Mujeres.
Un interrogante para el psicoanálisis.
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Un lazo especial liga al psicoanálisis con las
mujeres. Fueron ellas quienes le abrieron a Sigmund Freud las puertas del
inconsciente y lo condujeron a la creación del psicoanálisis. Desde entonces,
la pregunta freudiana “¿qué quiere la mujer?” es central para la práctica
analítica.
Sobre la cuestión de la femineidad han meditado los
hombres en todos los tiempos, pero no solo ellos han sudado ríos de tinta y de
pasión frente a este misterio: también a ellas les afecta.
El psicoanálisis demuestra que lo femenino, “por la
naturaleza de las cosas, que es la de las palabras” , constituye el prototipo
de la alteridad para todo ser hablante. Existen “las mujeres”. Son ellas las
que acuden al psicoanálisis ofreciendo una variedad de figuras, tanto más
diversas cuanto que no existe la esencia que definiría lo que es “La Mujer”.
El enigma de lo femenino sigue perturbando la
pretendida universalidad de los ideales y de los valores establecidos. El
psicoanálisis de orientación lacaniana revela que todo intento de reducir la
diversidad femenina a la totalidad de un universal, produce daños en la
subjetividad y en la cultura que pueden resultar irreparables. Jacques-Alain
Miller, interpretando la actualidad, ha señalado que la aspiración a la
virilidad, clásicamente descrita por Freud, ha sido sustituida hoy por una
aspiración a la feminidad. Este cambio no se deriva solamente del auge del
feminismo o de la inclusión de las mujeres en la cultura, la economía y la
política, sino que se debe, fundamentalmente, al avance de una sociedad que va
acostumbrándose a la disolución de los ideales normativos, en particular de
aquellos que pretenden regular las relaciones entre los sexos.
Al mismo tiempo, el odio y el repudio a las mujeres
sigue vigente. El esfuerzo por frenar la violencia de género mediante campañas
educativas y de prevención, no parece producir más que un registro estadístico
de casos sin obtener los resultados que se esperaban. No olvidemos que hay
lugares del mundo donde las mujeres son objeto de un rechazo y de una
degradación culturalmente admitida en todos los niveles de la vida pública y
privada.
Los cambios producidos en las sociedades
contemporáneas occidentales han modificado los roles que clásicamente daban un
sentido y un lugar a las mujeres.
La mujer actual puede jugar la partida de su vida en
la lógica masculina, tanto en el plano erótico, como en el profesional. Sin
embargo, esta estrategia tiene sus inconvenientes: cuanto más funcionan como
“ellos”, más se pierden a sí mismas. La experiencia clínica nos enseña que la
separación entre amor y sexo conduce a muchas mujeres al sufrimiento, pues el
amor, en sus distintas formas, sigue siéndole a la mayoría de ellas
imprescindible.
Hablar-amar-gozar es la secuencia habitualmente
necesaria en la vida erótica de las mujeres. Ellas pueden dirigir una y otra
vez su demanda de palabras contra el muro de un partenaire hermético, o quedar
deslumbradas por aquel o aquella cuyas palabras las transportan a un estado de
felicidad extra-ordinario.
En el extremo, encontramos cierta “locura” femenina
derivada de la búsqueda de un amor absoluto por el que algunas estarían
dispuestas a darlo todo: su dignidad, sus bienes e incluso la vida. El estrago,
entendido como una devastación que no conoce límites, es el precio que esas
mujeres pagan por su demanda insaciable de amor.
En síntesis: la relación entre los sexos se convierte
en un asunto de discurso asegurado a perpetuidad. El deseo es una búsqueda
inacabable y el amor un modo de “salvar” los escollos. En ese sentido, el
presente no difiere del ayer o del mañana. La femineidad fue, es y seguirá
siendo objeto de interrogación constante.
Lo novedoso es que al discurso dominante no le
interesa abordar las grandes preguntas. Vivimos en el tiempo de las respuestas
para todo, de las que provienen de la ciencia con su causalidad genética y
neurológica, de las que nos llegan de la psicología en términos de adaptación
de la conducta o de las que ofrece la técnica con su voluntad ilimitada de
actuar sobre lo más íntimo de la vida humana.
Es un espejismo creer que mediante el estudio del
genoma o del cerebro la verdad del ser hablante llegará a revelarse, dado que
existe un límite infranqueable del que ningún saber puede dar cuenta. La mujer
es uno de los nombres de este límite. Por otra parte, constatamos la aparición
de nuevos semblantes y formas inéditas de “apareamientos”: están las mujeres
que se convierten en hombres, las que acceden a la maternidad mediante el
esperma o el óvulo de donantes anónimos, las que se casan con otra mujer, las
que están solas, las que dirigen empresas y las que hacen cuadrar ejércitos.
La clínica psicoanalítica nos demuestra que en esos
laberintos existe la posibilidad de que una mujer pueda encontrar su propia
solución. Se trata de orientarse según el modo singular de goce de cada cual y
darle la dignidad que merece.
Jacques Lacan nos invita a dejarnos interrogar por lo
femenino, a sabiendas de que nunca podrá ser dicho en su totalidad, lo que no
impide que el discurso analítico pueda proporcionar algunas referencias sobre
las mujeres, una por una.
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