Boletín ENAPaOL 13
Domingo 24 de mayo de 2009
Estimados colegas: en esta entrega del Boletín, y en el marco del trabajo preparatorio hacia el ENAPaOL, esta vez es nuestro colega de la NEL, Gustavo Zapata, a quien interrogamos sobre el deseo del analista en las instituciones y frente a las demandas sociales. Tomando como título la intervención propuesta, nos hizo llegar desde Caracas, sus reflexiones sobre dicha temática.
EL DESEO DEL ANALISTA EN LAS INSTITUCIONES Y FRENTE A LAS DEMANDAS SOCIALES
El deseo del analista
En el Seminario 11, Lacan precisa que “el mecanismo fundamental de la operación analítica” consiste en obtener la diferencia absoluta entre el ideal del Yo y el objeto de la pulsión, restituyendo la demanda a la pulsión. Ello implica para el analista abandonar la posición de Ideal a la que es arrastrado por el analizante en la transferencia, para mejor “servir de soporte” al objeto a, en la medida, añade Lacan, en que su deseo le permite “encarnar al hipnotizado”, yendo más allá de las identificaciones. En la “Nota Italiana”, Lacan indica qué es ese “más allá de las identificaciones”, única condición de posibilidad de aparición de este deseo: que el operador, el analista, haya logrado circunscribir la causa de su horror, “el suyo propio, el de él, separado del de todos, horror de saber”, es decir, la causa de un horror articulado a un saber acerca de lo que no hay, que lo sustrae del para todos de la buena fortuna en que está sumida la humanidad, para que surja en él el “entusiasmo” por una operación que descansa, que se apoya, precisamente en ese deseo, deseo del analista, cuya ética, sin concesiones, es la del bien-decir. Su operatividad depende entonces de que se mantenga velado, enigmático, como recién ha recordado Miller en su curso de este año; condensado en la pregunta ¿qué quiere decir todo esto?
En las Instituciones
La institución, cualquier institución, tiene una misión, y sólo es sustentable si lo nuclear de su misión descansa en alguna versión del para todos, y si su objetivo es alguna forma de bien. Sin entrar en las particularidades sociológicas, la institución promueve la identificación a su misión y visión. Y desde esa perspectiva, toda su política está orientada a borrar la diferencia entre el Ideal y el objeto de la pulsión, y su ética es la del bien para todos. Por tanto, la inserción del analista en la institución es mínimamente problemática, si convenimos en que el deseo que sostiene su acto va a contrapelo de los “fines institucionales”, porque cuestiona en su raíz el bien para todos, apuntando al para cada uno. Sin embargo, es un dato, hay analistas que funcionan en instituciones, incluso las dirigen. Lo que implica que hay un punto fecundo de la tensión universal-singular que hace que el analista no sea “segregado” de la institución, sin que, por otro lado, éste deba “ceder en su deseo” de sostener la diferencia absoluta. Testimonia en todo caso de un saber hacer. ¿Cómo accionar entre el Escila del extrañamiento y la extraterritorialidad y el Caribdis de la renuncia al deseo? ¿Cómo sostener la singularidad del sujeto, ante el empuje a la homogenización, deriva casi inevitable de la institución? Y esto no es menos cierto en las instituciones analíticas, incluso lacanianas.
Y frente a las demandas sociales.
La demanda social no es sino una forma especial de demanda. Y como toda demanda, exige cerrar el agujero del sinsentido, puesto de relieve por la caída de los grandes absolutos que ordenaban la vida del sujeto de la primera mitad del siglo XX. En el punto más bajo del régimen del Padre que vivimos hoy, se trata de obturar ese vacío insondable que habita al sujeto, frente al cual se han estrellado todos los aparatos de sentido del siglo XX, incluyendo la versión postfreudiana del psicoanálisis, y algunas versiones de lo lacaniano, y que produce el abigarrado estallido del mal-estar actual, que la enloquecida carrera de la ciencia para producir objetos que lo taponen no hace más que acentuar. El deseo del analista en tanto proviene de la realización del es eso singular del analista, lo obliga a bien decir lo diferente, lo heterogéneo, apuntando obstinadamente al más allá de la demanda, dejando abierta esa hiancia, marca indeleble, incurable, tope de toda ambición de armonía.
Gustavo A. Zapata M.
Caracas
Domingo 24 de mayo de 2009
Estimados colegas: en esta entrega del Boletín, y en el marco del trabajo preparatorio hacia el ENAPaOL, esta vez es nuestro colega de la NEL, Gustavo Zapata, a quien interrogamos sobre el deseo del analista en las instituciones y frente a las demandas sociales. Tomando como título la intervención propuesta, nos hizo llegar desde Caracas, sus reflexiones sobre dicha temática.
EL DESEO DEL ANALISTA EN LAS INSTITUCIONES Y FRENTE A LAS DEMANDAS SOCIALES
El deseo del analista
En el Seminario 11, Lacan precisa que “el mecanismo fundamental de la operación analítica” consiste en obtener la diferencia absoluta entre el ideal del Yo y el objeto de la pulsión, restituyendo la demanda a la pulsión. Ello implica para el analista abandonar la posición de Ideal a la que es arrastrado por el analizante en la transferencia, para mejor “servir de soporte” al objeto a, en la medida, añade Lacan, en que su deseo le permite “encarnar al hipnotizado”, yendo más allá de las identificaciones. En la “Nota Italiana”, Lacan indica qué es ese “más allá de las identificaciones”, única condición de posibilidad de aparición de este deseo: que el operador, el analista, haya logrado circunscribir la causa de su horror, “el suyo propio, el de él, separado del de todos, horror de saber”, es decir, la causa de un horror articulado a un saber acerca de lo que no hay, que lo sustrae del para todos de la buena fortuna en que está sumida la humanidad, para que surja en él el “entusiasmo” por una operación que descansa, que se apoya, precisamente en ese deseo, deseo del analista, cuya ética, sin concesiones, es la del bien-decir. Su operatividad depende entonces de que se mantenga velado, enigmático, como recién ha recordado Miller en su curso de este año; condensado en la pregunta ¿qué quiere decir todo esto?
En las Instituciones
La institución, cualquier institución, tiene una misión, y sólo es sustentable si lo nuclear de su misión descansa en alguna versión del para todos, y si su objetivo es alguna forma de bien. Sin entrar en las particularidades sociológicas, la institución promueve la identificación a su misión y visión. Y desde esa perspectiva, toda su política está orientada a borrar la diferencia entre el Ideal y el objeto de la pulsión, y su ética es la del bien para todos. Por tanto, la inserción del analista en la institución es mínimamente problemática, si convenimos en que el deseo que sostiene su acto va a contrapelo de los “fines institucionales”, porque cuestiona en su raíz el bien para todos, apuntando al para cada uno. Sin embargo, es un dato, hay analistas que funcionan en instituciones, incluso las dirigen. Lo que implica que hay un punto fecundo de la tensión universal-singular que hace que el analista no sea “segregado” de la institución, sin que, por otro lado, éste deba “ceder en su deseo” de sostener la diferencia absoluta. Testimonia en todo caso de un saber hacer. ¿Cómo accionar entre el Escila del extrañamiento y la extraterritorialidad y el Caribdis de la renuncia al deseo? ¿Cómo sostener la singularidad del sujeto, ante el empuje a la homogenización, deriva casi inevitable de la institución? Y esto no es menos cierto en las instituciones analíticas, incluso lacanianas.
Y frente a las demandas sociales.
La demanda social no es sino una forma especial de demanda. Y como toda demanda, exige cerrar el agujero del sinsentido, puesto de relieve por la caída de los grandes absolutos que ordenaban la vida del sujeto de la primera mitad del siglo XX. En el punto más bajo del régimen del Padre que vivimos hoy, se trata de obturar ese vacío insondable que habita al sujeto, frente al cual se han estrellado todos los aparatos de sentido del siglo XX, incluyendo la versión postfreudiana del psicoanálisis, y algunas versiones de lo lacaniano, y que produce el abigarrado estallido del mal-estar actual, que la enloquecida carrera de la ciencia para producir objetos que lo taponen no hace más que acentuar. El deseo del analista en tanto proviene de la realización del es eso singular del analista, lo obliga a bien decir lo diferente, lo heterogéneo, apuntando obstinadamente al más allá de la demanda, dejando abierta esa hiancia, marca indeleble, incurable, tope de toda ambición de armonía.
Gustavo A. Zapata M.
Caracas
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