"Yo soy..", "Todos somos..."
El psicoanálisis ante las nuevas identidades
Vivimos en la actualidad una
efervescencia de los fenómenos “identitarios” que se producen a muchos
niveles, distintos, aunque articulados.
En el plano político, esto se pone de manifiesto con el auge de identidades nacionales y religiosas, tanto en Europa como en EE. UU, que no pueden reducirse a un retorno de lo mismo pues encontramos en estos movimientos características nuevas.
Por otro lado, las “etiquetas” forman parte de lo cotidiano. Tanto desde los medios de comunicación y las redes sociales, como desde las burocracias políticas, surgen nombres, categorías, diagnósticos frente a los cuales los individuos contemporáneos se ven empujados a elegir. Se les proponen engañosamente estos significantes como una forma de nombrar su particularidad, en un movimiento que borra toda singularidad. El psicoanálisis, sin embargo, apuesta por la singularidad, por la manera en que cada cual es susceptible de encontrar su lugar en el mundo.
Identidades de género, identidades nacionales, identidades colectivas frágiles que duran el instante de un fenómeno de masa evanescente; diagnósticos que se multiplican y pretenden conferir identidades ligadas a condiciones o enfermedades del cuerpo, todo ello muestra una multiplicación de la noción de identidad. Como si se tratara de un intento de respuesta al imperativo “¡Identifícate!”, observamos en la clínica una búsqueda afanosa de nominaciones muy diversas que, adquieren a menudo la forma de una reivindicación o de un reclamo de reconocimiento: “Yo soy…”, ”Todos somos…”.
Ahora bien, el psicoanálisis revela que la identidad, lejos de ser una, está conformada siempre por una variedad de identificaciones. Freud sitúa la identificación como “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona”[1]. En efecto, las primeras identificaciones, en las que el Otro cumple una función primordial, son constitutivas del sujeto e inconscientes. La clínica con niños nos enseña su importancia.
El concepto mismo de identificación se basa en el cuestionamiento de la identidad y muestra que aquello en lo que el sujeto se reconoce -su yo- está afectado por un desconocimiento radical de lo que lo constituye.
La identidad “tiene que ver con el Otro, con las imágenes reinas y los significantes amo”[2], que organizan nuestro goce y que tienen efectos en cómo nos conducimos en la vida. Sin embargo, la experiencia analítica deshace una a una las identificaciones que la conforman, permitiendo captar la alteridad que les subyace - la singularidad del modo de gozar del ser hablante - a la vez que confronta al sujeto con el vacío de representación primordial.
A partir de la lectura de Lacan, podemos afirmar que no hay identidad que se sostenga. Creerse uno no es más que ilusión, pasión, locura. La identidad puede cambiar o estar en crisis porque es un vacío, ante el cual, las identificaciones nos sostienen.
La inexistencia del Otro que rige la época actual no puede dejar de incidir en las identificaciones. El discurso del amo contemporáneo ya no ofrece ideales unificantes y, por tanto, tampoco produce identificaciones sólidas y universales. A este debilitamiento, responde un cambio en el régimen de las identidades que no obedecen a una imposición en nombre de significantes amo poderosos. Ahora, autoafirmadas, parecen responder a una verdadera pasión del ser hablante contemporáneo por nombrarse.
En efecto, las identidades se presentan hoy cargadas de una fuerza y de un grado de certidumbre inicial que contrasta con la rapidez con la que a veces se diluyen para dar lugar a una búsqueda nueva, no menos urgente. Sin embargo, el vacío y la angustia permanecen.
En la actualidad, el ejercicio del poder pasa cada vez más por el control de los cuerpos. Esta modalidad, que Foucault llamó biopolítica, constituye uno de los elementos determinantes del discurso del amo contemporáneo. “El sujeto se encuentra atrapado en la extensión creciente de la gestión de conjuntos de vivientes constituidos en poblaciones, cuyos modos de goce es preciso guiar, ya sea mediante el mercado, ya sea mediante la regulación burocrática y sus normas invasivas”.[3]
Si el psicoanálisis puede seguir definiéndose como el reverso del discurso del amo, urge desentrañar los resortes de este último para pensar nuestra clínica y nuestra política en el horizonte en el que necesariamente se inscriben.
Jacques Lacan pudo anticipar la multiplicación de los fenómenos identitarios y el aumento de los procesos de segregación, y su ultimísima enseñanza nos proporciona herramientas renovadas y poderosas para leerlos. Las próximas Jornadas de la Escuela nos convocan a ello.
En el plano político, esto se pone de manifiesto con el auge de identidades nacionales y religiosas, tanto en Europa como en EE. UU, que no pueden reducirse a un retorno de lo mismo pues encontramos en estos movimientos características nuevas.
Por otro lado, las “etiquetas” forman parte de lo cotidiano. Tanto desde los medios de comunicación y las redes sociales, como desde las burocracias políticas, surgen nombres, categorías, diagnósticos frente a los cuales los individuos contemporáneos se ven empujados a elegir. Se les proponen engañosamente estos significantes como una forma de nombrar su particularidad, en un movimiento que borra toda singularidad. El psicoanálisis, sin embargo, apuesta por la singularidad, por la manera en que cada cual es susceptible de encontrar su lugar en el mundo.
Identidades de género, identidades nacionales, identidades colectivas frágiles que duran el instante de un fenómeno de masa evanescente; diagnósticos que se multiplican y pretenden conferir identidades ligadas a condiciones o enfermedades del cuerpo, todo ello muestra una multiplicación de la noción de identidad. Como si se tratara de un intento de respuesta al imperativo “¡Identifícate!”, observamos en la clínica una búsqueda afanosa de nominaciones muy diversas que, adquieren a menudo la forma de una reivindicación o de un reclamo de reconocimiento: “Yo soy…”, ”Todos somos…”.
Ahora bien, el psicoanálisis revela que la identidad, lejos de ser una, está conformada siempre por una variedad de identificaciones. Freud sitúa la identificación como “la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona”[1]. En efecto, las primeras identificaciones, en las que el Otro cumple una función primordial, son constitutivas del sujeto e inconscientes. La clínica con niños nos enseña su importancia.
El concepto mismo de identificación se basa en el cuestionamiento de la identidad y muestra que aquello en lo que el sujeto se reconoce -su yo- está afectado por un desconocimiento radical de lo que lo constituye.
La identidad “tiene que ver con el Otro, con las imágenes reinas y los significantes amo”[2], que organizan nuestro goce y que tienen efectos en cómo nos conducimos en la vida. Sin embargo, la experiencia analítica deshace una a una las identificaciones que la conforman, permitiendo captar la alteridad que les subyace - la singularidad del modo de gozar del ser hablante - a la vez que confronta al sujeto con el vacío de representación primordial.
A partir de la lectura de Lacan, podemos afirmar que no hay identidad que se sostenga. Creerse uno no es más que ilusión, pasión, locura. La identidad puede cambiar o estar en crisis porque es un vacío, ante el cual, las identificaciones nos sostienen.
La inexistencia del Otro que rige la época actual no puede dejar de incidir en las identificaciones. El discurso del amo contemporáneo ya no ofrece ideales unificantes y, por tanto, tampoco produce identificaciones sólidas y universales. A este debilitamiento, responde un cambio en el régimen de las identidades que no obedecen a una imposición en nombre de significantes amo poderosos. Ahora, autoafirmadas, parecen responder a una verdadera pasión del ser hablante contemporáneo por nombrarse.
En efecto, las identidades se presentan hoy cargadas de una fuerza y de un grado de certidumbre inicial que contrasta con la rapidez con la que a veces se diluyen para dar lugar a una búsqueda nueva, no menos urgente. Sin embargo, el vacío y la angustia permanecen.
En la actualidad, el ejercicio del poder pasa cada vez más por el control de los cuerpos. Esta modalidad, que Foucault llamó biopolítica, constituye uno de los elementos determinantes del discurso del amo contemporáneo. “El sujeto se encuentra atrapado en la extensión creciente de la gestión de conjuntos de vivientes constituidos en poblaciones, cuyos modos de goce es preciso guiar, ya sea mediante el mercado, ya sea mediante la regulación burocrática y sus normas invasivas”.[3]
Si el psicoanálisis puede seguir definiéndose como el reverso del discurso del amo, urge desentrañar los resortes de este último para pensar nuestra clínica y nuestra política en el horizonte en el que necesariamente se inscriben.
Jacques Lacan pudo anticipar la multiplicación de los fenómenos identitarios y el aumento de los procesos de segregación, y su ultimísima enseñanza nos proporciona herramientas renovadas y poderosas para leerlos. Las próximas Jornadas de la Escuela nos convocan a ello.
Líneas de trabajo
-. Nuevos diagnósticos: falsos nombres
-. Del yo al síntoma, el inicio del análisis
-. Identificación: atravesamiento y restos
-. Nominaciones
-. Usos de lo imaginario
-. La máquina de etiquetar: Ciencia, Universidad, Bipolítica
-. Comunidades de goce
-. El fin de la infancia
-. Cuestión de género, género en cuestión
-. Construcción del adolescente
-. El selfie imposible y la ex-sistencia del cuerpo
-. Ser hablante y multitud
-. Nuevas identidades y segregación
[1] Freud Sigmund, Psicología de las masas y análisis del yo Cap VII La identificación. Obras completas Tomo XVIII Pag 99. Editorial Amorrortu.
[2] Brousse M H . Les Identités, une politique, l’identification, un processus et l’identité, un symptome.
[3] Laurent E. El reverso de la biopolítica . Pag 25. Grama Ediciones.
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