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“La
Revolución permite interpretar el Siglo XXI; el siglo XXI permite
releer la Revolución”, (1) es por esa frase que se puede entrar en el
último libro de Jean Claude Milner, Releer la Revolución. La revolución,
suceso moderno, polariza y divide todas las representaciones, tanto en
Europa como fuera de ella desde hace dos siglos. Al punto que las dos
últimas guerras mundiales dependerían de ella y no a la inversa. De ese
modo el autor construye la noción de “creencia revolucionaria”, creencia
que ha atravesado toda una generación, la suya precisamente. En el
interior mismo de la idea de revolución, habría tenido lugar según él,
la distinción fundamental entre “la revolución ideal” del “ideal de la
revolución”-es esto último a instancias del ideal del yo, que anticipa y
toma forma la serie de revoluciones ideales.
El autor aísla, notablemente tres: la revolución francesa, la soviética y
la china. Si consideramos que la revolución francesa es el primer
suceso revolucionario, es ella la que se erige como “ideal de la
revolución”. A instancias de Propp, Milner aísla una morfología de las
revoluciones a través de la necesidad de una perfomatividad que implica
la refundación de un Estado y la supresión del Estado precedente, pero
también el recurrir a la fuerza y a la ilegalidad que le es inherente.
Ello también tiene necesidad de un actor que la encarne tal como
Robespierre, Lenin, etc.
Acentúa
asimismo el carácter moderno de la revolución francesa, modernidad
nacida del corte epistemológico efectuado por Galileo, colocándola en la
perspectiva de un autor antiguo, Polibio, que no podía concebir los
gobiernos más que sucediéndose según un recorrido cíclico que lleva de
la monarquía a la democracia, pasando por la aristocracia, con formas
degenerativas respectivamente, tiranía, oligarquía, oclocracia.
Contrariamente a esa circularidad (la monarquía degenerando en tiranía,
la aristocracia en oligarquía, la democracia en oclocracia para
seguidamente restaurar la monarquía y desembocar en un nuevo ciclo) que
debe todo a esa concepción que explica el movimiento de los astros, la
revolución francesa instaura una mutación, un corte cuyo tiempo es
lineal y único: una revolución es como tal única en el sentido que no se
produce más que una vez y que es irreducible a otras.
Milner
compara las revoluciones francesas, soviéticas y chinas, y muestra en
qué son fundamentalmente diferentes. Si la revolución francesa es para
levantar en lo alto el ideal, es también porque ella sola llegó a ser
una revolución. ¿Eso sorprende? Y sin embargo la tesis que se desprende
de la obra es que la revolución francesa es una revolución porque es un
hecho de palabra. Ella implica que la noción de ciudadano es inherente a
la de hombre. Esta inclusión se torna exclusiva en los ejemplos rusos y
chinos. El ejemplo chino es, según Milner, de una terrible radicalidad
en tanto que considera que la supervivencia es una ideología. A partir
del momento en que se acepta esa premisa, todo está permitido “todo es
sin límites”; no hay en particular ninguna barrera para las masacres en
masa”. (2)
Leyendo
la obra se percibe que es el siglo XXI quien permite comprender la
revolución. Si la revolución es un hecho único, una suerte de emergencia
de lo real, el Estado que ella instituye otorga el marco de eso que
podemos nombrar realidad. De ese modo Milner propone al lector una de
las formas posibles de diferenciar lo real de la realidad: es real lo
que es discontinuo con el yo; lo real “disjunta, fractura, creado de lo
heterogéneo y de lo contradictorio”, la realidad por el contrario, es
compatible con el yo, “hace mantener lo homogéneo y lo consistente”.
Para el autor, una revolución es una manifestación de lo real-y la
realidad termina por deglutir ese real, encubriéndolo, sin suprimirlo.
Él estudia lo que hay de real en la revolución francesa y lo que viene a
encubrir en un primer tiempo la emergencia de lo real. Entonces opone
las masacres del comienzo de la revolución al Terror (a la guillotina),
como la muchedumbre y la masa o como lo instituyente a lo instituido.
Según él eso tiene consecuencias sobre la creencia revolucionaria, pues
los actores de las revoluciones han creído que ellas eran una suerte de
intervalo entre dos ciclos, como lo describió Polibio. Luego, la
revolución es un fenómeno de naturaleza diferente, es fuera del tiempo
de alguna manera, sin lazo con el orden político habitual. Yo diría aún,
que es en eso que para Milner la revolución proviene de lo real y no de
la realidad.
Pero
en la obra están evocados otras formas de surgimiento de lo real,
momentos sin ley simbólica, incomparables unos de otros: es el caso de
los campos de concentración, donde los cuerpos son abandonados hasta ser
reducidos a su animalidad. Milner incluye entre esos momentos no sólo
la Shoah, sino también otras situaciones de concentración como la de la
“jungla de Calais”, recientemente desmantelada y evoca más generalmente
el tratamiento actual de los refugiados; “ Los derechos del
hombre/mujer, esos de 1789, dejan el siglo XVIII por el siglo XXI, desde
que se erige la lista de eso que falta a los refugiados (...) Yo
entiendo la ironía: para Uds. los derechos del hombre se reducen pues a
la fisiología, a las letrinas, a las cocinas, a los dispensarios. Y bien
sí. Los derechos del hombre/mujer son materiales y su materialidad es
tan básica, que en relación a ello, la tan exaltada materialidad de las
relaciones sociales, de la opresión, de la economía deben pasar por una
espiritualización pretenciosa. Frente a los campamentos de refugiados,
el lenguaje marxista es frívolo”.
Luego,
los derechos del hombre y el sostén de los derechos del ciudadano
conciernen “un solo y mismo cuerpo viviente”. ¿Cómo leer esos
enunciados? No solamente como la denuncia de los malos tratos infligidos
a la población de refugiados, sino y sobre todo como la forma que tiene
la Europa democrática de concebir los derechos del hombre. Ello toma su
origen, según Milner en la conjunción “y” que figura en el sintagma
“Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano” de 1789: se
puede ser un hombre, sin ser por lo tanto un ciudadano. Precisemos: el
hombre descubre que la supervivencia no proviene de la animalidad o de
la necesidad, sino más bien del derecho; cuando todo el resto ha sido
abolido, ello se revela como el derecho fundamental.
En
un sentido este nueva obra extrae las consecuencias de ciertas tesis
emitidas en Les penchants criminnnels de l’ Europe démocratique. (3) En
efecto la disyunción entre hombre y ciudadano ha conocido un momento
ejemplar durante la Alemania nazi, donde se podía ser ciudadano alemán y
negar a los judíos la pertenencia al conjunto de los hombres (más
precisamente, sólo los ciudadanos del Reich gozaban de la totalidad de
los derechos políticos). El ejemplo de los ciudadanos del Reich ilustra
un caso en que los derechos del ciudadano no son contemplados con el
patrón de medida de los derechos del hombre. La Declaración de 1789 al
contrario suponía implícitamente que jamás ningún derecho del ciudadano
podría contradecir un derecho del hombre; ese principio de
compatibilidad vale para todas las constituciones democráticas. Luego ha
cesado de ser aplicada durante el régimen nazi en Alemania. Para tomar
un ejemplo actual, en los Estados Unidos, uno se interroga: ¿la venta
libre de armas derecho del ciudadano previsto en la Constitución, no
contradice el derecho del hombre a la supervivencia? La revolución
francesa otorga derechos a los hombres, pues basta con nacer hombre para
gozar de los derechos que ello implica. Luego la Europa actual, para no
nombrar más que a ella, disjunta los hombres y los ciudadanos. Las
consecuencias de esta disyunción pueden ser imprevisibles, volvemos así a
la noción de supervivencia evocada anteriormente.
Milner
finaliza su libro evocando su pasaje por el maoísmo y por un retorno
sobre el cuerpo viviente que él era y es. Su autorretrato de joven
intelectual no es tierno: “yo entré por amor propio, salvo que el filtro
de ese amor no era otro que la radicalidad. Como forma sin contenido.
Luego el maoísmo me ha hecho vivir una experiencia memorable: él ha dado
contenidos a esa forma. Luego yo he encontrado, literalmente, el no
importa qué, yo he experimentado que no importa qué puede ser presentado
como radical y que la demanda de radicalidad prepara a aceptar no
importa qué”. Al lector a declinar los acentos actuales de esta
radicalidad.
Traducción: Mirta Nakkache.
Revisión: Virginia Notenson.
Revisión: Virginia Notenson.
Notas:
- Milner J.-C., Relire la Révolution, Verdier, 2016, p. 157.
- Milner J.-C., Clartés de tout, Verdier, 2011, p. 30.
- Milner J.-C., Les Penchants criminels de l’Europe démocratique, Verdier, 2003
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