CUERPOS QUE GESTAN
Por Ana Cecilia Gonzalez - EOL
De tanto tropezar en la búsqueda por asir
su propio sujeto, después de haberlo construido y desconstruido más de una vez,
los feminismos parecían disolverse en la teoría de género, que desplazaba el
acento hacia los “cuerpos que importan”(1), es decir, todos aquellos excluidos
por la norma heterosexista, con el efecto de multiplicar identidades, que no
por queer resultan menos
segregativas. Pero además, esos cuerpos eran “cuerpos de papel, sin ningún
verdor” (2) o, más precisamente, eran cuerpos–texto, y unos textos que cada
quien podría editar o resignificar a su antojo, sin que medie obstáculo,
privilegiando una subjetividad voluntarista y autobiográfica que resonaba
cómodamente con el “empresario de sí mismo” del formateo neoliberal.
El movimiento feminista en Argentina
avanzó contra esa lógica, desplazando la cuestión al menos por tres vías.
Bajo la consigna “Ni una menos” hizo
irrupción una corporalidad según la cual cada cuerpo cuenta, uno por uno,
radicalmente, al punto de que no es aceptable ni una menos. Dicho de otro modo: los cuerpos cuentan como serie y
no como clase, prevaleciendo la lógica del no-todo, frente al “paratodeo” (3)
que inexorablemente excluye algunos cuando afirma un universal, especialmente
en clave identitaria.
El efecto inmediato fue una manifestación
sin precedentes, en la que los cuerpos se arrojaron a la calle a sabiendas de
lo inédito de la convocatoria. En el apretujamiento que se produjo cerca del
Congreso de la Nación, una señora mayor que pugnaba por avanzar hacia la plaza
exclamaba “¡La pucha que cuesta hacer Historia!”.
Pero además la vindicación “Ni una menos”
–que en este punto conserva el género
por más que paralelamente impulse el lenguaje inclusivo– hizo visible el
odio a lo femenino, cuya forma más atroz fue por fin nombrada en su
especificidad bajo la figura jurídica del femicidio. Es la vida lo que está en
juego, la vida de las mujeres, asesinadas por su condición de tales. Entonces,
esos cuerpos que cuentan, una por una, cuentan en tanto que vivas.
Según Jean-Claude Milner (4), hay una
noción cuerpo, la del psicoanálisis, que a diferencia de las versiones religiosas
y filosóficas, no supone un cuerpo creado o deducido, sino un cuerpo que nace, y en ello radica su real. Y es
allí, cerca de la animalidad donde comienzan los derechos, que no son los del
Hombre, ni cualquier otra entelequia, sino los derechos de los cuerpos
hablantes, una por una.
Sucede además que esos cuerpos que nacen
–y esta es la segunda cuestión, traída a colación con el debate por la
despenalización y legalización del aborto– son cuerpos que nacen de cuerpos que
gestan. Con el sintagma “cuerpos gestantes” no se trata de la idealización de
la maternidad en la que había incurrido el feminismo de la diferencia –contra
el que se alzó la teoría de Judith Butler–, sino de poner el acento sobre la
condición particular de unos cuerpos que, a diferencia de otros, pueden, si así lo desean, gestar otros cuerpos.
Entonces, de los “cuerpos que importan” a los cuerpos que gestan, se produjo
otro desplazamiento radical, que va de la encerrona identitaria –figura de la
“Yocracia”, al decir de Lacan (5)– a la hendidura que hace entrar el deseo como
condición humanizante, tan incalculable como incoercible, con el añadido de
hacer visible la faz más brutal de la explotación ejercida sobre los cuerpos
que gestan.
Pero la cosa no acaba allí, porque
poniendo la desigualdad económica en el centro de la demanda por el aborto
legal, seguro y gratuito, la
reivindicación pretende conectar el deseo, la elección, con las condiciones
materiales para su ejercicio. “Conmigo no cuenten”, o “no voy a pagar tu
aborto” son consignas que resumen bien la retorsión neoliberal del contrato
social, según la cual los individuos podrían disponer del dinero del Estado,
arrasando con lo público, pero también con cualquier noción de colectivo, de la
índole que fuere. A contrapelo, el movimiento de las mujeres no sólo se
inscribe entre las tradiciones que tienen por horizonte la igualdad de
derechos, sino también entre aquellas que demandan la equidad de acceso a los
recursos como parte intrínseca de la vida en comunidad. En el duro escenario global
actual, ello implica situarse frente a una derecha feroz en su discurso y
despiadada en sus métodos. Sin embargo, tampoco lo convierte automáticamente en
un movimiento de izquierda, sino que interpela y horada las categorías
tradicionales de partido, ideología y clase social.
Sirviéndose de la coyuntura, la gesta de
los cuerpos que gestan logró anudar una genealogía –“hijas de los pañuelos
blancos, madres de los pañuelos verdes”– con una estética de marea verde en las
calle, los cuerpos cantando y bailando, ajenos a las “pasiones tristes” ¿acaso
haciendo lugar a un real como goce de la vida?
Ese goce de la vida hace de contrapeso del
derecho al goce (del Otro) que conduce directamente al tocador sadeano y sus
variaciones contemporáneas convertidas en técnicas de gobierno. Quizás sea
aquello a lo que aludía Spinoza cuando decía “que nadie sabe lo que puede un
cuerpo”. Entonces, si “la chispa de un deseo puede cambiar a un sujeto, a una
comunidad, a un país” (6), los efectos incalculados e incalculables de lo
gestado por las mujeres argentinas todavía están por verse.
(1) Butler, J (2005): Cuerpos que importan: sobre los límites
materiales y discursivos del sexo. Buenos Aires: Paidós
(2) Copjec, J: “Encore, Un
esfuerzo más por defender la diferencia sexual”, en AA:VV: Ser-para-el-sexo. Diálogo entre filosofía y psicoanálisis.
Barcelona: S&P Ediciones.
(3) Lacan, J. (2012): “El Atolondradicho” en Otros escritos. Buenos Aires: Paidós.
(4) Milner, J.-C. (2016) Relire
la révolution. Paris: Verdier.
(5) Lacan, J. (2010): El Seminario.
Libro 17. El reverso del psicoanálisis (1969-1970). Buenos Aires: Paidós,
p. 66.
(6) Dessal, G.:
http://www.telam.com.ar/notas/201402/50752-la-chispa-de-un-deseo-puede-cambiar-a-un-sujeto-a-una-comunidad-a-un-pais.html