“El hombre -dice
Lacan en su Conferencia en Ginebra sobre el síntoma- piensa con ayuda de las
palabras. Y es en el encuentro entre esas palabras y su cuerpo donde algo se
esboza” Allí, en lo que llama el moterialismo (materialismo de las
palabras) reside el asidero del inconsciente, donde cada cual sustenta lo que
llama su síntoma1
Por supuesto hay
otras modalidades diferentes, al menos dos más, para esta operación de nombrar
ese goce del viviente. Voy a referirme a ellas y especialmente a la modalidad
que forma parte del actual discurso del amo.
De hecho, la
cuestión de la nominación es un tema tan presente en nuestra realidad cotidiana
-¿Quién se plantea funcionar al margen de las etiquetas en cualquier ámbito:
asistencial, periodístico,..?- que ha conseguido naturalizar aquello que no
deja de ser una metáfora y allí radica el “éxito” de esa modalidad postmoderna
de la nominación que practica un uso de la metáfora diferente al de la
nominación clásica que conocíamos en el régimen del Nombre del Padre (NP) en
tanto semblante.
La metáfora
paterna: la solución religosa
La primera
nominación privilegia el sentido al basarse en la producción, vía la metáfora
paterna, de una significación fálica que opera como factor común entre el
sujeto y el deseo del Otro, permitiéndole así simbolizar el deseo. El padre, al
nombrar, hace del adulto aquello que ya se hallaba en potencia en el niño. Esta
modalidad entraña la abolición de la diferencia sexual2 gracias
al vaciamiento que sufre el amor de lo imposible de la no relación sexual que
queda como un real no subsumible en la operación simbólica de esa metáfora.
Para Lacan, en este primer momento de su enseñanza, conceptualiza el NP como un
significante inherente al campo del Otro portador de una interdicción sobre el
goce primordial, generador de una culpabilidad original e instaurador de
anudamientos esenciales. Sólo la fe en la palabra nombra al padre para
autentificarlo, lo que connota religiosamente este concepto: “Un padre es el
nombre que supone, por su propia esencia, la fe”3
Imperativos
de la economía moderna: otro tratamiento del goce
Enric Berenguer
señalaba en su intervención4 en este mismo espacio, la
existencia de “una serie de prácticas que se podrían entender como un
intento de dominio de la alteridad irreductible del goce” a partir de la
desaparición de lo cualitativo y su sustitución por una escala cuantitativa.
La ciencia
propone, justamente, una nominación vía la etiqueta (no el Ideal), como una
modalidad de localizar eso que queda como resto en la operación del NP: el goce
del cuerpo. De hecho hoy asistimos a un revival de la etiqueta por la vía postmoderna
de las nuevas taxonomías sociales del síntoma como una modalidad de tratar el
goce fuera de la experiencia analítica.
No pasa un día
sin que conozcamos un nuevo label para cernir el goce de los jóvenes: “ni –
ni”, “generación bunker”, “generación on/off”, todos ellos nombres que tratan
de nombrar algo de ese goce que presenta rasgos de rechazo, aislamiento,
desconexión. Una vez naturalizada esa metáfora, esos rasgos de rechazo del otro
pasan a primer plano y velan la causa singular para constituirse como un
problema colectivo sobre el que producir respuestas para todo el conjunto
(class) de elementos (sujetos) que constituyen la clase (kind). A partir de
aquí el testimonio de la experiencia de lo real, de cada uno de estos
elementos, incluye algo de los dichos sobre su clase que se hace, así,
consistente.
De hecho hoy
vemos ya un primer etiquetado generalizado en la clasificación de los TDAH
donde aparece algo de ese goce imparable cernido como un déficit de atención
con hiperactividad a partir de una contabilidad5.
La respuesta del
discurso de la ciencia apunta, pues, a la reducción del sujeto a un cálculo
estadístico que implica su categorización previa en clases establecidas a
partir de un rasgo de goce elevado a la categoría de identidad subjetiva
(anorexia, trastornos de conducta, hiperactividad, toxicomanía). Estas
categorías, en su estatuto de síntomas pret-a-porter vendrían al lugar de
suplencia del NP caído, como efecto de los imperativos de la economía de
mercado moderna y de la ideología de los Derechos del Hombre. Este saber
clasificatorio sustituye al saber perdido del padre (saber ser padre, acción
paterna): es ahora la norma (desarrollo del niño) la que convierte a un sujeto
en un adulto, en detrimento de tiempos pasados en los que convertirse en
persona mayor era la razón de ser del sujeto6. En el lugar de la
novela de construcción de la persona tenemos la performance y su score.
Eso da cuenta,
sin duda, que el NP –semblante otrora poderoso- ya no alcanza a nombrar el goce
y no lo hace porque la identificación, como solución, desconoce al real en
juego en el síntoma, por el cual cada ser hablante encontró una solución
absolutamente singular que constituye la ley según la cual se distribuye su
libido. En ese sentido decimos que no alcanza la nominación del goce, que se
desmultiplica en la varite de sus modos.
En su lugar, el
espíritu postmoderno se define por la alianza entre nominalismo (que afirma que
solo existe el individuo en su particularidad y que todos los nombres son
artificio) y el pragmatismo. Eso es el DSM, que evoluciona en base a nuestro
modo de actuar (a cada invención molecular, genética se reordena la
clasificación): artificialismo absoluto y pragmatismo constante.
Es una operación
tecnocrática que confirma la tesis de Agamben sobre la expropiación que hace al
hombre de su experiencia y de su capacidad de transmitirla (expropiación de lo
Real presente en el semblante y éste queda así vacío y retorna en el trauma
generalizado). Al imponer la certificación científica de esta experiencia a
través del experimento (protocolo) la desplaza a los instrumentos y al número,
fuera por tanto del sujeto. Igual que ya no vemos el paisaje más que a través
de las cámaras que lo enfocan, la nomenclatura del DSM que incluye el caso
singular suprime esa experiencia subjetiva7.
La paradoja es
que al reducir ese goce a su evaluación se pierde la dimensión de lo Real y el
nudo queda reducido a una doble dimensión: Imaginario y Simbólico.
Fabricando
semblantes
Pero ¿cómo se
fabrican esos nuevos semblantes que constituyen la envoltura formal de los
síntomas postmodernos? A partir de los interesantes trabajos de dos filósofos
contemporáneos: Nelson Goodman8 y Ian Hacking9 podemos
ver el proceso actual de fabricación del semblante mediante el surgimiento de
clases. Una clase es relevante cuando consigue incluir muchas clases de
comportamiento diferente. Su eficacia radica, pues, en ocultar su uso como
metáfora para parecer natural: así el semblante se “naturaliza” por la
genética, la bioquímica.
Tomemos, por ejemplo,
un término nuevo (adicciones) y enseguida vemos como ese término funda su
operatividad en re-organizar el mundo, ya constituido previamente, al
destacarlo como un nuevo género que se hace, a partir de entonces,
significativo. Estas nuevas clases tienen la potencialidad de componer mundos
(Goodman) ya que cambian el pasado de las personas incluidas y su experiencia
sobre su ser actual. Proporcionan así un sentido y una inclusión social: “los
propios individuos y sus experiencias son construidos dentro de la matriz
(discurso y materia) que rodea la clasificación X (toxicómano, maltratada)”10
Este
encasillamiento tiene también potencial de autocumplimiento como muestra el
llamado efecto bucle de Schultz quien demuestra que las tasas altas de
prevalencia de un rasgo acaban convirtiéndose por sí mismas en índice de
verdad: el mito de la cifra estadística como suposición de saber.
De hecho un
sistema categorial se mide básicamente por su eficacia en fabricar mundos, no
por su relación a la verdad (exactitud) o su correspondencia a un mundo dado de
antemano. Aquí verdad aparece sustituida por ajuste, término que indica que
estas clases son interactivas: cambian a las personas que incluyen y son
también modificadas por ellas.
Las clases no
existen solo en el universo vacio del lenguaje, sino en las instituciones, en
las prácticas, las interacciones materiales con las cosas y con otras personas.
Pensar la clase de los toxicómanos en términos de dosis de consumo, a evaluar,
influye sobre los sujetos que incluye esa clase (como los percibimos y como los
tratamos) y a su vez, ellos reaccionan a esa clasificación y a esa percepción
operando con esa fórmula de las dosis, lo cual rehace su mundo toxicómano.
Este mundo así
fabricado tiene sus propias leyes de funcionamiento:
1. Composición y descomposición:
división del todo en partes que, desagregadas de la totalidad, se recomponen
y se combinan en nuevas totalidades que se consolidan por la existencia
de etiquetas. Un sujeto es descompuesto en subclases (bioquímica, estilos de
vida, conductas, afectos, cognición,..) que luego son combinadas y organizan un
nuevo mundo donde aparecen leyes que definen un toxicómano por el ajuste del
sujeto singular a esa nueva clase y sus requisitos formales establecidos.
2. Ponderación: entre esos
requisitos hay una gradación del énfasis a partir de puntuaciones (temporales,
performances) que definen una escala jerárquica y ordenan los sujetos
(versiones) en una misma escala continua (unidades o dosis tomadas, meses del
duelo,...).
3. Ordenación:
un dato de esa jerarquización es la secuenciación de los procesos que ordena el
elemento en la clase (del consumo de cannabis a otros consumos, secuencia de
orden en el diagnostico TDAH,...).
4. Supresión: la
génesis de una clase que estructura un mundo implica la eliminación de aquellas
subespecies que no se ajusta a la arquitectura del mundo que construimos: datos
que se presentan como co-morbilidad o perturbación residual11.
5. Deformación:
otro mecanismo, ligado al anterior es la corrección o distorsión de los datos
mediante procedimientos estadísticos para mantener la curva de resultados que
mejor se ajuste a los datos de la clase (reducción de los datos extremos para
ajustarse a la curva de Gauss).
6. Un último
mecanismo, que si bien no crea una clase la modela, es el recurso a la
metonimia donde se toma una parte (incesto) por el todo (abuso sexual)
ampliando la clase.
Estos mundos,
así creados, fuera de su representación son mundos perdidos por carecer de
referente real y su realidad es en gran medida una cuestión de hábitos. La
creación de un mundo supone siempre una versión anterior que se rehace. Se
trata en suma del discurso del amo operando en base a los S1 que comandan
el mundo, velando tanto la $ como el plus-de-goce. “Lo que un sistema
categorial necesita no es tanto que se nos diga que es verdad, sino que se nos
muestre más bien qué es lo que puede llegar a hacer [ajuste a la organización y
la práctica]. Por decirlo toscamente, lo que en tales casos se necesita son
menos discusiones y mejores vendedores”12.
En el DSM
vemos como se trata de lograr constantes a partir de convertir en
paradigma la repetición de las variables. A falta de una pregunta por la
causa, y las hipótesis, la construcción de una clase se hace siempre a
partir de una práctica lingüística, del modo en que nos hablamos unos a otros,
su garantía no es otra que esta pragmática de la conversación ya que si fueran
especies naturales sobraría la conversación y los coloquios. “Nos hallamos
confinados a las formas de descripción que empleamos cunado nos referimos a
aquello que describimos, y podríamos decir que nuestro universo consiste en
mayor grado en esas formas de descripción que en un único mundo o en varios
mundos”13.
Dicho de otro
modo, es imposible pensar lo real en términos de exclusión simple –respecto a
lo simbólico - sino que hay que pensarlo como una exclusión interna: hay
un real en lo simbólico y un simbólico en lo real: querer decir es querer
gozar. Es esa posición de éxtimo de lo real lo que permite la posibilidad de
una experiencia de lo real en la cura analítica14.
Claro está que
esta conversación-que propone el discurso científico- no se orienta hacia lo
real, sino que es muda y enjaulada en su “máscara de hierro” no ofrece
dialéctica posible15. El síntoma queda mudo, velado por la
conversación que produce etiquetas de trastornos y que muestra que se trata de
una operación –diagnóstico automático- donde el juicio queda anulado. En ese
sentido vemos su homología con el no pensar presente en la operación del
consumo.
¿Dónde
encontrar, entonces, un cierto fundamento de solidez a estos mundos cambiantes?
Para Goodman y Hacking la realidad de un mundo es en general una cuestión de
hábitos y de allí que las categorías cuyos predicados están más atrincherados
(entrechment) tienen más tendencia a ser consideradas válidas que aquellas
fruto de la investigación o la invención. Goodman habla de “la garra de la
costumbre” como aquello que da fundamento a los hechos
Estas formulas
de creación de semblantes no son, pues, sino la versión contemporánea de los
ritos sociales que reduce el lazo social a ese rito de la ceremonia del
etiquetado donde se trata de velar que cada cosa tenga una etiqueta, la
correcta16. Frente a esa política nos cabe otra respuesta:
tomar en serie las invenciones del sujeto.
El DSM es un
buen ejemplo de esta producción de mundos ya que implica que el individuo se
vuelva un ejemplar de una clase. Si, por el contrario, privilegiamos el
detalle, el caso por caso, lo no generalizable, es porque ya no creemos en las
clases. Sabemos que son artificiosas, relativas, semblantes que no se
fundamentan, por tanto, ni en la naturaleza ni en la estructura, ni en lo real.
No tienen otro recurso que la estadística a partir de la cual la normalidad
estaría conformada por los rasgos que son comunes a una mayoría. Miller señala17 que
nuestras clases producen efectos de verdad pero el fundamento no es lo real. La
verdad no es otra cosa que un efecto, que siempre es de un lugar, un tiempo y
un proyecto particular.
Ante este
imperativo de la clasificación, lo inclasificable no puede tener lugar y se
inventan “parches” (Trastornos de Conducta, Trastornos de Personalidad) para
reunir a aquello que no entre en las clasificaciones, trastornos que “resisten
a las clasificaciones”. El individuo queda a merced de esta operación -artificial- pero siempre deja una laguna en tanto nunca es un ejemplar
perfecto. Se trata de cómo no aplastarlo y para ello hay que soportar el
fuera-de-sentido, lo no evidente, desprenderse –como decía Lacan pensando en
todos los pacientes que había visto pasar por su diván en 40 años de escucha-
de ese hombre promedio que no existe (“¿quién sería: el conserje, De Gaulle, yo
mismo?”), para poder acoger el detalle singular de cada sujeto, lo
inclasificable que resiste a ser silenciado por la evaluación.
En realidad solo
hay excepciones a la regla. El sujeto se da su propia ley en su síntoma, en su
invención particular para suplir la falta de relación sexual. Lo patológico
mismo ha devenido una norma y el DSM, irónicamente, es la colección de esas
excepciones que harían la norma. No hay normalidad por fuera de lo patológico
borrando así la ilusión del DSM que pretendería hacerla controlable, evaluable,
encuadrada.
La reunión, en
la misma clase, de los toxicómanos oculta, además posiciones singulares frente
al objeto: desde el quiero más maníaco (psicoestimulantes) versus la abulia y
el nada tiene sentido melancólico (tranquilizantes).
El padre que
nombra: el sinthome
La apuesta de
Lacan contempla la transferencia (que supone el deseo del analista), como
resorte de la operación analítica, como aquello que permite al sujeto dirigirse
al Otro para localizar allí lo que no tiene nombre. Designar, así, por su
nombre lo que la religión anuda en el nombre del padre: el ser (I), la letra
(R) y el Otro (S). Para ello el analista, a modo de padre no equivocado por la
metáfora paterna, funciona como lo que permite localizar la angustia para
atravesarla y saber aquello que la angustia no sabe. El recorrido de un análisis
no es otra cosa que una experiencia de lo real, de un recorrido por esas
huellas indelebles que cifraron lo imposible dando forma a la invención de cada
uno.
El psicoanálisis
coincide con el nominalismo en la refutación del universal pero su
solución es distinta ya que en esa negatividad plantea una formula diferente de
la categorización de lo particular (clases) al situar el sinthome como
invención singular. Su práctica desorganiza todos los saberes que toman como
pretexto los imperativos taxonómicos y se convierten en cómplices de los actos
de segregación, como es el caso de las clasificaciones derivadas de la idea
misma de desarrollo donde la norma funciona como S1 y la medida puede
escribirse como el saber deducido: S2. La operación diagnóstica del psicoanálisis
apunta a la singularidad pero no supone la abolición de las clases, sino su uso
a partir de la diferencia.
La última
clínica lacaniana no borra las estructuras ni los límites entre ellas
estableciendo una continuidad, pero la inclusión de un sujeto en una clase
(neurosis) supone localizar su solución singular que descompleta la clase
ampliándola. En ese sentido cada uno conserva algo de inclasificable y no sirve
el a priori de la experiencia (protocolo) para definirlo. Cada caso para
nosotros es un suplemento de la clase ya que se rige por una lógica del no-todo
clasificable.
Frente al
nominalismo contemporáneo donde se trata de sujetos que son “nombrados para”
sofocar la angustia sin su implicación, el psicoanálisis propone otra operación
por la cual lo simbólico pueda tocar lo real, por medio de la palabra y de esa
manera cernir algo de ese modo de goce singular: allí donde ello habla, ello
goza. El síntoma es lo único que conserva un sentido en lo real.
La pluralización
del NP nos lleva, en último análisis, a relacionarlo con la ley particular que
cada sujeto encuentra en su síntoma en tanto que éste anuda el gozar con el
sentido. De ello se deduce que el NP constituye no una ley simbólica universal
(semblante de la universalidad y completud del Otro), sino una invención propia
de cada cual (de allí la diversidad de suplencias).
Notes
[1] Jacques Lacan (1988) “Conferencia de Ginebra” en Intervenciones y textos 2, Manantial, BBAA, pp.125-126.
[2] P.Brown. (1993) El cuerpo
y la sociedad (los cristianos y la renuncia sexual. Muchnick, El Aleph
Editores.
[3] J.Lacan (2009). De un
discurso que no sería semblante. Paidós, BBAA.
[4] Enric Berenguer (2010) “El goce
evaluado”, pendiente de publicación en Nodvs.
[5] Por cierto, muy diferente
según se tome uno u otro manual ya que con los mismos indicadores, la tasa de
prevalencia en el caso del DSM IV es 10 veces mayor que con el manual europeo
CIE-10.
[6] François Leguil (2006) “Los niños
contumaces” en Freudiana nº 31, pp. 69-84, ELP-CdC, Barcelona.
[7] El ejemplo más claro son
los cuestionarios actuales, como el de CONNERS para niños, padres o profesores,
que permiten diagnosticar el TDAH sin hablar con el sujeto y por tanto
excluyendo cualquier subjetividad acerca de la conducta.
[8] Nelson Goodman (1990) Maneras de hacer mundo. Madrid, Visor, col. La Balsa de
la Medusa.
[9] Ian Hacking (2001)¿La
construcción social de qué? Paidós, Madrid.
[10] Ibíd., pg. 34.
[11] Thomas Brown, en
Comorbilidades del TDAH, cuenta que en un estudio Multimodal sobre niños con encontró
que el 70% de 579 niños de 7-9 años a los que se había realizado un diagnóstico
cuidadoso de TDAH cumplía por completo los criterios diagnósticos de uno o más
trastornos psiquiátricos adicionales: “Con frecuencia el TDAH se acompaña
de trastorno del aprendizaje, trastorno de ansiedad, trastornos del estado
de ánimo, trastorno obsesivo-compulsivo y/u otro trastorno psiquiátrico
desde una edad muy temprana. Los casos de TDAH no complicados por un trastorno
adicional del aprendizaje o psiquiátrico son relativamente poco frecuentes en
la infancia y en los años posteriores de la adolescencia y la edad adulta”.
[12] Nelson Goodman (1990), p. 175.
[13] Ibíd., p.19.
[14] Jacques Alain Miller
(2004) La experiencia de lo real en la cura analítica. Paidós, BBAA.
[15] Bernard Lecoeur, “Masques du semblant” en Papers nº 4, Octobre
2009. Association Mondiale de Psychanalyse . Consultable online en: www.congresoamp.com/es/textos/papers/papers_04_es.pdf.
[16] Eric Laurent "El
reverso del síntoma histérico" en Freudiana nº 29, pp. 51-60, ELP-CdC, Barcelona.
[17] Jacques Alain Miller (2010). “El ruiseñor de Lacan” en
Conferencias porteñas, Tomo 3. Buenos Aires:Paidós.
* Trabajo de investigación presentado en el Grupo de Investigación 'Toxicomanías y alcoholismo' el 15 de diciembre de 2010. Publicado en Publicado en NODVS XXXIII, març de 2011
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