THE PSY OBSERVATORY of the EFSP | |
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Nº 4/09 PSICOANÁLISIS Y UNIVERSIDAD Manuel Montalbán Peregrín La relación entre psicoanálisis y universidad puede ser problematizada desde ópticas diferentes. Ambos tienen un soporte institucional que en innumerables ocasiones ha entrado en contacto. Así muchas de las actividades de extensión de la Escuela impulsada por J. Lacan se han realizado con apoyo universitario. En este sentido hemos de estar alerta también respecto a la “confusión sobre el cero” que Lacan (1) resalta en La Proposición del 9 de octubre de 1967, como aquel movimiento institucional que, rechazando la diferencia entre la nada (ausencia) y el vacío (elemento neutro, lugar topológico de alojamiento de la alteridad), pretende ocultar las fisuras del saber con la aditiva acumulación de nulidades de pensamiento. Atendiendo a la sincronía estructural discursiva ingeniada por el propio Lacan, el discurso universitario y el discurso psicoanalítico participan de una cierta complementariedad paradójica, especialmente respecto al saber. Las universidades, como nos recuerda Miller (1990) (2), se crean en torno al siglo XII como modo de concentración, regularización y uso del saber por parte del poder, saber que primitivamente estaba localizado en el esclavo. A finales del XIX el descubrimiento freudiano supone la existencia de un saber desconectado del conocimiento, un saber que no se sabe. A partir de ahí, el siglo XX ha sido, en muchos sentidos, el siglo del psicoanálisis, protagonismo éste compartido también con el hecho que la ciencia ha alcanzado su más lograda expresión pulsional, “saber por saber, sin querer saber nada de las consecuencias”, independientemente del ideal de utilidad, puro saber del amo, a sus órdenes. En la articulación lacaniana no hay que olvidar que para el discurso universitario el S2, el saber, ocupa el lugar dominante, del orden, del mando, sustentado en el nivel de su verdad por el significante amo, S1.
A pesar de su positivismo inicial, Freud se las ingenia para diferenciar el psicoanálisis de la ciencia, también del saber universitario. Ya en 1919 Freud (1979) (3) distingue dos perspectivas para abordar la enseñanza del psicoanálisis en la universidad: el punto de vista universitario y el propio del psicoanálisis. Desde el lado universitario, Freud enfatiza las ventajas formativas que sobre los profesionales de la salud mental, y no sólo ellos, supondría el acceso a la teoría y la técnica psicoanalítica. Desde el psicoanálisis mismo, Freud valora la satisfacción que a todo psicoanalista le supone la incorporación de ese nuevo saber a la enseñanza universitaria si bien insiste en que la universidad no es imprescindible para adquirir esta formación, pues esa labor es desarrollada dentro del propio análisis así como por las asociaciones que entre otros objetivos atienden también el formativo. En una entrevista realizada por George Sylvester Viereck para “Glimpses of the Great” en 1930, el fundador del psicoanálisis desconfía sobradamente de la popularidad del psicoanálisis, especialmente en los Estados Unidos, y evidencia un movimiento conjunto al de la generalización popular del mismo que supone el intento de apropiación por parte de la clase médica del campo analítico. Freud (Viereck- Freud, 1930:153) (4) apunta que: “Puede resultar fatal para el desarrollo del psicoanálisis dejarlo exclusivamente en manos de los médicos. La formación médica es con igual frecuencia un obstáculo y una ventaja en el ejercicio del psicoanálisis. Desde luego, es un obstáculo cuando ciertas convicciones científicas, comúnmente aceptadas, arraigan demasiado profundamente en la mente de los estudiantes”. Aun así en el mismo año 1919 se instituye la primera cátedra de psicoanálisis del mundo en la universidad de Budapest. Desde entonces la enseñanza del psicoanálisis en la universidad ha estado sujeta a avatares diversos tanto en Europa como en América. En la actualidad la enseñanza universitaria del psicoanálisis en países como Gran Bretaña, Alemania, Francia, Bélgica, Italia y España, se centra en la formación posgrado de carácter eminentemente teórico. La oferta es variada según los países así como respecto a la orientación psicoanalítica desde la que se imparten estos estudios, conectados en muchas ocasiones a programas más amplios de formación en psicoterapia. En este sentido, se trata también de un período de cambio en tanto que la cartografía definitiva de la enseñanza universitaria en nuestro país está pendiente del desarrollo del llamado Espacio Europeo de Educación Superior. De todos modos, los acuerdos existentes, sobre formación básica y capacidades y conocimientos estructurantes, entre los centros universitarios que impartirán en España el futuro grado en psicología, por ejemplo, no contemplan el psicoanálisis más que de manera transversal y residual, ligado a la historia de la disciplina o a los antecedentes teóricos de algunas materias. En alguna otra ocasión he escrito que desde la universidad el psicoanálisis se percibe como un movimiento unitario pero a la vez heterogéneo; unitario, en referencia a toda la mitología que se le presupone, y heterogéneo, en tanto que después de Freud, si no antes, el psicoanálisis como teoría y como práctica va a seguir derroteros variados, a través de la psiquiatría, propiamente dicha, la psicología (del yo, fenomenológica, sistémica, de la personalidad), las terapias alternativas, el propio saber universitario, etc. La posición de Lacan es también original en este punto, y quizá por ello difícilmente asimilable por las estructuras universitarias. El retorno a Freud que nos propone articula el inconsciente como un saber, un saber de correspondencias entre las palabras. Ante la pregunta de una joven estudiante en la visita que realiza al centro experimental universitario de Vincennes en 1969 sobre el porqué los estudiantes no pueden convertirse en psicoanalistas tras su paso por la enseñanza superior, Lacan responde que el psicoanálisis no se transmite como cualquier otro saber. Frente al problema de las instituciones analíticas que Lacan denuncia en la década de los cincuenta y sesenta, cuyo efecto será su excomunión de la I.P.A., se apuesta por una novedad en el funcionamiento que incide en la función de garante de la Escuela por él propuesta: la distinción entre grado y jerarquía. Es interesante resaltar que esta distinción conceptual coincide con un viraje significante inédito en la historia del movimiento psicoanalítico, el uso del término Escuela, en cuya elección no parece ajena la preocupación central de Lacan por la formación del psicoanalista. Una Escuela que, a pesar de la vinculación, a veces estrecha, de Lacan con la universidad, no será universitaria. No se tiene en el horizonte fundacional de esta Escuela el ideal de un saber definitivo, amo y señor, sino más bien una negatividad de saber, una producción de saber en reserva, la posibilidad de lo que Lacan llamará el único saber oportuno. Frente al saber universitario Lacan propone una Escuela donde el lugar del no saber no sea taponado, donde el menos de saber ocupe un lugar central, como posibilidad de producción. En la entrevista antes mencionada, Viereck preguntaba a Freud si éste seguía poniendo el máximo énfasis en el sexo. Freud, tras insistir en la importancia de lo que reside “más allá” del placer, responde (Viereck-Freud, 1930: 157): “Puedo haber cometido muchos errores, pero estoy completamente seguro de que no me equivoco al considerar predominante el instinto sexual. Dado que se trata de un instinto tan poderoso, choca con especial frecuencia con las convenciones y salvaguardias de la civilización. Como mecanismo de autodefensa, la humanidad intenta negar su suprema importancia”. Frente a la fantasmagoría posfreudiana, Lacan retoma este relativo énfasis sexual del psicoanálisis desde una dimensión lógica, problematizando las relaciones entre sexo, lenguaje y saber. La lógica lacaniana se remite a las identificaciones sexuales en tanto que independientes de su base biológica. La posición masculina o femenina no queda determinada exclusivamente por el componente biológico sino que implica la puesta en funcionamiento del aparato simbólico, constituido por el lenguaje, que conlleva una consecuencia harto imprevisible, el inconsciente. No hay entonces un saber natural, un instinto sexual como saber en lo real del ser hablante. No es posible establecer un saber sobre ese real. La contingencia del encuentro crea una ilusión de posibilidad que condicionará lo que después se repite, el etcétera. El sujeto corrobora lo imposible cuando se hace posible el encuentro sexual. La imposibilidad se constata a través de una posibilidad contingente. El inconsciente, por tanto, es un saber en el que se busca la respuesta a la pregunta por el sexo, por lo que es la relación sexual; un saber inventado, puesto en el lugar de otro que no está; un saber en el que se encuentra un goce; un saber que no tiene conocimiento de sí, un saber que el sujeto (del inconsciente) no sabe que sabe. El dispositivo psicoanalítico pretende poner a trabajar al que sabe sin saber que sabe. A este respecto escribe J. A. Miller (1998:155) (5): “Del analizante es de quien se espera la materia prima del saber y he ahí la causa de que no se lo pueda enseñar”. Es más, Miller entiende que frente al discurso universitario el psicoanálisis invita al sujeto que habla a excluirse de saber, a desligarse del imperativo de saber lo que dice. La irreductibilidad del inconsciente condiciona que el saber que se juega en el análisis no sea un conocimiento absoluto. ¿Qué lugar reserva la universidad al psicoanálisis? Es difícil dar una respuesta cerrada a esta pregunta. Muchas veces es el de la perplejidad. Otras, Freud lo sabía bien, el del ostracismo. De cualquier modo, el escenario posmoderno, que impregna también el decir docente, reivindica el refugio del lenguaje, donde ciertas lecturas de la enseñanza del Lacan (psico)lingüista son utilizadas sin recato. En la actualidad, el psicoanálisis es un invitado recurrente, a veces incómodo, en las tertulias de las ciencias sociales y la teoría crítica, principalmente. Esta incomodidad se hace más manifiesta sobre todo en la vertiente del goce, pues como apunta Miller. el discurso universitario con la simulación del saber por el saber no pretende otra cosa que la dominación del goce. De cualquier modo, desde las coordenadas lacanianas la universidad es para el psicoanálisis más el ágora que la Academia. Jacques Lacan impartió su seminario del curso 1969-1979 en la Facultad de Derecho. El 13 de mayo de 1970 el centro universitario permaneció cerrado y Lacan intercambió en las escaleras del Panteón diversas intervenciones con un grupo reducido de participantes de su seminario. Ante una pregunta que en el texto del seminario XVII aparece como inaudible, Lacan (1992:158) (6) afirma respecto de la función de la universidad: “Ésta tiene en efecto una función extremadamente precisa, que tiene relación en cada momento con el estado en que se encuentra el discurso del amo, o sea, su elucidación. Este discurso, en efecto, ha sido durante mucho tiempo un discurso enmascarado. Irá estando cada vez menos enmascarado por su necesidad interna”. Notas: (1) Lacan, J., Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela, en Momentos cruciales de la experiencia analítica, Manantial, Buenos Aires, 1987. (2) Miller, J.A. (1990) Conferencia de la Madraza, Del Saber Inconsciente a la Causa Freudiana. Cuadernos Andaluces de Psicoanálisis, 2, pág. 10-20. (3) Freud, S. (1979) ¿Debe Enseñarse el Psicoanálisis en la Universidad? En S. Freud, Obras Completas, vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu. (4) Viereck, G.S /Freud, S. (1930) Freud, el Padre del Psicoanálisis. Glimpses of the Great. En 4ª entrega de la serie “150 años de entrevista”. El País Semanal, 1998. (5) Miller, J.A. (1998) Elucidación de Lacan. Buenos Aires: Paidós. (6) Lacan, J. (1992) El Seminario, libro XVII. El reverso del psicoanálisis. Barcelona: Paidós. |
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