13 de fevereiro de 2018

Infancias en el escaparate, por José R. Ubieto


 
Las redes sociales están llenas de imágenes de niños y niñas, algunas puestas por ellos mismos y otras muchas expuestas por los progenitores. Sin olvidar millones de otras, de carácter pornográfico. Lo que más sorprende es que los padres ignoren muchas veces los riesgos que supone, además de no preservar su intimidad.

¿Ingenuidad, despiste, negligencia? Quizás hay una razón más poderosa, que desborda a menudo las intenciones de cada madre o padre. Es el espíritu de la época que nos empuja, sutilmente, a colonizar la infancia de manera acelerada por la vía de lo híper como patrón. Los adultos promovemos, cada día más, infancias y adolescencias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas y al tiempo hipercontroladas.

Si tradicionalmente se “adoctrinaba” a la infancia en nombre de los ideales, hoy tratamos, más bien, de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto. Queremos que sean emprendedores, con una identidad sexual clara y precoz, incluso con posiciones políticas, dominadores de varios idiomas, creativos y atrevidos para apostar o arriesgarse. Que sean, al mismo tiempo, perfectamente evaluables en sus resultados. Como corresponde a nuestra “sociedad del rendimiento”.

Donde antes había el tabú y los velos del pudor y la vergüenza, hoy aparece la satisfacción como nuestra brújula a seguir. Goce que debe ser inmediato y que exige poner el cuerpo y su imagen, mostrarlo en el escapare global que son las redes sociales. Famosos como Serena Williams, Michael Phelps o Kim Kardashian han creado perfiles propios para sus hijos, pocos días después de nacer, en la red Instagram, haciéndose eco de una moda – los bebes instagramers- compartida por millones de padres y madres en todo el mundo. Algunas de estas cuentas resultan muy lucrativas para sus progenitores gracias a la publicidad con marcas, normalmente de productos para bebés. “Todos productores y consumidores” podría ser el lema que igualase así a adultos y niños, borrando las fronteras entre unos y otros.

Exponerlos, masivamente y sin tapujos, es privarles del “secreto” de lo infantil que es ante todo, como nos mostró Freud, un tiempo para comprender, un tiempo para hacer (se) preguntas más que para encontrar respuestas definitivas. Momento de juego y elaboración más que de trabajo productivo. Es también el tiempo en el que la sexualidad y la muerte se viven, pero necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamente.

Publicado originalmente en La Vanguardia, edición del 29/01/2018

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