Entonces, con este título de hoy “Niños
de Hoy, parentalidades contemporáneas”*, ¿de qué entonces se trata cuando
hablo de “niños de hoy”? ¿De qué “contemporáneo” se trata cuando
hablamos de parentalidad? Se puede responder a esta pregunta de manera
descriptiva, demográfica o bien de manera psicoanalítica.
Primero desde un punto de vista
descriptivo, un estudio reciente permite captar profundas
transformaciones de este campo en Francia. El caso francés es sin duda
particular, no puede ser generalizado para todo el planeta, pero indica
tendencias que funcionan globalmente. El punto fundamental es la
articulación con las ciencias de las modalidades de hacer familia que
evolucionaron gracias a las nuevas libertades abiertas por las leyes
sobre paridad e igualdad de género. Los progresos de la medicina
hicieron aumentar en los últimos 50 años la esperanza de vida en Francia
de 11 años, para alcanzar 82 años de promedio con la diferencia que se
reduce entre hombres y mujeres.
Entonces, la población envejece. Los
menores de 20 años son solamente un cuarto de la población. Hay menos
niños y nacen más tardíamente. La edad media de las mujeres aumentó 5
años. Y el índice de fecundidad bajó un poco, aunque sea un poco más
elevado que la media europea. Un tercio de las mujeres se vuelven madres
después de los 30 años. Estos cambios se deben, por supuesto, a la
generalización de la contracepción. Esto produce que la obsolescencia de
la forma de unión conocida sobre la forma matrimonio tradicional sea
más marcada. Los niños nacidos fuera del matrimonio son la mayoría, casi
60%. Lo que es nuevo es que estos niños son masivamente reconocidos por
los padres, solo 4% no lo son. Es decir, que a pesar de la
obsolescencia del matrimonio, la paternidad permanece como un
instrumento jurídico que funciona. Hay muchos matrimonios, entre ellos
muchos son matrimonios de nuevo. Y el número de divorcios se multiplicó
por 4. Por el contrario, el matrimonio se concretó por otras formas de
unión que incluyen a las parejas homosexuales, el pacto civil de
solidaridad desde el ’99 y el equivalente de la unión civil de Argentina
y el matrimonio para todos desde el 2013, que es el matrimonio
igualitario en Argentina.
La articulación de la familia con la
ciencia y las nuevas ficciones jurídicas desplazó las preguntas sobre
los niños y sus padres. Ya no se habla más de “familia” frente a la
dificultad de calificarla, sino de “parentalidad”. “Parentalidad” es un
neologismo de finales del siglo XX que tiene numerosos campos de
aplicación, en las leyes, en lo social, en el discurso del amo en
general.
Padre, o los padres o ser padres define
un estatuto legal, un estatuto simbólico. La parentalidad desborda el
estatuto, está más bien del lado de lo real. Hablar de parentalidad no
es fascinarse por el estatuto sino que vuelve a poner el acento sobre la
interacción del niño con sus padres en su variedad.
Para definir la contemporaneidad se
podría decir que el niño de hoy nace en un mundo que ya no está
estructurado por el a priori del amor del padre. Con su doble vertiente,
tan particular a la construcción del rol del padre en el mundo
occidental, aquel que es al mismo tiempo amado y que es él quien priva
de goce. Esta particularidad fragiliza su construcción sobre todo porque el niño contemporáneo está confrontado a formas de goce adictivas
que testimonia la clínica. El niño está confrontado sin mediación a lo
que no cesa de repetirse tanto en la vertiente del “demasiado lleno” o
el “demasiado vacío”, como en las adicciones que conciernen a todos los
circuitos pulsionales: el oral, anorexia-bulimia, las sustancias; el
anal, retención-expulsión, agresividad; lo escópico, juegos de video y
pantallas múltiples; y lo vocal, el objeto voz con las intolerancias a
los mandamientos en general. Agreguemos la clínica ligada a la
imposibilidad de habitar un cuerpo y de fijarlo en una imagen. Todo esto
que queda agrupado en el comodín del ADDH. Consideramos también la
imposibilidad de habitar un sexo conveniente en el género asignado. En
fin, una serie de síntomas difíciles de considerar como neuróticos sin
por ello ser poder calificados apresuradamente de “psicosis”. Estos
nuevos síntomas definen una clínica que subrayan una fragilidad del
padre. Ella empujó a ciertos psicoanalistas a abandonar su estatuto en
el olvido de la historia y decidirse en la sociedad sin padres
diversamente calificada.
No es el caso de Lacan, que transformó
radicalmente el estatuto del padre freudiano abandonando la referencia
edípica para situarlo, no en relación con la madre y al incesto materno,
sino en relación con ‘una’ mujer como tal.
Dado el tiempo voy a dejar, ya que
ustedes están en buenas manos y sus profes están ya a la altura de
transmitir lo que fue la elaboración lacaniana del padre freudiano, voy a
pasar al segundo tiempo, en el cual el esfuerzo de Lacan puede pensar
al niño, el lazo con los padres y la pasión amor-odio dirigida en su
elaboración hacia el padre por fuera del padre como universal.
Como lo
mostró Jacques-Alain Miller: “No se trata por lo tanto de pasarse del
padre sino de poner el acento sobre el padre en tanto que existencia
particular”. Lacan utilizó de manera radical la disyunción operada en la
lógica moderna que se separa de la lógica de Aristóteles distinguiendo
la definición de un término de su existencia. Así que, por un lado,
Lacan enuncia o reformula la idea freudiana según la cual el modelo de
Dios es el padre, la relación de la primera identificación fundamental
del amor al padre. Lacan reformula esto diciendo que la definición “Todo
padre es Dios” debe estar acompañada de la condición de que en su
existencia “Ningún padre sea Dios”. Las dos al mismo tiempo. Se verifica
que “Todo padre es Dios” a condición de verificar la inexistencia de
tal padre.
Y, por otro lado, Lacan utilizó también
otra vía. Verifica también la existencia del padre en tanto que rechaza
toda norma, todo estándar, todo “Para todo x”. Esta puesta en tensión de
los dos niveles forma parte de la báscula radicalmente antihegeliana de
Lacan el momento en que él rechaza reducir las existencias particulares
a ser partes de un todo. Esta báscula antihegeliana se enuncia
radicalmente en el Seminario “Introducción a los nombres del padre” en
el cual dice: “Toda la dialéctica hegeliana apunta a colmar la falla
entre la existencia y el todo y mostrar en una prodigiosa transmutación
cómo lo universal puede llegar a particularizarse por el camino de la
escansión de la Aufhebung”. Es este camino de la Aufhebung,
del camino de la particularidad hacia lo universal que Lacan rechaza. Y
este desajuste se prosigue cuando comienza a definir el Nombre del
Padre a partir de una función. La gran ventaja de una función es, no la
definir un todo, sino solo un dominio de aplicación. La función,
entonces, solo es definible a partir de las realizaciones de las
variables que constituyen su desarrollo.
Entonces, Lacan parte de los
casos particulares de los padres para hablar del Padre. Ser un padre es
ser uno de los modelos de la realización, uno de los valores de la
función. Dice entonces: “El padre, en tanto que agente de la castración,
solo puede ser el modelo de la función”. Lacan, por tanto, parte del uno
por uno de aquellos que se volvieron padres. Habla, con el chiste
francés difícil de traducir, de “père-version” que utiliza perversiones,
pero al revés, como versiones del padre. Y define el padre así: “Un
padre no tiene derecho al respeto -y subrayo que Lacan empieza por
respeto y no por amor- sino al amor más que si el dicho respeto, el
dicho amor está perversamente orientado, es decir, hace de una mujer el
objeto a que causa su deseo”. Hace tambalear un poco las cosas, pero
felizmente es una frase que fue suficientemente para que ahora podamos escuchar esto sin estar horrorizados.
Pero la idea de utilizar lo perversamente orientado, es decir, hacer de
una mujer la causa el deseo, es lo que parecía lo menos perverso
posible. Era para despertar un poco al público a la función
del goce como tal.
Notemos el quiasma normal según la estructura
del deseo masculino. El hombre se ata a los objetos a que causan su
deseo, el fetichismo, el estilo fetichismo del amor masculino. Al revés,
Lacan define el nuevo padre a través de un fetichismo particular. No se
trata de un objeto como el falo materno que existe sino del objeto que
una mujer produjo. El niño como objeto a de la madre en tanto que objeto
real. De este objeto a, el padre debe tomar un cuidado particular que
se dice “paterno”. Este cuidado deja este hombre -que se ocupa de los
objetos a de una mujer-, lo deja en lugar de síntoma. Es el único punto
en el cual el hombre puede volverse síntoma de una mujer si ya es madre.
Mientras que, en el caso general, es más bien una mujer que es síntoma
de un hombre.
El padre perverso se sitúa a nivel de la particularidad
del síntoma, de la particularidad de su goce. Jacques-Alain Miller dice:
“Resulta esencial que no sea Dios precisamente. Freud mostró la raíz de
la función religiosa en la función del padre, y Lacan, por el contrario,
marca el espejismo divino que es propiamente psicotizante o mortífero
cuando está soportado por el padre. La père-version paterna es
precisamente que el deseo del padre esté ligado a una mujer entre todas
-es decir una mujer como única”. En un mundo en el cual cada uno puede
volverse padre, si cada uno puede creerse, por ser el valor de esta
función excepcional, si cada uno se toma por Dios o por el guardián de
los ideales o por el padre de la norma ideal, entonces se produce el
efecto psicotizante. No una psicosis en todos los casos, sino más bien
la idea de efecto psicotizante. El padre de la père-version no garantiza
el acceso al goce “para todas las mujeres” como el Padre-Dios del
modelo freudiano. Es por ello que Lacan insiste en el “sin garantía”,
según el cual se trata ahora de hacer de una mujer la causa de la
pere-version paterna. Es a través de la performace particular, de la
mostración particular que el Padre puede dar al sujeto el acceso a lo
real del goce en juego. Dice: “El papá no es de ningún modo forzosamente -es el caso de decirlo- el padre real en el sentido de la
animalidad. El padre es función que se refiere a lo real de lo verdadero
-lo que es distinto- y no es forzosamente lo verdadero de lo real. Esto
no impide que lo real del padre sea absolutamente fundamental en el
análisis”.
Ahora no les pido forzosamente distinguir lo verdadero de lo
real y lo real de lo verdadero, etc., pero por lo menos solamente esto,
que es a través -no de una definición universal, sino de una performance
particular, una mostración particular que el padre en acto da acceso a
lo real del goce en juego. Y no a partir de una definición verdadera,
universal del padre. Al distinguir el padre real en el sentido de la
animalidad, es decir, el padre biológico, es siempre el padre en el
sacrificio de Abraham, es siempre el cordero que pasa por ahí. Lacan lo
había ubicado como el padre en el sentido de la animalidad, de la biología. Y hay que separarlo entonces del padre que toca a lo real, es
decir, al goce. Y esto nos da una indicación valiosa sobre el lugar del
padre en las familias recompuestas. La oposición entre lo verdadero y lo
real resuena aquí de una manera particular.
¿Cómo alcanzar lo real del goce? Al
reverso de la vía ideal o verdadera, Lacan da una idea de realizar el
tipo de la función de manera divertida. Dice: “Épater su
familia”. Hemos discutido con Silvia Tendlarz, y Silvia con sus colegas
para ver cómo traducir esto, constatando que no se puede. Lo que en
francés se utiliza es el “é” privativo y “pater” de padre. Lacan utiliza
al mismo tiempo la significación que es “impresionar”, “vislumbrar” y
el significante como tal que incluye un privativo de la función de pater.
Épater es a la vez producir una especie de admiración, pero pasando al
revés del ideal de pater familias. Es una operación en la que se trata
de obtener un efecto particular que consiste en mantenerse a distancia
de la creencia según la cual un padre puede ser para todos.
La mejor manera de traducir esto es la
función del carisma. Es como en un líder hay la función, el estatuto
como tal y es imprescindible en una democracia o en un régimen
autoritario que el líder tenga el carisma. Uno por uno. Esto no es
universal. No se puede definir. Por ejemplo, si me permiten, se puede
constatar que Chávez tenía un carisma que no tiene Maduro. Entonces esas
cosas se van al carajo. Y esto no es una función universal. Es uno por
uno. No se puede definir por un comité, no se puede decidir. Hay o no
hay. El carisma puede ser para lo bueno o puede ser para lo peor. Por
ejemplo, el tipo en Chile, el obispo que da tantos problemas al papa
Francisco, era un obispo carismático. Tenía un carisma excepcional. No
es necesariamente una virtud tener carisma. Pero es otra cosa que lo
universal.
Y entonces, Lacan define la función del
padre a partir de esto: “El padre es el que tiene o no tiene un carisma
para la familia”. Y Lacan es prudente, dice: “En cualquier plano, el
padre es el que debe impactar -épater- la familia”. Si el padre ya no
impacta a la familia, naturalmente se encontrará algo mejor. No es
obligatorio que sea el padre carnal -dice Lacan-, siempre habrá uno
que impactará a la familia. Habrá otros que la impacten”.
Entonces tenemos aquí una desconexión
suplementaria entre el padre carnal y el que podrá hacer el tipo de
padre. Esta indicación del acento sobre el carisma está en el reverso de
hacer de legislador. Tampoco es querer hacer el hombre, es algo
diferente. Lacan lo indica con antelación un poco, que del lado de las
mujeres se sitúa la denuncia de las antiguas formas de machismo y el
llamado a nuevas formas de masculinidad deseantes de la buena manera.
Cito a Lacan: “Si el hombre es todo lo que ustedes quieran del estilo
virtuoso, listo para tirar, tirar cuando quieras -son declinaciones
burlonas de lo viril-, lo viril, si es de un lado, es del lado de la
mujer, es la única que cree en esto. Ella es incluso lo que la
caracteriza”. Fue una de las orientaciones fundamentales de definir en
los últimos años de su enseñanza, dice “Es del lado de la mujer”, antes
decía “Es del lado de la histeria”. Pero es esta misma indicación, que
es del mismo punto de vista de la identificación viril de la histeria
que se sostiene un ideal renovado de masculinidad. Esto también puede
aproximarse a lo que Lacan declaró en su Seminario XIX: “El Uno hacia el
ser como la histérica hacia el hombre. Esto es lo que alimenta cierta
infatuación creativista”.
Hay que distinguir entonces,
entre el padre por un lado que responde la nombre, al Nombre del Padre,
que está del lado de lo simbólico y, por otra parte, el que señala la
relación del padre con lo real. Esta oposición recorta la distinción
entre la familia como real y el Nombre del Padre como simbólico. Es esto
lo que Lacan ponía en juego en su “Nota sobre el niño”, la oposición de
la familia como residuo real y Nombre del Padre.
Tenía un final sobre las diferencias en
las conferencias del ’75 sobre la relación del Padre y del medio Dios,
etc., etc., pero dado el tiempo, más bien voy a terminar con el programa
de trabajo que les voy a proponer. A veces se dice que es difícil dar
forma a problemas precisos en el psicoanálisis, que es difícil encontrar
a veces los problemas cruciales para el psicoanálisis, como lo dice
Lacan en un título de su Seminario. Es la razón por la cual quisiera
proponer un programa de investigación. Se trata de buscar caso por caso
en las parentalidades de hoy y con los problemas clínicos con los que
las familias se confrontan qué es lo que actúa suficientemente como
excepción del lado mujer y del lado hombre para definir un carisma
necesario que sorprenda a la familia. Propongo entonces, como
investigación, buscar en estas dos vertientes, femenina y masculino,
cómo se encuentra lo que hace de padre en la configuración de los goces
de hoy.
Gracias.
* Conferencia en la Facultad de Psicología UBA, Buenos Aires, 18 de mayo del 2018
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