Ten line news
n° 506 - nouvelle série
Date: lundi 4 février 2010
Numéro Extraordinaire
Editée sur UQBAR par Luis SOLANO
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Conferencias porteñas N° 3
Jacques-Alain Miller
Presentación del tomo III ,
Presentación del tomo III ,
por Graciela Brodsky
2008. El regreso
La fila comienza en el 1125 de Marcelo T. de Alvear, puerta principal del Teatro Coliseo. Sigue hasta Talcahuano, dobla, llega a Santa Fe y allí, cerca de Libertad, comienza a ralear. Son casi tres cuadras porteñas, de cien metros cada una, las que albergan fuera del horario habitual a mil setecientas personas que aguardan el momento en el que las puertas se abran para poder ocupar sus lugares cuando empiece la función. Muchas caras amigas, de acá y de allá, caras argentinas, caras catalanas, caras parisinas. Y muchas caras jóvenes y desconocidas que se suman a la fiesta. Por primera vez uso la cámara de mi teléfono celular para guardar algunas imágenes del acontecimiento tan esperado como imprevisto. Como es un sábado por al mañana, los vecinos circulan y se detienen para contemplar esa interminable serpiente de mil rostros y mil colores que ondula frente a sus casas.-¿Es un conjunto de rock?- pregunta doña Rosa a doña Rosa.-¿Tan temprano? Esos se juntan de noche.-Entonces debe ser uno de esos pastores protestantes.-¡¿En el Coliseo?!-Es un psicoanalista francés- aclara alguien de la cola.-¡Así se entiende!- concluye la vecina, con su curiosidad satisfecha. ¿Se entiende? ¿Qué se entiende? En abril de 2008 Jacques-Alain Miller volvía a Buenos Aires después de siete años de ausencia. Una enormidad para una ciudad que desde 1981 se acostumbró a tenerlo entre sus huéspedes dos o tres veces al año, a verlo circular por los alrededores de la plaza San Martín, por Callao y Santa Fe, en las librerías de Corrientes, en el Bauen, en el Sheraton, en el Paseo La Plaza…En el fondo, lo que era obvio para la vecina no lo era para el propio Miller. ¿Siete años de ausencia habrían tornado esa familiaridad en una presencia unheimlich? Él mismo se lo pregunta en el inicio de esa conferencia sin título que puso a prueba la potencia de su nombre en esta ciudad que lo ama y lo odia -lo que no son más que dos caras de la misma moneda, Freud dixit. Los mil setecientos que se reunieron creen amarlo tanto como para querer retenerlo, escucharlo, admirarlo, exprimirlo hasta que suelte lo nuevo que cada vez esta obligado a entregar. Y Miller se presta sabiendo lo que su práctica de psicoanalista le enseña: más allá de su nombre encarna un objeto con el que cada uno de los mil setecientos se satisface a su manera. La estructura de una conferencia es erótica, y pone en acto la tesis de Lacan que hace de cada enseñante un analizante: “enseñar a los otros no tiene valor si no es a la vez analizarse a sí mismo”. Por eso en el Coliseo Miller habla de Miller; sigue los vericuetos de su inconsciente, que le negó un título para sus palabras; analiza su minúsculo fenómeno mental; habla del tipo de goce que supone tomar la palabra en público, del juego que se produce entre -j y F . Y también habla de Lacan.Eso no es nuevo. Desde las primeras intervenciones en Buenos Aires, en 1981, Miller habla de Lacan, habla desde Lacan, como él mismo quiso que constara en el título de estas conferencias porteñas que Silvia Tendlarz recopiló y editó. Pero en el Coliseo no se trata de la elucidación de Lacan sino de la elucidación de otra cosa, de algo que se formula en primera persona, de un deseo, de un nombre más propio que el propio: “Y quizá yo mismo, Jacques-Alain Miller […] no soy más que uno que ha deseado ser un síntoma de Lacan”. Este tomo de las Conferencias porteñas recoge principalmente las últimas visitas de Jacques-Alain Miller a Buenos Aires previas a la Conferencia en el Coliseo. El período va desde 1996, año del primer diálogo entre Miller y Horacio Etchegoyen, hasta 2001, cuando tiene lugar el segundo diálogo entre ambos. En el medio, el cambio de siglo.
2008. El regreso
La fila comienza en el 1125 de Marcelo T. de Alvear, puerta principal del Teatro Coliseo. Sigue hasta Talcahuano, dobla, llega a Santa Fe y allí, cerca de Libertad, comienza a ralear. Son casi tres cuadras porteñas, de cien metros cada una, las que albergan fuera del horario habitual a mil setecientas personas que aguardan el momento en el que las puertas se abran para poder ocupar sus lugares cuando empiece la función. Muchas caras amigas, de acá y de allá, caras argentinas, caras catalanas, caras parisinas. Y muchas caras jóvenes y desconocidas que se suman a la fiesta. Por primera vez uso la cámara de mi teléfono celular para guardar algunas imágenes del acontecimiento tan esperado como imprevisto. Como es un sábado por al mañana, los vecinos circulan y se detienen para contemplar esa interminable serpiente de mil rostros y mil colores que ondula frente a sus casas.-¿Es un conjunto de rock?- pregunta doña Rosa a doña Rosa.-¿Tan temprano? Esos se juntan de noche.-Entonces debe ser uno de esos pastores protestantes.-¡¿En el Coliseo?!-Es un psicoanalista francés- aclara alguien de la cola.-¡Así se entiende!- concluye la vecina, con su curiosidad satisfecha. ¿Se entiende? ¿Qué se entiende? En abril de 2008 Jacques-Alain Miller volvía a Buenos Aires después de siete años de ausencia. Una enormidad para una ciudad que desde 1981 se acostumbró a tenerlo entre sus huéspedes dos o tres veces al año, a verlo circular por los alrededores de la plaza San Martín, por Callao y Santa Fe, en las librerías de Corrientes, en el Bauen, en el Sheraton, en el Paseo La Plaza…En el fondo, lo que era obvio para la vecina no lo era para el propio Miller. ¿Siete años de ausencia habrían tornado esa familiaridad en una presencia unheimlich? Él mismo se lo pregunta en el inicio de esa conferencia sin título que puso a prueba la potencia de su nombre en esta ciudad que lo ama y lo odia -lo que no son más que dos caras de la misma moneda, Freud dixit. Los mil setecientos que se reunieron creen amarlo tanto como para querer retenerlo, escucharlo, admirarlo, exprimirlo hasta que suelte lo nuevo que cada vez esta obligado a entregar. Y Miller se presta sabiendo lo que su práctica de psicoanalista le enseña: más allá de su nombre encarna un objeto con el que cada uno de los mil setecientos se satisface a su manera. La estructura de una conferencia es erótica, y pone en acto la tesis de Lacan que hace de cada enseñante un analizante: “enseñar a los otros no tiene valor si no es a la vez analizarse a sí mismo”. Por eso en el Coliseo Miller habla de Miller; sigue los vericuetos de su inconsciente, que le negó un título para sus palabras; analiza su minúsculo fenómeno mental; habla del tipo de goce que supone tomar la palabra en público, del juego que se produce entre -j y F . Y también habla de Lacan.Eso no es nuevo. Desde las primeras intervenciones en Buenos Aires, en 1981, Miller habla de Lacan, habla desde Lacan, como él mismo quiso que constara en el título de estas conferencias porteñas que Silvia Tendlarz recopiló y editó. Pero en el Coliseo no se trata de la elucidación de Lacan sino de la elucidación de otra cosa, de algo que se formula en primera persona, de un deseo, de un nombre más propio que el propio: “Y quizá yo mismo, Jacques-Alain Miller […] no soy más que uno que ha deseado ser un síntoma de Lacan”. Este tomo de las Conferencias porteñas recoge principalmente las últimas visitas de Jacques-Alain Miller a Buenos Aires previas a la Conferencia en el Coliseo. El período va desde 1996, año del primer diálogo entre Miller y Horacio Etchegoyen, hasta 2001, cuando tiene lugar el segundo diálogo entre ambos. En el medio, el cambio de siglo.
1996-1997. El deshielo
En 1996 Horacio Etchegoyen es presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y Jacques-Alain Miller lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Por iniciativa de la revista Vertex, los presidentes de ambas asociaciones se encuentran por primera vez para hablar del psicoanálisis; de su pasado, marcado para siempre por la salida de Lacan de la IPA; de su presente, que soñaba con hacer compatible la presencia creciente de la enseñanza de Lacan en la IPA con las neurociencias, que prometían encontrar en el cerebro la confirmación de las intuiciones freudianas. Además de referirse al pasado y contemplar el presente, los presidentes presagian el porvenir. Etchegoyen vaticina un reordenamiento de la divisoria de aguas, un reacomodamiento del pensamiento psicoanalítico con mayores acercamientos y mayores confrontaciones entre la IPA y los lacanianos. Miller propone intentar poner punto final a un período de historia organizativa del psicoanálisis que estuvo marcado por una censura “impresionante, increíble, eclesiástica, hacia Lacan de parte de la IPA”. Lo que sigue a este encuentro histórico son los años del “silencio roto”, del “deshielo”. Mientras se gesta el X Encuentro Internacional del Campo Freudiano en Barcelona sobre El partenaire-síntoma, título además de su curso de los años 1997-1998, Miller examina una y otra vez la pareja formada por Lacan y la IPA a la vez que aspira a un tiempo distinto para el psicoanálisis: “Y quizá no estamos tan alejados del momento en que esta gran barrera que nos separa [de la IPA], que es la barrera del estándar, va si no a desvanecerse, a hacerse menos presente. Y en ese momento ¿qué seremos?”, dice en la apertura de las Jornadas de la EOL sobre “El psicoanalista y sus síntomas”. Un poco antes había nombrado “nuestros síntomas”: las frases hechas, la lengua sistematizada, el exceso de citas, la cita sin citar, y los había considerado el efecto de la compacidad, del monolitismo que da el hecho de compartir una misma orientación, para concluir: “Y así creo que en los pasos actuales que se dan para reanudar una interlocución con los colegas de la IPA seguramente tenemos mucho para criticar en ellos, pero quizá lo más interesante es la invitación que eso nos genera a criticarnos a nosotros mismos”. Nosotros mismos… ¿De qué sustancia está hecho ese lazo que permite hablar de “nosotros”? ¿Qué nos une? ¿Qué tenemos en común? ¿Qué nos da la idea de pertenecer a una comunidad y no a otra? La interrogación de Miller sobre el partenaire-síntoma recae todo el tiempo sobre el analista. Primero sobre el analista y sus síntomas, luego sobre el analista y sus partenaires. Y si despliega uno a uno los semblantes de la comunidad con la que el analista se empareja, lo hace para destacar que “solo se pertenece a la comunidad en cuanto contiene el objeto a que me divide como sujeto”. De ahí se desprenden dos modelos de institución: la que se alía con el discurso del amo para segregar el goce y la que lo acepta y hacer entrar la tyche en la Escuela: “si en el psicoanálisis no se reintroduce el carnaval, reina la infatuación, o reinan las habilitaciones simbólicas vacías”. Para quienes piensan que Miller cambia de idea como cambia de camisa, las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana de noviembre de 2009 podrían mostrarles, por el contrario, la asombrosa sintonía de lo que allí se vió y se escuchó con esta política del Witz que él propuso en Buenos Aires catorce años atrás.
En 1996 Horacio Etchegoyen es presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y Jacques-Alain Miller lo es de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Por iniciativa de la revista Vertex, los presidentes de ambas asociaciones se encuentran por primera vez para hablar del psicoanálisis; de su pasado, marcado para siempre por la salida de Lacan de la IPA; de su presente, que soñaba con hacer compatible la presencia creciente de la enseñanza de Lacan en la IPA con las neurociencias, que prometían encontrar en el cerebro la confirmación de las intuiciones freudianas. Además de referirse al pasado y contemplar el presente, los presidentes presagian el porvenir. Etchegoyen vaticina un reordenamiento de la divisoria de aguas, un reacomodamiento del pensamiento psicoanalítico con mayores acercamientos y mayores confrontaciones entre la IPA y los lacanianos. Miller propone intentar poner punto final a un período de historia organizativa del psicoanálisis que estuvo marcado por una censura “impresionante, increíble, eclesiástica, hacia Lacan de parte de la IPA”. Lo que sigue a este encuentro histórico son los años del “silencio roto”, del “deshielo”. Mientras se gesta el X Encuentro Internacional del Campo Freudiano en Barcelona sobre El partenaire-síntoma, título además de su curso de los años 1997-1998, Miller examina una y otra vez la pareja formada por Lacan y la IPA a la vez que aspira a un tiempo distinto para el psicoanálisis: “Y quizá no estamos tan alejados del momento en que esta gran barrera que nos separa [de la IPA], que es la barrera del estándar, va si no a desvanecerse, a hacerse menos presente. Y en ese momento ¿qué seremos?”, dice en la apertura de las Jornadas de la EOL sobre “El psicoanalista y sus síntomas”. Un poco antes había nombrado “nuestros síntomas”: las frases hechas, la lengua sistematizada, el exceso de citas, la cita sin citar, y los había considerado el efecto de la compacidad, del monolitismo que da el hecho de compartir una misma orientación, para concluir: “Y así creo que en los pasos actuales que se dan para reanudar una interlocución con los colegas de la IPA seguramente tenemos mucho para criticar en ellos, pero quizá lo más interesante es la invitación que eso nos genera a criticarnos a nosotros mismos”. Nosotros mismos… ¿De qué sustancia está hecho ese lazo que permite hablar de “nosotros”? ¿Qué nos une? ¿Qué tenemos en común? ¿Qué nos da la idea de pertenecer a una comunidad y no a otra? La interrogación de Miller sobre el partenaire-síntoma recae todo el tiempo sobre el analista. Primero sobre el analista y sus síntomas, luego sobre el analista y sus partenaires. Y si despliega uno a uno los semblantes de la comunidad con la que el analista se empareja, lo hace para destacar que “solo se pertenece a la comunidad en cuanto contiene el objeto a que me divide como sujeto”. De ahí se desprenden dos modelos de institución: la que se alía con el discurso del amo para segregar el goce y la que lo acepta y hacer entrar la tyche en la Escuela: “si en el psicoanálisis no se reintroduce el carnaval, reina la infatuación, o reinan las habilitaciones simbólicas vacías”. Para quienes piensan que Miller cambia de idea como cambia de camisa, las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana de noviembre de 2009 podrían mostrarles, por el contrario, la asombrosa sintonía de lo que allí se vió y se escuchó con esta política del Witz que él propuso en Buenos Aires catorce años atrás.
1998. Crisis
¿Qué clase de vínculo social se construye a partir del análisis? ¿Qué pasa con el sujeto después del análisis? ¿Cómo termina la relación transferencial? La crisis pone de manifiesto que ni el análisis promete el amor al prójimo, ni el analista está libre de los efectos desfavorables que conlleva la desuposición de saber que marcaría el fin del análisis, e incluso el pase: “No hay nadie a quien hablar”, “No hay nadie de quien se pueda aprender”, “No hay nadie que valga”. La crisis confirma la polémica de Lacan con los analistas de su propia Escuela y no solo con los de la IPA: los analistas no están a la altura del psicoanálisis, no armonizan con el descubrimiento del inconsciente, y esto no es casual sino necesario debido a que el agente del discurso analítico solo funciona en la medida en que se cierra a su inconsciente. ¿Cómo restablecer entonces para el analista una relación con el sujeto supuesto saber? La clínica del posanalítico; la conversación, como puesta en acto de la desuposición del saber de Uno, y la Escuela, como aquello que restablece para el analista una relación con el sujeto supuesto saber son el trípode con el que se consuma la Aufhebung de la crisis que sacudió a la AMP en esos años. Y el Instituto Clínico de Buenos Aires (ICBA), para cuya sesión de apertura Miller pronuncia “El ruiseñor de Lacan”, es la Aufhebung de la Sección clínica. Para tener una idea del clima de la época nótese que las tres preguntas que se recogen luego de sus palabras no retoman el contenido de la conferencia sino que avanzan sobre lo que ya agitaba a la EOL en esos días: el posanalítico y los estilos de vida; la vida en comunidad y la singularidad del modo de gozar; el superyo en el posanalítico y después del pase.
¿Qué clase de vínculo social se construye a partir del análisis? ¿Qué pasa con el sujeto después del análisis? ¿Cómo termina la relación transferencial? La crisis pone de manifiesto que ni el análisis promete el amor al prójimo, ni el analista está libre de los efectos desfavorables que conlleva la desuposición de saber que marcaría el fin del análisis, e incluso el pase: “No hay nadie a quien hablar”, “No hay nadie de quien se pueda aprender”, “No hay nadie que valga”. La crisis confirma la polémica de Lacan con los analistas de su propia Escuela y no solo con los de la IPA: los analistas no están a la altura del psicoanálisis, no armonizan con el descubrimiento del inconsciente, y esto no es casual sino necesario debido a que el agente del discurso analítico solo funciona en la medida en que se cierra a su inconsciente. ¿Cómo restablecer entonces para el analista una relación con el sujeto supuesto saber? La clínica del posanalítico; la conversación, como puesta en acto de la desuposición del saber de Uno, y la Escuela, como aquello que restablece para el analista una relación con el sujeto supuesto saber son el trípode con el que se consuma la Aufhebung de la crisis que sacudió a la AMP en esos años. Y el Instituto Clínico de Buenos Aires (ICBA), para cuya sesión de apertura Miller pronuncia “El ruiseñor de Lacan”, es la Aufhebung de la Sección clínica. Para tener una idea del clima de la época nótese que las tres preguntas que se recogen luego de sus palabras no retoman el contenido de la conferencia sino que avanzan sobre lo que ya agitaba a la EOL en esos días: el posanalítico y los estilos de vida; la vida en comunidad y la singularidad del modo de gozar; el superyo en el posanalítico y después del pase.
1999. Fin del milenio
El tema del “fin” ocupa los medios: el fin de la historia, el fin de las ideologías… Pues bien, hagámoslo nuestro y preguntémonos por el fin del análisis y por el fin de la sesión analítica. Y no descartemos la ambigüedad que la palabra fin encierra y que va desde la finalidad hasta la finalización. Al mismo tiempo, cuando las neurociencias anuncian el fin del psicoanálisis, es decir, su liquidación, y cuando los analistas comienzan a pensar que lo único real es lo que se inscribe a nivel del cerebro, defendamos lo que la experiencia analítica demuestra: que el inconsciente no es puro semblante sino que apunta a lo real.El Campo Freudiano se prepara para el Encuentro del año 2000 en Buenos Aires sobre “La sesión analítica”. Miller dicta en París su curso semanal bajo el título “Los usos del lapso”. El Centro Descartes le propone una conferencia que se llamará “Al fin y al cabo”, donde Miller habrá de recorrer el último milenio ubicando los momentos decisivos para el nacimiento del psicoanálisis.¿Qué mejor manera para considerar el tiempo desde el psicoanálisis que a partir del inconsciente, que no conoce el tiempo, y que es a la vez fugaz, instantáneo y eterno en su repetición? El inconsciente lacaniano no es espacial, como el de Freud, sino temporal, de ahí que sus consecuencias sobre la práctica analítica recaigan directamente sobre la duración de la sesión. Esto distingue, dice Miller, dos clases de analistas: los que consideran que hay un vínculo necesario entre la enseñanza y la práctica de Lacan, y los que separan su enseñanza de la práctica. La reabsorción de Lacan en la IPA encuentra acá su verdadero obstáculo.
El tema del “fin” ocupa los medios: el fin de la historia, el fin de las ideologías… Pues bien, hagámoslo nuestro y preguntémonos por el fin del análisis y por el fin de la sesión analítica. Y no descartemos la ambigüedad que la palabra fin encierra y que va desde la finalidad hasta la finalización. Al mismo tiempo, cuando las neurociencias anuncian el fin del psicoanálisis, es decir, su liquidación, y cuando los analistas comienzan a pensar que lo único real es lo que se inscribe a nivel del cerebro, defendamos lo que la experiencia analítica demuestra: que el inconsciente no es puro semblante sino que apunta a lo real.El Campo Freudiano se prepara para el Encuentro del año 2000 en Buenos Aires sobre “La sesión analítica”. Miller dicta en París su curso semanal bajo el título “Los usos del lapso”. El Centro Descartes le propone una conferencia que se llamará “Al fin y al cabo”, donde Miller habrá de recorrer el último milenio ubicando los momentos decisivos para el nacimiento del psicoanálisis.¿Qué mejor manera para considerar el tiempo desde el psicoanálisis que a partir del inconsciente, que no conoce el tiempo, y que es a la vez fugaz, instantáneo y eterno en su repetición? El inconsciente lacaniano no es espacial, como el de Freud, sino temporal, de ahí que sus consecuencias sobre la práctica analítica recaigan directamente sobre la duración de la sesión. Esto distingue, dice Miller, dos clases de analistas: los que consideran que hay un vínculo necesario entre la enseñanza y la práctica de Lacan, y los que separan su enseñanza de la práctica. La reabsorción de Lacan en la IPA encuentra acá su verdadero obstáculo.
2000. La pared y la llave
El Encuentro del Campo Freudiano de julio de 2000 fue el escenario de dos eventos inéditos que se recogen en este libro. Primero, la realización de una Jornada de estudio sobre la interpretación mutativa con la participación de psicoanalistas de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA). Luego, una conferencia de Miller en la sede misma de APdeBA. El deshielo iniciado en 1996 daba lugar ahora a un segundo tiempo de intercambios. “Aquí estoy entre ustedes, en su casa, convidado por sus autoridades oficiales, encuentro unheimlich, es cierto”, dice el “zulú” a la asistencia antes de invitarlos a considerar la naturaleza de los obstáculos que se presentan para cada uno al acercarse a la hipótesis el inconsciente.
Esta apertura a los pueblos vecinos tuvo como contrapartida el estrechamiento de los lazos de la familia propia. “Era urgente -dice Miller en diciembre de 2009 mientras se prepara el Congreso que volverá a reunir a las viejas generaciones con los jóvenes recién llegados al psicoanálisis- dar a la AMP su identidad propia luego de veinte años de Encuentros Internacionales. Si ese período se hubiera prolongado indebidamente, habría conducido a la confusión: era necesario cortar”. Por primera vez, en la Asamblea de la AMP del año 2000, una pared marcó una diferencia entre los miembros y los adherentes a las Escuelas. Al mismo tiempo, se concretaba lo que Miller adelantaba en el ’97 cuando se refería al psicoanalista y su comunidad: “la cuestión que se nos plantea ahora es si podemos decidir pertenecer a una comunidad virtual que sería el conjunto de los analistas o, por lo menos, el conjunto de los que se relacionan de otra manera con lo real de la experiencia analítica […] no es una comunidad con estatutos, reglamentos, etcétera, es más bien una relación “con el mismo real”. Junto con la pared, en el 2000 se repartió la llave que permitía entrar en esa nueva comunidad. Era el nacimiento de la Escuela Una.
El Encuentro del Campo Freudiano de julio de 2000 fue el escenario de dos eventos inéditos que se recogen en este libro. Primero, la realización de una Jornada de estudio sobre la interpretación mutativa con la participación de psicoanalistas de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA). Luego, una conferencia de Miller en la sede misma de APdeBA. El deshielo iniciado en 1996 daba lugar ahora a un segundo tiempo de intercambios. “Aquí estoy entre ustedes, en su casa, convidado por sus autoridades oficiales, encuentro unheimlich, es cierto”, dice el “zulú” a la asistencia antes de invitarlos a considerar la naturaleza de los obstáculos que se presentan para cada uno al acercarse a la hipótesis el inconsciente.
Esta apertura a los pueblos vecinos tuvo como contrapartida el estrechamiento de los lazos de la familia propia. “Era urgente -dice Miller en diciembre de 2009 mientras se prepara el Congreso que volverá a reunir a las viejas generaciones con los jóvenes recién llegados al psicoanálisis- dar a la AMP su identidad propia luego de veinte años de Encuentros Internacionales. Si ese período se hubiera prolongado indebidamente, habría conducido a la confusión: era necesario cortar”. Por primera vez, en la Asamblea de la AMP del año 2000, una pared marcó una diferencia entre los miembros y los adherentes a las Escuelas. Al mismo tiempo, se concretaba lo que Miller adelantaba en el ’97 cuando se refería al psicoanalista y su comunidad: “la cuestión que se nos plantea ahora es si podemos decidir pertenecer a una comunidad virtual que sería el conjunto de los analistas o, por lo menos, el conjunto de los que se relacionan de otra manera con lo real de la experiencia analítica […] no es una comunidad con estatutos, reglamentos, etcétera, es más bien una relación “con el mismo real”. Junto con la pared, en el 2000 se repartió la llave que permitía entrar en esa nueva comunidad. Era el nacimiento de la Escuela Una.
2001. Nostalgia
El 13 de abril de 2001 se cumplían cien años del nacimiento de Lacan. Como parte de los homenajes se realizó en Buenos Aires el Encuentro Jacques Lacan. Ese fue el marco del segundo diálogo con Horacio Etchegoyen que cierra el período de visitas regulares de Miller a la Argentina. El diálogo, marcado por la nostalgia de la presencia de Lacan, tiene momentos memorables, como el pronóstico pesimista sobre el destino de las instituciones por parte del ex presidente de la IPA, que concluye con un “no hay nada que hacer”, y el coraje “femenino” de la respuesta de Miller (véase la charla sobre el coraje en el Centro Descartes) que declara: “Mejor disolverse antes”. Todo el diálogo merece ser leído más de una vez a la luz de lo que han sido estos nueve años transcurridos desde aquel momento. ¿Sabía Miller que ese homenaje a Lacan sería su última visita a Buenos Aires hasta ocho años más tarde?En esos ocho años pasaron muchas cosas que lo retuvieron en Paris: la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), filial de la IPA, le negó un derecho a réplica que dio origen a la primera de las Cartas a la opinión ilustrada con las que Miller buscó despertar de su letargo a los intelectuales franceses. El diputado Accoyer presentó un proyecto de ley para la regulación del título de psicoterapeuta (que incluía el psicoanálisis) y que estaba destinado a poner el control de la formación de los psicoanalistas en manos del Estado. A través de los “Forum de los Psi” Miller inició una campaña fabulosa que acercó el psicoanálisis a una nueva generación para impedir la implementación de la famosa “enmienda Accoyer”. Ganada la batalla, Miller inicia la defensa del psicoanálisis contra el embate de las terapias cognitivo comportamentales (TCC) y la evaluación generalizada. Mientras escribo esta presentación, se prepara un nuevo Forum bajo el título “Evaluar mata”, que se realizará el 7 y 8 de febrero en París. Además, Miller continuó con el establecimiento del Seminario de Lacan y con su curso semanal. Hace una semana inició el de este año: “La vida de Lacan”. Si se juntan los tres tomos de esta recopilación con la que en su momento se hizo en Brasil bajo el título de Lacan elucidado y con la que se hizo más tarde en España con el nombre de Introducción a la clínica lacaniana, se tendrá un panorama de la reflexión sobre la doctrina, la práctica y la política del psicoanálisis que acompañó la difusión de la orientación lacaniana en los veinte años que siguieron a la muerte de Lacan.¿El pensamiento subversivo de Lacan dentro del psicoanálisis habría sobrevivido sin este peregrinaje? Seguramente no, y lo más probable es que su enseñanza seguiría alimentando la exégesis de decenas de pequeños grupos dispersos por el mundo sin ninguna capacidad para enfrentar con éxito las nuevas formas del malestar en la cultura, en especial las que hacen del psicoanálisis mismo un trastorno que hay que evaluar y eliminar.Incómoda para muchos, inclusive para los propios psicoanalistas, la orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller es, más que trastorno, síntoma; es el palo en la rueda que impide, o al menos demora, que las cosas vayan a parar derecho a lo peor. ¿Y por qué no decir que esta es otra manera –en este caso la mía- de entender ese deseo de encarnar el síntoma de Lacan que Miller confiesa en su última conferencia en el Coliseo? Buenos Aires, 1 de febrero de 2010
El 13 de abril de 2001 se cumplían cien años del nacimiento de Lacan. Como parte de los homenajes se realizó en Buenos Aires el Encuentro Jacques Lacan. Ese fue el marco del segundo diálogo con Horacio Etchegoyen que cierra el período de visitas regulares de Miller a la Argentina. El diálogo, marcado por la nostalgia de la presencia de Lacan, tiene momentos memorables, como el pronóstico pesimista sobre el destino de las instituciones por parte del ex presidente de la IPA, que concluye con un “no hay nada que hacer”, y el coraje “femenino” de la respuesta de Miller (véase la charla sobre el coraje en el Centro Descartes) que declara: “Mejor disolverse antes”. Todo el diálogo merece ser leído más de una vez a la luz de lo que han sido estos nueve años transcurridos desde aquel momento. ¿Sabía Miller que ese homenaje a Lacan sería su última visita a Buenos Aires hasta ocho años más tarde?En esos ocho años pasaron muchas cosas que lo retuvieron en Paris: la Sociedad Psicoanalítica de París (SPP), filial de la IPA, le negó un derecho a réplica que dio origen a la primera de las Cartas a la opinión ilustrada con las que Miller buscó despertar de su letargo a los intelectuales franceses. El diputado Accoyer presentó un proyecto de ley para la regulación del título de psicoterapeuta (que incluía el psicoanálisis) y que estaba destinado a poner el control de la formación de los psicoanalistas en manos del Estado. A través de los “Forum de los Psi” Miller inició una campaña fabulosa que acercó el psicoanálisis a una nueva generación para impedir la implementación de la famosa “enmienda Accoyer”. Ganada la batalla, Miller inicia la defensa del psicoanálisis contra el embate de las terapias cognitivo comportamentales (TCC) y la evaluación generalizada. Mientras escribo esta presentación, se prepara un nuevo Forum bajo el título “Evaluar mata”, que se realizará el 7 y 8 de febrero en París. Además, Miller continuó con el establecimiento del Seminario de Lacan y con su curso semanal. Hace una semana inició el de este año: “La vida de Lacan”. Si se juntan los tres tomos de esta recopilación con la que en su momento se hizo en Brasil bajo el título de Lacan elucidado y con la que se hizo más tarde en España con el nombre de Introducción a la clínica lacaniana, se tendrá un panorama de la reflexión sobre la doctrina, la práctica y la política del psicoanálisis que acompañó la difusión de la orientación lacaniana en los veinte años que siguieron a la muerte de Lacan.¿El pensamiento subversivo de Lacan dentro del psicoanálisis habría sobrevivido sin este peregrinaje? Seguramente no, y lo más probable es que su enseñanza seguiría alimentando la exégesis de decenas de pequeños grupos dispersos por el mundo sin ninguna capacidad para enfrentar con éxito las nuevas formas del malestar en la cultura, en especial las que hacen del psicoanálisis mismo un trastorno que hay que evaluar y eliminar.Incómoda para muchos, inclusive para los propios psicoanalistas, la orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller es, más que trastorno, síntoma; es el palo en la rueda que impide, o al menos demora, que las cosas vayan a parar derecho a lo peor. ¿Y por qué no decir que esta es otra manera –en este caso la mía- de entender ese deseo de encarnar el síntoma de Lacan que Miller confiesa en su última conferencia en el Coliseo? Buenos Aires, 1 de febrero de 2010
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