Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano
El Debate de la ELP
Nueva serie
18 de enero de 2010 (20)
INTERCAMBIOS en el JJ
Marta Serra
Carta dirigida a Jacques- Miller
Yves Depelsenaire
JJ Nº 78 (1/1(10)
Traducción: Jesús Ambel
Comentario a algunas cuestiones abordadas en la carta precedente
Jacques-Alain Miller
Traducción: Carmen Ribés
Continuación
Jacques-Alain Miller
JJ Nº 78
Traducción: Carmen Cuñat
Respuesta
Ives Depelsenaire
Traducción: Isabelle Durand – Julio González
Comentario
Jacques-Alain Miller
Traducción: Isabelle Durand – Julio González
Intercambios en el JJ
Marta Serra
Yves Depelsenaire envió una contribución al Journal des Journees justo al inicio del año. En ella explicaba su relación con la Escuela y opinaba sobre algunos temas importantes: la admisión de miembros, las nominaciones de AE, para acabar situando el mal de la Escuela en lo que denomina el "unismo".
En ese mismo número 78 del JJ, Jacques-Alain Miller publica un extenso texto que, más allá de responder a las cuestiones planteadas por Yves Depelsenaire, sitúa las coordenadas actuales a las que debe enfrentarse la Escuela, como institución, para poder sostener el discurso analítico en el mundo. Es un texto claro y vivo, con una orientación politica fundamental para el conjunto de las Escuelas.
En el número 79 del JJ, Jacques-Alain Miller no habla de la Escuela sino de Jacques-Alain Miller, sujeto de deseo. De como estando en otros menesteres se vio llevado a poner en marcha todo este movimiento de renovación, de puesta al día, de transparencia...
Carta dirigida a Jacques-Alain Miller
1 de enero de 2010 (JJ Nº 78)
Yves Depelsenaire
Soy miembro de la ECF desde sus comienzos. Fui acogido por el encantador Robert Lefort, uno de los pocos miembros de la antigua Escuela Freudiana de París en seguir fieles a Lacan después de la disolución. Guardo de nuestra entrevista un emocionado recuerdo. Tenía treinta años. No era ni médico ni psicólogo. Para ser breve, venía de ninguna parte.
He permanecido visceralmente vinculado a la existencia de esa Escuela. En un cierto sentido siempre representa para mí lo que fue en sus inicios: el lugar por el que Lacan apostaba para preservar su enseñanza. Joven y animada aún, … Y el día en el que tenga la sensación de que ya no lo es, dejará de interesarme.
En el momento presente, tengo poco más o menos la edad que Rober Lefort tenía entonces. No estoy seguro de que una acogida parecida me estuviese todavía reservada. Es lo que me motiva para escribir estas letras.
No hay nada más intranquilizador que el “jovenismo”. No pienso que sea suficiente con abrir la puerta de la Escuela a batallones de “menos de X años” para reanimarla. Pero es claro que su malthusianismo es deprimente. Lo que no es nuevo. Conozco excelentes colegas, ya no muy jóvenes y con razón, que se han cansado de llamar a las puertas de la Escuela. Algunos tienen la gran desgracia de no ser ni médicos ni psicólogos. La Escuela, supuestamente ligada al principio del psicoanálisis laico, parece, para mi sorpresa, haber integrado esa condición en la selección de sus miembros. Pero conozco otros que han hecho el esfuerzo de fastidiosos años de facultad de psicología y a los que no se les trata sin embargo mejor.
Incluso en la coyuntura que ha seguido a las recientes Jornadas, no se me ocurriría animarlos a presentar su candidatura, por temor a exponerlos a una nueva y cruel decepción. Y eso que muchos de ellos son laboriosos desde hace años en las diversas redes del Campo freudiano. Admiro su perseverancia. Los compadezco cuando los encuentro esculpidos y prestos a personales prestaciones a demanda.
Dos casos precisos y significativos me han sacudido. Se trata de dos personas que conozco bien por haberlos propuesto como pasadores hace una decena de años. Según los ecos que me han llegado, cumplieron su tarea con gran satisfacción de los carteles de la época.
Después no fueron admitidos en la Escuela. Como me extrañé un poco ante un miembro del Consejo, me respondió que estaban decididamente animados por demasiado deseo de reconocimiento. ¡Qué broma más buena! ¡Como si de un deseo impuro como ese cada uno en la Escuela estuviese limpio! Conociendo la modestia demasiado grande de los interesados y la autenticidad de su relación con el psicoanálisis, dejé el tema.
La Escuela sufre de otro mal que se ha revelado mejor que nunca en las Jornadas y que mi amigo Hellebois ha definido muy bien: el “unismo”. Es lo que me hace temer que, a pesar de los espíritus enaltecidos por esas Jornadas en las que el analizante tomó la palabra y en las que la singularidad de la enunciación fue eminentemente sensible, el ala del deseo se abata demasiado pronto.
Por mi parte, los entusiasmos dirigidos han tenido siempre ese efecto. Hellebois consigue divertirse. Es el buen remedio. Voy a tratar de arreglarme al respecto.
Estos últimos años, el “unismo” se ha manifestado en dos direcciones opuestas. Hubo primero el periodo “Todos a los CPCT”. Un periodo simpático desde muchos puntos de vista que trajo, no lo olvidemos y Jacques-Alain Miller lo recordó felizmente en el merecido homenaje a Hugo Freda, a muchos jóvenes colegas hacia la Escuela como lugar privilegiado de formación clínica. Después, como consecuencia de las objeciones, ciertamente fundadas, expuestas por JAM, vino el periodo ¡oh qué poco simpático! del “Horror CPCT”.
Conocimos el mismo movimiento con “¡Viva el pase a la entrada!, seguido del “¡Que nadie entre aquí si antes no lo está!” ¿Apertura-cierre del inconsciente, imparable golpeo dialéctico, lo ineluctable?
¿Qué grito brotará dentro de unos meses? No jugaré al incauto y al pájaro de mal agüero. No presumo de nada de eso. Pero, ¿cómo hacer para que lo que se promete no sea comido con cubiertos de aplausos? That´s the question, y no hay naturalmente respuesta precocinada. Sepamos al menos lo que nos cuelga de la nariz.
Traducción: Jesús Ambel
Comentarios a algunas cuestiones abordadas en la carta precedente
Jacques-Alain Miller
[JJ Nº 78]
El problema de las admisiones: Una institución vive, querido colega, como vive usted. Usted fue joven, usted es viejo. Una institución que nace, que se debate por existir, es agradecida con quienes quieren unírsele en la indigencia en que se encuentra. Usted sabe en qué situación estábamos a la muerte de Lacan. ¿Quién era la Escuela? Un pequeño grupo de jóvenes responsables que se engancharon; algunos mayores: los Lefort, los Lemoine, Wartel, Razavet, otros; y unos 100 miembros de la disuelta Escuela de la que la ECF era la balsa de la Medusa. Para hacer número se aceptó a 50 miembros que provenían del Departamento de Psicoanálisis de París VIII y aún a 50 que venían de ninguna parte como usted dice.
La Escuela del 2010 no es ya la Escuela de 1980, para lo mejor y para lo peor. Unirse a la Escuela hoy día no es subir valientemente a un esquife en el que se apretujan los restos de un desastre oscuro, es entrar en un establecimiento de buena reputación, potente y respetado, tan ricamente dotado como para aflojar los cordones de su bolsa sin percatarse siquiera, pertrechado con todas las acreditaciones sociales, introducido en los Ministerios, y que es parte de una vasta red internacional de estrechos vínculos. Entonces, si la Escuela ha cambiado hasta ese punto ¿es tan sorprendente que las condiciones de admisión en la Escuela hayan cambiado también?
No fue diferente en el comienzo de la Escuela freudiana, hace ya tiempo, en 1964. Para llegar a duras penas al centenar de miembros, fue preciso que Lacan pescara a un mocoso de veinte años, que lo leía desde hacía seis meses, y a dos de sus camaradas cuando ninguno valía ni un comino (yo, Milner y, si mi recuerdo es bueno, Yves Duroux). El diálogo de Susanne Hommel con Lacan pone de manifiesto la mentalidad del momento: “Acabo de pedirle que sea miembro de la Escuela. - Pero le pido que sea miembro de la Escuela. No todo el mundo quiere hacerse miembro de la Escuela”.
Sólo que, en la Escuela freudiana, la política de admisiones permaneció sin cambios. De manera que, en dieciséis años, alcanzó y sobrepasó la cifra de 600 miembros (a pesar de la sangría ocasionada por la revuelta de notables y su marcha para fundar el “Cuarto Grupo”). Desde 1973, cuando volví a estar en contacto con la institución, los lacanianos, los lectores de Lacan al menos –digámoslo así- eran mucho menos numerosos en ella que los alumnos de Doltó y de Jean Oury (psicoterapia institucional) juntos. Este crecimiento, alimentado por los jerifaltes que empujaban cada uno a sus confidentes, fue una de las causas de la desaparición de esa Escuela.
Considero que si la Escuela sobrepasa este año la frontera de los treinta años, su crecimiento mesurado, el hecho de que seamos 377 o 378 miembros (cifra que me acaba de proporcionar Anne Ganivet), no carece de importancia.
No olvido a los dos pasadores a los que usted mencionó y que se quedaron fuera de combate, injustamente dice usted. Hace falta que nos diga algo más: ¿han hecho ellos el pase, sus pasadores? ¿han tomado la palabra en las últimas Jornadas? y por lo demás ¿por qué no decir quiénes son?
“Un deseo demasiado grande”. No me gusta más que a usted esa frase que trae a colación. El problema no es el “demasiado”. ¡Quiera Dios que se nos unan colegas muy ambiciosos! Tenemos más que temer de aquellos cuya ambición se limitara a llegar a ser miembros. El problema, en mi opinión, no es tanto reconocer como promover. Y digo que la Escuela, si quiere ser algo distinto a una ficción –si deseamos que exista, que sobreviva y, mejor que sobrevivir, que se regenere periódicamente, debe dar prueba de algún egoísmo institucional: ¿qué se puede hacer por ella? ¿qué se le puede aportar, qué saber, qué energía, qué promesas? No, la Escuela no está ahí para recompensar a los meritorios, ni para servir de asilo a viejos servidores, ni para dar gusto a sus simpatizantes. No es “una madre suficientemente buena” ni tampoco “un frío monstruo”. La Escuela es un cálculo sobre el porvenir. Provino de la apuesta sobre el porvenir hecha por Lacan y que fue una disolución. Esa apuesta se ha ganado. Nos toca apostar a nosotros.
Ningún chantaje a la pureza. En tanto que tiene miembros, que los selecciona, la Escuela no es el psicoanálisis puro, es psicoanálisis aplicado. Es psicoanálisis aplicado a la constitución y el gobierno de una comunidad profesional, y a las relaciones de esa comunidad con los poderes establecidos en la sociedad y el aparato del Estado. Durante los años en que estuve en el Consejo, me preocupé por el pase, me preocupé también de que el número de no médicos estuviera, entre nosotros, equilibrado con un número similar de médicos. Lo que no carece de importancia en el reconocimiento del que goza la Escuela. Y para reconocer, es preciso ser reconocido. Un médico le aporta a la Escuela un crédito social que un no médico no le aporta. Es así. Una gestión prudente del interés de la institución lo tendrá en cuenta.
Los ni… ni… ¿Hay que sorprenderse, hay que indignarse de que la Escuela sea reticente a admitir a no médicos y no psicólogos? El mundo cambió desde que el encantador X* fichó al encantador Y*. Se nos impuso la enmienda Accoyer y no a falta de haberla combatido. Actualmente toda Europa reglamenta la práctica “psi” sobre bases comparables. Desconocerlo sería poner en práctica lo que se llama política del avestruz. La Escuela no existe en el cielo de las Ideas, es una institución que se debate por la causa freudiana en un mundo efectivamente real, wirklich, y esto trae consigo adoptar compromisos, sí –a condición, desde luego, de que sean “revolucionarios” como decía alguien, quiero decir que hagan avanzar la causa. En el fondo, sólo me entiendo con los “hegelianos”, quiero decir con quienes tienen el concepto de la “ley del corazón”. François Regnault sabrá multiplicarlos entre nosotros. Lacan, dígase lo que se diga, siempre permaneció fiel a Hegel, al menos en esto.
Por lo tanto, en adelante, será más difícil llegar a ser miembro de la Escuela si no se es médico ni psicólogo (yo no lo soy más que Vd.). Precisamente esto nos permitirá admitir a los ni… ni… con talento, que serán necesariamente poco numerosos. Hacerse psicólogo no es el fin del mundo de todos modos. Cuando Laplanche, alumno de l´Ecole Normale Supérieure, quiso hacerse analista, Lacan le conminó a que hiciera estudios de Medicina. Era a mitad del siglo pasado. No veo nada indecente en explicar al novato que el psicoanálisis no le dispensa de pagar las facturas ni de darle al César lo que le corresponde. Para él, ese principio es de tradición.
Una subversión de utilidad pública. Una institución, considerada como el conjunto de sus miembros, pertenece evidentemente al registro de la extensión. La definición del miembro en cambio es una cuestión de intensión. Si se quiere que el conjunto E, puesto por “Escuela”, no contenga más que a psicoanalistas, sólo hay que aceptar entonces a A.E –suponiendo que los jurados sepan lo que hacen. Lacan lo pensó: es la fórmula que propuso a sus alumnos italianos (Autres écrits, p. 307). Su práctica fue muy diferente: presencia de no analistas (idem p. 269-272), nominación de A.M.E, hechos para responder “con respecto al cuerpo social” (ibidem p. 294).
¿Por qué una Escuela? Se trata en suma de crear y hacer perdurar una institución que satisfaga plenamente las exigencias del Estado y de la sociedad, aunque albergando en su seno una práctica subversiva del sujeto llamada psicoanálisis puro. ¿Por qué dar pruebas, recibir asentimientos? ¿Por qué ese gran despliegue de semblantes? A fin de alojar el pequeño alveolo imprescindible para la formación de los analistas y su acreditación por otros analistas.
¿La institución, sus compromisos, incluso sus ardides decepcionan a sus fantasmas? Suprima todo eso, ya no hay Escuela y ya no hay alveolo. Un agujero nunca existe solo. Un agujero no existe en el vacío. Es lo contrario ¿quiere usted consolidar la institución a tenor de su época? ¿modernizar, incorporar la institución a la sociedad, a los “media”, al mercado? ¿llegar a ser un engranaje del Estado o uno de sus pseudópodos, la Universidad, la asociación Aurora o qué sé yo más? Entonces ningún alveolo tampoco.
No encontrará receta, ni matema, que le diga cómo hacer, que le dé indicaciones en cada caso, en cada circunstancia, de cómo negociar el pase entre Caribdis y Escila. En esto se navega a ojo.
Malthusianismo. ¿Alguna vez dio pruebas la Escuela de un “inveterado malthusianismo”? Discutámoslo. A mí me parece que durante más de un decenio hubo una gran penuria de jóvenes en la Escuela de la Causa, como en las demás instituciones psicoanalíticas. Hacia 1995 nos faltó una generación. Ahora la juventud ha vuelto a encontrar el camino de la Escuela. ¿Y por qué? ¿Y cómo? En mi opinión fue el voto unánime de la Escuela contra la enmienda Accoyer y el rigor de una serie de Foros, nunca vistos hasta entonces, lo que nos valió el favor de la juventud. Entre todas las instituciones analíticas una sola, la nuestra, demostró en acto, y asumiendo todos los riesgos, que tenía todo su empeño puesto en el porvenir del psicoanálisis y que luchaba, aquí y ahora, en la Wirklicheit, no por sus actuales miembros, que en modo alguno estaban amenazados, sino por sus menores. No olvidemos que, en un mes, nuestra ofensiva-relámpago de noviembre del 2003 triunfó sobre un texto que, sin embargo, fue votado por unanimidad en la Asamblea Nacional (el 3 de diciembre Accoyer retiraba la enmienda en su primera forma; dejemos que otros deploren la indebida influencia de los intelectuales, o de los grupos de presión, en la vida política nacional). Y a partir del 2004 (o del 2005) las Secciones clínicas revelan una afluencia inédita de jóvenes. Imagino que es esa generación la que, en noviembre último, subió a escena. La generación Jornadas es la generación Foros, cinco años después.
El pase a la entrada. Efectivamente tuve la tentación de reanimar el pase, entre nosotros, recordando que los candidatos al pase que no fueran nombrados A.E podían sin embargo ser recomendados por el jurado para que el Consejo los nombrara miembros. Esta práctica se introdujo en nuestras costumbres. Pero propuse también otra cosa: que, sin pretender sin embargo estar al término del análisis, se pudiera pedir la entrada en la Escuela, como miembro, por medio del pase. Esta propuesta fue adoptada con tanto entusiasmo y fue objeto de tal propaganda (“¡Adelante, es el momento!”) que hubo que volver a considerarlo todo de nuevo. Cuando se puso de manifiesto que los jurados del pase no iban mucho más allá de comprobar que el sujeto en cuestión estaba en análisis, el “pase a la entrada” quedó en suspenso. ¿Quién habría podido prever que las Jornadas de noviembre iban a verlo renacer? ¿Que un sujeto, escribiendo para el público, diría hasta tal punto más que al mandatario de un Consejo que lo recibe a solas? ¿Diría tanto, o casi tanto, como a un pasador? No he acabado de meditar sobre esto. Le invito a que lo haga.
El seguidismo. En treinta años ha tenido tiempo usted de convertirse en un anciano, tiene una experiencia y una sabiduría por comunicar en adelante a esos jóvenes que salen, todo fuego, todo pasión, de las Jornadas. ¿Qué experiencia? que las consignas cambian; que el CPCT, puesto un día por las nubes, es pisoteado al siguiente; que un “¡viva el pase a la entrada!” anuncia su próxima cancelación. ¿Qué sabiduría? algo así como “a menudo la mujer varía, loco el que de ella se fía”. Pero ¿quién varía aquí? ¿quién dice blanco después de haber dicho negro? ¿quién lanza las consignas y después las anula? Usted no menciona mi nombre pero ¿quién no lo ha comprendido? No es usted el único, además, que percibe los avatares de la institución en ese registro grotesco: uno de nuestros colegas recomienda a sus amigos: “no hacer nunca lo que JAM pide, en un mes habrá cambiado de opinión”; para otra colega no es lo que yo enuncio lo que constituye un problema sino mi “modo de enunciación” y sus efectos de sugestión. En resumen, ninguna oposición al fondo sino frases satíricas sobre mis supuestos bandazos y burlas hacia quienes ajustarían su paso al mío sin pensarlo antes.
¿Qué quiere que le diga? Lo asumo. Toda “Massenpsychologie” incluye efectivamente esos fenómenos que usted clasifica bajo la rúbrica de “unanimismo”, mejor dicho “seguidismo”. Es un aspecto de las cosas. Privilegiarlo no conduce lejos: o bien se retira uno en el despecho, la envidia, o la cólera, incluso el humor; o bien se afana uno incesantemente en desanimar, en desmoralizar, a los “seguidistas”. En ambos casos se juega, como usted señala, al non-dupe. Con poco gasto se siente uno superior a la masa. En cuanto a mi variabilidad, permítame que le cite mi respuesta a mi amiga Flory, de Buenos Aires, aparecida en el número 68 del Journal, el 8 de diciembre último: “En el 2000 era urgente dar a la AMP su identidad propia después de veinte años de Encuentros Internacionales. Al calor de esos Encuentros se forjó la EOL, y además la AMP y la EBP. Pero ese período, si se prolongara indebidamente, conduciría a la confusión: había que cortar. Hace diez años que estamos entre nosotros en la AMP. Hemos conquistado nuestra identidad. En adelante la AMP nos aprisiona, a nosotros. Se creería que la AMP se ha convertido en una comunidad de propietarios. Por lo tanto, nuevo giro didáctico: abrir, no completamente sino lo bastante para dar una perspectiva a los jóvenes y también para renovar las maneras y el estilo de nuestros intercambios que, en los últimos tiempos, han envejecido seriamente. Pedir que se tome en cuenta el factor temporal. Ningún reglamento es válido para siempre. En un principio produce los efectos positivos que motivaron su promulgación; después, pasado un tiempo Tx, llegan los efectos negativos. La apertura se convierte en caos, el rigor se hace mortífero. Por lo tanto, no se trata de pensar que “Miller cambia de opinión como de camisa, un día cierra, otro abre”. Los queridos colegas que lo dicen olvidan que el tiempo, quiero decir la duración, modifica el efecto de los procedimientos. Cuando los responsables están atentos, pueden hacer evolucionar las cosas con suavidad. Si no se preocupan, si dejan que las cosas fluyan, los cambios se producen pese a todo, pero bruscamente”.
Por lo demás ¿cree usted que jugar a “estar-de-vuelta-de-todo” sea ayudar a que “el ala del deseo”, como usted dice, no decaiga de nuevo? Usted habla de un “entusiasmo por encargo” ¿Quién encarga qué? Usted no cuenta las veces que no he sido escuchado. ¡Ah! no se ha percatado, usted. Bueno, pues yo sí. Tengo la suerte de que, a veces, algunos me sigan, confíen en mí, y sin embargo no se sientan disminuidos (sino que les lleve más bien a producir). Puedo concebir que eso le exaspere, pero no me hará decir que esté mal.
En conclusión, no, yo no creo que, en la institución, el problema más agudo sea el seguidismo, ni mis llamados bandazos. En todo caso, sería más bien el inmovilismo, el in situ con apariencia de movimiento: el tiovivo de los caballos de madera. No se sigue a nadie cuando se gira en redondo, efectivamente. Ya que es usted más sensible que otros a ese fenómeno del seguidismo, sería menester, me parece, que me ayudara a examinar el uso que hago de esa autoridad que se me consiente en la institución: ¿es bueno, es malo? ¿cómo debe ser en el futuro? Es algo que merece discutirse.
La gerontocracia psicoanalítica. Encuentro graciosísimo que los viejos diagnostiquen en los jóvenes un mal que se llama “demasiado deseo”. ¡Esa broma sí que es buena¡ Ahí tiene usted razón. Da justo en el blanco (dans la mille).
Queda que la gerontocracia tiene sus partidarios, Confucio por ejemplo, cuya doctrina en este punto no parece obsoleta en China. La propia práctica del psicoanálisis, por razones de estructura, engendra una gerontocracia en la institución , y es una tendencia difícil de contrariar. Fíjese en la Escuela freudiana. Un primer lote de ancianos se marchó con Lagache a la I.P.A. Los otros, los que permanecieron con Lacan, se fueron cinco años más tarde con ocasión de la querella del pase. Lacan recuperó in extremis a Clavreul haciéndolo vicepresidente, Leclaire se instaló en el Aventino, los jóvenes de la época fueron promovidos a las plazas vacantes. Pero esa generación de 1964 se volvió “gerontocrática” mucho más rápidamente aún que las precedentes y, como un solo hombre, desertó de la ECF en cuanto la generación siguiente, la de 1980, asomó el morro. Me parece que esta generación, la suya, lo hará mejor que sus mayores: no querrá desalentar a la generación del 2010, sabrá abrirle la puerta y permanecer con ella hombro con hombro.
Una palabra más. ¿Cómo un psicoanalista que no puede orientarse en la sociedad en la que vive y trabaja, en los debates que la convulsionan, estaría preparado para tomar a su cargo los destinos de la institución analítica? Nada más actual que la gran idea que Lacan se hacía del psicoanalista en 1953 (antes de tener que empequeñecerla dada su experiencia con los psicoanalistas existentes) y el requerimiento que les dirige (Escritos p. 309): “Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes”. Podíamos desatenderlo en la época en que los poderes públicos se preocupaban poco de las actividades de los “psi” (lo que, por lo demás, Lacan deploraba). Puesto que, en el siglo XXI, el psicoanálisis es un problema de la sociedad, un problema de la civilización, la elección es forzosa: el pase sin el foro sería la Escuela convertida en secta, el pase hecho semblante. Lo que no quiere decir: tomar partido. Quiere decir: hacer demostración en acto de nuestra posición como psicoanalistas, no sólo en “la cura” sino en “la ciudad”. Por lo tanto, cita en el Foro del 7 de febrero.
[Traducción: Carmen Ribés]
Continuación
Jacques-Alain Miller
[JJ Nº 79]
Esta historia de "seguidismo" me retumba en la cabeza. La palabra en sí no corresponde a mi sentimiento, que se sostiene en un andar arduo, en contra de la pendiente, con la posibilidad de desprendimientos, retrocesos, resbalones, caídas. Y siempre buscando el camino, intentando deducirlo, abriéndome paso a base de machete, nunca o rara vez trazado por adelantado. A veces algunos claros que pongo inmediatamente a prueba. Preguntas que me vuelven durante años. Yo no me veo a la cabeza de una tropa, yo no tengo el sentimiento de desencadenar movimientos de masa, me veo más bien despertando con mis suplicas, con mis imprecaciones, a algunos en una masa adormecida, o frenando a una masa que se rompe, que se precipita en la mala dirección.
Para mover un poquito algo en la institución, tengo siempre que argumentar hasta el hartazgo, apoyarme todos los días en una gran cantidad de trabajo que no delego en ninguno, ocupar en ello un tiempo infinito. No hago eso tan a menudo. Lo hago sólo cuando pienso que no puede ser de otra manera. Podría pasar de ello. Pasé de ello durante 7 años. Leyendo a Depelsenaire, alguien podría creer que sólo con un chasquido de dedos por mi parte la cosa está hecha. El ve las cosas así, yo no. En el fondo, ¿por qué no soy más autoritario? Sin duda es porque en lo que concierne a la institución, no tengo ideas preconcebidas. Las ideas me vienen en el calor de los intercambios. Eso se percibe y por eso en esos momentos se dirigen a mi tan fácilmente.
Depelsenaire también, que me escribe el primer día del año....Se percibe bien que tengo necesidad de que me interpelen, que se me responda, que hay falta de mi lado; una llamada que no es semblante, que todo no está ya escrito en mi cabeza, que no está ya cocinado en mi sesera. Vamos a empezar a aclarar esto la semana próxima. Imagino que hará falta un programa, pero por el momento no tengo ninguno. Sí, soy más bien un sujeto supuesto o que pretende no saber - no saber un "esto es" bien delimitado en el saber, "en reserva" como dice Lacan - término de la tipografía: el título Ornicar? está "en reserva blanca" sobre una banda negra. Pero de todas formas un día tendré que encontrar el tiempo para contar esa historia del CPCT, desde mi punto de vista. Era un proyecto que se remonta para mí a los primeros años de la Escuela. Cuando se lee a Depelsenaire, se podría creer que los CPCT entraron en la tierra dato signo, aunque estén todos ahí, bien vivos, advertidos de algunos obstáculos, redimensionados. Han sido sobretodo redimensionados en las cabezas, eso es todo. No, en verdad, eso no es todo, pero esto ya no concierne propiamente a los CPCT. Es un hecho que yo solito he bloqueado no los CPCT sino la inconcebible refundación de la Escuela que por poco se iba a producir el año pasado - refundación nunca explicitada, ni discutida, ni votada y que estaba, sin embargo, a punto de devenir un hecho consumado. Su promotor lo niega, yo lo mantengo: tenemos muchas cosas en común, pero sobre esta cuestión no estamos de acuerdo. Y esa operación se llevaba a cabo sin consignas, ¿no es así?, suavemente, como por encantamiento. Ni visto ni oído incluso por parte del promotor , "sin que él lo supiera ni lo quisiera", si hay que creer lo que dice. A meditar. ¿Y cómo he impedido esto? Me fue suficiente conectar pequeños puntos dispersos, encontré 9: se vio la imagen en la alfombra y hubo exclamaciones. Sólo pido una cosa: que se me deje terminar en paz la serie de seminarios de Lacan. Estoy en eso, casi lo estaba. Aparece el asunto CPCT que me conduce al tema de las Jornadas, y luego dirigir las Jornadas, y el empuje de esas Jornadas hace que todo se ponga en danza, hace tambalearse al Campo freudiano y no puedo decir empuja....
Traducción: Carmen Cuñat
Respuesta a Jacques-Alain Miller
Ives Depelsenaire
JJ Nº 80
Gracias, querido Jacques-Alain Miller, por sus comentarios a mi carta del 1 de enero.
Quisiera retomarlos, responder a las cuestiones que me dirige, y tal vez plantear algunas otras.
Usted recuerda en primer lugar la diferencia de contexto entre la Escuela en el momento de su nacimiento, frágil esquife nacido de un obscuro desastre, y la Escuela de 2010, que ha llegado a ser un establecimiento respetado y potente, pieza de una vasta red internacional. Es cierto que esta evolución se acompañó forzosamente de un cambio en las condiciones de reclutamiento de los miembros, y que un “desarrollo comedido” de las admisiones, según su expresión, era la apuesta. No cuestiono esto. Esta política nunca me ha chocado. El espíritu de la Escuela de 1980 no se refería a su apertura a cualquiera, sino a la fidelidad a Lacan, y Lacan se había remitido al número. “Los mil” fue el significante de esta apuesta. Algunos leyeron inmediatamente con pavor “Los Miller”. No es mi caso. Miller y los mil, para mí, constituyen un par. Lacan confiaba en usted, y eso a mí me basta como prueba. Si me sucede el no estar de acuerdo con usted, eso no cambia nada en cuanto al fondo. Ya que desde varios puntos de vista, Usted encarna lo que llamaba el espíritu de la Escuela.
El espíritu de la Escuela (¡formula muy hegeliana!) no está unido según mi parecer, cualquiera que sea el valor que se pueda acordar a este aspecto (y créame que me alegro de ello), a su éxito como institución socialmente reconocida. Concierne sobre todo a lo que Usted mismo ha situado en cabeza del último numero del Journal des journées, a saber, a la Escuela en el sentido casi antiguo del término, la Escuela como estilo de vida, como el propio Lacan llegó incluso a decir.
El número no es ciertamente un fin en sí. En el mismo momento en el que llamaba en torno suyo, recuerdo que Lacan lanzó tambie´n que no era necesaria mucha gente y que había gente de la que no tenía necesidad. Sin embargo, el número es un recurso al que usted no desdeña recurrir, como fue el caso con los Forums, y que fue de nuevo el caso de las recientes Jornadas en las que eramos dos veces mil. Desarrollo comedido, de acuerdo entonces. Pero maltusianismo no. Y usted no me quitará la idea de que la Escuela ha pecado por ese lado. No hay mejor demostración que estas Jornadas, en las que hemos podido descubrir tantas voces desconocidas hasta ahora. Y sobre este punto, sospecho que usted está mucho más de acuerdo conmigo de lo que está dispuesto a decir.
Hice alusión en mi carta del 1 de enero a dos pasadores, lamentando que no hayan sido acogidos todavía en la Escuela, más de diez años más tarde. ¿Quiénes son? usted me pregunta. No cuente conmigo para decirlo. Ellos son suficientemente mayores para hacerlo saber por sí mismos si lo desean. Quizás nuestro intercambio les empuje a ello. Esto estaría muy bien.
En verdad, tengo poco gusto por la “tiranía de la transparencia”. Y dudo de que esta consigna alegre a nuestro amigo Gérard Wajcman. Que los debates en el seno de la Escuela se hagan a cielo abierto lo más posible, de acuerdo. Pero la transparencia, y sobre todo su tiranía galopante en nuestro mundo, que Dios nos libre.
En cambio, ¿cómo no estar de acuerdo con su concepción de la Escuela en tanto que apuesta por el porvenir? También de la presencia deseable de numerosos médicos en su seno. Pero me parece que esto no nos libra de defender con convicción el principio del psicoanálisis profano. Usted evoca a Lacan cuando invitó a Lagache a realizar estudios de medicina. ¿En qué año exactamente? En todo caso, en 1964, no le pidió a Usted nada semejante. En cuanto a los estudios de psicología, quizás no sea el fin del mundo, o el quinto infierno, ¡pero es sin embargo bastante más que una factura de gas! Es una poción bastante indigesta.
Voy ahora a sus comentarios a proposito del unanismo. Seguidismo le parece más justo, pero es porque usted se ha sentido demasiado rápidamente el blanco de mi comentario. Por tanto usted me hace decir no únicamente cosas que no pienso, sino incluso cosas que desapruebo. Jamás he tenido la idea de que "Miller cambia de ideas como de camisas". Si hay algo de lo que fiarse de usted, es de su constancia notable. Decir blanco después de haber dicho negro, no, no le instruiré nunca ese proceso. A nuestra comunidad es a quien he querido interrogar. ¿Qué es, por ejemplo, este entusiasmo por el psicoanálisis aplicado a la terapéutica y los CPCT, y después su denigración sistemática? Por su parte, me parece que ´jamás ha tirado al bebe con el agua sucia.
No estoy de vuelta de todo. Y además no me siento especialmente viejo, incluso sabiendo que no tengo toda la vida por delante. El ímpetu dado por las últimas Jornadas me encanta.
Una vez admitidos algunos representantes de los que usted llama la generación Forums, espero que quedara intenso.
PD: Recibo, en el momento en el que me dispongo a enviarle estas palabras la nueva entrega del JJ, en la que leo: “este asunto de seguidismo me da vueltas en la cabeza”. Verdaderamente estaría bien que usted nos aclarara antes su lectura de lo que ha ocurrido con los CPCT
Traducción: Julio González-Isabelle Durand
COMENTARIO
Jacques-Alain Miller
[Si, la Escuela tiene entusiasmos, cuando se le da la ocasión. Como grupo, no es ni el ejército, ni la Iglesia, sino La escuela de las mujeres, retomando el título de Molière. Así pues, ella no funciona nunca como un solo hombre. Es una colección de Menos-unos: “Todos excepto yo”. Es muy simpático. El problema está cuando pierde la cabeza. ¿Cómo hacerle reflexionar un poco? La creía casada con el psicoanálisis, y esposa fiel, y de eso nada. Mañana podría perfectamente volcarse en la psicoterapia incluso sin darse cuenta, bautizando como “psicoanálisis” lo que no sería más que psicoterapia. ¿Cómo prevenirse contra esto? Puede decirse, y es el mensaje que nos envía “la civilización”: la psicoterapia es el porvenir del psicoanálisis. El primer piso del grafo es evidente, basta con hablar; el segundo es necesario hacerlo existir, desearlo. Aquí interviene el deseo del analista; aquí se inscribe “la ética” del psicoanálisis. Si el deseo cede, este segundo piso no es más que una ficción. Así pues, es frágil. Felizmente no hay únicamente el deseo del analista, está también el goce del analizante. Quizás es esto, en definitiva, lo que nos salva]
Traducción: Julio González-Isabelle Durand
El Debate de la ELP
Nueva serie
18 de enero de 2010 (20)
INTERCAMBIOS en el JJ
Marta Serra
Carta dirigida a Jacques- Miller
Yves Depelsenaire
JJ Nº 78 (1/1(10)
Traducción: Jesús Ambel
Comentario a algunas cuestiones abordadas en la carta precedente
Jacques-Alain Miller
Traducción: Carmen Ribés
Continuación
Jacques-Alain Miller
JJ Nº 78
Traducción: Carmen Cuñat
Respuesta
Ives Depelsenaire
Traducción: Isabelle Durand – Julio González
Comentario
Jacques-Alain Miller
Traducción: Isabelle Durand – Julio González
Intercambios en el JJ
Marta Serra
Yves Depelsenaire envió una contribución al Journal des Journees justo al inicio del año. En ella explicaba su relación con la Escuela y opinaba sobre algunos temas importantes: la admisión de miembros, las nominaciones de AE, para acabar situando el mal de la Escuela en lo que denomina el "unismo".
En ese mismo número 78 del JJ, Jacques-Alain Miller publica un extenso texto que, más allá de responder a las cuestiones planteadas por Yves Depelsenaire, sitúa las coordenadas actuales a las que debe enfrentarse la Escuela, como institución, para poder sostener el discurso analítico en el mundo. Es un texto claro y vivo, con una orientación politica fundamental para el conjunto de las Escuelas.
En el número 79 del JJ, Jacques-Alain Miller no habla de la Escuela sino de Jacques-Alain Miller, sujeto de deseo. De como estando en otros menesteres se vio llevado a poner en marcha todo este movimiento de renovación, de puesta al día, de transparencia...
Carta dirigida a Jacques-Alain Miller
1 de enero de 2010 (JJ Nº 78)
Yves Depelsenaire
Soy miembro de la ECF desde sus comienzos. Fui acogido por el encantador Robert Lefort, uno de los pocos miembros de la antigua Escuela Freudiana de París en seguir fieles a Lacan después de la disolución. Guardo de nuestra entrevista un emocionado recuerdo. Tenía treinta años. No era ni médico ni psicólogo. Para ser breve, venía de ninguna parte.
He permanecido visceralmente vinculado a la existencia de esa Escuela. En un cierto sentido siempre representa para mí lo que fue en sus inicios: el lugar por el que Lacan apostaba para preservar su enseñanza. Joven y animada aún, … Y el día en el que tenga la sensación de que ya no lo es, dejará de interesarme.
En el momento presente, tengo poco más o menos la edad que Rober Lefort tenía entonces. No estoy seguro de que una acogida parecida me estuviese todavía reservada. Es lo que me motiva para escribir estas letras.
No hay nada más intranquilizador que el “jovenismo”. No pienso que sea suficiente con abrir la puerta de la Escuela a batallones de “menos de X años” para reanimarla. Pero es claro que su malthusianismo es deprimente. Lo que no es nuevo. Conozco excelentes colegas, ya no muy jóvenes y con razón, que se han cansado de llamar a las puertas de la Escuela. Algunos tienen la gran desgracia de no ser ni médicos ni psicólogos. La Escuela, supuestamente ligada al principio del psicoanálisis laico, parece, para mi sorpresa, haber integrado esa condición en la selección de sus miembros. Pero conozco otros que han hecho el esfuerzo de fastidiosos años de facultad de psicología y a los que no se les trata sin embargo mejor.
Incluso en la coyuntura que ha seguido a las recientes Jornadas, no se me ocurriría animarlos a presentar su candidatura, por temor a exponerlos a una nueva y cruel decepción. Y eso que muchos de ellos son laboriosos desde hace años en las diversas redes del Campo freudiano. Admiro su perseverancia. Los compadezco cuando los encuentro esculpidos y prestos a personales prestaciones a demanda.
Dos casos precisos y significativos me han sacudido. Se trata de dos personas que conozco bien por haberlos propuesto como pasadores hace una decena de años. Según los ecos que me han llegado, cumplieron su tarea con gran satisfacción de los carteles de la época.
Después no fueron admitidos en la Escuela. Como me extrañé un poco ante un miembro del Consejo, me respondió que estaban decididamente animados por demasiado deseo de reconocimiento. ¡Qué broma más buena! ¡Como si de un deseo impuro como ese cada uno en la Escuela estuviese limpio! Conociendo la modestia demasiado grande de los interesados y la autenticidad de su relación con el psicoanálisis, dejé el tema.
La Escuela sufre de otro mal que se ha revelado mejor que nunca en las Jornadas y que mi amigo Hellebois ha definido muy bien: el “unismo”. Es lo que me hace temer que, a pesar de los espíritus enaltecidos por esas Jornadas en las que el analizante tomó la palabra y en las que la singularidad de la enunciación fue eminentemente sensible, el ala del deseo se abata demasiado pronto.
Por mi parte, los entusiasmos dirigidos han tenido siempre ese efecto. Hellebois consigue divertirse. Es el buen remedio. Voy a tratar de arreglarme al respecto.
Estos últimos años, el “unismo” se ha manifestado en dos direcciones opuestas. Hubo primero el periodo “Todos a los CPCT”. Un periodo simpático desde muchos puntos de vista que trajo, no lo olvidemos y Jacques-Alain Miller lo recordó felizmente en el merecido homenaje a Hugo Freda, a muchos jóvenes colegas hacia la Escuela como lugar privilegiado de formación clínica. Después, como consecuencia de las objeciones, ciertamente fundadas, expuestas por JAM, vino el periodo ¡oh qué poco simpático! del “Horror CPCT”.
Conocimos el mismo movimiento con “¡Viva el pase a la entrada!, seguido del “¡Que nadie entre aquí si antes no lo está!” ¿Apertura-cierre del inconsciente, imparable golpeo dialéctico, lo ineluctable?
¿Qué grito brotará dentro de unos meses? No jugaré al incauto y al pájaro de mal agüero. No presumo de nada de eso. Pero, ¿cómo hacer para que lo que se promete no sea comido con cubiertos de aplausos? That´s the question, y no hay naturalmente respuesta precocinada. Sepamos al menos lo que nos cuelga de la nariz.
Traducción: Jesús Ambel
Comentarios a algunas cuestiones abordadas en la carta precedente
Jacques-Alain Miller
[JJ Nº 78]
El problema de las admisiones: Una institución vive, querido colega, como vive usted. Usted fue joven, usted es viejo. Una institución que nace, que se debate por existir, es agradecida con quienes quieren unírsele en la indigencia en que se encuentra. Usted sabe en qué situación estábamos a la muerte de Lacan. ¿Quién era la Escuela? Un pequeño grupo de jóvenes responsables que se engancharon; algunos mayores: los Lefort, los Lemoine, Wartel, Razavet, otros; y unos 100 miembros de la disuelta Escuela de la que la ECF era la balsa de la Medusa. Para hacer número se aceptó a 50 miembros que provenían del Departamento de Psicoanálisis de París VIII y aún a 50 que venían de ninguna parte como usted dice.
La Escuela del 2010 no es ya la Escuela de 1980, para lo mejor y para lo peor. Unirse a la Escuela hoy día no es subir valientemente a un esquife en el que se apretujan los restos de un desastre oscuro, es entrar en un establecimiento de buena reputación, potente y respetado, tan ricamente dotado como para aflojar los cordones de su bolsa sin percatarse siquiera, pertrechado con todas las acreditaciones sociales, introducido en los Ministerios, y que es parte de una vasta red internacional de estrechos vínculos. Entonces, si la Escuela ha cambiado hasta ese punto ¿es tan sorprendente que las condiciones de admisión en la Escuela hayan cambiado también?
No fue diferente en el comienzo de la Escuela freudiana, hace ya tiempo, en 1964. Para llegar a duras penas al centenar de miembros, fue preciso que Lacan pescara a un mocoso de veinte años, que lo leía desde hacía seis meses, y a dos de sus camaradas cuando ninguno valía ni un comino (yo, Milner y, si mi recuerdo es bueno, Yves Duroux). El diálogo de Susanne Hommel con Lacan pone de manifiesto la mentalidad del momento: “Acabo de pedirle que sea miembro de la Escuela. - Pero le pido que sea miembro de la Escuela. No todo el mundo quiere hacerse miembro de la Escuela”.
Sólo que, en la Escuela freudiana, la política de admisiones permaneció sin cambios. De manera que, en dieciséis años, alcanzó y sobrepasó la cifra de 600 miembros (a pesar de la sangría ocasionada por la revuelta de notables y su marcha para fundar el “Cuarto Grupo”). Desde 1973, cuando volví a estar en contacto con la institución, los lacanianos, los lectores de Lacan al menos –digámoslo así- eran mucho menos numerosos en ella que los alumnos de Doltó y de Jean Oury (psicoterapia institucional) juntos. Este crecimiento, alimentado por los jerifaltes que empujaban cada uno a sus confidentes, fue una de las causas de la desaparición de esa Escuela.
Considero que si la Escuela sobrepasa este año la frontera de los treinta años, su crecimiento mesurado, el hecho de que seamos 377 o 378 miembros (cifra que me acaba de proporcionar Anne Ganivet), no carece de importancia.
No olvido a los dos pasadores a los que usted mencionó y que se quedaron fuera de combate, injustamente dice usted. Hace falta que nos diga algo más: ¿han hecho ellos el pase, sus pasadores? ¿han tomado la palabra en las últimas Jornadas? y por lo demás ¿por qué no decir quiénes son?
“Un deseo demasiado grande”. No me gusta más que a usted esa frase que trae a colación. El problema no es el “demasiado”. ¡Quiera Dios que se nos unan colegas muy ambiciosos! Tenemos más que temer de aquellos cuya ambición se limitara a llegar a ser miembros. El problema, en mi opinión, no es tanto reconocer como promover. Y digo que la Escuela, si quiere ser algo distinto a una ficción –si deseamos que exista, que sobreviva y, mejor que sobrevivir, que se regenere periódicamente, debe dar prueba de algún egoísmo institucional: ¿qué se puede hacer por ella? ¿qué se le puede aportar, qué saber, qué energía, qué promesas? No, la Escuela no está ahí para recompensar a los meritorios, ni para servir de asilo a viejos servidores, ni para dar gusto a sus simpatizantes. No es “una madre suficientemente buena” ni tampoco “un frío monstruo”. La Escuela es un cálculo sobre el porvenir. Provino de la apuesta sobre el porvenir hecha por Lacan y que fue una disolución. Esa apuesta se ha ganado. Nos toca apostar a nosotros.
Ningún chantaje a la pureza. En tanto que tiene miembros, que los selecciona, la Escuela no es el psicoanálisis puro, es psicoanálisis aplicado. Es psicoanálisis aplicado a la constitución y el gobierno de una comunidad profesional, y a las relaciones de esa comunidad con los poderes establecidos en la sociedad y el aparato del Estado. Durante los años en que estuve en el Consejo, me preocupé por el pase, me preocupé también de que el número de no médicos estuviera, entre nosotros, equilibrado con un número similar de médicos. Lo que no carece de importancia en el reconocimiento del que goza la Escuela. Y para reconocer, es preciso ser reconocido. Un médico le aporta a la Escuela un crédito social que un no médico no le aporta. Es así. Una gestión prudente del interés de la institución lo tendrá en cuenta.
Los ni… ni… ¿Hay que sorprenderse, hay que indignarse de que la Escuela sea reticente a admitir a no médicos y no psicólogos? El mundo cambió desde que el encantador X* fichó al encantador Y*. Se nos impuso la enmienda Accoyer y no a falta de haberla combatido. Actualmente toda Europa reglamenta la práctica “psi” sobre bases comparables. Desconocerlo sería poner en práctica lo que se llama política del avestruz. La Escuela no existe en el cielo de las Ideas, es una institución que se debate por la causa freudiana en un mundo efectivamente real, wirklich, y esto trae consigo adoptar compromisos, sí –a condición, desde luego, de que sean “revolucionarios” como decía alguien, quiero decir que hagan avanzar la causa. En el fondo, sólo me entiendo con los “hegelianos”, quiero decir con quienes tienen el concepto de la “ley del corazón”. François Regnault sabrá multiplicarlos entre nosotros. Lacan, dígase lo que se diga, siempre permaneció fiel a Hegel, al menos en esto.
Por lo tanto, en adelante, será más difícil llegar a ser miembro de la Escuela si no se es médico ni psicólogo (yo no lo soy más que Vd.). Precisamente esto nos permitirá admitir a los ni… ni… con talento, que serán necesariamente poco numerosos. Hacerse psicólogo no es el fin del mundo de todos modos. Cuando Laplanche, alumno de l´Ecole Normale Supérieure, quiso hacerse analista, Lacan le conminó a que hiciera estudios de Medicina. Era a mitad del siglo pasado. No veo nada indecente en explicar al novato que el psicoanálisis no le dispensa de pagar las facturas ni de darle al César lo que le corresponde. Para él, ese principio es de tradición.
Una subversión de utilidad pública. Una institución, considerada como el conjunto de sus miembros, pertenece evidentemente al registro de la extensión. La definición del miembro en cambio es una cuestión de intensión. Si se quiere que el conjunto E, puesto por “Escuela”, no contenga más que a psicoanalistas, sólo hay que aceptar entonces a A.E –suponiendo que los jurados sepan lo que hacen. Lacan lo pensó: es la fórmula que propuso a sus alumnos italianos (Autres écrits, p. 307). Su práctica fue muy diferente: presencia de no analistas (idem p. 269-272), nominación de A.M.E, hechos para responder “con respecto al cuerpo social” (ibidem p. 294).
¿Por qué una Escuela? Se trata en suma de crear y hacer perdurar una institución que satisfaga plenamente las exigencias del Estado y de la sociedad, aunque albergando en su seno una práctica subversiva del sujeto llamada psicoanálisis puro. ¿Por qué dar pruebas, recibir asentimientos? ¿Por qué ese gran despliegue de semblantes? A fin de alojar el pequeño alveolo imprescindible para la formación de los analistas y su acreditación por otros analistas.
¿La institución, sus compromisos, incluso sus ardides decepcionan a sus fantasmas? Suprima todo eso, ya no hay Escuela y ya no hay alveolo. Un agujero nunca existe solo. Un agujero no existe en el vacío. Es lo contrario ¿quiere usted consolidar la institución a tenor de su época? ¿modernizar, incorporar la institución a la sociedad, a los “media”, al mercado? ¿llegar a ser un engranaje del Estado o uno de sus pseudópodos, la Universidad, la asociación Aurora o qué sé yo más? Entonces ningún alveolo tampoco.
No encontrará receta, ni matema, que le diga cómo hacer, que le dé indicaciones en cada caso, en cada circunstancia, de cómo negociar el pase entre Caribdis y Escila. En esto se navega a ojo.
Malthusianismo. ¿Alguna vez dio pruebas la Escuela de un “inveterado malthusianismo”? Discutámoslo. A mí me parece que durante más de un decenio hubo una gran penuria de jóvenes en la Escuela de la Causa, como en las demás instituciones psicoanalíticas. Hacia 1995 nos faltó una generación. Ahora la juventud ha vuelto a encontrar el camino de la Escuela. ¿Y por qué? ¿Y cómo? En mi opinión fue el voto unánime de la Escuela contra la enmienda Accoyer y el rigor de una serie de Foros, nunca vistos hasta entonces, lo que nos valió el favor de la juventud. Entre todas las instituciones analíticas una sola, la nuestra, demostró en acto, y asumiendo todos los riesgos, que tenía todo su empeño puesto en el porvenir del psicoanálisis y que luchaba, aquí y ahora, en la Wirklicheit, no por sus actuales miembros, que en modo alguno estaban amenazados, sino por sus menores. No olvidemos que, en un mes, nuestra ofensiva-relámpago de noviembre del 2003 triunfó sobre un texto que, sin embargo, fue votado por unanimidad en la Asamblea Nacional (el 3 de diciembre Accoyer retiraba la enmienda en su primera forma; dejemos que otros deploren la indebida influencia de los intelectuales, o de los grupos de presión, en la vida política nacional). Y a partir del 2004 (o del 2005) las Secciones clínicas revelan una afluencia inédita de jóvenes. Imagino que es esa generación la que, en noviembre último, subió a escena. La generación Jornadas es la generación Foros, cinco años después.
El pase a la entrada. Efectivamente tuve la tentación de reanimar el pase, entre nosotros, recordando que los candidatos al pase que no fueran nombrados A.E podían sin embargo ser recomendados por el jurado para que el Consejo los nombrara miembros. Esta práctica se introdujo en nuestras costumbres. Pero propuse también otra cosa: que, sin pretender sin embargo estar al término del análisis, se pudiera pedir la entrada en la Escuela, como miembro, por medio del pase. Esta propuesta fue adoptada con tanto entusiasmo y fue objeto de tal propaganda (“¡Adelante, es el momento!”) que hubo que volver a considerarlo todo de nuevo. Cuando se puso de manifiesto que los jurados del pase no iban mucho más allá de comprobar que el sujeto en cuestión estaba en análisis, el “pase a la entrada” quedó en suspenso. ¿Quién habría podido prever que las Jornadas de noviembre iban a verlo renacer? ¿Que un sujeto, escribiendo para el público, diría hasta tal punto más que al mandatario de un Consejo que lo recibe a solas? ¿Diría tanto, o casi tanto, como a un pasador? No he acabado de meditar sobre esto. Le invito a que lo haga.
El seguidismo. En treinta años ha tenido tiempo usted de convertirse en un anciano, tiene una experiencia y una sabiduría por comunicar en adelante a esos jóvenes que salen, todo fuego, todo pasión, de las Jornadas. ¿Qué experiencia? que las consignas cambian; que el CPCT, puesto un día por las nubes, es pisoteado al siguiente; que un “¡viva el pase a la entrada!” anuncia su próxima cancelación. ¿Qué sabiduría? algo así como “a menudo la mujer varía, loco el que de ella se fía”. Pero ¿quién varía aquí? ¿quién dice blanco después de haber dicho negro? ¿quién lanza las consignas y después las anula? Usted no menciona mi nombre pero ¿quién no lo ha comprendido? No es usted el único, además, que percibe los avatares de la institución en ese registro grotesco: uno de nuestros colegas recomienda a sus amigos: “no hacer nunca lo que JAM pide, en un mes habrá cambiado de opinión”; para otra colega no es lo que yo enuncio lo que constituye un problema sino mi “modo de enunciación” y sus efectos de sugestión. En resumen, ninguna oposición al fondo sino frases satíricas sobre mis supuestos bandazos y burlas hacia quienes ajustarían su paso al mío sin pensarlo antes.
¿Qué quiere que le diga? Lo asumo. Toda “Massenpsychologie” incluye efectivamente esos fenómenos que usted clasifica bajo la rúbrica de “unanimismo”, mejor dicho “seguidismo”. Es un aspecto de las cosas. Privilegiarlo no conduce lejos: o bien se retira uno en el despecho, la envidia, o la cólera, incluso el humor; o bien se afana uno incesantemente en desanimar, en desmoralizar, a los “seguidistas”. En ambos casos se juega, como usted señala, al non-dupe. Con poco gasto se siente uno superior a la masa. En cuanto a mi variabilidad, permítame que le cite mi respuesta a mi amiga Flory, de Buenos Aires, aparecida en el número 68 del Journal, el 8 de diciembre último: “En el 2000 era urgente dar a la AMP su identidad propia después de veinte años de Encuentros Internacionales. Al calor de esos Encuentros se forjó la EOL, y además la AMP y la EBP. Pero ese período, si se prolongara indebidamente, conduciría a la confusión: había que cortar. Hace diez años que estamos entre nosotros en la AMP. Hemos conquistado nuestra identidad. En adelante la AMP nos aprisiona, a nosotros. Se creería que la AMP se ha convertido en una comunidad de propietarios. Por lo tanto, nuevo giro didáctico: abrir, no completamente sino lo bastante para dar una perspectiva a los jóvenes y también para renovar las maneras y el estilo de nuestros intercambios que, en los últimos tiempos, han envejecido seriamente. Pedir que se tome en cuenta el factor temporal. Ningún reglamento es válido para siempre. En un principio produce los efectos positivos que motivaron su promulgación; después, pasado un tiempo Tx, llegan los efectos negativos. La apertura se convierte en caos, el rigor se hace mortífero. Por lo tanto, no se trata de pensar que “Miller cambia de opinión como de camisa, un día cierra, otro abre”. Los queridos colegas que lo dicen olvidan que el tiempo, quiero decir la duración, modifica el efecto de los procedimientos. Cuando los responsables están atentos, pueden hacer evolucionar las cosas con suavidad. Si no se preocupan, si dejan que las cosas fluyan, los cambios se producen pese a todo, pero bruscamente”.
Por lo demás ¿cree usted que jugar a “estar-de-vuelta-de-todo” sea ayudar a que “el ala del deseo”, como usted dice, no decaiga de nuevo? Usted habla de un “entusiasmo por encargo” ¿Quién encarga qué? Usted no cuenta las veces que no he sido escuchado. ¡Ah! no se ha percatado, usted. Bueno, pues yo sí. Tengo la suerte de que, a veces, algunos me sigan, confíen en mí, y sin embargo no se sientan disminuidos (sino que les lleve más bien a producir). Puedo concebir que eso le exaspere, pero no me hará decir que esté mal.
En conclusión, no, yo no creo que, en la institución, el problema más agudo sea el seguidismo, ni mis llamados bandazos. En todo caso, sería más bien el inmovilismo, el in situ con apariencia de movimiento: el tiovivo de los caballos de madera. No se sigue a nadie cuando se gira en redondo, efectivamente. Ya que es usted más sensible que otros a ese fenómeno del seguidismo, sería menester, me parece, que me ayudara a examinar el uso que hago de esa autoridad que se me consiente en la institución: ¿es bueno, es malo? ¿cómo debe ser en el futuro? Es algo que merece discutirse.
La gerontocracia psicoanalítica. Encuentro graciosísimo que los viejos diagnostiquen en los jóvenes un mal que se llama “demasiado deseo”. ¡Esa broma sí que es buena¡ Ahí tiene usted razón. Da justo en el blanco (dans la mille).
Queda que la gerontocracia tiene sus partidarios, Confucio por ejemplo, cuya doctrina en este punto no parece obsoleta en China. La propia práctica del psicoanálisis, por razones de estructura, engendra una gerontocracia en la institución , y es una tendencia difícil de contrariar. Fíjese en la Escuela freudiana. Un primer lote de ancianos se marchó con Lagache a la I.P.A. Los otros, los que permanecieron con Lacan, se fueron cinco años más tarde con ocasión de la querella del pase. Lacan recuperó in extremis a Clavreul haciéndolo vicepresidente, Leclaire se instaló en el Aventino, los jóvenes de la época fueron promovidos a las plazas vacantes. Pero esa generación de 1964 se volvió “gerontocrática” mucho más rápidamente aún que las precedentes y, como un solo hombre, desertó de la ECF en cuanto la generación siguiente, la de 1980, asomó el morro. Me parece que esta generación, la suya, lo hará mejor que sus mayores: no querrá desalentar a la generación del 2010, sabrá abrirle la puerta y permanecer con ella hombro con hombro.
Una palabra más. ¿Cómo un psicoanalista que no puede orientarse en la sociedad en la que vive y trabaja, en los debates que la convulsionan, estaría preparado para tomar a su cargo los destinos de la institución analítica? Nada más actual que la gran idea que Lacan se hacía del psicoanalista en 1953 (antes de tener que empequeñecerla dada su experiencia con los psicoanalistas existentes) y el requerimiento que les dirige (Escritos p. 309): “Que conozca bien la espira a la que su época lo arrastra en la obra continuada de Babel, y que sepa su función de intérprete en la discordia de los lenguajes”. Podíamos desatenderlo en la época en que los poderes públicos se preocupaban poco de las actividades de los “psi” (lo que, por lo demás, Lacan deploraba). Puesto que, en el siglo XXI, el psicoanálisis es un problema de la sociedad, un problema de la civilización, la elección es forzosa: el pase sin el foro sería la Escuela convertida en secta, el pase hecho semblante. Lo que no quiere decir: tomar partido. Quiere decir: hacer demostración en acto de nuestra posición como psicoanalistas, no sólo en “la cura” sino en “la ciudad”. Por lo tanto, cita en el Foro del 7 de febrero.
[Traducción: Carmen Ribés]
Continuación
Jacques-Alain Miller
[JJ Nº 79]
Esta historia de "seguidismo" me retumba en la cabeza. La palabra en sí no corresponde a mi sentimiento, que se sostiene en un andar arduo, en contra de la pendiente, con la posibilidad de desprendimientos, retrocesos, resbalones, caídas. Y siempre buscando el camino, intentando deducirlo, abriéndome paso a base de machete, nunca o rara vez trazado por adelantado. A veces algunos claros que pongo inmediatamente a prueba. Preguntas que me vuelven durante años. Yo no me veo a la cabeza de una tropa, yo no tengo el sentimiento de desencadenar movimientos de masa, me veo más bien despertando con mis suplicas, con mis imprecaciones, a algunos en una masa adormecida, o frenando a una masa que se rompe, que se precipita en la mala dirección.
Para mover un poquito algo en la institución, tengo siempre que argumentar hasta el hartazgo, apoyarme todos los días en una gran cantidad de trabajo que no delego en ninguno, ocupar en ello un tiempo infinito. No hago eso tan a menudo. Lo hago sólo cuando pienso que no puede ser de otra manera. Podría pasar de ello. Pasé de ello durante 7 años. Leyendo a Depelsenaire, alguien podría creer que sólo con un chasquido de dedos por mi parte la cosa está hecha. El ve las cosas así, yo no. En el fondo, ¿por qué no soy más autoritario? Sin duda es porque en lo que concierne a la institución, no tengo ideas preconcebidas. Las ideas me vienen en el calor de los intercambios. Eso se percibe y por eso en esos momentos se dirigen a mi tan fácilmente.
Depelsenaire también, que me escribe el primer día del año....Se percibe bien que tengo necesidad de que me interpelen, que se me responda, que hay falta de mi lado; una llamada que no es semblante, que todo no está ya escrito en mi cabeza, que no está ya cocinado en mi sesera. Vamos a empezar a aclarar esto la semana próxima. Imagino que hará falta un programa, pero por el momento no tengo ninguno. Sí, soy más bien un sujeto supuesto o que pretende no saber - no saber un "esto es" bien delimitado en el saber, "en reserva" como dice Lacan - término de la tipografía: el título Ornicar? está "en reserva blanca" sobre una banda negra. Pero de todas formas un día tendré que encontrar el tiempo para contar esa historia del CPCT, desde mi punto de vista. Era un proyecto que se remonta para mí a los primeros años de la Escuela. Cuando se lee a Depelsenaire, se podría creer que los CPCT entraron en la tierra dato signo, aunque estén todos ahí, bien vivos, advertidos de algunos obstáculos, redimensionados. Han sido sobretodo redimensionados en las cabezas, eso es todo. No, en verdad, eso no es todo, pero esto ya no concierne propiamente a los CPCT. Es un hecho que yo solito he bloqueado no los CPCT sino la inconcebible refundación de la Escuela que por poco se iba a producir el año pasado - refundación nunca explicitada, ni discutida, ni votada y que estaba, sin embargo, a punto de devenir un hecho consumado. Su promotor lo niega, yo lo mantengo: tenemos muchas cosas en común, pero sobre esta cuestión no estamos de acuerdo. Y esa operación se llevaba a cabo sin consignas, ¿no es así?, suavemente, como por encantamiento. Ni visto ni oído incluso por parte del promotor , "sin que él lo supiera ni lo quisiera", si hay que creer lo que dice. A meditar. ¿Y cómo he impedido esto? Me fue suficiente conectar pequeños puntos dispersos, encontré 9: se vio la imagen en la alfombra y hubo exclamaciones. Sólo pido una cosa: que se me deje terminar en paz la serie de seminarios de Lacan. Estoy en eso, casi lo estaba. Aparece el asunto CPCT que me conduce al tema de las Jornadas, y luego dirigir las Jornadas, y el empuje de esas Jornadas hace que todo se ponga en danza, hace tambalearse al Campo freudiano y no puedo decir empuja....
Traducción: Carmen Cuñat
Respuesta a Jacques-Alain Miller
Ives Depelsenaire
JJ Nº 80
Gracias, querido Jacques-Alain Miller, por sus comentarios a mi carta del 1 de enero.
Quisiera retomarlos, responder a las cuestiones que me dirige, y tal vez plantear algunas otras.
Usted recuerda en primer lugar la diferencia de contexto entre la Escuela en el momento de su nacimiento, frágil esquife nacido de un obscuro desastre, y la Escuela de 2010, que ha llegado a ser un establecimiento respetado y potente, pieza de una vasta red internacional. Es cierto que esta evolución se acompañó forzosamente de un cambio en las condiciones de reclutamiento de los miembros, y que un “desarrollo comedido” de las admisiones, según su expresión, era la apuesta. No cuestiono esto. Esta política nunca me ha chocado. El espíritu de la Escuela de 1980 no se refería a su apertura a cualquiera, sino a la fidelidad a Lacan, y Lacan se había remitido al número. “Los mil” fue el significante de esta apuesta. Algunos leyeron inmediatamente con pavor “Los Miller”. No es mi caso. Miller y los mil, para mí, constituyen un par. Lacan confiaba en usted, y eso a mí me basta como prueba. Si me sucede el no estar de acuerdo con usted, eso no cambia nada en cuanto al fondo. Ya que desde varios puntos de vista, Usted encarna lo que llamaba el espíritu de la Escuela.
El espíritu de la Escuela (¡formula muy hegeliana!) no está unido según mi parecer, cualquiera que sea el valor que se pueda acordar a este aspecto (y créame que me alegro de ello), a su éxito como institución socialmente reconocida. Concierne sobre todo a lo que Usted mismo ha situado en cabeza del último numero del Journal des journées, a saber, a la Escuela en el sentido casi antiguo del término, la Escuela como estilo de vida, como el propio Lacan llegó incluso a decir.
El número no es ciertamente un fin en sí. En el mismo momento en el que llamaba en torno suyo, recuerdo que Lacan lanzó tambie´n que no era necesaria mucha gente y que había gente de la que no tenía necesidad. Sin embargo, el número es un recurso al que usted no desdeña recurrir, como fue el caso con los Forums, y que fue de nuevo el caso de las recientes Jornadas en las que eramos dos veces mil. Desarrollo comedido, de acuerdo entonces. Pero maltusianismo no. Y usted no me quitará la idea de que la Escuela ha pecado por ese lado. No hay mejor demostración que estas Jornadas, en las que hemos podido descubrir tantas voces desconocidas hasta ahora. Y sobre este punto, sospecho que usted está mucho más de acuerdo conmigo de lo que está dispuesto a decir.
Hice alusión en mi carta del 1 de enero a dos pasadores, lamentando que no hayan sido acogidos todavía en la Escuela, más de diez años más tarde. ¿Quiénes son? usted me pregunta. No cuente conmigo para decirlo. Ellos son suficientemente mayores para hacerlo saber por sí mismos si lo desean. Quizás nuestro intercambio les empuje a ello. Esto estaría muy bien.
En verdad, tengo poco gusto por la “tiranía de la transparencia”. Y dudo de que esta consigna alegre a nuestro amigo Gérard Wajcman. Que los debates en el seno de la Escuela se hagan a cielo abierto lo más posible, de acuerdo. Pero la transparencia, y sobre todo su tiranía galopante en nuestro mundo, que Dios nos libre.
En cambio, ¿cómo no estar de acuerdo con su concepción de la Escuela en tanto que apuesta por el porvenir? También de la presencia deseable de numerosos médicos en su seno. Pero me parece que esto no nos libra de defender con convicción el principio del psicoanálisis profano. Usted evoca a Lacan cuando invitó a Lagache a realizar estudios de medicina. ¿En qué año exactamente? En todo caso, en 1964, no le pidió a Usted nada semejante. En cuanto a los estudios de psicología, quizás no sea el fin del mundo, o el quinto infierno, ¡pero es sin embargo bastante más que una factura de gas! Es una poción bastante indigesta.
Voy ahora a sus comentarios a proposito del unanismo. Seguidismo le parece más justo, pero es porque usted se ha sentido demasiado rápidamente el blanco de mi comentario. Por tanto usted me hace decir no únicamente cosas que no pienso, sino incluso cosas que desapruebo. Jamás he tenido la idea de que "Miller cambia de ideas como de camisas". Si hay algo de lo que fiarse de usted, es de su constancia notable. Decir blanco después de haber dicho negro, no, no le instruiré nunca ese proceso. A nuestra comunidad es a quien he querido interrogar. ¿Qué es, por ejemplo, este entusiasmo por el psicoanálisis aplicado a la terapéutica y los CPCT, y después su denigración sistemática? Por su parte, me parece que ´jamás ha tirado al bebe con el agua sucia.
No estoy de vuelta de todo. Y además no me siento especialmente viejo, incluso sabiendo que no tengo toda la vida por delante. El ímpetu dado por las últimas Jornadas me encanta.
Una vez admitidos algunos representantes de los que usted llama la generación Forums, espero que quedara intenso.
PD: Recibo, en el momento en el que me dispongo a enviarle estas palabras la nueva entrega del JJ, en la que leo: “este asunto de seguidismo me da vueltas en la cabeza”. Verdaderamente estaría bien que usted nos aclarara antes su lectura de lo que ha ocurrido con los CPCT
Traducción: Julio González-Isabelle Durand
COMENTARIO
Jacques-Alain Miller
[Si, la Escuela tiene entusiasmos, cuando se le da la ocasión. Como grupo, no es ni el ejército, ni la Iglesia, sino La escuela de las mujeres, retomando el título de Molière. Así pues, ella no funciona nunca como un solo hombre. Es una colección de Menos-unos: “Todos excepto yo”. Es muy simpático. El problema está cuando pierde la cabeza. ¿Cómo hacerle reflexionar un poco? La creía casada con el psicoanálisis, y esposa fiel, y de eso nada. Mañana podría perfectamente volcarse en la psicoterapia incluso sin darse cuenta, bautizando como “psicoanálisis” lo que no sería más que psicoterapia. ¿Cómo prevenirse contra esto? Puede decirse, y es el mensaje que nos envía “la civilización”: la psicoterapia es el porvenir del psicoanálisis. El primer piso del grafo es evidente, basta con hablar; el segundo es necesario hacerlo existir, desearlo. Aquí interviene el deseo del analista; aquí se inscribe “la ética” del psicoanálisis. Si el deseo cede, este segundo piso no es más que una ficción. Así pues, es frágil. Felizmente no hay únicamente el deseo del analista, está también el goce del analizante. Quizás es esto, en definitiva, lo que nos salva]
Traducción: Julio González-Isabelle Durand
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