“Dejemos el síntoma en lo que es: un suceso del cuerpo ligado a lo que se tiene, se tiene del aire, se aira, se lo tiene. Llegado el caso, es canción y Joyce no se priva de cantarla”. J.-A.Miller cita este párrafo de Lacan para aclarar de qué escrito toma la formulación del síntoma como acontecimiento del cuerpo.
Me parece interesante tomar esta definición del síntoma, extraída del contexto de la última enseñanza de Lacan en la que trata, una vez más, de resolver, o reflexionar sobre la estrecha vinculación del síntoma como acontecimiento del cuerpo con, por una parte el hecho de tener un cuerpo y, por otra, pero no aislada, de tomar el cuerpo en su articulación con el significante, desde la perspectiva del goce.
Los paradigmas del goce desplegados por J.-A.Miller, nos enseñan las transformaciones que sufre con Lacan el lugar del goce y el estatuto atribuido al significante, en cuanto a la primacía que éste tiene en la disyunción o reunión originaria entre significante y goce.
Se trata de reflexionar sobre la relación que hay que plantear entre el cuerpo y el significante. Para ello, hay que considerar el orden simbólico, expresión que a lo largo de su enseñanza, Lacan fue transformando. El significante, en su materialidad es una materia suspendida, que, como dice en Lituraterre, se desplaza como nubes pero puede precipitarse como lluvia y tener efectos sobre la tierra, el suelo... el cuerpo.
Es una imaginarización acerca del carácter material o no del significante, pero sirve para la reflexión. Lo que llueve como significantes, traza bordes, y su combinación al materializarse, por ejemplo en semblantes, sostiene y soporta el sentido.
¿De dónde toma su materia? Del sonido, pero también del cuerpo. La histeria es el paradigma del cuerpo que habla y al que Freud prestó su escucha: el significante ahí se muestra susceptible de materializarse en el cuerpo: es porque hay el significante “brazo” que éste puede paralizarse o servir al rechazo de un deseo. El cuerpo ofrece su materia al significante. Es del orden del significante que simboliza el objeto, sin ser el objeto, lo indica y lo ausenta: sería el goce en la significantización, en Lacan.
Hay otra vía para la relación en juego entre el cuerpo con el significante. Es la corporización, cuando el significante entra en el cuerpo. Si la primera es elevación, sublimación de la Cosa hacia el significante, ésta es el significante que afecta al cuerpo del ser hablante, que se vuelve cuerpo, que fragmenta el goce y hace surgir el plus de gozar.
Importa recordar que si bien hablamos de cuerpo significante, el significante no es del mismo orden que el cuerpo. Esta diferencia Lacan la subraya con la noción de incorporal, extraída de los estoicos -como señala J.A.Miller- para indicar que si está en relación el significante con el cuerpo, esta es una relación tal, como el término incorporal señala.
Para esclarecer más esto: la diferencia, se expresa como diferencia entre el saber, definido como incorporal y el cuerpo, sede de la sustancia de goce. Como ejemplo, es el saber como incorporal el que permite existir a las matemáticas, la topología, lógica, etc. Nosotros tratamos con el saber, en tanto incorporado, un saber que pasa al cuerpo y lo afecta. Para dar cuenta del afecto como acontecimiento del cuerpo, nos servimos de este efecto del saber en el cuerpo, que Lacan llama afecto. Plantear el efecto corporal del significante- no su efecto semántico-, que es el significado, comporta no primar los efectos de verdad del significante, sino sus efectos de goce.
Lacan nombra en Aun corporización este efecto de goce producido por el significante, que entra en el cuerpo. El cuerpo del Otro, el cuerpo del partenaire es ineliminable, nos dirá, aunque “este tenga la forma de Dios”. Esta corporización la ilustramos con el cuerpo como superficie sobre la cual se escribe, se dibuja, se pinta pero también de la que se sustrae, la que se mutila. Estas operaciones son lo que resulta evidente en la corporización del significante. El cuerpo, la corporización depende de un discurso que inscribe el cuerpo en un lazo social, ya sea bajo tradiciones, como bajo toda clase de normas.
Si mencionamos la corporización contemporánea, donde el cuerpo tiende a ser abandonado, a veces a las normas, a veces por las normas, asistimos a las diferentes respuestas que intentan responder a la pregunta de qué hacer con su cuerpo. Hay invenciones: las que van al lugar de la inexistencia de la relación sexual, y las que intentan, sin lograrlo, responder al agujero forclusivo. El piercing, el body-art son ejemplos de esas invenciones que infligen al cuerpo imperativos, en el fondo, modos de corporización.
Sin desplegar los diferentes estatutos que toma el cuerpo en la enseñanza de Lacan, dos cuestiones para concluir. Tener un cuerpo. Tener un cuerpo vale por eso y se diferencia, de ser un cuerpo. Del lado del ser, en el hombre que es sujeto, encontramos la falta en ser que resulta como efecto del significante que divide su ser y su cuerpo. El cuerpo a diferencia del ser, pasa al estatuto del tener. Un cuerpo es lo que se tiene.
Por los efectos de esta división, es que se tienen síntomas. En este cuerpo ocurren imprevistos: acontecimientos que dejan huellas en él. Es de lo que está hecho, en su singularidad. Siendo diferente al significante, lo que deja huellas son siempre acontecimientos discursivos que lo perturban, marcan, producen síntomas.
Un análisis trata de leer y descifrar esas marcas, hace que el sujeto encuentre los acontecimientos con los que se trazan sus síntomas. Así encontramos los trazos: sobre el cuerpo, hechos de dichos.
Hablar con el cuerpo: Es lo más propio del parlêtre. Es el descubrimiento freudiano: el cuerpo que habla. La histeria se lo enseño. Desde la perspectiva del goce, hay el sujeto tachado del significante, que está perfectamente fuera del cuerpo. Hay también eso que Lacan trae en Aun: el “individuo aquejado del inconsciente, de las palabras”, distinto al sujeto y -como lo aclara J.A.Miller- que se cruzan en la hipótesis de que el significante no tiene solo efectos de significado, sino también de afecto en un cuerpo.
Introducir que hay efecto de afecto, es decir que el significante perturba, deja huella en el cuerpo. No se trata ya en Aun del puro sujeto de la lógica, de lo simbólico fuera del cuerpo, sino de la acción del significante causando, causa de goce, afecto en el cuerpo. Allí es donde localiza la sustancia gozante. Es la novedad del parlêtre: reunir el sujeto y la sustancia, la reunión del significante y del cuerpo. Que hay ser atribuido por el dicho. Estas huellas de afecto, revelan la incidencia de la lengua en su cuerpo, al punto de poder decir que el afecto esencial es el que traza la lengua sobre el cuerpo.
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