«Cuando yo uso
una palabra - insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso –
quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
- La cuestión
- insistió Alicia - es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas
cosas diferentes.
- La cuestión
- zanjó Humpty Dumpty - es saber quién es el que manda..., eso es todo.»
Lewis
Carroll
¿Cómo se aprende una lengua extranjera en las instituciones? Como nos dice Humpty Dumpty, sabemos bien quién manda allí, quién dice lo que significan las palabras: el profesor de turno encarna la completud del saber al cual uno debería aspirar a alcanzar, todos por igual, a través del cumplimiento de un programa pre-establecido. Frente a esto, es preciso decir que, tal como lo enuncia Lacan en Radiofonía, “el deseo de ser amo contradice el asunto mismo del psicoanalista”[i]. Y ya en 1925 Freud nos advertía que “el trabajo pedagógico […] no puede confundirse con el influjo psicoanalítico ni ser sustituido por él”.[ii] Que no haya pedagogía analítica implica pues que el discurso analítico va por otra vía que por cualquier intento de educar al paciente.Y, entonces, ¿cómo sería posible concebir un taller de idioma en un Hospital de Día, que pudiese funcionar bajo una lógica que se pretendiera psicoanalítica?
Ésta era la pregunta que me retornaba ante la propuesta insistente de que coordinara un taller de francés. Me preocupaba muy especialmente la idea de que un tal coordinador quedara analogado a un profesor, y el taller a una clase. ¿Cuál sería la posición de este coordinador? ¿Cómo haría para sostenerla? Algunas ideas que surgieron en el equipo proponían “jugar con la falta”, y que “sería como un falso discurso universitario”. ¿Pero qué quería decir eso? Confieso que he naufragado en vano por la literatura psicoanalítica buscando una orientación específica. Finalmente, decidí que no era un mal comienzo iniciar el taller desde mi propia división, desde mi no saber.
“Jugar con la falta”, en la práctica, supuso jugar con el semblante, demostrando desconocer cómo decir muchas palabras, escribiendo algunas con errores, diciendo no recordar otras. En estas circunstancias, son los pacientes quienes las buscan en el diccionario para enseñarme cómo hacerlo. El diccionario se convirtió así en una pieza central del funcionamiento del taller, permitiendo que el Otro que sabe quede remitido a este elemento tercero. La contingencia de contar con uno al que suelen faltarle muchas de las palabras que buscamos, llevó con el tiempo a que una paciente hiciera del “mataburros” un “burro”, como decidió llamarlo, porque no sabe tanto.
En este taller no hay programas de trabajo, no es un dato relevante el nivel previo de conocimientos que tengan los participantes, no hay contenidos específicos a abordar, no hay tareas para el hogar, no hay evaluaciones ni correcciones. Y es a partir de los intereses o propuestas de los pacientes, que se decide entre todos qué se hará cada vez. La única consigna es que sean “cosas francesas”. Así pues, el gusto de una paciente por la música francesa, nos sumergió en el trabajo con canciones. Esto produjo una transformación del taller en lo que llamaría un ejercicio de traducción, decodificando las palabras extranjeras a la lengua común: el español. Más bien un doble ejercicio de traducción, porque en un segundo tiempo apareció la posibilidad de historizar, conjeturando sobre el destino que correrían los personajes de estas canciones, produciendo cada paciente un relato singular con el cual significar esas palabras.
En el prefacio al libro de Louis Wolfson, Le Schizo et les Langues, Gilles Deleuze destaca que, en la psicosis, es en el procedimiento lingüístico que se juegan la enfermedad y la cura, ubicando la cura en relación a lo que llama un “Eros singular”:“es necesario que el psicótico descubra él mismo el procedimiento personal preciso que lo pone [a ese Eros] en escena”.[iii] En términos de Miller, podríamos decir que “la investidura libidinal de la lengua es propia de cada uno. […] A partir del lenguaje cada uno hace su lalengua. […] A partir del significante hablado por los otros, normalizado por el Otro, hay investimentos singulares”.[iv] Y, en el caso de estos pacientes, podemos observar estos investimentos en la construcción de estos relatos con los que otorgan su propia significación a las palabras del diccionario.
Me referiré ahora al recorrido que hizo un paciente en el taller, a los efectos que tuvieron en el mismo algunas intervenciones y al lugar que se supo construir en él. Desde un principio, a H. se le presenta una gran dificultad, que toma el peso para él de una verdadera molestia: que, en francés, las palabras se pronuncian de un modo distinto a cómo se escriben. Por eso, cada vez que yo escribía una palabra en francés en el pizarrón, colocaba sobre ella, en otro color, la palabra escrita tal como se pronunciaría. Y H., que siempre quiere copiar en su hoja todo lo que se pone en el pizarrón, insiste en que se le diga cuál de las dos versiones anotar, “cuál va”. Le resulta realmente insoportable esta doble referencia que alude a una misma palabra y, en consecuencia, le es imposible siquiera intentar pronunciarla. Todo lo cual dio cuenta de que él no podía servirse de esto que yo estaba haciendo, y planteó la cuestión de pensar cómo maniobrar con ese insoportable.
Tras varios intentos fallidos, en los que atiné a reemplazar las versiones escritas por la referencia oral o señalar solo las letras que se pronuncian distinto, se verifica, primero, que con una sola referencia en juego, H. comienza a poder decirla, pero que, desaparecida la referencia, no es capaz de evocarla. Eso parece no inscribirse para él. Persistiendo su inquietud, ahora se le pide prestado su nombre, en el cual se pone al descubierto que la H con la que comienza no se pronuncia, aunque sí se escribe. Así, es posible advertir que en francés sucede lo mismo, solo que con muchas más letras. Esto parece producir un gran apaciguamiento en H. y, a partir de ese momento, se evidencia un cambio notable y comienza a leer con soltura y entusiasmo. Este prescindir de la pronunciación de la H a condición de servirse de su escritura, que introduce que no todo se diga, se presenta junto al hecho de que ya no se imponga tampoco copiarlo todo: deja de lado una palabra que no le gusta, o de otra escribe solo una de sus dos acepciones.
Asistimos, a su vez, a una modificación en su modo de participar. Al principio, no podía dar su opinión sino remitiéndose a la de otros pacientes. A partir del trabajo con canciones, comienza a ubicar que a él le gusta escucharlas pero no cantar, y asegura que estas canciones francesas son como las de cumbia que él escucha: las historias de las que hablan pasaron de verdad. Tomándolas como tales, y frente al relato inventado por otra paciente, ahora H. se opone firmemente a él para introducir su propia versión.
Para finalizar, retomo entonces la pregunta que estuvo en el origen de la invención de este taller: ¿cómo concebir un taller de idioma en un Hospital de Día, que pudiese funcionar bajo una lógica psicoanalítica? Tras la aventura inicial, hoy esbozo como respuesta que un taller así es pensable en tanto, y fundamentalmente, no se proponga como objetivo el aprendizaje de una lengua. En todo caso, al igual que lo planteamos para la cura, eso podría darse tal vez por añadidura. Se trata más bien de servirse de la lengua como instrumento para otra cosa que la educación, y de los usos o invenciones a los que pueda arribar con ella cada sujeto. Una práctica que se sostenga en saber quién es el que no manda supone, pues, no imponer la dictadura del diccionario universal del gran Otro, no hacerse propietario del significado último, y en cambio apuntar a que, más allá de lo para-todos del lenguaje, pueda abrirse esa hiancia en la que el Eros singular de cada quien encuentre un lugar posible.
Ésta era la pregunta que me retornaba ante la propuesta insistente de que coordinara un taller de francés. Me preocupaba muy especialmente la idea de que un tal coordinador quedara analogado a un profesor, y el taller a una clase. ¿Cuál sería la posición de este coordinador? ¿Cómo haría para sostenerla? Algunas ideas que surgieron en el equipo proponían “jugar con la falta”, y que “sería como un falso discurso universitario”. ¿Pero qué quería decir eso? Confieso que he naufragado en vano por la literatura psicoanalítica buscando una orientación específica. Finalmente, decidí que no era un mal comienzo iniciar el taller desde mi propia división, desde mi no saber.
“Jugar con la falta”, en la práctica, supuso jugar con el semblante, demostrando desconocer cómo decir muchas palabras, escribiendo algunas con errores, diciendo no recordar otras. En estas circunstancias, son los pacientes quienes las buscan en el diccionario para enseñarme cómo hacerlo. El diccionario se convirtió así en una pieza central del funcionamiento del taller, permitiendo que el Otro que sabe quede remitido a este elemento tercero. La contingencia de contar con uno al que suelen faltarle muchas de las palabras que buscamos, llevó con el tiempo a que una paciente hiciera del “mataburros” un “burro”, como decidió llamarlo, porque no sabe tanto.
En este taller no hay programas de trabajo, no es un dato relevante el nivel previo de conocimientos que tengan los participantes, no hay contenidos específicos a abordar, no hay tareas para el hogar, no hay evaluaciones ni correcciones. Y es a partir de los intereses o propuestas de los pacientes, que se decide entre todos qué se hará cada vez. La única consigna es que sean “cosas francesas”. Así pues, el gusto de una paciente por la música francesa, nos sumergió en el trabajo con canciones. Esto produjo una transformación del taller en lo que llamaría un ejercicio de traducción, decodificando las palabras extranjeras a la lengua común: el español. Más bien un doble ejercicio de traducción, porque en un segundo tiempo apareció la posibilidad de historizar, conjeturando sobre el destino que correrían los personajes de estas canciones, produciendo cada paciente un relato singular con el cual significar esas palabras.
En el prefacio al libro de Louis Wolfson, Le Schizo et les Langues, Gilles Deleuze destaca que, en la psicosis, es en el procedimiento lingüístico que se juegan la enfermedad y la cura, ubicando la cura en relación a lo que llama un “Eros singular”:“es necesario que el psicótico descubra él mismo el procedimiento personal preciso que lo pone [a ese Eros] en escena”.[iii] En términos de Miller, podríamos decir que “la investidura libidinal de la lengua es propia de cada uno. […] A partir del lenguaje cada uno hace su lalengua. […] A partir del significante hablado por los otros, normalizado por el Otro, hay investimentos singulares”.[iv] Y, en el caso de estos pacientes, podemos observar estos investimentos en la construcción de estos relatos con los que otorgan su propia significación a las palabras del diccionario.
Me referiré ahora al recorrido que hizo un paciente en el taller, a los efectos que tuvieron en el mismo algunas intervenciones y al lugar que se supo construir en él. Desde un principio, a H. se le presenta una gran dificultad, que toma el peso para él de una verdadera molestia: que, en francés, las palabras se pronuncian de un modo distinto a cómo se escriben. Por eso, cada vez que yo escribía una palabra en francés en el pizarrón, colocaba sobre ella, en otro color, la palabra escrita tal como se pronunciaría. Y H., que siempre quiere copiar en su hoja todo lo que se pone en el pizarrón, insiste en que se le diga cuál de las dos versiones anotar, “cuál va”. Le resulta realmente insoportable esta doble referencia que alude a una misma palabra y, en consecuencia, le es imposible siquiera intentar pronunciarla. Todo lo cual dio cuenta de que él no podía servirse de esto que yo estaba haciendo, y planteó la cuestión de pensar cómo maniobrar con ese insoportable.
Tras varios intentos fallidos, en los que atiné a reemplazar las versiones escritas por la referencia oral o señalar solo las letras que se pronuncian distinto, se verifica, primero, que con una sola referencia en juego, H. comienza a poder decirla, pero que, desaparecida la referencia, no es capaz de evocarla. Eso parece no inscribirse para él. Persistiendo su inquietud, ahora se le pide prestado su nombre, en el cual se pone al descubierto que la H con la que comienza no se pronuncia, aunque sí se escribe. Así, es posible advertir que en francés sucede lo mismo, solo que con muchas más letras. Esto parece producir un gran apaciguamiento en H. y, a partir de ese momento, se evidencia un cambio notable y comienza a leer con soltura y entusiasmo. Este prescindir de la pronunciación de la H a condición de servirse de su escritura, que introduce que no todo se diga, se presenta junto al hecho de que ya no se imponga tampoco copiarlo todo: deja de lado una palabra que no le gusta, o de otra escribe solo una de sus dos acepciones.
Asistimos, a su vez, a una modificación en su modo de participar. Al principio, no podía dar su opinión sino remitiéndose a la de otros pacientes. A partir del trabajo con canciones, comienza a ubicar que a él le gusta escucharlas pero no cantar, y asegura que estas canciones francesas son como las de cumbia que él escucha: las historias de las que hablan pasaron de verdad. Tomándolas como tales, y frente al relato inventado por otra paciente, ahora H. se opone firmemente a él para introducir su propia versión.
Para finalizar, retomo entonces la pregunta que estuvo en el origen de la invención de este taller: ¿cómo concebir un taller de idioma en un Hospital de Día, que pudiese funcionar bajo una lógica psicoanalítica? Tras la aventura inicial, hoy esbozo como respuesta que un taller así es pensable en tanto, y fundamentalmente, no se proponga como objetivo el aprendizaje de una lengua. En todo caso, al igual que lo planteamos para la cura, eso podría darse tal vez por añadidura. Se trata más bien de servirse de la lengua como instrumento para otra cosa que la educación, y de los usos o invenciones a los que pueda arribar con ella cada sujeto. Una práctica que se sostenga en saber quién es el que no manda supone, pues, no imponer la dictadura del diccionario universal del gran Otro, no hacerse propietario del significado último, y en cambio apuntar a que, más allá de lo para-todos del lenguaje, pueda abrirse esa hiancia en la que el Eros singular de cada quien encuentre un lugar posible.
* Extracto del trabajo presentado el 29 de octubre de
2014 en la Jornada Clínica de Talleres de La cigarra y el Hospital de Día de
Adultos del CSM N° 1.
[ii]
Freud, S. (1925) “Prólogo a August Aichhorn”. Obras Completas. Tomo
XIX. Amorrortu, Bs. As., 2007. p. 297.
[iii]
Deleuze, G. “Schizologie” (prefacio). En: Wolfson, L. Le
Schizo et les Langues. Gallimard, Paris, 1970. p.
23.[Traducción ad
hoc]
[iv] Miller, J.-A. “Del psicótico al
analista”. En: Miller, J.-A. et al. La psicosis
ordinaria.
Paidós, Bs. As., 2011. p. 289.
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