Las circunstancias que me
llevaron a compartir con ustedes esta reflexión obedecen a algunos
acontecimientos. Recibí la invitación de Gil Caroz luego de ver una película de
Pedro Almodóvar, La piel que habito. Como el tema de la Sección Clínica
de Bruselas lleva por título el cuerpo, pasé por la perspectiva de
Almodóvar, cuya película me encantó. Es un thriller, un best-seller francés,
con una intriga que aborda un tema recurrente en él: el cuerpo. Almodóvar juega
con el equívoco al modo de Joyce –La piel y el habito– el hábito piel,
nuestro único hábito. Tanto más cuanto que esta película trata sobre el
desarrollo de la ciencia y la cuestión del cuerpo, contando las aventuras de un
cirujano que trabaja en cirugía estética y constructiva-reparadora, un
investigador que quiere crear piel artificial.
Es también una película
sobre una doble venganza. Comienza por la venganza del personaje A contra el
personaje B, y termina con la venganza del personaje B contra el personaje A.
Es decir, todo el mundo se destripa. Y, pese a todo, la venganza es la forma
más pasional del amor.
Y, por último, es, además,
una película sobre la sexualidad. Estas son entonces las diferentes dimensiones
que fueron reunidas para una reflexión sobre el cuerpo: cambiar de piel, no
cambiar de piel, cambiar de sexo o no cambiar de sexo. Se trata de un muchacho
que se transformó en dama a su pesar. En las primeras escenas, Almodovar se
ocupa mucho de mostrarlo como extremadamente preocupado al menos sobre lo
femenino en la vertiente de la mascarada, con la idea de vestirse con ropa
femenina o de dar a ver hábitos femeninos. Finalmente, lo que no quiso da
cuenta de algo suyo –un síntoma– que no conoce. Y, por lo tanto, cambiar de
piel es lo mismo que no cambiar de piel. Me parece que ese es un buen punto de
partida para pensar la cuestión del cuerpo...
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Traducción: Lorena Buchner
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