Es indudable que las Neurociencias progresan, (Progreso: "avance, adelanto, perfeccionamiento". Diccionario de la Real Academia Española). Pero indudable no es lo mismo que inequívoco. Equívoco es lo que da lugar a juicios varios y no a uno único e indiscutible. Por ejemplo, en el campo de la salud, es probable que un bien se acompañe de complicaciones y, entonces, se vuelve discutible el balance "costo beneficio" de un tratamiento. Es decir, que a un tratamiento determinado, algunos lo juzgarán conveniente y otros no. No me refiero, en este caso, a lo indudable e inequívoco de las ventajas en el campo de la neurocirugía, neurofisiología y la rehabilitación (de los cuales he sido beneficiario). Lo que es equívoco en ocasiones, es el empuje y entusiasmo de los investigadores que puede llevarlos al anhelo de expandir su campo de acción y su supuesto saber, a todos los órdenes de la vida.
Hace
poco se afirmaba, en un conocido programa de televisión, que una larga
investigación en los Estados Unidos había dado con la clave de la
felicidad. Estudiaron a muchas personas desde su infancia hasta la
adultez y se concluyó que la felicidad no la dan ni el poder ni el
dinero, sino las relaciones humanas, el lazo con los otros, porque somos
seres sociales.
¡Eureka!
¡Éramos seres sociales y no lo sabíamos! La primera reacción fue de
alivio y simpatía. Escuchar a un experto en el cerebro explicando
públicamente que la felicidad no la dan los psicofármacos, ni la
estimulación eléctrica o kinesiológica de un área cerebral determinada
y localizada a través de neuroimágenes, sino los afectos y los lazos
sociales, fue muy interesante. Pero el alivio y la simpatía duraron lo
que la transmisión de información de una neurona a otra. Es decir, muy
poco. Que pena.
Es
que seguidamente pensamos: si alguien dice tener la clave para que
todos seamos felices, el paso siguiente será enseñarnos a todos qué
hacer para conseguirlo.
La
cosa entonces, ya no es tan feliz. Una regla fundamental del mercado es
que con la oferta se crea demanda. La aparición de un nuevo objeto en
el mundo hace que mucha gente lo desee y haga lo posible por
procurárselo. Por ejemplo, a nadie se le hubiera ocurrido decir que
quería tomar una coca cola, antes de que esa bebida apareciera en el
mundo. La "clave de la felicidad" puede ser un nuevo objeto en el
mercado y, si se dice que existe se creará la demanda de ese objeto. Es
infalible. Muchos van a esperar, exigir la clave, hasta pagarán por
ello, transformando el saber en un objeto más en el mercado. Y bien
costoso, seguramente. Los celulares de última generación se volverán
obsoletos si no incluyen la clave de la felicidad en su play store.
Pero... ¿todos somos felices de la misma manera?
Esta
no es una pregunta ociosa. La experiencia indica que la felicidad nunca
es constante. Todos accedemos a ella periódicamente. Pero cabe
preguntarse: cuando eso sucede, que accedemos a la felicidad, ¿todos lo
hacemos de una única y misma manera? ¿Es una experiencia
generalizable? ¿Dónde quedará ese detalle intransferible que hace feliz a
cada uno si la clave es universal? Es como si a uno lo obligaran a ser
libre. "¡Sé libre!". La sola indicación ya impide lo que indica. ¿Puedo
ser libre respondiendo a la orden de otro que me lo exige? ¿No se ve
dibujarse en el horizonte al rebaño que sigue a la campana de la
felicidad? Allí, al progreso, se suma el desmán. (Desmán: "exceso, desorden, tropelía, suceso desafortunado". Diccionario RAE).
La tropelía de indicar la libertad y la felicidad, más allá de las
condiciones del bienestar de cada uno. El abuso de la idea de una
escritura cerebral de la felicidad. El desafortunado suceso que se
seguiría de esto, de creer que en las escuelas se podría educar a todos
los niños con el programa de la felicidad.
En 1932 el escritor inglés Aldous Huxley publicó su excelente novela Un mundo feliz.
Allí
la felicidad de distribuía por igual con una píldora llamada "soma" (¿o
sería "maso"?) que el estado aseguraba a todos los ciudadanos. Nadie
elegía su destino, pero todos eran felices. Se había decidido pagar la
felicidad al precio de la libertad.
Nuestra
época también tiene sus Aldous que descubren que somos seres sociales y
que podríamos tragarnos la clave de felicidad a través de programas de
aprendizaje y rehabilitaciones cognitivo conductuales.
En fin… Bienvenidos los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento cerebral.
Bienvenidas
las mejoras en la calidad de vida. Pero ello no habilita a dirigir las
políticas educativas, ni de salud mental, ni los destinos de las
personas cuya felicidad -digan lo que digan- depende de lo que a cada
uno, uno por uno, lo haga feliz. No de lo que un grupo dicte para
todos. Cuando decimos un grupo no decimos un grupo de mal intencionados,
pero sí al desafortunado suceso de la amalgama entre científicos,
industria farmacéutica y de aparatos de neuroimágenes y especialistas en
técnicas cognitivo conductuales.
Eso
ya no es progreso, sino desmán. Espero que se entiendan los grandes
riesgos que nos acechan, paradójicamente, desde un lugar desde el que
sólo esperaríamos nuestro bien.
(2017)
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