Dos psicoanalistas frente a la violencia en la escuela pública
Los psicoanalistas Gerardo Arenas y Mario Goldenberg reconocieron que el vandalismo ejercido por un grupo de alumnos en un convento situado al lado del Colegio Nacional Buenos Aires, forma parte del relajamiento de la autoridad y de la disolución de las responsabilidades sin dejar de alertar sobre el peligro de echar mano al expediente punitivo, la expulsión, que suele volverse en contra de los involucrados, a veces de modo mortífero.
Arenas, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), dijo que “aunque es imposible responder en términos generales, cabe definir algunas líneas de campo novedosas. En primer lugar es necesario poner en tela de juicio la ecuación entre autoridad en baja y violencia en alza”.
“Ya hay décadas de experiencias de diverso tipo que lo desmienten. Nada justifica la mano dura. El problema radica más bien en la relación entre el castigo (es decir, la responsabilidad) y los actos de violencia. Cuando el castigo asume la forma de un nuevo acto violento, o bien de una sanción que no promueve modo alguno de reparación subjetiva, se torna estéril y pierde su eficacia formadora”.
Y agrega que “los analistas sabemos que en primer lugar hay que respetar la singularidad”, en consecuencia, “las respuestas éticamente aceptables deberían ajustarse a este principio. No hablaré de ningún paciente sino de alguien desconocido y muy mencionado últimamente en los medios”.
“Todos saben que estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires profanaron la lindera iglesia de San Ignacio. Nadie duda que deben recibir una sanción contundente. Lo que no todos saben es que uno de ellos hizo pública una carta en que pedía disculpas por el error cometido, asumía su responsabilidad subjetiva al reconocer que no había consumido drogas sino que ya otras veces había cometido actos impensados que atentaban contra sus intereses y se comprometía a solicitar ayuda psicológica”.
Y más aún, “declaraba que por un tiempo se retiraría de la militancia porque necesitaba recuperar la calma. Es evidente que además del castigo, este muchacho debe recibir la ayuda solicitada, restaurar sus dañados lazos amistosos y políticos, y profundizar su propia educación, en vez de ser expulsado del colegio”.
“Este caso es paradigmático porque el joven asume las responsabilidades que le tocan. Haber recibido el repudio de sus compañeros y dejar la militancia es un castigo enorme, y se nota el efecto reparador que comienza a tener en él”.
“La vía punitiva habitual (la expulsión) no tiene más sentido que el de la condena, y posee consecuencias exactamente contrarias a lo que se espera del castigo, en la medida en que dejar a un pibe sin amarras sociales, sin contención docente y sin lazos amistosos puede más bien perjudicarlo de manera impredecible. Es mejor pensar, caso por caso, en qué puede resultar ejemplar y formador el castigo, antes que aplicar una fórmula estándar como la expulsión, que además no resuelve nada”, concluye Arenas.
Goldenberg, colega de su predecesor y también miembro de la EOL y de la AMP, introduce algunas variaciones: “Recientemente se ha aprobado en las dos cámaras, con consenso de la mayoría de los bloques, lo que se dio a llamar la ley anti-bullying, que apunta a un tratamiento integral de la conflictividad social en las escuelas, a través de los códigos de convivencia y de sanciones que permitan responsabilizar a los alumnos. La promulgación de esta ley es un hecho auspicioso”.
Y agrega que “los incidentes del Colegio Nacional Buenos Aires han pasado los límites. Las tradicionales tomas en años anteriores algunas veces tenían reclamos justos y quizá hayan tenido buenos resultados, pero también está el aspecto folklórico. Se toma el colegio por que se toma, y la toma termina justo el día del viaje de egresados y/o de estudios. Sería algo así como una banalización de una medida de fuerza”.
“Pero revela la declinación de la autoridad en la educación, y la falta de consecuencias por las acciones. Los incidentes del Buenos Aires han pasado el límite, y muestran, justamente, qué consecuencias tiene un acto en un ámbito donde no hay sanciones. Se ha hablado de expulsiones, pero es necesario responsabilizar a estos jóvenes por las consecuencias de sus acciones. Severino di Giovanni, Sacco y Vanzetti y Radowitzky sabían muy bien de las consecuencias de sus ideales”.
Situando la cuestión, Goldenberg dice que “la clínica analítica piensa a los sujetos uno por uno, pero el psicoanálisis tiene también otras aplicaciones; el asunto es cómo producir una lectura sobre estos síntomas sociales en el ámbito educativo, en tanto para Lacan el sujeto siempre es responsable. La experiencia analítica es un modo de asunción subjetiva de esa responsabilidad”.
“La ética del psicoanálisis no es comprensiva. El discurso de la época en el aspecto de la seguridad hace de todo sujeto un sospechoso, y desde el punto de vista moral auspicia el todo vale, es un imperativo de goce. Se puede ver esto con las cámaras de vigilancia: por un lado tienen la función de protegerinmunitariamente, como dice Roberto Esposito; y por otro, en los medios se utilizan las grabaciones como parte del entretenimiento, es decir, sin ningún límite ético ni moral, por más horroroso que sea, porque genera rating”.
“Sin dudas, la politización de la juventud puede tener un aspecto positivo pero ¿qué aporta a la educación pública? La escuela es el lugar donde aún existe alguna trasmisión de valores culturales, pero la versión actual está jaqueada por la violencia escolar, la declinación de la autoridad y la ausencia de reglas”, apostilla, complementando los comentarios de Arenas.
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