5 de janeiro de 2007

Una tendencia a interrogar en el mundo analítico contemporáneo



Una tendencia a interrogar en el mundo analítico contemporáneo Juan Fernando Pérez

Que el nuevo año sea para muchos la ocasión de definir cuáles serán sus mejores intenciones inmediatas, puede ser también un momento para reconocer la diferencia entre el lugar del analista y el lugar de aquellos que se rigen por los buenos propósitos. Para el analista el nuevo año quizás puede ser un momento que permita, por ejemplo, reconocer lo que sucede en su ámbito. Eric Laurent, en las recientes Jornadas de la EOL, interrogó con lucidez un fenómeno que se propaga hoy en el mundo de los analistas y el cual, por lo demás, no es nuevo allí: ante la recuperación cínica del objeto a, crece la tendencia a transformar el psicoanálisis en un discurso moralizante, confundiendo así la crítica con la nostalgia y con la defensa de ciertos ideales comunes.
Es evidente que en la época del Otro que no existe hay analistas, aun en la orientación lacaniana, que hacen de la moralización de las conductas, finalmente, el sentido de su examen de la contemporaneidad, y que inclusive llegan a definir, por ejemplo, todo jolgorio juvenil como un signo de mera decadencia.
Bajo la impronta de Laurent las Jornadas de la EOL produjeron oportunas precisiones que, a mi juicio, iluminan no pocas cosas. Así, se destacó cómo frente a la época el analista no se halla ubicado contra el goce, ni contra la fiesta, ni contra algunas otras formas del disfrute. Lo está contra la identificación del sujeto con el objeto de desecho al que le conducen las formas contemporáneas de recuperación del objeto a. Es esa identificación lo que suscita aquello que Fabián Naparstek llamó “la fiesta interminable”, ante la cual el analista lacaniano hablaría mejor de “fiesta inolvidable”, según la oportuna expresión propuesta por Adrián Scheinkestel.
La oposición entre la fiesta inolvidable y la fiesta interminable muestra bien hasta qué punto el psicoanálisis reconoce la conexión entre el goce y el deseo y cómo la moralización de las costumbres no está en el horizonte de su discurso, y por tanto tampoco de su ética.

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