2 de janeiro de 2009

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LA RIOJA • MIÉRCOLES 24 DE DICIEMBRE DE 2008

El psicoanálisis ¿algo nuevo en el amor?

Por Eduardo Benito
Ocurre que el Dr. Lacan ha dicho: “No hay progreso; lo que se gana por un lado se pierde por otro, y como no se sabe lo que se perdió se cree que se ha ganado.”
Algo se gana, sí, pero por otro lado algo se pierde, y lo peor es que se lo olvida. Retengamos el final de su frase. Debido a tal olvido “se cree que se ha ganado”. ¿Hay progreso de la humanidad a partir de la ciencia moderna y sus maravillosos inventos o creemos que lo hay?
Un solo ejemplo para ilustrar el punto. Tomemos el caso paradigmático del invento de la televisión. Dejemos los riesgos de constituir al teleidiota como una suerte de nuevo adicto. Pensemos que ya hace tiempo podemos ver imágenes y sonido a distancia, lo que incluye conexiones satelitales como para cubrir el planeta, etcétera, etcétera. “Maravilloso”, diremos.
¿Es ello un progreso o sólo creemos que hemos ganado porque olvidamos lo perdido?
Y en el caso ¿qué cosas se perdieron?
Mencionaremos sólo dos entre otras. Es fácil constatar que desde su aparición el televisor ha ido gradualmente reemplazando al padre en la cabecera de la mesa familiar. Es un ejemplo gráfico y no tanto.
Sin duda ganamos la TV , pero tal vez olvidamos que perdimos al padre que antaño conquistaba su lugar arriesgando el ejercicio de un NO sostenido pura y exclusivamente en un deseo de ubicar al hijo en la ley.
Cuántos, cada vez menos, recuerdan que una mirada de desaprobación era suficiente para que no se escuchara “ni el volido de una mosca”, como graciosamente mencionaba el Jefe de familia de la recordada serie Los Campanellis. Luego de lo cual se celebraba aquello de “la familia unita”. ¿Qué los unía finalmente? El problema a no descuidar es que tal éxito televisivo era visto por familias donde el padre sentado en un costado reía con el resto. ¿De qué?, podríamos preguntarnos.
Que los padres están desapareciendo es un hecho. Qué otra cosa quiere decir “vieja Europa” sino que se trata de un continente de cada vez más gerontes de resultas del avance de la tasa negativa de crecimiento. Es así que los estados hiper tecnologizados del primer mundo tienen que pagar para que alguna forma de interés (no hablemos ya de un deseo) por “reproducir la especie” comprometa a las púberes crónicos del unisex.
¿Y qué esperar de tales “padres” que especulan económicamente con tener hijos?
¿Y que esperar de tales “hijos” que supuestamente alguna vez deberían ser padres?
¿Acaso no se ve que ese dinero viene a cubrir la falta de hijos “concebidos por amor”?
Arribamos a la segunda pérdida. Es evidente que como consecuencia directa de la primera hay también una crisis en el amor y el respeto que antaño infundiera el padre.
No es que no se necesite amarlo, sino que en el futuro habrá cada vez menos padres a los que amar.
Por algo es en las mujeres donde ésta tendencia ha hecho más estragos, pues han tenido que sostener, en formas ya escandalosas (con sus bulimias y anorexias por mencionar algunos de sus síntomas), la verdad del desamor imperante. Es que cada vez más se las empuja hacia una suerte de inscripción del estilo “exitosa profesional” basada en una competencia feroz e ilimitada.
¿Acaso no se ve que dicha competencia como tal es ya el corazón de la mayoría de los programas de televisión en la actualidad? De lo femenino y sus conexiones con el amor, en tal caso no queda ni rastro. A no asustarse entonces por las consecuencias.
Ahora bien; en medio de esta crisis a profundizar en sus causas, nace el psicoanálisis. Es indudable que no surgió en el medioevo sino en plena modernidad .Ya entonces existían indicios de la decadencia del padre en los dos sentidos y se ha dicho que el psicoanálisis vino en parte a cubrir ese vacío.
Sí, pero, respecto del amor -según Lacan- la sustitución fue por uno nuevo. Es así que muy avanzada su enseñanza llega a hablar de lo que aportó Freud y, con él, el Psicoanálisis al mundo moderno. Tal aporte no estaría en solucionar los impasses en la sexualidad, ni en contribuir a mejores formas de gozar en general, sino que lo nuevo estaría ¿dónde?: en el amor. Ni más ni menos. Que traiga algo nuevo ya sería mucho, pero ¡además en el amor!
Tal nuevo amor, según Lacan, al no estar confinado a lo imaginario narcisístico, ni supeditado a los símbolos y sus ideales, debería poder mantenerse a resguardo de la evidente declinación de los mismos.
¿Un amor ni imaginario ni simbólico? Entonces debería ser real. Si el amor en cualquiera de sus formas es un intento por unir lo que en sí no lo estaría ¿Qué seria unir a la gente tomando a lo real como lazo?
Dos definiciones de lo real, entre otras de Lacan pueden marcar un camino. En una lo hace como lo imposible. Sin duda el tema exige un desarrollo que excede lo aquí sugerido. Sin embargo es claro que entre analizante y analista hay un imposible respecto de las expectativas de una pareja convencional. Ahora bien que el mismo haga de lazo, no es algo que se capte rápidamente.
Una segunda manera de plantear las cosas es si suponemos lo real como “lo que siempre vuelve al mismo lugar”.
Se trata de aquello que no varía, aquello que no entra en el “consumo del cambio” y a lo que se podría recurrir en caso de necesidad extrema. Como cuando se dice que “pase lo que pase, con tal persona siempre se podrá contar”
Tal vez, pase lo que pase ante el avance de la creencia del progreso, una de las más íntimas de occidente, acallados los murmullos del último padre desaparecido, el pequeño invento freudiano, a trasmitir de persona a persona, mantenga las chances de una existencia menos angustiada, si se define la angustia como un amor que no logró, aún, llegar a buen puerto. Tal vez, pase lo que pase, el pequeño invento freudiano, un amor fundado en lo imposible, vuelva una y otra vez al mismo lugar como una forma de no olvidar lo perdido.

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