Es
un fenómeno conocido que al neurótico le repele la política. Muchas
veces, en los grupos analíticos, reina una ideología que ensalza la
clínica como lo noble y lo auténtico del psicoanálisis condenando la
política como algo espurio. En nombre de esta idea suele desconectarse
la clínica de la política, situándola como asiento de poder de las
instituciones psicoanalíticas. Pero esta ideología resulta de orientarse
en el discurso del Amo y no en el discurso del analista. Lo cierto es
que el psicoanálisis nos propone una política de la civilización, una
política que se asienta, en primer lugar, en el diagnóstico que Freud
hizo de la existencia de un malestar en la civilización que, luego, a
raíz de los acontecimientos de mayo del 68, Lacan logrará descifrar
declarando que el psicoanálisis se inscribe como el reverso del discurso
del Amo. Es en esta perspectiva que debemos situar el paso dado por
Miller al invitar a los analistas a proseguir la tarea de Freud y Lacan y
a tomar su lugar en el debate ciudadano. En efecto, los psicoanalistas
tienen mucho que decir tanto sobre los discursos políticos como sobre
las personas políticas, aunque no es tarea fácil porque no se trata de
que los analistas creen un partido político. La Red Zadig es una red
internacional que no tiene miembros y no se organiza como un partido.
Tras
la constitución de la Red Zadig y de Rel i Llamp, en España, las
primeras reuniones estuvieron dedicadas a la lectura de Simone Weil.
Aprendimos que para ella la invención de un partido político era algo
diabólico porque la gente renunciaba a su libertad de pensamiento.
Simone Weil quería en política gente fiel a su propia luz interior. Es
una noción complicada, no muy clara. De su lectura pudimos extraer un
principio: actuar en política, confiar en la autonomía del propio
pensamiento, es tan necesario como rebajar el nivel de las
identificaciones y conseguir que cada cual se remita a su propia
opinión. Dicho de otra manera, evitar masificar las reacciones y no
encantarse con la referencia a un jefe o a un partido. Al contrario, se
trata de hacer algo múltiple, articulado y discutido. En este contexto,
un principio fundamental es la tolerancia a la palabra del otro, a la
libertad de expresión. Existe en el psicoanálisis una verdadera libertad
que nos enseña que hay tiempo para hablar y que cuando no hay tiempo
para hablar es la guerra. El psicoanálisis no se ocupa de la guerra.
Esta es siempre una confrontación de la política que promueven las
identificaciones. El psicoanálisis pacta hablar, pero no pacta nada más
que eso.
La
política está ligada al discurso del Amo, adquirió sus cartas de
nobleza en el apogeo del Amo de la Antigüedad griega. Platón y
Aristóteles fueron los primeros en concebir la política en relación con
la ética. La política es el modo de hacer funcionar lo real en un
discurso mientras que, en la clínica, lo real surge como lo que no puede
funcionar en el discurso. Por tanto, si la política pone en función lo
real en el discurso, la clínica prueba que lo real del discurso es su
imposibilidad. El discurso del Amo es el reverso del discurso del
analista, pero el analista no es contestatario porque no se contenta con
denunciar el discurso del poder. Denunciar el poder es lo que hace el
neurótico. En esta perspectiva, entrar en el debate ciudadano sin caer
en los tópicos de las confrontaciones entre los políticos profesionales
es imprescindible para no entrar en el juego del discurso del Amo. ¿Cómo
hacerlo de la buena manera?
No
hay que olvidar que la Escuela misma usa en sus reglamentos una
terminología que emana de los principios políticos de la separación de
poderes. En este sentido, el funcionamiento administrativo y el reparto
de responsabilidades por el que se rige una Escuela de psicoanálisis
puede ponerse al servicio de la buena articulación de la Escuela y la
Red Zadig (...).
Finalmente,
sin entrar a fondo en la actualidad de la actual crisis del Estado
español, vemos que resulta urgente reconocer el retroceso que sufre ese
espíritu de las leyes al forzar el marco jurídico de las garantías
ciudadanas en los últimos años. Si bien no podemos dar nuestro acuerdo a
la prédica y a los tópicos usados por los partidos políticos de marcado
carácter nacionalista quienes, por abuso de términos, hablan de un
"Estado de excepción", tampoco podemos callar ante la creciente
aplicación de formas de excepcionalidad a procedimientos que rigen la
vida ordinaria que ya tienen su lugar en el ordenamiento jurídico
vigente. Creo que es urgente hacer que las garantías que salvaguardan el
ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos sean
defendidas por los psicoanalistas, cuya actividad depende estrictamente
de la libertad de expresión. Se está haciendo más claro y evidente que
el verdadero debate no es otro que la defensa de la democracia.
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