Uno: La máquina del tiempo
Freud rompe con la
filosofía kantiana al inventar un inconsciente que podríamos considerar como
una máquina del tiempo, ya que el tiempo no es para él ni una categoría a-priori
ni tampoco tiene representación en el inconsciente.
El tiempo es movimiento, el
fluir del río heracliteano es la metáfora por excelencia del tiempo en su
devenir constitutivo.
La máquina
temporal que Freud construye se
caracteriza por varios movimientos que la distinguen de toda otra idea sobre el
tiempo. Uno de ellos es la “fijación” -siempre considerada por Freud en
términos libidinales[1]-,
es decir, esta máquina temporal inconsciente
puede quedar fijada en algún estadio, en alguna escena, o la misma repetición
de una acción (por ejemplo, el chupeteo en el
caso Dora) puede dejar marcas de fijación, como así también lo puede hacer una
enfermedad orgánica. Desmontemos la lógica freudiana: la pre-condición somática
es “la intensa activación de esta zona erógena a temprana edad es, por tanto,
la condición para la posterior solicitación somática”[2],
a la cual, secundariamente, se le sueldan, “soldadura” dice Freud, los diversos
sentidos que aportarán las
fantasías -metáfora de lo que para Freud será posteriormente lo que constituirá el concepto límite entre lo
psíquico y lo somático: la pulsión. Estas dos partes del síntoma histérico,
dirá Freud, son como un odre viejo que se llena de vino nuevo. O, también, es
como el cauce y el río, una vez
que se abre un cauce es difícil que el río vaya por otro lado. Como vemos la
metáfora del río se impone cuando se habla del tiempo[3].
Podríamos decir que la
intuición de Freud fue directamente primero al núcleo, al nudo entre inconsciente-tiempo-cuerpo.
Anticipa -en cierto modo-
con su concepto de fijación al parlêtre
lacaniano al “soldar” en el mismo movimiento temporal al inconsciente y al
cuerpo -para Jaques-Alain Miller el término fijación designa la conexión del
Uno y del goce planteada por Lacan al final de su enseñanza[4].
Otro de los movimientos de
esto que hemos dado en llamar la máquina del tiempo es el famoso nachträglich freudiano. Este
adjetivo de uso corriente en la obra de Freud con respecto a la temporalidad y
a la causalidad (Nachträglichkeit es el
sustantivo), fue destacado por Lacan (après coup
en francés) quien le otorgó un valor conceptual. Traducido como “a posteriori”
en español (en realidad es traducido de muchos modos, lo cual fue una de las
razones por las que pasó desapercibido hasta Lacan), es utilizado por Freud en
tanto “resignificación”, es decir, algo adquiere un sentido nuevo, algo que fue
placentero en su momento, en su recuerdo puede devenir displacentero. Con esta
misma modalidad temporal, que rompe con la dimensión lineal del tiempo, Freud
da cuenta del origen de la conciencia de culpa en la humanidad, referido en su
mito del asesinato del padre en su obra “Tótem y Tabú”: “Lo que antes él había
impedido con su existencia, ellos mismos lo prohibieron ahora en la situación psíquica
de la «obediencia de efecto retardado
{nachträglich}»”[5].
Muchos conceptos freudianos
están construidos teniendo como base esta idea del tiempo ajeno a toda
linealidad: el concepto de regresión, su noción de agieren,
de compulsión a la repetición, sus desarrollos sobre la memoria: recuerdo
encubridor, huella mnémica, etc.
Por su lado Lacan, en el
momento en que su elaboración alcanza el mayor grado de significantización del
goce, como lo expresa Jacques-Alain Miller, lleva al extremo lo que Freud elaboró
como primario y secundario, y le otorga así un valor radical y fundamental a
esta máquina del tiempo inconsciente, ya que la ubica como una de las tres
propiedades de la “cadena significante”, es decir, la articulación mínima de
dos significantes, S1 y S2 en su escrito “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis” donde afirma: “la producción de una cadena
significante […] toma como tal una realidad proporcional al tiempo”[6].
Al tener como fundamento de
la experiencia analítica la “re-significación” freudiana produce una ruptura
con la teoría clásica de la comunicación y su apotegma “el emisor recibe su
propio mensaje en forma invertida”, otorgándole, en el mismo golpe, un peso
fundamental a la acción del analista: “Así, es una puntuación afortunada la que
da su sentido al discurso del sujeto. Por eso la suspensión de la sesión de la
que la técnica actual hace un alto puramente
cronométrico, y como tal indiferente a la trama del discurso, desempeña
en él un papel de escansión que tiene
todo el valor de una intervención para precipitar los momentos concluyentes”[7].
Así como unos años más tarde aparecerá, como dato fundamental de la dirección
que importa en la experiencia analítica, el vector retrogrado de su grafo del
deseo, aquel que engancha al pez en su nado vivo y que, situado en A, lugar del
tesoro de los significantes, el analista resignificará el discurso del sujeto.
Dos: Lacan y la extimidad
Aunque podemos encontrar un
fuerte antecedente en el concepto de unheimlich
freudiano y en su idea del síntoma como un “cuerpo extraño”, Lacan deja caer de su boca solamente
dos veces el neologismo: extimidad [8].
Se produce así la operación contraria pero que tiene el mismo efecto. Uno,
Lacan, descubre en la obra de Freud, en el uso común y corriente de un término,
lo que constituirá la estructura del tiempo de la experiencia analítica; el
otro, Jacques-Alain Miller, al revés, pesca en el discurso de Lacan una
palabra, un término inventado y usado solo un par de veces, el pez que será el
comienzo de ese mar de peces que será la topología lacaniana. Los dos elevan a
la categoría de concepto aquello que había pasado desapercibido.
Miller capturó el término extimidad y dio cuenta de él en su curso de
1984-85, definiéndolo al comienzo como “lo más íntimo pero en el exterior”[9].
Con este neologismo Lacan,
valiéndose de la vieja banda de Moebius, nombra un espacio no-convencional,
donde se pasa de lo exterior a lo interior sin saltos, algo que puede estar
adentro y a la vez afuera.
Es evidente que la topología cautivó mucho más a Lacan que a
Freud, y es tan así que podemos encontrar rastros de esta fascinación a lo
largo de toda su enseñanza. Con este término Lacan invita a
pensar que hay una estructura que incluye en su interior algo que no es del
mismo orden, de la misma factura, que esa estructura. Así Miller en su curso Extimidad distinguirá y hará desfilar y serán
desmenuzados los éxtimos das
Ding, el pequeño a y, finalmente,
el analista -claro, si Lacan dice que el analista
ocupa el lugar del objeto a, es “lógico” que sea éxtimo.
Las cuestiones que se van
planteando a lo largo del curso son del orden siguiente: ¿el A tiene el objeto
o es el objeto? O, ¿el objeto a es el agujero
o lo es sus envoltorios? A partir de ahí recorrerá diversos estatutos del
objeto: su vertiente agalmática como causa de deseo; su estatuto de positividad
como sustancia de goce, plus-de-goce y también como extracción del cuerpo.
La propuesta milleriana es
recorrer el camino wittgensteiniano “the meaning is the
use” y a partir de ahí, en su primera clase, invita a pensar varios
estatutos de lo éxtimo.
De este modo, plantea al
inconsciente como éxtimo, es decir sin
profundidad, con el que se tiene una relación de ajenidad ante sus formaciones:
precisamente, la sorpresa ante un lapsus es una de las manifestaciones de esta
ajenidad. Como consecuencia no tiene lugar el imperativo socrático “conócete a
ti mismo”, pues el concepto de éxtimo
desbarata cualquier ilusión de yo soy yo. “La extimidad es una fractura
constitutiva de la intimidad”[10]
-si aparece algo del orden de lo éxtimo en el
espejo, por caso el objeto a, se cae el velo,
es decir, la ilusión de la identificación con la imagen de uno mismo.
Respecto al inconsciente,
Miller también señala su carácter de éxtimo. Esta
vertiente del inconsciente aparece en la enseñanza de Lacan a la altura del
Seminario 11 cuando se empieza a separar del “inconsciente de Freud”, o como lo
escribe en “Posición del inconsciente”: “Hiancia, latido, una alternancia de
succión para seguir ciertas indicaciones de Freud, de esto es de lo que tenemos
que dar cuenta, y con ese fin hemos procedido a fundarlo [al inconsciente] en
una topología. La estructura de lo que se cierra se inscribe en efecto en una
geometría donde el espacio se reduce a una combinatoria: es propiamente lo que
se llama borde. […] Se da uno cuenta de que
es el cierre del inconsciente el que da la clave de su
espacio, y concretamente de la impropiedad que hay en hacer de él un dentro”[11].
En torno a la extimidad del
objeto, aquí también se apoya en el seminario de los cuatro conceptos al
encontrar en la formulación: “Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti
algo más que tú, el objeto a minúscula, te mutilo”[12].
Se trata de algo del orden del ser, ya no tanto el sujeto marcado por su falta
en ser, sino que es el ser lo que es puesto en relieve, la positividad se
vuelve protagonista. Esta vuelta de timón exige que el ser, el sujeto ceda
algo, que ceda algo como en el sacrificio. Más aún “la extimidad
implica que el sujeto no es más que lo que él cede o sacrifica”[13].
Tres: Baltimore al amanecer
Las coordenadas cartesianas
de espacio y tiempo quedan revertidas en la experiencia analítica. La flecha
del tiempo se perdió en el horizonte de la ficción, y la división del espacio
en adentro y afuera no alcanzó cuando Lacan inventó el objeto a con su propiedad de extimidad.
Si para Borges la sustancia
de la que estamos hechos es el tiempo, y para Lacan es el goce, decir que “el inconsciente es Baltimore al amanecer”
implica apuntar de algún modo a una cita donde se dé la conjunción del tiempo, nuestra materia, nuestro sujeto, nuestra
estofa, con el goce siempre encarnado.
¿Cómo llegar a esa cita
siempre fallida? Respondemos con Lacan, cuando en su seminario “Momento
de Concluir” nos habla de una función del analista que es la de forçage.
Sustantivo que en general suele traducirse como “activación”, que quiere decir, por ejemplo: cultivar una planta
fuera de temporada. La idea es “forzar” algo en un momento que no
es el políticamente correcto, adecuado, conveniente, sino que es, si puedo
decirlo así, un extemporáneo, un fuera de tiempo, una dimensión que no apela al cronos clásico sino a un tiempo éxtimo.
El psicoanálisis, el
inconsciente, su invención obligan a una topología, exigen situar los datos de
la experiencia en una topología. Si la intuición de Freud lo llevó más allá del
télos del tiempo y su dirección siempre por
delante, una intuición central en Lacan fue la extimidad,
o tal vez, su extimidad. Extimidad
que lo llevó a decir que “el inconsciente es Baltimore al amanecer”[14]
señalando esa conjunción tiempo y espacio.
[1] El término Fixierung alcanza su
mayor conceptualización por parte de Freud en los años entre 1912-1914, tomando
un lugar central en el desarrollo del caso Schreber en Obras Completas, t. XII, Buenos Aires, Amorrortu, p.
57.
[2] Freud, S., (1900-1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria
(Dora)” en Obras Completas, t. VII, Buenos
Aires, Amorrortu, p. 47.
[3] El gran y polisémico término alemán: Trieb cuenta entre
sus numerosas acepciones una que implica la idea de algo que propulsa el agua,
de ahí que nos encontramos en su obra con expresiones como “oleada pulsional”,
“marea alta de libido”, etc. Cf. Hanns, L. A. (2001) Diccionario de términos alemanes de Freud, Buenos Aires,
Lohlé-Lumen.
[4] Tema desarrollado en su curso “El ser y el Uno”, clase 9, 30 de marzo de
2013, inédito.
[5] Freud, S., (1912) “Tótem y Tabú” en Obras Completas, t. XIII,
Buenos Aires, Amorrortu, p. 145.
[6] Lacan, J., (1958) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible
de la psicosis” en Escritos 2, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 510.
[7] Lacan, J., (1953) “Función y campo de la palabra y del lenguaje en
psicoanálisis” en Escritos 1, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 245.
[8] Lacan, J., (1960) La ética del psicoanálisis, El Seminario, libro 7, Bs. As., Paidós, 1988, p. 171.
Lacan, J., (1969) De un Otro al otro, El Seminario, libro 16, Bs. As., Paidós, 2008, p. 206.
Lacan, J., (1969) De un Otro al otro, El Seminario, libro 16, Bs. As., Paidós, 2008, p. 206.
[9] Miller, J.-A. (1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 14.
[10] Miller, J.-A.
(1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires,
Paidós, p. 17.
[11]Lacan, J.,
(1964) “Posición del inconsciente” en en Escritos 2, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2. ed. revisada, 2008, p. 798. (el subrayado es propio)
[12] Lacan, J., (1964) Los cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis, El Seminario, libro 11,
Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 276.
[13] Miller, J.-A. (1985) “El objeto en el Otro” en Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 22.
[14] Lacan, J. (1966) “Conferencia en Baltimore”, inédito.
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