización. Ese goce que se
expresa en el fenómeno social es singular, distinto a lo ideal y a lo
predecible, es contingente. Son formas de lidiar con el desencuentro, todos se
encuentran en el mismo lugar, con el mismo objetivo, pero cada uno solo con su
goce.
Notas:
1-.
Freud, S. "Psicología de las masas y análisis del yo". Obras
Completas, Vln. XVIII.
2-.
Buenos Aires, Amorrortu, 1976
3-.
Agamben, G. "La comunidad que viene". Madrid, Pre-Textos, 1996.
4-.
Freud, S. "El malestar en la cultura". Obras Completas, Vln. XXI.
Buenos Aires, Amorrortu.
Comisión Editorial Boletín Eva-Lilith
Raquel Cors Ulloa
María Hortensia Cárdenas
José Fernando Velásquez