José
R. Ubieto analiza
en el libro “Bullying.
Una falsa salida para los adolescentes” (NED Ediciones) la
complejidad de un hecho tan dramático como es el acoso escolar. Lo hace desde su experiencia clínica y la de
un grupo multidisciplinar de profesionales. Este psicoanalista apunta a cuatro
posibles causas: el eclipse de la autoridad del padre y el maestro, la
importancia de la mirada y la imagen, la desorientación adolescente respecto a
su identidad sexual y un sentimiento de desamparo ante lo que los adultos
quieren de él en la vida.
Susana Quadrado:
El bullying es una manifestación de crueldad entre adolescentes. Pero, según
usted, también es un síntoma. ¿De qué?
José
R. Ubieto: De la
dificultad de hacer el tránsito hacia la juventud. Debe hacerse adulto y asumir
su condición sexual. Los adolescentes olvidan sus juguetes infantiles para vérselas
con una nueva pareja: su cuerpo sexualizado. Habitar ese cuerpo les produce
extrañeza y les inquieta. La primera respuesta es manipularlo para hacerlo
suyo: se visten, se disfrazan, se tatúan, se peinan, se agitan –con tóxicos y
sin– se musculan, experimentan el sexo, se adelgazan...
Pero
eso no tiene por qué convertirse en un problema.
No tiene por qué convertirse en un
problema, cierto. Todo depende de lo que pasó antes, en la infancia, de la
posición que toman sus padres y docentes para acompañarles y por supuesto del
tiempo que cada chaval necesita para concluir ese tránsito hacia la vida
adulta.
Si
un hijo te dice, ‘papá, no me ralles’, ¿qué respondes?
Los padres no deben dejar de dar su opinión
aunque al hijo no le guste. Le sirve de guía, aunque sea para saltársela. Estar
al lado es saber algo de lo que les pasa, no sólo de lo que esperamos de ellos,
también de lo que ellos esperan de sí mismos y a veces no alcanzan y les duele.
Es importante además que les hablemos de nuestros fracasos. Cada padre o madre
tiene que inventar sus propias respuestas para ganarse la autoridad sobre su
hijo.
¿Cuándo
aparece la tentación del bullying?
Cuando el adolescente no ve otra salida.
Es una falsa salida. Manipular el cuerpo del otro le permite poner el suyo a
resguardo.
¿Manipular
el cuerpo?
Sí, con el ninguneo, la segregación, los
golpes, las injurias...
Usted
vincula el acoso con la desorientación del adolescente respecto a su identidad
sexual.
Mientras construye esa identidad –hombre,
mujer e incluso un sujeto no identificado a ningún sexo– puede surgir el miedo
a no dar la talla, a no estar a la altura del ideal. La angustia que se genera
puede empujar al acoso.
¿A
qué edad surge el bullying?
Los primeros signos aparecen en 5º y 6º
de primaria: pequeños golpes, motes, marginaciones del grupo, gestos de
desprecio. Luego, en 1º y 2º de ESO el acoso adquiere un carácter más
sexualizado y más dramático. La urgencia de acosar al otro se hace más
evidente. A partir de los 16, declina.
¿Hay
un perfil psicopatológico del acosador?
No, pero en la mayoría de casos son chicos
o chicas que en algún momento han sufrido humillación o maltrata, sea por parte
de otros compañeros o en su familia.
¿Y
del acosado?
Tampoco. La condición de víctima, de
chivo expiatorio, requiere de tres elementos: que haya alguna perturbación en
su imagen física o en su manera de ser, algo que se identifique como rareza
aunque no sea evidente; que el acosado flojee y muestre su debilidad para
defenderse; y, finalmente, que el grupo, los testigos, tomen posición a favor
del acosador o se abstengan de defenderlo.
¿Qué
consigue el agresor sometiendo a su víctima?
Refuerza su narcisismo, muchas veces
tocado, y compensa esas otras escenas en las que él no brilla a los ojos del
grupo que le aplaude o le teme. Por otra parte depositar la angustia en el acosado
le libera a él de la suya.
¿Y
no siente remordimiento?
Para algunas personas transferir la
angustia al otro es su mecanismo psíquico básico. Es el caso del sadismo o del
masoquismo. Ver la cara de horror de la víctima es para un sádico un goce que,
además de excitarlo, le ahorra su propia división subjetiva. Es por eso que no
hay culpa porque ha logrado disociar esas dos posiciones.
El
acoso va en crescendo si la víctima no responde.
Sí. La no respuesta confirma su condición
de acosado y la perpetúa. Para muchos eso queda como un ritual de sacrificio
sin que puedan atisbar el final, de allí algunas soluciones dramáticas como el
suicidio. La víctima se siente culpable. Es importantísimo detectar el acoso
cuanto antes.
¿Cómo,
si siempre ocurre oculto a los ojos de los adultos?
Padres y maestros deben estar muy atentos
a los signos de malestar. Luego, deben colaborar entre ellos. Y dar al
adolescente toda la comprensión y ayuda.
¿Por
qué los testigos callan?
Así evitan ser colocados en el bando de los
“pringaos”. Algunos de los que callan en público, al salir de clase envían whatsapps
al acosado dándole ánimos.
Hay
padres que justifican a su hijo acosador.
La crueldad no se puede ocultar con el “es
cosa de niños”. Para resolver el conflicto, hay que corresponsabilizarse, no
inhibirse. Se pueden hacer reuniones con los padres de la escuela y la ayuda de
profesionales.
¿Está
preparado el profesorado ante el bullying?
Los profesores deben abrir los ojos y no
mirar a otro lado. Pueden ayudarse de programas preventivos que ya existen, de
mejora de la convivencia escolar, de la relación con otros maestros y con las
familias, y apoyarse en prácticas colaborativas de red con profesionales de la
salud o de la intervención social.
¿Qué
huellas deja el acoso?
Todo acontecimiento traumático deja
huellas, a veces indelebles. La literatura y la clínica nos muestran a adultos
que hablan de esa experiencia 20 ó 30 años más tarde con la rabia todavía muy
presente. Permanece fijado.
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