La psicosis ordinaria no data de ayer, este término
se abre camino en la ciudad analítica desde 1998, año en que Jacques-Alain
Miller lo inventó y lo puso en circulación[1].
Cuando se realice el XI Congreso de la AMP en 2018, la psicosis ordinaria habrá
cumplido pues veinte años. Buen momento para recapitular: qué han aprendido con
ella los psicoanalistas, qué usos le han dado y cuáles aún podrían encontrarle.
El buen momento lo indica también el entusiasmo con el que
ha sido recibido el tema propuesto para el Congreso. Las psicosis ordinarias
y las otras, bajo transferencia tiene la virtud de interpretar, de
interpelar al menos, algo vivo de la clínica psicoanalítica actual. Lo vivo,
trozo de real con que la experiencia analítica no deja de encontrarse. Seguir
en la brecha abierta por la enseñanza de Lacan, la última y la otra, es no
sustraerse a este real, propiamente analítico. El Congreso de Río lo abordó a
partir del inconsciente y el misterio del cuerpo hablante, el de Barcelona lo
continuará bordeando valiéndose esta vez de las psicosis ordinarias.
Clínica estructural, clínica del sinthome
Durante una época, el psicoanálisis se sostuvo en la solidez
de una clínica estructural que permitía distribuir los casos entre dos campos
diferenciados: la neurosis y la psicosis. Dejando a un lado la perversión, el
corte de esta clínica estructural era neto; la presencia o ausencia del
significante del Nombre del Padre en el lugar del Otro[2]
repartía las aguas: a un lado los unos, al otro lado los otros. La primacía de
lo simbólico otorgaba al significante la potestad de la diferencia y del
ordenamiento.
Con esta clínica del significante, binaria y discontinua,
Lacan ordenó el campo analítico dejado por Freud llevando el Edipo freudiano al
Nombre del Padre lacaniano. Más adelante el psicoanálisis amplió su bagaje con
lo que Jacques-Alain Miller, en la Conferencia de Río, destacó como
inconsciente de pura lógica[3], con la
lógica del fantasma y el objeto pequeño a, instrumentos de los que desde
entonces la clínica ya no sabría prescindir porque permiten establecer el campo
del sujeto y orientarse en sus modos de gozar. Con esta clínica se formaron
varias generaciones de psicoanalistas en el Campo freudiano y más allá. Pero
este Lacan, estructuralista y lógico, fundamentado en la prevalencia de lo
simbólico sobre lo imaginario y lo real, no constituye su última palabra. Hay
más Lacan.
En su camino hacia lo real Lacan se encontró con que no todo
el goce se deja negativizar por la significación fálica. El psicoanálisis tenía
que soltarse de la mano del padre como único operador para responder a los
desafíos de una praxis que tiene que “hacerle la contra” a lo real[4]. Con la pluralización de los Nombres del
Padre, primero, y con la consideración de las soluciones singulares abierta con
Joyce[5] después, la función del Nombre del
Padre perdía su exclusividad como tratamiento del goce y debía ser incluido,
bien a título de semblante, bien a título de síntoma, en una perspectiva más
amplia. Una perspectiva que desbordaba la estructura binaria y donde el poder
limitador del orden simbólico sobre lo real del goce quedaba, literalmente, en
entre-dicho.
No se pasa de la estructura a los nudos de un solo salto.
Los momentos de la enseñanza de Lacan están tendidos con un hilo cuya lógica ha
articulado el trabajo minucioso de Jacques-Alain Miller en los cursos de la
Orientación Lacaniana. Aquí abreviaremos: los impasses del goce femenino,
desplegados en Aún[6], empujan a
Lacan a tomar la mano de Joyce abriendo su última y su ultimísima enseñanza.
Con ellas se rediseña el punto de partida: de ahí en más la neurosis se leerá
desde la psicosis y no al revés.
La forclusión entonces se generaliza: forclusión del
significante de La/mujer para todo ser hablante, forclusión restringida del significante
del Nombre del Padre para la psicosis. Si a cada uno su forclusión, a cada uno
su solución; o mejor dicho su tratamiento, porque solución no la hay. Lo que
hay es la clínica del sinthome generalizado. De aquí la ironía de Lacan:
“todo el mundo es loco, es decir, delirante”[7],
lo cual no significa que seamos todos psicóticos sino que “todos nuestros
discursos son una defensa contra lo real”[8].
Esto quiere decir que tomar como guía la singularidad de respuestas sinthomáticas
no exime de precisar la diferencia entre neurosis y psicosis.
La clínica del sinthome, la de la gradación y la
singularidad, no anula la anterior. Entre la clínica de las estructuras y la de
los nudos no hay oposición: se trata de hacer fructífera esta tensión. La
singularidad de las invenciones subjetivas llama a una clínica instrumental y
flexible que hoy por hoy se encuentra –hay que reconocerlo- en una etapa de
balbuceo. Es esta clínica la que aprendemos a decir[9].
Es una elección ética.
El título del Congreso produce una inversión que nos sirve
de guía. Con él se constata que las psicosis ordinarias han pasado delante, que
es donde se encuentran: delante de los practicantes, en la experiencia de todos
los días. Pero si las otras psicosis ya no son el referente único para pensar
el campo de la locura, no podemos prescindir de ellas. En De una cuestión
preliminar… se encuentran los cimientos del caso Joyce[10].
Este es el campo de investigación que se abre como
consecuencia de haber puesto en primer plano el goce y sus tratamientos
singulares, lo que conlleva tener que reconsiderar, con el resorte de las
psicosis ordinarias, la perspectiva general sobre la clínica.
Psicosis ordinarias
Antes de ser resorte, las psicosis ordinarias se presentaron
como una zona de sombra. Acompañando la declinación del Nombre del Padre y la
ascensión del objeto a al cenit de la civilización, en la práctica
analítica se constataba un aumento de casos en los que no se encontraban los
elementos precisos y concluyentes de una neurosis[11].
Casos raros que no parecían entrar ni en una ni en otra de las categorías de la
clínica binaria. Estos casos, que fueron primeramente considerados
“inclasificables de la clínica psicoanalítica”[12],
poblaban la zona de frontera del binario estructural, ensanchándola. Una zona
en sombra que Jacques-Alain Miller –a diferencia de la categoría de estado
límite o borderline utilizada en la IPA- empezó a iluminar con
el término de “psicosis ordinaria”, abriéndola a la investigación.
La psicosis ordinaria no
es pues una nueva categoría clínica sino un aparato epistémico suplementario.
Las psicosis ordinarias, de entrada, no se dejan circunscribir, se las puede
encontrar en todas partes, incluso donde menos se las espera. Pero ellas no
están en tierra de nadie, son psicosis. Y al situarlas en este campo todo el
conjunto resulta interrogado.
Conviene aclarar que las psicosis ordinarias no disuelven el
campo de la neurosis sino que de algún modo lo resuelven, ya que desprenden a
la neurosis de cualquier supuesta equivalencia con la idea de “normalidad”. La
idea de normalidad ya no resulta sostenible cuando la norma fálica ha perdido
la hegemonía de su tradición al encontrarse incluida como una más entre otras
soluciones para orientar el goce. Así el predicado segregativo, que nunca pudo
ampararse de Lacan, los normales son los neuróticos, los otros son
psicóticos no resulta sostenible desde ningún punto de vista.
Las psicosis ordinarias permiten ampliar el abanico de
soluciones posibles para el agujero forclusivo. En las psicosis extraordinarias
encontramos la reparación del agujero en forma de metáfora delirante cuando
éste ya se ha manifestado desencadenándose como real que irrumpe, mientras que
en las psicosis ordinarias las modalidades de reparación se multiplican y
diversifican al ser tomadas en su rareza, con sus pequeñas invenciones, en su
radical singularidad. Lo que tienen en común estas soluciones singulares es la
posibilidad de una auto-reparación del agujero que impide o difiriere su
estallido manifiesto. Ordinarias o extraordinarias, lo que encontramos siempre
son los índices de “un agujero, una desviación o desconexión que se perpetúa”[13].
Estos índices del agujero de la forclusión pueden ser
aparatosos, explosivos, extraordinarios, en cuyo caso no son difíciles de
reconocer por el sujeto y su entorno. Pero también pueden ser discretos,
sutiles, de manera que fácilmente pasan desapercibidos para el sujeto mismo,
para su entorno y sobre todo para el clínico. Sólo bajo transferencia estos
signos discretos pueden ser localizados como tales.
El desencadenamiento de una psicosis, en la clínica
estructural, es efecto del mal encuentro con Un-padre que aparece en oposición
simbólica para el sujeto[14], lo que provoca
un desencadenamiento del significante en lo real[15]. Mientras que los llamados neodesencadenamientos[16]
son aquellos que se localizan a partir de algunos puntos de fuga que indican
pequeños desenganches del Otro que producen una deslocalización del goce. El
desencadenamiento, neo- o franco, resulta entonces crucial como índice del
agujero forclusivo que caracteriza toda psicosis. Jacques-Alain Miller en un
texto que será imprescindible para orientar los trabajos del Congreso, propone
tres externalidades para ordenar esta cuestión: la externalidad social, la
corporal y la subjetiva[17].
Allí se puede leer que lo que buscamos captar con la
psicosis ordinaria es lo que Lacan llama “un desorden provocado en la juntura
más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”[18].
Este desorden, verdadero índice diagnóstico, afecta al sentimiento de la vida
en tanto efecto de la no inscripción de la significación fálica. En las
psicosis desencadenadas este desorden es evidente, pero ¿y en las psicosis
ordinarias? Es esto lo que, bajo transferencia, un psicoanalista puede captar a
partir de la presencia de algunos signos discretos. Bajo transferencia
significa gracias a, siendo la transferencia lo que permite situarlos,
pero también dentro de, es decir que se captan en la relación analítica.
Se trata de una clínica fina, tejida de sutileza, que tiene en cuenta la
tonalidad y la gradación, orientada a encontrar los efectos de la forclusión.
Bajo transferencia
Bajo transferencia se realiza la clínica psicoanalítica, en la neurosis
y en la psicosis, lo que requiere la presencia y el acto del analista.
En la primera parte de su enseñanza, la posición que Lacan
propone para el analista en las psicosis es la de secretario del alienado[19]. En primer lugar al psicoanalista le conviene
escuchar quién habla, puesto que el mensaje del psicótico proviene de una
palabra más allá del sujeto[20]. Pero este
secretario no se limita a tomar acta ya que debe procurar parar la metonimia
infinita, así como evitar el mal encuentro del psicótico con su Otro maligno.
Por otra parte, se trata también de alentar la pesquisa del arreglo que sostuvo
al sujeto hasta la irrupción del agujero, para remendar esa suplencia y, si es
posible, ayudar a construir una versión más consistente.
En las psicosis ordinarias el agujero se manifiesta sólo
discretamente. La eficacia de un sinthome como defensa parece innegable.
Por eso el trabajo analítico consiste más bien en invitar al sujeto al
despliegue de lo que hace problema para localizar allí, con él, elementos que
pueden hacer de grapa que anude las tres consistencias, para que se destaquen
como puntos de capitón y adquieran relieve. Se trata de que estos elementos
obtengan la mayor disponibilidad posible para el psicótico, fomentando su uso y
acompañándolo en la puesta a punto de su pragmática. Trayecto en el que será
importante cernir también los acontecimientos de cuerpo.
Bajo transferencia significa elegir una opción sin coartadas. Bordear
el agujero de saber que sostiene una experiencia analítica significa optar por
someter la práctica de todos los días a una determinada orientación. Por esto
como analistas no podemos ser eclécticos, ni terapeutas, ni (re)educadores:
solamente podemos practicar el psicoanálisis tratando el goce del parlêtre
por l’apparole, buscando que una existencia sea posible no sin
las vías de algún deseo. Seguir a Lacan en la orientación lacaniana es un acto
de transferencia, y como tal un acto de amor.
Cada congreso constituye entonces una ocasión para que la
Escuela Una tome contacto con ella misma, un momento de intimidad no exento de
alegría. Es un momento para dejarse atrapar por el deseo de hacer Uno con lo
múltiple que hizo surgir una asociación mundial; un deseo que encuentra en los
congresos ocasión de revitalizarse, a contracorriente de la pulsión de muerte
que no necesita renovación porque está siempre activa.
El pase acompaña y nuclea cada Congreso, no solamente para
que los miembros de la AMP conozcan su momento actual y sus perspectivas, sino
también para que cada congresista pueda ser tocado, alcanzado, por lo que cada
AE transmite de la experiencia de un análisis y de su final, obteniendo efectos
de formación en relación con el tema propuesto. En el XI Congreso seguiremos
aprendiendo lo que el pase enseña sobre el anudamiento con el que un parlêtre
se sostiene, la singularidad de las soluciones encontradas, e incluso su
labilidad.
Lo que nos interesa examinar son las maneras en que un sujeto inventa un nudo con lo imaginario, lo simbólico y lo real que se sostenga sin el auxilio del Nombre del Padre, bien sea por su no inscripción radical, bien sea por haberlo captado en su ser de semblante.
Pase y psicosis no se podrían pensar sin la invención ya que
ella acompaña –tanto como la angustia- el transitar la zona más allá del padre,
aunque no más allá del sinthome que es donde un real analítico puede ser
captado.
[1] J.-A. Miller y otros, La psicosis ordinaria,
Colección ICBA/Paidós, Buenos Aires, 2003.
[2] J. Lacan, “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis”, Escritos 2, Siglo XXI editores, p.
556.
[3] J.-A. Miller, “Habeas Corpus. De Río a
Barcelona”, El psicoanálisis nº 29, Madrid 2016, p. 9.
[4] J. Lacan, “La tercera”, Intervenciones
y textos 2, ed. Manantial, p. 87.
[5] J. Lacan, El sinthome, Seminario 23,
ed. Paidós, Buenos Aires.
[6] J. Lacan, Aún, Seminario 20, ed.
Paidós, Buenos Aires.
[7] J. Lacan, “¡Lacan por Vincennes!”, Lacaniana nº
11, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011, p. 7.
[8] J.-A. Miller, “Ironía”, Uno por Uno nº
34, Eolia, Barcelona, 1993.
[9] J.-A. Miller, “El inconsciente y el cuerpo
hablante”, Scilicet, Buenos Aires, Grama ediciones, 2015, p. 28.
[10] Orientación dada por Jacques-Alain Miller en un
intercambio de correos en ocasión de la elección del título del Congreso.
[11] J.-A. Miller, “Efecto retorno en las psicosis
ordinarias”, Freudiana nº 58, Barcelona, 2010, p. 16.
[12] J.-A. Miller y otros, Los
inclasificables de la clínica psicoanalítica, ICBA/Paidós, Buenos Aires,
1999.
[13] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis
ordinaria”, Op cit, p. 26.
[14] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op
cit, p.558.
[15] Ibid, p. 564.
[16] J.-A. Miller y otros, La psicosis
ordinaria, Op cit.
[17] J.-A. Miller, “Efecto retorno sobre la psicosis
ordinaria”, Op cit, p. 17-21.
[18] J. Lacan, “De una cuestión preliminar…”, Op
cit, p. 540.
[19] J. Lacan, Las Psicosis, Seminario 3,
Paidós, 1984, Buenos Aires, p. 295-305.
[20] J. Lacan, “De una cuestión preliminar”, Op
cit, p. 556.
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Les psychoses ordinaires et les
autres
sous transfert
Anna Aromí, Xavier Esqué
Le terme de psychose ordinaire ne date
pas d’hier ; il fait son chemin dans la cité analytique depuis 1998, année où
Jacques-Alain Miller l’a inventé et mis en circulation[1].Quand se déroulera le
XIe Congrès de l’AMP en 2018, la psychose ordinaire fêtera donc ses
vingt ans. Bon moment pour récapituler : qu’en ont appris les psychanalystes,
quels usages en ont-ils fait et pourraient-ils encore lui en trouver ?
Le bon moment, c’est aussi ce dont
témoigne l’enthousiasme avec lequel a été reçu ce thème proposé pour le
Congrès. Le titre – Les psychoses ordinaires et les autres, sous transfert
– a la vertu d’interpréter, ou du moins interpeler, un point vif de la clinique
psychanalytique actuelle : bout de réel que l’expérience analytique ne cesse de
rencontrer. S’engouffrer dans la brèche ouverte par l’enseignement de Lacan –
le dernier et l’autre – est ne pas se soustraire à ce réel, proprement
analytique. Le Congrès de Rio l’a abordé à partir de l’inconscient et du
mystère du corps parlant, celui de Barcelone continuera à le border par
l’étude, cette fois, des psychoses ordinaires.
Clinique structurale, clinique
du sinthome
À une époque, la psychanalyse s’est
soutenue de la solidité d’une clinique structurale qui permettait de répartir
les cas en deux champs différenciés : la névrose et la psychose. La perversion
laissée de côté, la coupure de cette clinique était nette. La présence ou
l’absence du signifiant du Nom-du-Père au lieu de l’Autre[2], traçait la ligne
du partage des eaux : d’un côté les uns, de l’autre côté les autres. La
primauté du symbolique octroyait au signifiant la prérogative de la différence
et de l’ordonnance.
Avec cette clinique du signifiant,
binaire et discontinue, Lacan a ordonné le champ analytique laissé par Freud en
reportant l’Œdipe freudien au Nom-du-Père lacanien. Plus tard la psychanalyse a
enrichi son bagage de ce que Jacques-Alain Miller, lors de la Conférence de
Rio, a distingué comme l’inconscient, « constitué que par des éléments de pure
logique. »[3], « l’inconscient relève du logique pur »[4], avec la logique du
fantasme et l’objet petit a, outils dont la clinique ne saurait
désormais se passer, car ils permettent d’établir le champ du sujet et de
s’orienter dans ses modes de jouir. C’est à cette clinique que plusieurs
générations de psychanalystes se sont formés dans le Champ freudien et au-delà.
Mais ce Lacan structuraliste et logique, ayant pour base la prévalence du
symbolique sur l’imaginaire et le réel, ne constitue pas son dernier mot. Il y
a plus Lacan.
Sur le chemin du réel, Lacan a
découvert que pas toute la jouissance se laisse négativer par la signification
phallique. La psychanalyse devait lâcher la main du père en tant qu’opérateur
unique, pour répondre aux défis d’une praxis qui se doit de contrer le
réel[5]. Avec la pluralisation des Noms-du-Père d’abord, puis par la
considération de solutions singulières ouverte avec Joyce[6], la fonction du
Nom-du-Père perdait son exclusivité comme traitement de la jouissance et devait
s’inclure, soit à titre de semblant, soit à titre de symptôme, dans une
perspective plus large ; perspective débordant la structure binaire et où le
pouvoir de l’ordre symbolique faisant limite au réel de la jouissance se
trouvait, littéralement, contre-dit.
On ne passe pas de la structure aux
nœuds d’un seul bond. Les moments de l’enseignement de Lacan suivent un fil
dont le travail minutieux de Jacques-Alain Miller a articulé la logique dans
ses cours de l’Orientation lacanienne. Ici nous abrègerons : les impasses de la
jouissance féminine développées dans Encore[7] poussent Lacan à prendre
la main de Joyce pour ouvrir son dernier et son tout dernier enseignement. Là,
le point de départ est redéfini : dorénavant la névrose sera relue à partir de
la psychose et non l’inverse.
La forclusion se généralise alors :
forclusion du signifiant de La/ femme pour tout être parlant, forclusion
restreinte du signifiant du Nom-du-Père pour la psychose. Si à chacun sa
forclusion, à chacun sa solution, ou plus exactement son traitement puisque de
solution il n’y a pas. Ce qu’il y a c’est la clinique du sinthome
généralisé. D’où l’ironie de Lacan : « tout le monde est fou, c'est-à-dire
délirant »[8], ce qui ne signifie pas que nous soyons tous psychotiques mais que
« tous nos discours sont une défense contre le réel »[9]. Ce qui veut dire qu’à
choisir pour guide la singularité de réponses sinthomatiques, ne nous
dispense pas de préciser la différence entre névrose et psychose.
La clinique du sinthome, celle
de la gradation et de la singularité, n’annule pas la précédente. Entre la
clinique des structures et celle des nœuds il n’y a pas d’opposition : il
s’agit de rendre cette tension fructueuse. La singularité des inventions
subjectives appelle à une clinique instrumentale et flexible à trouver au jour
le jour – reconnaissons-le – dans cette étape balbutiante. C’est cette clinique
que « nous apprenons à dire »[10]. C’est un choix éthique.
Le titre du Congrès produit une
inversion qui nous sert de guide. Il nous fait constater que les psychoses
ordinaires sont passées devant, car c’est là qu’elles se trouvent : devant les
praticiens, dans l’expérience quotidienne. Mais si les autres psychoses ne sont
plus l’unique référence pour penser le champ de la folie, nous ne pouvons en
faire abstraction. Les fondements du cas Joyce[11] se trouvent dans « Une
question préliminaire… »
C’est le champ d’investigation qui
s’ouvre pour avoir mis au premier plan la jouissance et ses traitements
singuliers; ceci implique de devoir reconsidérer, avec le ressort des psychoses
ordinaires, la perspective générale de la clinique.
Psychoses ordinaires
Avant d’être un ressort, les psychoses
ordinaires se sont présentées comme une zone d’ombre. Avec le déclin du
Nom-du-Père et l’ascension de l’objet a au zénith de la civilisation, on
constatait dans la pratique analytique une augmentation de cas ne présentant
pas les éléments précis et concluants d’une névrose[12]. Cas rares ne
paraissant entrer ni dans l’une ni dans l’autre des catégories de la clinique
binaire. Ces cas, qui ont d’abord été considérés comme des « inclassables de la
clinique psychanalytique »[13], occupaient la zone frontière du binaire
structural, en l’élargissant. Une zone d’ombre que Jacques-Alain Miller – à la
différence de la catégorie d’état limite ou borderline utilisée à l’IPA
– a commencé à éclairer par le terme de « psychose ordinaire », l’ouvrant ainsi
à l’élucidation.
La psychose ordinaire n’est donc pas
une nouvelle catégorie clinique, mais un appareil épistémique supplémentaire. Les
psychoses ordinaires, d’emblée, ne se laissent pas circonscrire. On peut les
rencontrer partout, même là où on les attend le moins. Mais elles ne se situent
pas dans un no man’s land, ce sont bien des psychoses. Et à les situer
dans ce champ, tout l’ensemble s’en trouve interrogé.
Il convient de préciser que les
psychoses ordinaires ne dissolvent pas le champ de la névrose mais d’une
certaine façon le résolvent, puisqu’elles dégagent la névrose de toute
prétendue équivalence avec l’idée de « normalité ». L’idée de normalité n’est
plus soutenable dès lors que la norme phallique perd son hégémonie
traditionnelle, en se trouvant inclue comme une solution parmi d’autres pour
orienter la jouissance. Ainsi ce prédicat ségrégatif, qui n’a jamais pu se
prévaloir de Lacan – les normaux sont les névrosés, les autres sont des
psychotiques –, n’est plus soutenable d’aucun point de vue.
Les psychoses ordinaires permettent
d’élargir l’éventail des solutions possibles au trou forclusif. Dans les
psychoses extraordinaires nous avons sous forme de métaphore délirante la
réparation du trou, quand celui-ci s’est déjà manifesté par un déclenchement
comme irruption du réel ; au contraire, dans les psychoses ordinaires les
modalités de réparation se multiplient et se diversifient quand elles sont
prises dans leur bizarrerie, avec leurs petites inventions, dans leur radicale
singularité. Ces solutions singulières ont en commun la possibilité d’une
auto-réparation du trou qui empêche ou diffère son explosion manifeste. Ordinaires
ou extraordinaires, nous y rencontrons toujours, les indices d’« un trou, une
déviation ou une déconnection qui se perpétue »[14]
Ces indices du trou de la forclusion
peuvent être spectaculaires, explosifs, extraordinaires ; dans ce cas ils ne
sont pas difficiles à reconnaître par le sujet et son entourage. Mais ils
peuvent aussi être discrets, subtils, de sorte qu’ils passent facilement
inaperçus du sujet lui-même, de son entourage et surtout du clinicien. Ce n’est
que sous transfert que ces signes discrets, en tant que tels, peuvent être
localisés.
Le déclenchement d’une psychose, dans
la clinique structurale, est l’effet de la mauvaise rencontre avec Un-père qui
apparaît « en opposition symbolique au sujet »[15], ce qui provoque un «
déchaînement » du signifiant dans le réel[16]. Tandis que ce qu’on appelle les néodéclenchements[17]
sont ceux qu’on détecte à partir de quelques points de fuite indiquant de
petits débranchements de l’Autre qui produisent une délocalisation de la
jouissance. Le déclenchement, néo- ou franc, est alors crucial comme indice du
trou forclusif caractérisant toute psychose. Jacques-Alain Miller, dans un
texte incontournable pour orienter les travaux du Congrès, propose trois sortes
d’externalités : l’externalité sociale, corporelle et subjective[18].
On peut y lire que ce que nous
cherchons à saisir avec la psychose ordinaire, ce que Lacan appelle « un
désordre provoqué au joint le plus intime du sentiment de la vie chez le sujet
»[19]. Ce désordre, véritable indice diagnostique, affecte le sentiment de la
vie en tant qu’effet de la non inscription de la signification phallique. Dans
les psychoses déclenchées ce désordre est évident, mais qu’en est-il dans les
psychoses ordinaires ? C’est ce que – sous transfert – un psychanalyste peut
saisir à partir de la présence de quelques signes discrets. Sous transfert
signifie grâce à – le transfert étant ce qui permet de les situer –,
mais aussi dedans, c'est-à-dire qu’ils se saisissent dans la relation
analytique. Il s’agit d’une clinique fine, tissage subtil, qui tient compte de
la tonalité et de la gradation, dirigée vers la recherche des effets de la
forclusion.
Sous transfert
C’est sous transfert que se réalise la
clinique psychanalytique, dans la névrose et dans la psychose, ce qui requiert
la présence et l’acte de l’analyste.
Dans la première partie de son
enseignement, la position que Lacan propose à l’analyste pour les psychoses est
celle de secrétaire de l’aliéné[20]. En premier lieu, il convient au
psychanalyste d’écouter qui parle, puisque le message du psychotique provient «
d’une parole au-delà du sujet »[21]. Mais ce secrétaire ne se borne pas à
prendre acte puisqu’il doit chercher à arrêter la métonymie infinie, ainsi
qu’éviter la mauvaise rencontre du psychotique avec son Autre méchant. D’autre
part, il s’agit aussi d’encourager la recherche de l’ajustement qui a soutenu
le sujet jusqu’à l’irruption du trou, pour ravauder cette suppléance et, si
possible, aider à en construire une version plus consistante.
Dans les psychoses ordinaires le trou
ne se manifeste que discrètement. L’efficacité d’un sinthome comme
défense semble indéniable. C’est pourquoi le travail analytique consiste
davantage à inviter le sujet à déplier ce qui fait problème, pour localiser,
avec lui, des éléments pouvant faire agrafe qui nouerait les trois
consistances, afin qu’ils ressortent comme point de capiton et acquièrent du
relief. Il s’agit d’obtenir que ces éléments soient le plus disponibles
possible pour le psychotique, en suscitant son usage et en l’accompagnant dans
la mise au point de sa pragmatique. Trajet dans lequel il sera également
important de cerner les événements de corps.
Mais sous transfert signifie
aussi faire un choix sans concession. Border le trou du savoir qui soutient une
expérience analytique signifie choisir de soumettre la pratique de chaque jour
à une orientation précise. C’est pourquoi, en tant qu’analystes, nous ne
pouvons être éclectiques, ni thérapeutes, ni (ré)éducateurs : nous ne pouvons
pratiquer la psychanalyse qu’en traitant la jouissance du parlêtre par
l’apparole, en tâchant qu’une existence soit possible non sans les voies
d’un désir. Suivre Lacan dans l’orientation lacanienne est un acte de
transfert, et comme tel un acte d’amour.
Chaque congrès constitue alors une
occasion pour que l’École Une prenne contact avec elle-même, un moment
d’intimité non dépourvu d’allégresse. C’est un moment pour se laisser rattraper
par ce désir de faire Un avec le multiple dont est née une association mondiale
; désir qui dans ces congrès trouve l’occasion de se revitaliser, à
contre-courant de la pulsion de mort qui, elle, est toujours active et n’a nul
besoin d’être renouvelée.
La passe accompagne chaque congrès et
en est le noyau, non seulement pour que les membres de l’AMP connaissent son
actualité et ses perspectives, mais aussi pour que chaque congressiste puisse
être touché, atteint, par ce que chaque AE transmet de son expérience d’une
analyse et de sa fin, en acquérant des effets de formation en relation avec le
thème proposé. Au XIe Congrès, nous continuerons à apprendre ce que
la passe enseigne du nouage par lequel un parlêtre se soutient, la
singularité des solutions rencontrées et même sa labilité.
Ce qui nous intéresse d’examiner, ce
sont les façons dont un sujet invente un nœud avec l’imaginaire, le symbolique
et le réel qui se soutienne sans l’aide du Nom-du-Père, soit par sa non
inscription radicale, soit pour l’avoir saisi en son être de semblant.
Passe et psychose ne pourraient être
pensées sans l’invention puisque celle-ci accompagne – ainsi que l’angoisse –
le passage à l’au-delà du père, bien que pas au-delà du sinthome qui est
là où un réel analytique peut être saisi.
(Traduction: Anne Goalabré avec la
relecture de Marie-Jo Asnoun)
[1] Cf. Miller J.-A., La psychose ordinaire,
la Convention d’Antibes, Le Paon, Paris, Agalma – Le Seuil, 1999.
[2] Cf. Lacan J., « D’une question
préliminaire à tout traitement possible de la psychose », Écrits,
Paris, Seuil, 1966.
[3] Miller J.-A., « Habeas corpus, vers
Barcelone 2018 », La Cause du désir no 94, octobre 2016,
p. 165.
[4] Ibid., p. 165.
[5] Lacan J., « La Troisième », Lacan au
miroir des sorcières, La Cause freudienne no 79, octobre 2011, Navarin Editeur, p. 19.
[6] Cf. Lacan J., Le Séminaire, livre
XXIII, Le sinthome, Paris, Seuil, 2005.
[7] Cf. Lacan J., Le Séminaire, livre
XX, Encore, Paris, Seuil, 1975.
[8] Lacan J., « Transfert à Saint-Denis ? —
journal d’Ornicar ? — Lacan pour Vincennes ! » Ornicar ? no 17-18, 1979, p. 278.
[9] Miller, J.-A., « Clinique ironique », La
Cause freudienne no 23, février 1993, Paris,
Navarin Seuil, p. 8.
[10] Miller J.-A., « L’inconscient et le corps
parlant - Présentation du thème du Xe Congrès de l’AMP à Rio en
2016 », Le corps parlant, Sur l’inconscient au XXIe siècle, Scilicet, Collection rue Huysmans, Paris, 2015, p. 28.
[11] Orientation donnée par Jacques-Alain Miller lors
d’un échange de courriers à l’occasion du choix du titre du Congrès.
[12] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose
ordinaire », Retour sur la psychose ordinaire, Quarto, no 94-95, École de la Cause freudienne, janvier 2009, p. 40-51.
[13] Cf. Miller J.-A., Cas rares : Les
inclassables de la clinique, La Conversation d’Arcachon, Le Paon, Paris,
Agalma - Seuil, 1997.
[14] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose
ordinaire », op. cit., p. 49.
[15] Lacan J., « D’une question
préliminaire… », op. cit., p. 577.
[16] Ibid., p. 583.
[17] Cf. Miller J.-A. et autres, La psychose
ordinaire, La Convention d’Antibes, op. cit., p. 11- 44.
[18] Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose
ordinaire », op. cit., p. 45.
[19] Lacan J., « D’une question
préliminaire… », op. cit., p. 558.
[20] Lacan J., Le Séminaire, livre III, Les
psychoses, Paris, Seuil, 1975, p. 233.
[21] Lacan J., « D’une question
préliminaire… », op. cit., p. 574.
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As psicoses ordinárias e as outras
sob transferência
Anna Aromí, Xavier Esqué
A psicose ordinária não data de ontem, esse termo
abre caminho na cidade analítica desde 1998, ano em que Jacques-Alain Miller o
inventou e o colocou em circulação[1]. Na
época do XI Congresso da AMP, em 2018, a psicose ordinária terá feito vinte
anos. Bom momento para recapitular: o que os psicanalistas aprenderam com ela?
Que usos têm lhe dado e quais ainda poderiam lhe dar?
O bom momento é evidenciado também pelo entusiasmo com que
foi recebido o tema proposto para o Congresso. As psicoses ordinárias e as
outras, sob transferência tem a virtude de interpretar, de interpelar ao
menos, algo vivo da clínica psicanalítica atual. O vivo, pedaço de real com o
qual a experiência analítica não deixa de se encontrar. Continuar na brecha
aberta pelo ensino de Lacan, o último e o outro, é não se furtar a esse real,
propriamente analítico. O Congresso de Rio o abordou a partir do inconsciente e
o mistério do corpo falante; o Congresso de Barcelona continuará bordejando-o,
valendo-se, desta vez, das psicoses ordinárias.
Clínica estrutural, clínica do sinthome
Em certa época, a psicanálise se sustentou na solidez de uma
clínica estrutural que permitia distribuir os casos entre dois campos
diferenciados: a neurose e a psicose. Deixando de lado a perversão, o corte dessa
clínica estrutural era nítido; a presença ou a ausência do significante do Nome
do Pai no lugar do Outro[2] era um divisor
de águas: de um lado uns, do outro lado os outros. A primazia do simbólico
outorgava ao significante o poder da diferença e do ordenamento.
Com essa clínica do significante, binária e descontínua,
Lacan ordenou o campo analítico deixado por Freud, conduzindo o Édipo freudiano
ao Nome-do-Pai lacaniano. Mais adiante, a psicanálise ampliou sua bagagem com o
que Jacques-Alain Miller, na Conferência do Rio, destacou como inconsciente de
pura lógica[3], com a lógica da fantasia e o
objeto pequeno a, instrumentos dos quais, desde então, a clínica já não
poderia prescindir, visto que eles permitem estabelecer o campo do sujeito e
orientar-se em seus modos de gozo. Nessa clínica se formaram várias gerações de
psicanalistas no Campo freudiano e mais além dele. Porém, esse Lacan
estruturalista e lógico, fundamentado na prevalência do simbólico sobre o
imaginário e o real, não constitui a sua última palavra. Há
mais Lacan.
Em seu caminhar rumo ao real, Lacan constatou que não todo o
gozo se deixa negativar pela significação fálica. A psicanálise precisava se
soltar da mão do Pai como único operador a responder aos desafios de uma práxis
que deve se contrapor ao real[4]. Com a
pluralização dos Nomes-do-Pai, primeiramente, e com a consideração das soluções
singulares aberta com Joyce[5], num segundo
momento, a função do Nome-do-Pai perdia sua exclusividade como tratamento do
gozo, devendo ser incluído, seja a título de semblante, seja a título de
sintoma, numa perspectiva mais ampla. Uma perspectiva que excedesse a estrutura
binária e na qual o poder limitador da ordem simbólica sobre o real do gozo
fosse, literalmente, posto sob suspeita.
Não se passa da estrutura para os nós num só pulo. Os
momentos do ensino de Lacan estão estendidos como um fio cuja lógica articulou
o trabalho minucioso de Jacques-Alain Miller nos cursos da Orientação
Lacaniana. Resumindo: os impasses do gozo feminino, desenvolvidos em Mais,
ainda[6], levaram Lacan a tomar a mão de
Joyce para abrir seu último e ultimíssimo ensinos. Com eles, redesenha-se o
ponto de partida: a partir daí a neurose será lida a partir da psicose, e não o
contrário.
A foraclusão se generaliza, então: foraclusão do
significante de A/mulher para todo ser falante, foraclusão do significante do
Nome-do-Pai restrita à psicose. A cada um sua foraclusão, a cada um sua
solução; melhor dizendo, a cada um seu tratamento, porque solução não há. O que
há é a clínica do sinthome generalizado. Daí a ironia de Lacan: “Todo
mundo é louco, ou seja, delirante”[7], o que
não significa que sejamos todos psicóticos, mas que “todos os nossos discursos
são uma defesa contra o real”[8]. O que quer
dizer que tomar como guia a singularidade das respostas sinthomáticas
não exime de ter que precisar a diferença entre neurose e psicose.
A clínica do sinthome, da gradação e da
singularidade, não anula a anterior. Entre a clínica das estruturas e a clínica
dos nós não há oposição: trata-se de tornar essa tensão frutífera. A
singularidade das invenções subjetivas convoca uma clínica instrumental e
flexível que se encontra hoje – há que se reconhecer – numa fase de balbucio. É
essa clínica que estamos aprendendo a dizer[9].
É uma escolha ética.
O título do Congresso produz uma inversão que nos serve de
guia. Com ele se constata que as psicoses ordinárias passaram à frente, que é
onde se encontram: à frente dos praticantes, na experiência de todos os dias.
Porém, se as outras psicoses já não são o referente único para pensar o campo
da loucura, não podemos prescindir delas. Em De uma questão preliminar…
se encontra o alicerce do caso Joyce[10].
Esse é o campo de investigação que se abre como consequência
de colocar em primeiro plano o gozo e seus tratamentos singulares, o que leva a
reconsiderar, com o impulso das psicoses ordinárias, a perspectiva geral sobre
a clínica.
Psicoses ordinárias
Antes de serem impulsoras, as psicoses ordinárias se
apresentaram como uma zona de sombra. Acompanhando o declínio do Nome-do-Pai e
a ascensão do objeto a ao zênite da civilização, constatava-se, na
prática analítica, um aumento de casos nos quais não se encontravam os
elementos precisos e conclusivos de uma neurose[11].
Casos raros que não pareciam entrar em nenhuma das duas categorias da clínica
binária. Tais casos, que foram primeiramente considerados “os inclassificáveis
da clínica psicanalítica[12], povoavam a
zona de fronteira do binário estrutural, ampliando-a. Uma zona de sombra que
Jacques-Alain Miller, diferentemente da categoria de estado limite ou borderline
utilizada na IPA, começou a iluminar com o termo de “psicose ordinária”,
abrindo-a a investigação.
A psicose ordinária não é
uma nova categoria clínica, mas um aparato epistémico suplementar. As psicoses
ordinárias, antes de mais nada, não se deixam circunscrever: pode-se
encontrá-las em todos os lugares, inclusive onde menos se espera. Porém, elas
não se encontram na ‘terra de ninguém’; elas são psicoses. Ao localizá-las
nesse campo, é todo o conjunto das psicoses que é interrogado.
Convém esclarecer que as psicoses ordinárias não dissolvem o
campo da neurose, mas de algum modo o resolvem, já que liberam a neurose de
qualquer suposta equivalência com a ideia de “normalidade”. A ideia de normalidade
deixa de ser sustentável quando a norma fálica perde a hegemonia de sua
tradição ao se encontrar incluída como uma solução entre outras para orientar o
gozo. Desse modo, o predicado segregativo, que nunca pôde se apoiar em Lacan, os
normais são os neuróticos, os outros são psicóticos não é sustentável sob
nenhum ponto de vista.
As psicoses ordinárias permitem ampliar o leque de soluções
possíveis para o buraco foraclusivo. Nas psicoses extraordinárias encontramos a
reparação do buraco sob a forma da metáfora delirante quando este já se
manifestou, desencadeando-se como real que irrompe, ao passo que nas psicoses
ordinárias as modalidades de reparação se multiplicam e se diversificam quando
consideradas em sua raridade, com suas pequenas invenções, em sua radical
singularidade. O que essas soluções singulares têm em comum é a possibilidade
de uma auto-reparação do buraco que impede ou adia sua irrupção manifesta. Ordinárias ou extraordinárias, o que
encontramos sempre são os índices de “um buraco, um desvio ou desconexão que se
perpetua”[13].
Esses índices do buraco da foraclusão podem ser
espetaculares, explosivos, extraordinários, e, nesses casos, não são difíceis
de serem reconhecidos pelo sujeito e seu entorno. Porém, eles também podem ser
discretos, sutis, de modo que passam facilmente despercebidos para o próprio
sujeito, para seu entorno e especialmente para o clínico. Somente sob
transferência esses signos discretos podem ser localizados como tais.
O desencadeamento de uma psicose, na clínica estrutural, é
efeito do mal encontro com Um-Pai, que aparece em oposição simbólica para o
sujeito[14], o que provoca um
desencadeamento do significante no real[15].
Ao passo que os chamados neodesencadeamentos[16]
são aqueles que se localizam a partir de alguns pontos de fuga que indicam
pequenos desenlaçamentos do Outro que produzem uma deslocalização do gozo. O
desencadeamento, neo ou franco, é crucial como índice do buraco foraclusivo que
caracteriza toda psicose. Jacques-Alain Miller, num texto imprescindível para
orientar os trabalhos do Congresso, propõe três externalidades para ordenar
essa questão: a externalidade social, a corporal e a subjetiva[17].
Podemos ler nesse texto que aquilo que buscamos captar com a
psicose ordinária é o que Lacan chama “uma desordem provocada na junção mais
íntima do sentimento de vida no sujeito”[18].
Essa desordem, verdadeiro índice diagnóstico, afeta o sentimento de vida
enquanto efeito da não inscrição da significação fálica. Nas psicoses
desencadeadas essa desordem é evidente; mas, e nas psicoses ordinárias? É isso
que, sob transferência, um psicanalista pode captar a partir da presença de
alguns signos discretos. Sob transferência significa graças a, sendo a
transferência o que permite localizá-los, porém [significa] também dentro de,
o que quer dizer que esses signos são captados na relação analítica. Trata-se
de uma clínica fina, tecida de sutilezas, que leva em consideração a tonalidade
e a gradação, orientada para encontrar os efeitos da foraclusão.
Sob transferência
Sob transferência se realiza a clínica psicanalítica, na neurose e na
psicose, o que requer a presença e o ato do analista.
Na primeira parte de seu ensino, a posição que Lacan propõe
para o analista nas psicoses é a de secretario do alienado[19]. Em primeiro lugar, ao psicanalista convém
escutar quem fala, dado que a mensagem do psicótico provém de uma palavra mais
além do sujeito[20]. Porém, esse secretário
não se limita a fazer anotações, já que deve procurar interromper a metonímia
infinita, assim como evitar o mal encontro do psicótico com seu Outro maligno.
Por outro lado, trata-se também de favorecer a pesquisa sobre o arranjo que
sustentou o sujeito até a irrupção do buraco, para remendar essa suplência e,
se for possível, ajudar a construir uma versão mais consistente.
Nas psicoses ordinárias o buraco se manifesta somente de
forma discreta. A eficácia de um sinthome como defesa parece inegável.
Por isso, o trabalho analítico consiste em convidar o sujeito a desenvolver o
que lhe causa problema para localizar ali, com ele, elementos que podem ter a
função de grampo que enode as três consistências, para que se destaquem como
pontos de basta e adquiram relevo. Trata-se de que esses elementos obtenham a maior
disponibilidade possível para o psicótico, fomentando seu uso e acompanhando-o
na regulação de sua pragmática. Trajeto no qual será importante circunscrever
também os acontecimentos de corpo.
Sob transferência significa escolher uma opção sem álibis. Bordejar o
buraco de saber que sustenta uma experiência analítica significa optar por
submeter a prática de todos os dias a uma determinada orientação. Por isso não
podemos, como analistas, ser ecléticos, nem terapeutas, nem (re)educadores:
podemos somente praticar a psicanálise tratando o gozo do parlêtre pela apparole,
buscando que uma existência seja possível não sem as vias de algum desejo.
Seguir Lacan na orientação lacaniana é um ato de transferência e, como tal, um
ato de amor.
Cada Congresso constitui uma ocasião para que a Escola Una
tome contato consigo mesma, um momento de intimidade não isento de alegria. Um
momento para se deixar fisgar pelo desejo de fazer Um com o múltiplo que fez
surgir uma associação mundial; um desejo que encontra nos Congressos a ocasião
de se revitalizar, na contracorrente da pulsão de morte, que não necessita
renovação por estar sempre ativa.
O passe acompanha e se encontra no centro de cada Congresso,
não somente para que os membros da AMP conheçam seu momento atual e suas
perspectivas, mas também para que cada congressista possa ser tocado, alcançado
pelo que cada AE transmite da experiência de uma análise e de seu final,
obtendo efeitos de formação em relação ao tema proposto. No XI Congresso
continuaremos aprendendo o que o passe ensina sobre o enodamento com o qual um parlêtre
se sustenta, a singularidade das soluções encontradas, inclusive sua labilidade.
O que nos interessa examinar são os modos pelos quais um
sujeito inventa um nó com o imaginário, o simbólico e o real que se sustente
sem o auxílio do Nome-do-Pai, seja por sua não inscrição radical, seja por
tê-lo captado em seu ser de semblante.
Passe e psicose não poderiam ser pensados sem a invenção,
uma vez que ela acompanha – tanto como a angustia − o transitar na zona mais
além do Pai, ainda que não mais além do sinthome, que é onde um real
analítico pode ser captado.
(Tradução da Pablo Sauce. Revisão da Yolanda Vilela e
Frederico Feu)
[1] MILLER, J.-A. A psicose ordinária – A Convenção
de Antibes. Belo Horizonte: Scriptum, 2012.
[2] LACAN, J. De uma questão preliminar a todo
tratamento possível da psicose. In: Escritos. Rio de Janeiro: Jorge
Zahar, 1998, pp. 531-590.
[3] MILLER, J.-A. “Habeas Corpus. De Río a Barcelona”, El
psicoanálisis nº 29, Madrid 2016, p. 9.
[4] LACAN, J, “La tercera”, Intervenciones y textos 2,
Manantial, p. 87.
[5] LACAN, J. O seminário, livro 23: O sinthoma.
Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 2005.
[6] LACAN, J. O Seminário, livro 20, Mais, ainda,
Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.
[7] LACAN, J. “¡Lacan por Vincennes!”, Lacaniana
nº 11, Grama ediciones, Buenos Aires, 2011, p. 7.
[8] MILLER, J.-A. Clínica irônica. In: Matemas I.
Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1996.
[9] MILLER, J.-A. O inconsciente e o corpo falante. In: Scilicet.
São Paulo: EBP-SP, 2016, pp. 19-32.
[10] Orientação dada por Jacques-Alain Miller numa troca
de correspondências por ocasião da escolha do título do Congresso.
[11] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária.
In: A psicose ordinária, op. cit. pp. 399-427.
[12] MILLER, J.-A. (e outros). Os casos raros,
inclassificáveis, da clínica psicanalítica: A Conversação de Arcachon
(1997). São Paulo: Biblioteca Freudiana Brasileira, 1998.
[13] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária.
In: A psicose ordinária, op cit.
[14] LACAN, J. De uma questão preliminar…, In: Escritos,
op cit.
[15] Ibid.
[16] MILLER J.-A. (e outros). A psicose ordinária,
op cit.
[17] MILLER, J.-A. Efeito do retorno à psicose ordinária.
In: A psicose ordinária, op cit.
[18] LACAN, J. De uma questão preliminar… In: Escritos,
op cit.
[19] LACAN, J. O Seminário, livro 3, as psicoses.
Rio de Janeiro: Jorge Zahar, 1985.
[20] LACAN, J. De uma questão preliminar. In: Escritos,
op cit.
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Le psicosi ordinarie e le altre
sotto transfert
Anna Aromí, Xavier Esqué
La psicosi ordinaria non è nata ieri; questo termine si fa
strada nella città analitica dal 1998, anno in cui Jacques-Alain Miller l’ha
inventato e messo in circolazione.[1] Quando
si svolgerà l’XI Congresso dell’AMP, nel 2018, la psicosi ordinaria avrà già
compiuto vent’anni. Un buon momento per ricapitolare: che cosa ne hanno tratto
gli psicoanalisti, quali usi ne hanno fatto e quali ancora potrebbero trovarne.
Che si tratti di un buon momento lo indica anche l’entusiasmo
con cui è stato accolto il tema proposto per il Congresso. Le psicosi
ordinarie e le altre, sotto transfert ha la virtù d’interpretare, quanto
meno d’interpellare, qualcosa di vivo della clinica psicoanalitica attuale.
Qualcosa di vivo, pezzo di reale con cui l’esperienza psicoanalitica non cessa
di incontrarsi. Proseguire nella breccia aperta dall’insegnamento di Lacan,
l’ultimo e l’altro, significa non sottrarsi a questo reale propriamente
analitico. Il Congresso di Rio lo ha affrontato a partire dall’inconscio e il
mistero del corpo parlante, quello di Barcellona continuerà a bordarlo,
avvalendosi questa volta delle psicosi ordinarie.
Clinica strutturale, clinica del sinthome
C’è stata una fase in cui la psicoanalisi era solidamente
supportata dalla clinica strutturale che permetteva la distribuzione dei casi
tra due campi differenti: la nevrosi e la psicosi. Lasciando a lato la
perversione, il taglio di questa clinica strutturale era netto; la presenza o
l’assenza del significante del Nome del Padre nel luogo dell’Altro[2] spartiva le acque: da un lato gli uni e gli
altri dall’altro. Il primato del simbolico dava al significante il potere della
differenza e dell’ordinamento.
Con questa clinica del significante, binaria e discontinua,
Lacan ha ordinato il campo analitico lasciato da Freud, portando l’Edipo
freudiano al Nome del Padre lacaniano. In seguito la psicoanalisi ha ampliato
il suo bagaglio con ciò che, nella conferenza di Rio, Jacques-Alain Miller ha
isolato come inconscio di pura logica,[3]
con la logica del fantasma e l’oggetto a, strumenti di cui la clinica
non saprebbe prescindere perché consentono di individuare il campo del soggetto
e di orientarsi nei suoi modi di godere. Varie generazioni di psicoanalisti si sono
formate con questa clinica, nel Campo freudiano e al di là. Però questo Lacan,
strutturalista e logico, basato sulla prevalenza del simbolico sull’immaginario
e sul reale, non è la sua ultima parola. C’è anche dell’altro Lacan.
Nel suo cammino verso il reale Lacan ha trovato che non
tutto il godimento si lascia negativizzare dalla significazione fallica. La
psicoanalisi doveva lasciare la mano del padre come unico operatore per
rispondere alle sfide di una prassi che deve “contrastare” il reale.[4] Con la pluralizzazione dei Nomi del Padre,
prima, e con la considerazione delle soluzioni singolari aperta da Joyce[5] poi, la funzione del Nome del Padre perdeva
l’esclusiva come trattamento del godimento e doveva essere incluso, come
sembiante o come sintomo, in una prospettiva più ampia. Una prospettiva che
oltrepassava la struttura binaria e dove il potere di limite dell’ordine
simbolico sul reale del godimento restava, letteralmente, inter-detto.
Non si passa dalla struttura ai nodi con un salto. I diversi
momenti dell’insegnamento di Lacan sono collegati da un filo la cui logica è
stata articolata dal lavoro minuzioso di Jacques-Alain Miller nei suoi corsi
dell’Orientamento Lacaniano. Abbreviando: le impasse del godimento femminile,
dispiegati in Ancora,[6] spingono
Lacan a prendere la mano di Joyce aprendo così il suo ultimo e l'ultimissimo
insegnamento. Con questi si ridisegna il punto di partenza: da lì in poi la
nevrosi si leggerà a partire dalla psicosi e non il contrario. La forclusione,
allora, diventa generalizzata: forclusione del significante di La/donna per
ogni essere parlante, forclusione limitata del significante del Nome del Padre
per la psicosi. Se a ciascuno la sua forclusione, a ciascuno la sua soluzione;
o meglio, il suo trattamento, perché non c’è la soluzione. Ciò che c’è, è la
clinica del sinthomo generalizzato. Da qui l’ironia di Lacan: “ tutto il mondo
è folle, cioè, delirante”,[7] che non
significa che siamo tutti psicotici ma che “tutti i nostri discorsi sono una
difesa contro il reale”.[8] Questo vuol dire
che prendere come riferimento la singolarità di risposte sinthomatiche non
dispensa dal precisare la differenza tra nevrosi e psicosi.
La clinica del sinthomo, quella della gradazione e della
singolarità non cancella la precedente. Tra la clinica delle strutture e quella
dei nodi non c’è opposizione: si tratta di far fruttare questa tensione. La
singolarità delle invenzioni soggettive richiama a una clinica strumentale e
flessibile che oggi si trova – bisogna ammetterlo – in una fase farfugliante. È
questa la clinica che dobbiamo saper dire.[9]
È una scelta etica.
Il titolo del Congresso produce un’inversione che ci serve
come riferimento. Con esso si constata che le psicosi ordinarie sono passate in
primo piano, è lì che si trovano: davanti ai praticanti, nell’esperienza di
tutti i giorni. Le altre psicosi non sono più il riferimento unico per pensare
il campo della follia, ma ciò nonostante non possiamo prescindere da queste. In
Una questione preliminare… si trovano le fondamenta del caso Joyce.[10]
Questo è il campo di ricerca che si apre per aver messo in
primo piano il godimento e i suoi trattamenti singolari. Ciò comporta dover
riconsiderare la prospettiva generale della clinica, a partire dal ricorso alle
psicosi ordinarie.
Psicosi ordinarie
Prima di diventare un ricorso le psicosi ordinarie si sono
presentate come una zona d’ombra. Insieme al declino del Nome del Padre e
all’ascesa dell’oggetto a allo zenit della civiltà, nella pratica
analitica si verificava un aumento dei casi in cui non si trovavano gli
elementi precisi e decisivi di una nevrosi.[11]
Si trattava di casi rari che non sembravano rientrare in nessuna delle due
categorie della clinica binaria. Questi casi, considerati inizialmente
“inclassificabili della clinica psicoanalitica”,[12]
popolavano la zona di frontiera del binario strutturale, allargandola. Una zona
d’ombra che Jacques-Allain Miller – diversamente dall’utilizzo della categoria
di stato limite o borderline fatto dall’IPA – ha cominciato a illuminare
con il termine “psicosi ordinaria”, aprendo le porte della ricerca.
La psicosi ordinaria non è dunque una nuova categoria
clinica ma un apparato epistemico supplementare. Le psicosi ordinarie,
inizialmente, non si lasciano circoscrivere, si possono trovare ovunque, anche
dove meno ce le si aspetta. Però non sono terra di nessuno, sono psicosi. E
collocandole in questo campo tutto l’insieme viene messo in questione.
È bene chiarire che le psicosi ordinarie non dissolvono il
campo delle nevrosi, ma in qualche maniera lo risolvono, poiché separano la
nevrosi da ogni supposta equivalenza con l’idea di “normalità”. L’idea di
normalità non è più sostenibile dal momento in cui la norma fallica ha perso
l’egemonia della sua tradizione trovandosi inclusa come una soluzione tra le
altre possibili per orientare il godimento. In questo modo, il predicato
segregativo, a cui Lacan non ha mai aderito, i normali sono i nevrotici, gli
altri sono psicotici, non è sostenibile da nessun punto di vista.
Le psicosi ordinarie permettono di ampliare il ventaglio
delle soluzioni possibili al buco forclusivo. Nelle psicosi straordinarie
troviamo la riparazione del buco con la metafora delirante quando si è già
manifestato scatenandosi come reale che irrompe, mentre nelle psicosi
ordinarie, le modalità di riparazione si moltiplicano e differiscono fra loro,
colte nella loro rarità, con le loro piccole invenzioni, nella loro radicale
singolarità. Queste soluzioni singolari hanno in comune la possibilità di effettuare
un’auto-riparazione del buco che impedisce o differisce la manifestazione del
suo scatenamento. Ordinarie o straordinarie, ritroviamo sempre gli indicatori
di “un buco, una deviazione o una disconnessione che si perpetua”.[13]
Questi indicatori del buco della forclusione possono essere
spettacolari, clamorosi, straordinari; in questo caso non sono difficili da
riconoscere, né per il soggetto, né per suo ambiente. Essi
però possono anche essere discreti, sottili e così passare facilmente
inosservati per il soggetto e gli altri e, soprattutto, per il clinico. Soltanto sotto transfert
questi segni discreti possono essere localizzati come tali.
Lo scatenamento di una psicosi, nella clinica strutturale, è
l’effetto di un cattivo incontro con Un-padre che si presenta al soggetto in
un’opposizione simbolica[14] che provoca lo
scatenamento del significante nel reale.[15]
Diversamente, i cosiddetti neo-scatenamenti[16]
vengono individuati a partire da alcuni punti di fuga che indicano piccoli
sganciamenti dall’Altro che producono una delocalizzazione del godimento. Lo
scatenamento, neo o franco, risulta dunque cruciale in quanto indice del buco
forclusivo caratteristico di ogni psicosi. Jacques-Alain Miller, in un testo
che sarà imprescindibile per orientare i lavori del Congresso, propone tre
esternalità per ordinare questa questione: l’esternalità sociale, quella
corporea e quella soggettiva.[17]
In questo testo si può leggere che ciò che cerchiamo di
cogliere con la psicosi ordinaria è ciò che Lacan chiama “un disordine
provocato nella più intima giuntura del sentimento della vita nel soggetto”.[18] Questo disordine, vero indice diagnostico,
affetta il sentimento della vita in quanto è un effetto della non iscrizione
della significazione fallica. Nelle psicosi scatenate questo disordine è
evidente, ma cosa succede nelle psicosi ordinarie? È ciò che, sotto transfert,
uno psicoanalista può captare a partire dalla presenza di alcuni segni
discreti. Sotto transfert significa grazie a, giacché il transfert è ciò
che permette di localizzarli, ma significa anche dentro di, ossia che
essi si colgono nel rapporto analitico. Si tratta di una clinica fine,
intessuta da sottigliezze, che tiene in conto la tonalità e la gradazione, che
mira a trovare gli effetti della forclusione.
Sotto transfert
Sotto transfert si svolge la clinica psicoanalitica, nella nevrosi e
nella psicosi, cosa che richiede la presenza e l’atto dell’analista.
Nella prima parte del suo insegnamento, la posizione che
Lacan propone per l’analista nelle psicosi è quella di segretario
dell’alienato.[19] In primo luogo, allo
psicoanalista conviene ascoltare chi parla, considerato che il messaggio dello
psicotico proviene da una parola al di là del soggetto.[20]
Ma il segretario non si limita a prendere nota, giacché deve tentare di
arrestare la metonimia infinita, così come deve evitare il cattivo incontro
dello psicotico con il suo Altro maligno. D’altra parte, si tratta anche di
incoraggiare la ricerca dell’assetto che ha sostenuto il soggetto fino
all’irruzione del buco, per rattoppare tale supplenza e, se è possibile,
aiutare a costruire una versione più consistente.
Nelle psicosi ordinarie il buco si manifesta solo in modo
discreto. L’efficacia di un sinthomo come difesa sembra innegabile. Di
conseguenza il lavoro analitico consiste piuttosto nell’invitare il soggetto a
parlare di ciò che fa problema per localizzare lì, con lui, elementi che
possano fare da graffa e annodare le tre consistenze, affinché si evidenzino
come punti di capitone e acquistino rilievo. Si tratta di far sì che questi
elementi ottengano la maggiore disponibilità possibile per lo psicotico,
fomentando il loro uso e accompagnandolo nella messa a punto della sua
pragmatica. Tragitto nel quale sarà importante cogliere anche
gli eventi di corpo.
Sotto transfert significa scegliere un’opzione senza alibi.
Bordare il buco di sapere che sostiene un’esperienza analitica significa optare
per sottomettere la pratica di tutti i giorni a un determinato orientamento.
Perciò come analisti non possiamo essere eclettici, né terapeuti, ne
(ri)educatori: possiamo solamente praticare la psicoanalisi trattando il
godimento del parlessere attraverso l’apparole, cercando di far sì che
un’esistenza sia possibile non senza le vie di un qualche desiderio. Seguire
Lacan nell’orientamento lacaniano è un atto di transfert, e come tale un atto
d’amore.
Ogni congresso costituisce quindi un’occasione perché la
Scuola Una prenda contatto con se stessa, un momento d’intimità non esente da
allegria. È un momento per lasciarsi catturare dal desiderio di fare Uno con il
molteplice che ha fatto sorgere un’associazione mondiale; un desiderio che nei
congressi trova occasione di rivitalizzarsi, controcorrente rispetto alla pulsione
di morte che non necessita di rinnovamento perché è sempre attiva.
La passe accompagna ed è il nucleo di ogni Congresso,
non solamente perché i membri dell’AMP ne conoscano il momento attuale e le
prospettive, ma anche perché ogni congressista possa essere toccato, raggiunto,
da ciò che ogni AE trasmette dell’esperienza di un’analisi e della sua fine,
ottenendo effetti di formazione in relazione al tema proposto. Nell’XI
Congresso continueremo a imparare ciò che la passe insegna
sull’annodamento su cui un parlessere si sostiene, la singolarità delle
soluzioni trovate, e anche la loro debolezza.
Ci interessa prendere in esame i modi con cui un soggetto
inventa un nodo con l’immaginario, il simbolico e il reale, che si sostenga
senza l’ausilio del Nome del Padre, sia per la sua radicale non inscrizione,
sia per averlo colto nel suo essere di sembiante.
Passe e psicosi non si potrebbero pensare senza l’invenzione,
giacché essa accompagna – come l’angoscia – il transito verso la zona al di là
del padre, ma non al di là del sinthomo, che è là dove si può cogliere un reale
analítico.
(Traduzione di Stefano Avedano, Isabel Capelli e Silvia
Cimarelli, rivisto per Juliana Zani e María Laura Tkach)
[1] J-A Miller (a cura di), La Psicosi ordinaria. La
convenzione di Antibes, Astrolabio, Roma 2000.
[2] J. Lacan, Una questione preliminare ad ogni
possibile trattamento della psicosi, Einaudi, Torino 2002, p. 571.
[4] J. Lacan, La terza, La Psicoanalisi n. 12,
Astrolabio, Roma 1993, p. 21.
[5] J. Lacan, Il Seminario, Libro XXIII, Il Sinthomo (1975-1976),
Astrolabio, Roma 2006.
[6] J. Lacan, Il Seminario, Libro XX, Ancora
(1972-1973), Einaudi, Torino 2011.
[7] J. Lacan, Forse a Vincennes, La Psicoanalisi
n. 21, Astrolabio, Roma 1997.
[8] J-A Miller, Clinica ironica, in I
paradigmi del godimento, Astrolabio, Roma 2001, p. 210.
[9] J-A Miller, L’inconscio e il corpo parlante,
in Scilicet, Il corpo parlante, Sull’inconscio nel secolo XXI, Alpes,
Roma 2016, p. XXVII.
[10] Orientamento dato da Jacques-Alain Miller in uno
scambio di corrispondenza in occasione della scelta del titolo del Congresso.
[11] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi
ordinaria, La Psicoanalisi n. 45, Astrolabio, Roma 2009.
[12] J.-A. Miller e altri, La conversazione di
Arcachon. Casi rari: gli inclassificabili della clínica, Astrolabio, Roma
1999.
[13] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi
ordinaria cit., p. 245.
[14] J. Lacan, Una questione preliminare...cit.,
p. 573.
[15] Ibid, p. 579.
[16] J.-A. Miller (a cura di), La psicosi ordinaria.
La conversazione di Antibes cit.
[17] J.-A. Miller, Effetto di ritorno sulla psicosi
ordinaria cit, p. 236-240.
[18] J. Lacan, Una questione preliminare…cit.,
p. 555.
[19] J. Lacan, Il Seminario, Libro III, Le Psicosi (1955-1956),
Einaudi, Torino 2010, p 236-244.
[20] J. Lacan, Una questione preliminare… cit., p.
570.
______________________________________________
The Ordinary Psychoses and
the Others
under transference
Anna Aromí, Xavier Esqué
Ordinary psychosis has been
around for some time. This term first made its way into the analytical city in
1998, the year that Jacques-Alain Miller invented it and put it into
circulation[1]. When the 11th
Congress of the WAP is held in 2018, ordinary psychosis will be twenty years
old. It is a good moment to take stock: what have psychoanalysts learned from
it, to what uses has it been put, and what might there still be to discover
from it?
That the moment is felicitous
is also indicated by the enthusiasm with which the Congress’s proposed theme
has been received. “The Ordinary Psychoses and the Others, Under Transference”
has the virtue of interpreting, or at least questioning, a vital aspect of the
current psychoanalytic clinic. It is something alive, a piece of the real which
the analytic experience does not cease encountering. To continue the work
opened up by Lacan's teaching, the last and the other, is to refuse to draw
back from this properly analytical real. The Rio Congress approached it from
the perspective of the unconscious and the mystery of the speaking body. The
Barcelona Congress will continue to follow its trace, this time with the help
of the ordinary psychoses.
Structural clinic, clinic of
the sinthome
For a whole era, psychoanalysis was based on the solidity of a
structural clinic that allowed cases to be distributed between two distinct
fields: neurosis and psychosis. Leavingperversion to one side, the dividing
line operating in this structural clinic was clear-cut: the presence or absence
of the signifier of the Name of the Father in the place of the Other[2] divided the waters - on one side, the ones, on
the other side, the others. The primacy of the symbolic granted the signifier
the power of difference and order.
With this clinic of the
signifier, binary and discontinuous, Lacan ordered the analytic field left to
us by Freud, reducing the Freudian Oedipus to the Lacanian Name of the Father. Psychoanalysis
subsequently expanded its range with what Jacques-Alain Miller, at the Rio
Conference, highlighted as an unconscious of pure logic[3], with the logic of
the fantasy and the object little a, tools that the clinic can no longer
do without, because they allow it to establish the field of the subject and
orientate itself in its modes of enjoyment. Several generations of
psychoanalysts of the Freudian Field and beyond were formed in this clinic. But
this period of Lacan’s teaching, which is both structuralist and logical, based
on the prevalence of the symbolic over the imaginary and the real, is not his
last word. There is more Lacan.
On his way to the real, Lacan
found that not all enjoyment is negativized by phallic signification. Psychoanalysis
had to let go of the hand of the father as the only operator in order to
respond to the challenges of a praxis that has to "counter" the real[4]. First with the pluralization of the Names of
the Father and then with the consideration of the singular solutions opened
with Joyce[5], the function of the Name of
the Father lost its exclusivity as a treatment of enjoyment and should be
included, whether as a semblant or as a symptom, in a broader perspective. A
perspective that overflowed the binary structure and where the limiting power
of the symbolic order on the real of enjoyment was, literally, inter-dicted [entre-dicho].
One does not go from
structure to the knots in a single jump. The moments of Lacan's teaching are
strung along a thread whose logic has been articulated by the meticulous work
of Jacques-Alain Miller in the courses of the Lacanian Orientation. Here we
will abbreviate: the impasses of feminine enjoyment, developed in Encore[6], pushed Lacan to take the hand of Joyce in
opening his late and very late teaching. Here the starting point is redrawn:
from then on the neurosis will be read from psychosis and not the other way
around.
Foreclosure is then generalized: foreclosure of the signifier of (the)
woman for all speaking-beings, restricted foreclosure of the signifier of the
Name of the Father for psychosis. If each has its foreclosure, then each has
its solution, or rather its treatment, since there is no solution. There is
only the generalized clinic of the sinthome. Hence Lacan’s irony:
"everyone is mad, that is, delusional"[7],
which does not mean that we are all psychotic, but that "all our
discourses are a defence against the real."[8]
This means that takingthe singularity of sinthomatic responses as our guide
does not exempt us from specifying the difference between neurosis and
psychosis.
The clinic of the sinthome, the clinic of degrees and of singularity,
does not cancel the earlier clinic. Between the clinic of structures and that
of the knots there is no opposition: it is a question of making this tension
fruitful. The singularity of subjective inventions calls for an instrumental
and flexible clinic that today is still (we must acknowledge) at the babbling
stage. It is this clinic that we are learning to speak about.[9] It is an ethical choice.
The title of the Congress produces a reversal that serves as a guide. It
shows that the ordinary psychoses have now come to the fore, which is where we
find them: before practitioners, in their daily experience. But although the
other psychoses are no longer the only reference with which to think the field
of madness, we cannot do without them. The foundations for the Joyce case can
be found in “On a Question Prior to Any Possible Treatment of Psychosis”[10].
This is the field of research that is opened up as a result of having
put enjoyment and its singular treatments in the foreground. This implies a
reconsideration of the general perspective of the clinic, with the resource
offered by the ordinary psychoses.
Ordinary psychoses
Before becoming a resource, ordinary psychoses appeared as a shadow
zone. Accompanying the decline of the Name of the Father and the ascent of the
object a to the zenith ofcivilization, analytic practice has witnessed
an increase of cases in which we do not find precise and conclusive elements of
a neurosis[11]. Rare cases that did not seem
to fit into either of the categories of the binary clinic. These cases, which
were initially considered to be "unclassifiable [cases] of the
psychoanalytic clinic"[12], populated
the border zone of the structural binary, widening it. A shadow zone that Jacques-Alain
Miller began to illuminate with the term "ordinary psychosis" (as
opposed to the borderline categoryused in the IPA), opening it up to
investigation.
Ordinary psychosis is therefore not a new clinical category but rather a
supplementary epistemic device. The ordinary psychoses, from the beginning, are
not circumscribed, they can be found everywhere, even where they are least
expected. But they are not in no man's land, they are psychoses. And placing
them in this field throws the whole grouping of psychosis into question.
It is necessary to clarify that the ordinary psychoses do not dissolve
the field of neurosis but somehow resolve it, since they rid neurosis of any
supposed equivalence with the idea of "normality". The idea of
normality is no longer sustainable when the phallic norm has lost the hegemony
of its tradition and is instead included as one more among othersolutions
orienting enjoyment. Thus, the segregative claim, which can in no way look to
Lacan’s teaching for support, that neurotics are the normal ones and the others
are psychotic is not sustainable from any point of view.
The ordinary psychoses allow
for a widening of the range of possible solutions for the hole of foreclosure. In
the extraordinary psychoses, we find the repair of the hole in the form of a
delusional metaphor when it has already manifested itself, triggering in the
form of a real that erupts, whereas in the ordinary psychoses the modes of
repair multiply and diversify when taken in their rarity, with their small inventions,
in their radical singularity. What these singular solutions have in common is
the possibility of a do-it-yourself repairing of the hole that prevents or
defers its manifest outbreak. Whether ordinary or extraordinary, what we always
find are the indices of "a hole, a deviation or a disconnection
perpetuating itself."[13]
These indices of the hole of
foreclosure may be spectacular, explosive, extraordinary, in which case they
are not difficult to recognize by the subject and those around him. But they
can also be discreet, subtle, in a manner that easily goes unnoticed by the
subject himself, by those around him and above all by the clinician. Only under
transference can these discreet signs be located as such.
The triggering of a psychosis, in the structural clinic, is the effect
of a bad encounter with the One-father who appears in symbolic opposition to
the subject[14], which provokes an
unleashing of the signifier in the real[15].
While the so-called neo-triggerings[16] are
those that are located on the basis of certain points of slippage that indicate
small disengagements from the Other, producing a delocalisation of enjoyment. The
triggering, whether neo- or patent, is then crucial as an index of the hole of
foreclosure that characterizes all psychosis. Jacques-Alain Miller in a text
that will be essential to orient the work of the Congress, proposes three
externalities to organize this question: the social externality, the bodily
externality, and the subjective externality[17].
In this text, we can read that what we seek to grasp with ordinary
psychosis is what Lacan calls "a disturbance that occurred at the inmost
juncture of the subject’s sense of life"[18].
This disturbance, a true diagnostic index, affects the feeling of being alive
as an effect of the non-inscription of phallic signification. In the triggered
psychoses, this disorder is evident, but in the ordinary psychoses? It is this
that, under transference, a psychoanalyst can grasp from the presence of some
discrete signs. Under transference means thanks to, given that it is
transference that allows one to locate them, but also within, which is
to say that they are grasped in the analytical relation. It is a subtle clinic,
woven with finesse, which considerstonality and degree, one that aims at
locating the effects of foreclosure.
Under transference
In both neurosis and psychosis, the psychoanalytic clinic is put into
play under transference, which requires the presence and the act of the analyst.
In the first part of his teaching, the position that Lacan proposes for
the analyst in psychosis is that of the secretary to the insane[19]. In the first instance, the psychoanalyst has
to listen to the one who is speaking, given that the message of the psychotic
comes from a “speech beyond the subject”[20].
But this secretary does not simply take minutes since he must try to put a stop
to the infinite metonymy, as well as avoiding the bad encounter of the
psychotic with his malignant Other. On the other hand, it is also a matter of
encouraging the investigation of the arrangement that sustained the subject
until the irruption of the hole, in order to mend that supplementary device
and, if possible, to help build a more consistent version.
In the ordinary psychoses, the hole only manifests itself discreetly. The
effectiveness of a sinthome as a defence seems undeniable. That is why the
analytical work consists rather in inviting the subject to elaborate the nature
of the problem in order to locate there, with him, the elements that can act as
staples that knot the three consistencies together, so that they stand out as
quilting points, and acquire prominence. It is a question of placing these
elements as far as possible at the disposal of the psychotic, encouraging their
use and accompanying him in the development of a pragmatic solution. A
trajectory in which it will also be important to find a place for the events of
body.
Under transference means choosing an option
without alibis. Tracing the edge of the hole in knowledge that sustains an
analytic experience means choosing to submit daily practice to a particular
orientation. For this reason, we cannot as analysts be eclectics, therapists or
(re-) educators: we can only practice psychoanalysis by treating the jouissance
of the parlêtre with l'apparole, seeking the possibility of an
existence that is not without the pathway of some desire. Following Lacan in
the Lacanian orientation is an act of transference, and as such an act of love.
Each Congress is an opportunity for the School One to come together, a
moment of intimacy that is not without joy. It is time to get caught up in the
desire to make One with the multiple that gave rise to a worldwide association;
a desire that finds, in these Congresses, an opportunity to renew itself,
against the current of the death drive that does not need to be renewed since
it is always active.
The pass accompanies and provides a focus for each Congress, not only so
that the members of the WAP can take the pulse of the present moment and its perspectives,
but also so that each delegate can be touched, reached, so that each AE conveys
the experience of an analysis and of its end, obtaining effects of formation in
relation to the proposed theme. At the 11th Congress we will
continue learning what the pass teaches us about the knotting with which a parlêtre
sustains itself, the singularity of the solutions found, and even their
lability.
What we are interested in examining are the ways in which a subject
invents a knot with the imaginary, the symbolic and the real that is sustained
without the aid of the Name of the Father, either because of its radical
non-inscription, or because it has been grasped in its being of semblance.
Pass and psychosis could not be thought without invention since invention
– as well as anguish – accompanies the transit through the zone beyond the
father, although not beyond the sinthome, which is where an analytic
real can be grasped.
(Translated by Philip Dravers
in collaboration with María Cristina Aguirre and Roger Litten)
[1] J.-A. Miller et al, La Psychose ordinaire, La
Convention d’Antibes, Agalma-Seuil, 1999.
[2] J. Lacan, “On a Question
Prior to Any Possible Treatment of Psychosis”, Écrits, p. 465.
[4] J. Lacan, “La Troisième". Lettres de
l’Ecole Freudienne, 1975, (also available online).
[5] J. Lacan, The Seminar of
Jacques Lacan, Book XXIII: The Sinthome, Cambridge, Polity, 2016.
[6] J. Lacan, The Seminar of
Jacques Lacan, Book XX: Encore, London & New York, Norton, 1998.
[7] J. Lacan, “There are Four
Discourses”, Culture/Clinic, 1 (2013), p. 3.
[8] J.-A. Miller, “Ironic
Clinic”, Psychoanalytical Notebooks, 7 (2001), p. 9.
[9] J.-A. Miller, “The
Unconscious and the Speaking Body”, Hurly-Burly 12 (2015), p. 126.
[10] Orientation given by J.-A.
Miller in an exchange of emails concerning the choice of title for the Congress.
[11] J.-A. Miller, “Ordinary
Psychosis Revisited”, Psychoanalytical Notebooks, 26 (2013), p. 36.
[12] J.-A. Miller et al, “The
Conversation of Arcachon: Parts 1-3”, Psychoanalytical Notebooks, 26
(2013), p.61.
[13] J.-A. Miller, “Ordinary
Psychosis Revisited”, op. cit. p. 47 (translation modified).
[14] J. Lacan, “A Question Prior…”, op. cit., p.
481.
[15] Ibid., p. 459.
[16] J.-A. Miller et al, La Psychose ordinaire, La
Convention d’Antibes, op. cit.
[17] J.-A. Miller, “Ordinary
Psychosis Revisited”, op. cit., p. 42-45.
[18] J. Lacan, “A Question
Prior…”, p. 466.
[19] J. Lacan, The Seminar of
Jacques Lacan, Book III, The Psychoses, p. 206-213.
[20] J. Lacan, “A Question Prior…”, op. cit., p.
p. 479
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