Mères Douloureuses es una obra(1) que habla de
verdad, sin rodeos. La fineza del análisis se despliega en un estilo a la vez
poético e incisivo, feliz maridaje para testimoniar de aquello de lo que se
trata.
Un estilo
Tres mujeres -¿habría que decir tres madres?- que sufren de su hijo, apasionadamente, y un testimonio de esos encuentros, el de un analista. El autor ha elegido escribir, no tres casos clínicos, sino tres historias singulares, una retranscripción de “elementos relevantes, de nudos donde se cruzan los hilos de un destino”, donde “se descubre après coup que los azares y los encuentros aparecen como necesidades”. Tres lógicas pues, extirpadas de su escucha paciente y atenta, reconstruidas por su trabajo y que tiran del hilo del sufrimiento de ser madre, sufrimiento que viene a sumarse al dolor de existir y a revelar para cada una su parte de imposible, su impasse: el amor, el padre, el sexo.
Estos testimonios nos son librados con la discreción y el pudor que se imponen: “Apenas algunos esbozos”, anuncia el autor. “Permanecen entonces sus vías bajas, sus vías desnudas”, en suma “esta poesía que hace el analizante sin saberlo” porque encuentra una necesidad, la de “forzar la lengua cuando las palabras se sustraen” -es su definición de la poesía.
Apuesta osada la de dirigirse a lectores no especialistas habiendo elegido casos complejos. Más que para otros sujetos, lo que constituye el dolor de esas mujeres es la única solución que ellas han encontrado para tratar los accidentes de su historia, el impasse de su existencia.
Se percibe entonces el peligroso ejercicio que consiste en sostener la invención de una solución permitiendo a cada una calmar un poco este sufrimiento, liberarse un poco del sacrificio, de la tentación del suicidio, del estrago.
Contrariar la “máquina de descerebrar”
El estilo incisivo sirve admirablemente a su causa: denunciar la tendencia actual que el autor nombra como “la máquina de descerebrar”. Algunas voces de psicoanalistas se elevan y “forman parte de esos granos de arena que obstruyen” la máquina. No apuntando “a la anestesia y al olvido, al recubrimiento y al enterramiento de lo íntimo”, el psicoanálisis no es la vía más fácil, pero sin embargo es “la manera más auténtica de devenir lo que se es”.
Con una dimensión política y ética, el autor está animado de la voluntad de denunciar los espejismos y las falsas evidencias del discurso ambiente, pero también de responder a ello. Desmonta así esta idea rebajando la culpabilización de las madres para demostrar la operiacionalidad del psicoanálisis, precisamente en el sentido en que hay una operación real que se efectúa sobre el goce y un efecto sobre el sujeto. Así mismo, esta cantinela de la “depresión elevada al rango de causa nacional, de plaga social y colectiva” que hay que tratar rápidamente, denota “un ideal haciéndose la coartada de la sordera más total”. A la “pereza intelectual”, él prefiere avanzar la cuestión ante la cual se trata de no dimitir: ¿de dónde viene el dolor moral que me atormenta y me abruma?
Y es que esta pasión de la ignorancia, demasiado extendida, tiene por corolario el etiquetamiento, aquel que puede “fijar el destino” de un sujeto por su “predicción alienante”. Pues sí, las palabras tienen un peso, a menudo muy pesado.
A esto, Philippe De Georges responde por la singularidad, lo inesperado, y sobre todo l’offre de chair que hace un analista, ese “partenaire de voluntad de resistencia”, a fin de sostener, -y nada es más difícil, avanza- que “todo no está escrito”. Ahí se aloja, sin duda, la posibilidad de la libertad sobre la cual se concluye esta obra.
Tres madres, tres lógicas singulares
Madame Bauer, madame Blanc y madame Daudet tienen en común un estatuto de madre dolorosa que les arrasa, particularmente en el lugar de su dificultad de ser mujer. Se encuentran en impasse, cada una viene a tratar lo que se ha constituido como cuestión, síntoma, hasta el punto en que eso bastó para ellas, y sobre todo hasta donde fue posible para cada una. Se trata de clínica, de desplegamiento singular de la lógica propia a cada cura, o a cada fragmento de cura, donde “el concepto es esclarecido por el ejemplo”(2). Así, cada una de esas madres dolorosas es designada con una perífrasis, efecto de poesía, que cierne aún más la diferencia de cada una, porque la Mater Dolorosa no es un concepto.
“La mendiga y el grano de trigo” es madame Bauer, cuyo relato se inaugura mediante una pregunta: “¿Para qué sirve el odio?” Pregunta -escribe el autor- que habría podido convenir perfectamente como título a este relato. Mal amada, rebajada, escarnecida, humillada, madame Bauer ilustra el estrago de una mujer sometiéndose completamente a la ley del deseo del otro. Muy tempranamente ella le ofreció su cuerpo en sacrificio, un sacrificio erigido al rango de ideal. Es el odio devorante y contenido lo que la sostiene, lo que constituye el motor de su vida, su relación al mundo, su solución.
Madame Bauer, en quien ha operado “un vuelco”, logrará sin embargo acoger un hijo, su “milagro secreto”, “su pequeña pepita de oro”, no sin una cierta fragilidad…
“La novia del faraón” es madame Blanc. Angustia, culpabilidad, soledad e imposibilidad de amar llevan a esta mujer al análisis. El azar de un accidente, “oportunidad decisiva”, la extraerá del incesto. La amenaza del padre conminando a la hija a callarse, así como el silencio y la retirada materna, van de la mano con el “grito ahogado, la llamada imposible” de madame Blanc. Su propia palabra, especialmente en el análisis, se encuentra alterada, es dolorosa, demasiado difícil, demasiado costosa, demasiado arriesgada. Sin embargo, deberá “hablar para vivir”. Es a su hermano, su doble, aquel que era entonces todo para ella, al que va a aferrarse muy pronto. Y es sobre ese modelo como se anuncia la relación con su propio hijo.
Lo destacable en este caso es la manera en la que el analista localiza y respeta la única modalidad posible de su ser-madre y de su amor maternal: en efecto, ella se orienta en el mundo a partir de una teoría singular y original que inventa una “fraternidad horizontal -de hijos sin padre- y que se funda en principios humanitarios”. Porque reconocer el padre, sería reconocer al suyo.
“Lilith y la Gioconda” es madame Daudet, Madre Dolorosa versión siglo XXI, figura del estrago entre madre e hija alimentado por la culpabilidad y la angustia de una y la reivindicación de la otra, y donde “el niño triunfa sobre el amante”. ¿A qué precio? Toxicomanía, comas severos, prostitución y seropositividad: el cuerpo parece consumirse por el odio. Este relato demuestra magistralmente los impasses del sexo y los estragos del amor, o cómo “el odio sigue al amor como su sombra”(3) cuando un ser es todo para otro, o más bien cuando se forma “un ser a dos”. Demuestra la tenacidad del síntoma anudado al cuerpo donde la separación es sinónimo de abolición.
El autor aborda la cuestión ética que conviene formular en este caso: “¿Hay que invitar a hablar a alguien que no tiene nada para decir en su propio nombre?” Pues para madame Daudet, hablar de ella, es hablar de su hija.
Si un lapsus, surgido en la cura y de la cura, le abre la vía hacia su deseo de mujer, hacia su propia pregunta, ¿podrá explorarlo sin su hija en tanto que goza por procuración, por Marina interpuesta? Será una “libertad condicional” la que encontrará a la salida de este trabajo, calificado no de conclusión sino de “apertura”, volviendo posible un “goce del instante y de las cosas insignificantes”.
Arrebatar al destino su necesidad
La maternidad no es el reino de la paz y la armonía. He aquí ya lo que es útil de recordar gracias a esta obra en estos tiempos donde se promete la felicidad a toda costa.
Ninguna generalización posible, ¡ni tan siquiera de prevención o aún de predicción! En los animales humanos no hay “vínculo causal lineal sino más bien una ruptura entre la causa y el efecto”. Y es que “las tragedias -escribe tan claramente Philippe De Georges- están hechas de la banalidad de la existencia”.
Este escrito es la prueba de que no se trata ni de hacerse el juez de la historia, ni de culpabilizar a las madres, sino de analizar, de leer y de reconstruir lo que cada uno, cada una, habrá sido para sus otros, a fin, en el mejor de los casos, de extraer las consecuencias de su historia y reconocer en ella su parte de responsabilidad.
El psicoanálisis es la única vía que puede conducir a la lógica del síntoma ahí donde las contingencias de la historia se han inscrito en marcas indelebles, porque solo la palabra puede arrebatar a lo que hace destino su necesidad, cuando la venida al mundo de un sujeto no se presenta bajo los mejores auspicios, y cuando el padre deserta un poco demasiado de la escena.
Notas:
Un estilo
Tres mujeres -¿habría que decir tres madres?- que sufren de su hijo, apasionadamente, y un testimonio de esos encuentros, el de un analista. El autor ha elegido escribir, no tres casos clínicos, sino tres historias singulares, una retranscripción de “elementos relevantes, de nudos donde se cruzan los hilos de un destino”, donde “se descubre après coup que los azares y los encuentros aparecen como necesidades”. Tres lógicas pues, extirpadas de su escucha paciente y atenta, reconstruidas por su trabajo y que tiran del hilo del sufrimiento de ser madre, sufrimiento que viene a sumarse al dolor de existir y a revelar para cada una su parte de imposible, su impasse: el amor, el padre, el sexo.
Estos testimonios nos son librados con la discreción y el pudor que se imponen: “Apenas algunos esbozos”, anuncia el autor. “Permanecen entonces sus vías bajas, sus vías desnudas”, en suma “esta poesía que hace el analizante sin saberlo” porque encuentra una necesidad, la de “forzar la lengua cuando las palabras se sustraen” -es su definición de la poesía.
Apuesta osada la de dirigirse a lectores no especialistas habiendo elegido casos complejos. Más que para otros sujetos, lo que constituye el dolor de esas mujeres es la única solución que ellas han encontrado para tratar los accidentes de su historia, el impasse de su existencia.
Se percibe entonces el peligroso ejercicio que consiste en sostener la invención de una solución permitiendo a cada una calmar un poco este sufrimiento, liberarse un poco del sacrificio, de la tentación del suicidio, del estrago.
Contrariar la “máquina de descerebrar”
El estilo incisivo sirve admirablemente a su causa: denunciar la tendencia actual que el autor nombra como “la máquina de descerebrar”. Algunas voces de psicoanalistas se elevan y “forman parte de esos granos de arena que obstruyen” la máquina. No apuntando “a la anestesia y al olvido, al recubrimiento y al enterramiento de lo íntimo”, el psicoanálisis no es la vía más fácil, pero sin embargo es “la manera más auténtica de devenir lo que se es”.
Con una dimensión política y ética, el autor está animado de la voluntad de denunciar los espejismos y las falsas evidencias del discurso ambiente, pero también de responder a ello. Desmonta así esta idea rebajando la culpabilización de las madres para demostrar la operiacionalidad del psicoanálisis, precisamente en el sentido en que hay una operación real que se efectúa sobre el goce y un efecto sobre el sujeto. Así mismo, esta cantinela de la “depresión elevada al rango de causa nacional, de plaga social y colectiva” que hay que tratar rápidamente, denota “un ideal haciéndose la coartada de la sordera más total”. A la “pereza intelectual”, él prefiere avanzar la cuestión ante la cual se trata de no dimitir: ¿de dónde viene el dolor moral que me atormenta y me abruma?
Y es que esta pasión de la ignorancia, demasiado extendida, tiene por corolario el etiquetamiento, aquel que puede “fijar el destino” de un sujeto por su “predicción alienante”. Pues sí, las palabras tienen un peso, a menudo muy pesado.
A esto, Philippe De Georges responde por la singularidad, lo inesperado, y sobre todo l’offre de chair que hace un analista, ese “partenaire de voluntad de resistencia”, a fin de sostener, -y nada es más difícil, avanza- que “todo no está escrito”. Ahí se aloja, sin duda, la posibilidad de la libertad sobre la cual se concluye esta obra.
Tres madres, tres lógicas singulares
Madame Bauer, madame Blanc y madame Daudet tienen en común un estatuto de madre dolorosa que les arrasa, particularmente en el lugar de su dificultad de ser mujer. Se encuentran en impasse, cada una viene a tratar lo que se ha constituido como cuestión, síntoma, hasta el punto en que eso bastó para ellas, y sobre todo hasta donde fue posible para cada una. Se trata de clínica, de desplegamiento singular de la lógica propia a cada cura, o a cada fragmento de cura, donde “el concepto es esclarecido por el ejemplo”(2). Así, cada una de esas madres dolorosas es designada con una perífrasis, efecto de poesía, que cierne aún más la diferencia de cada una, porque la Mater Dolorosa no es un concepto.
“La mendiga y el grano de trigo” es madame Bauer, cuyo relato se inaugura mediante una pregunta: “¿Para qué sirve el odio?” Pregunta -escribe el autor- que habría podido convenir perfectamente como título a este relato. Mal amada, rebajada, escarnecida, humillada, madame Bauer ilustra el estrago de una mujer sometiéndose completamente a la ley del deseo del otro. Muy tempranamente ella le ofreció su cuerpo en sacrificio, un sacrificio erigido al rango de ideal. Es el odio devorante y contenido lo que la sostiene, lo que constituye el motor de su vida, su relación al mundo, su solución.
Madame Bauer, en quien ha operado “un vuelco”, logrará sin embargo acoger un hijo, su “milagro secreto”, “su pequeña pepita de oro”, no sin una cierta fragilidad…
“La novia del faraón” es madame Blanc. Angustia, culpabilidad, soledad e imposibilidad de amar llevan a esta mujer al análisis. El azar de un accidente, “oportunidad decisiva”, la extraerá del incesto. La amenaza del padre conminando a la hija a callarse, así como el silencio y la retirada materna, van de la mano con el “grito ahogado, la llamada imposible” de madame Blanc. Su propia palabra, especialmente en el análisis, se encuentra alterada, es dolorosa, demasiado difícil, demasiado costosa, demasiado arriesgada. Sin embargo, deberá “hablar para vivir”. Es a su hermano, su doble, aquel que era entonces todo para ella, al que va a aferrarse muy pronto. Y es sobre ese modelo como se anuncia la relación con su propio hijo.
Lo destacable en este caso es la manera en la que el analista localiza y respeta la única modalidad posible de su ser-madre y de su amor maternal: en efecto, ella se orienta en el mundo a partir de una teoría singular y original que inventa una “fraternidad horizontal -de hijos sin padre- y que se funda en principios humanitarios”. Porque reconocer el padre, sería reconocer al suyo.
“Lilith y la Gioconda” es madame Daudet, Madre Dolorosa versión siglo XXI, figura del estrago entre madre e hija alimentado por la culpabilidad y la angustia de una y la reivindicación de la otra, y donde “el niño triunfa sobre el amante”. ¿A qué precio? Toxicomanía, comas severos, prostitución y seropositividad: el cuerpo parece consumirse por el odio. Este relato demuestra magistralmente los impasses del sexo y los estragos del amor, o cómo “el odio sigue al amor como su sombra”(3) cuando un ser es todo para otro, o más bien cuando se forma “un ser a dos”. Demuestra la tenacidad del síntoma anudado al cuerpo donde la separación es sinónimo de abolición.
El autor aborda la cuestión ética que conviene formular en este caso: “¿Hay que invitar a hablar a alguien que no tiene nada para decir en su propio nombre?” Pues para madame Daudet, hablar de ella, es hablar de su hija.
Si un lapsus, surgido en la cura y de la cura, le abre la vía hacia su deseo de mujer, hacia su propia pregunta, ¿podrá explorarlo sin su hija en tanto que goza por procuración, por Marina interpuesta? Será una “libertad condicional” la que encontrará a la salida de este trabajo, calificado no de conclusión sino de “apertura”, volviendo posible un “goce del instante y de las cosas insignificantes”.
Arrebatar al destino su necesidad
La maternidad no es el reino de la paz y la armonía. He aquí ya lo que es útil de recordar gracias a esta obra en estos tiempos donde se promete la felicidad a toda costa.
Ninguna generalización posible, ¡ni tan siquiera de prevención o aún de predicción! En los animales humanos no hay “vínculo causal lineal sino más bien una ruptura entre la causa y el efecto”. Y es que “las tragedias -escribe tan claramente Philippe De Georges- están hechas de la banalidad de la existencia”.
Este escrito es la prueba de que no se trata ni de hacerse el juez de la historia, ni de culpabilizar a las madres, sino de analizar, de leer y de reconstruir lo que cada uno, cada una, habrá sido para sus otros, a fin, en el mejor de los casos, de extraer las consecuencias de su historia y reconocer en ella su parte de responsabilidad.
El psicoanálisis es la única vía que puede conducir a la lógica del síntoma ahí donde las contingencias de la historia se han inscrito en marcas indelebles, porque solo la palabra puede arrebatar a lo que hace destino su necesidad, cuando la venida al mundo de un sujeto no se presenta bajo los mejores auspicios, y cuando el padre deserta un poco demasiado de la escena.
Notas:
1-. De Georges Ph., Mères
douloureuses. L’enfant cristallise leurs
tourments, Paris, Navarin/Le Champ freudien, 2014. El autor ha recibido por
este libro el Premio Edipo de los libreros y lectores en 2015. Disponible en
ecf-echoppe.com.
2-. Entrevista de Philippe De Georges por Françoise Petitot (prix Œdipe,oedipe.org) http://www.dailymotion.com/video/x2k02w6_interview-de-philippe-de-georges-par-francoise-petitot-pour-son-livre- meres-douloureuses-l-enfant-cr_school
3-. Lacan J., « Deuxième conférence à la faculté universitaire de Saint Louis », Bruxelles, 1960.
Traducción: Gracia Viscasillas
2-. Entrevista de Philippe De Georges por Françoise Petitot (prix Œdipe,oedipe.org) http://www.dailymotion.com/video/x2k02w6_interview-de-philippe-de-georges-par-francoise-petitot-pour-son-livre- meres-douloureuses-l-enfant-cr_school
3-. Lacan J., « Deuxième conférence à la faculté universitaire de Saint Louis », Bruxelles, 1960.
Traducción: Gracia Viscasillas
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