Con la crisis*, algo hace ruptura, corte, desorden en lo que, hasta
entonces, se desarrolla sin tropiezos, según un orden simbólico. ¿Cuál
es el estatuto de ese desorden, de lo que no puede nombrarse, y que hace
que algunos quieran volver a encontrar el curso de las cosas, y otros,
al contrario, quieren que eso cambie porque tienen ciertas aspiraciones?
Tras la crisis de 1968, Lacan se dirigía a los estudiantes de
Vicennes, en el seno de la Universidad, diciéndoles que su aspiración
revolucionaria acabaría en el discurso del amo, es decir, que después de
la revolución, después de la crisis revolucionaria, se volvería al
mismo punto de antes.
Este giro en redondo vale para todos los discursos: para el de la
universidad, del que Lacan avanzó que era un nuevo discurso del amo.
Pero también para el discurso de la histérica, a saber, que después de
la crisis histérica, tratada en el marco del discurso del amo, no hay
cambio, el amo queda como amo (incluso castrado) y la histérica,
histérica.
Este fue el caso en la crisis de transferencia del análisis de Dora,
cuando esta vuelve a ver a Freud, tras una larga interrupción. Freud
señala que no consigue hacerse amo de la transferencia, “no logré
dominar a tiempo la transferencia” (1). Le promete a
Dora, cuando se da cuenta de que lo que le “demandaba […] no pudo menos
que hacerme reír, […] disculparla por haberme privado de la satisfacción
de librarla mucho más radicalmente de su penar.”(2)
Lo que hace obstáculo en el caso Dora, es algo que se desprende de la transferencia, y más precisamente del lugar tomado por Freud en esta cura, y que desencadena una crisis en la transferencia, como ocurre en todo análisis.
En el caso de la joven homosexual, incluso si Freud ve con más
claridad, como señala Lacan, “se estrella por considerar que la
transferencia negativa le apunta en lo real.” (3)
¿Por qué los psicoanalistas pueden estar interesados, a partir de
este concepto de transferencia, incluso su crisis, si no es por la
cuestión del inconsciente, para cernir la concepción de este?
A propósito de la transferencia en Más allá del principio del placer (1920),
Freud adelanta que “es preciso ante todo librarse de un error, a saber,
que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta con la
resistencia de lo inconsciente.” (4) porque este “no
ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aún no aspira a
otra cosa que a irrumpir hasta la conciencia —a despecho de la presión
que lo oprime— o hasta la descarga por una acción real.” (5)
Sabemos que Lacan desarrollará que la resistencia no viene del sujeto del inconsciente, sino del analista.
Lacan considera, también, que la concepción de la transferencia como
presencia del pasado, como reproducción, es incompleta. De este modo,
adelanta en su Seminario La transferencia que esta presencia no
es “una simple pasivización del sujeto” (6) sino un poco más que una
presencia —una presencia en acto o una reproducción en acto, haciendo
que haya “en la manifestación de la transferencia algo creador.” (7)
Las repeticiones ligadas a la constante de la cadena significante se
distinguen así de la transferencia, en tanto que lo que el sujeto
fabrica, construye, en la transferencia, es una ficción para ser
escuchada por un Otro.
Lacan subraya, además, que “en las condiciones centrales, normales,
del análisis, en las neurosis, la transferencia es interpretada en base a
y con el instrumento de la propia transferencia.”(8)
Desde entonces, si el analista interpreta la transferencia a partir
de la posición que esta le da, a saber, el Otro de la transferencia,
esto comportará siempre un margen de sugestión irreductible, haciendo
“que la salida del sujeto fuera de la transferencia es pospuesta así ad infinitum”(9)
Por esto, a partir de la transferencia distinguida de la repetición,
es necesario encontrar un lugar exterior a la transferencia para
interpretar. Lacan redefinirá, así, el inconsciente como lo que apenas
se entreabre y se vuelve a cerrar; y lo que estará trabajando ante este
cierre será la transferencia.
Lacan reconfigura así la idea que nos da Freud, de unas alforjas,
como algo cerrado donde hay que penetrar desde fuera, invirtiéndola.
El inconsciente no es un adentro sino, más bien, lo que está fuera,
algo “a pensar como exterioridad” (10) como dijo Jacques-Alain Miller en
diciembre de 2007.
La transferencia no está para ser tratada por la transferencia sino,
en tanto lugar de crisis, a partir de esta exterioridad. Es desde otro
lugar que el del Otro de la transferencia desde donde el analista deberá
operar.
En otros términos, tal y como lo formula Jacques-Alain Miller en su
curso, a lo que no tiene salida en Freud, Lacan se la da, separando el
inconsciente del psicoanálisis, dando dos formalizaciones distintas, la
del discurso del inconsciente y la del discurso del analista.
El discurso del inconsciente, sometido al significante amo que ordena
las palabras del analizante, “es enteramente reductible a un saber” (11)
S2. Así se estructura el inconsciente freudiano, con el
sujeto, $, instalado en el lugar de la verdad, ya que Freud situaba la
verdad en el sujeto. En el discurso del analista, este último cambia de
lugar, porque no es más el saber el que se pone al trabajo sino el
sujeto, lo que evacúa la verdad del sujeto. En cuanto al saber,
encontrándose en el lugar de la verdad en tanto que ella aquí es
no-toda, se revela descompletado. Más tarde, Lacan enunciará que la
instancia del saber inconsciente, tal como fue descubierto por Freud,
“no supone en absoluto obligatoriamente lo real del que me sirvo.” (12)
Es aportando esta respuesta de lo real, cómo Lacan lleva la
elucubración freudiana, según su fórmula, “a su grado de simbolismo, al
segundo grado” (13). Lacan no invalida el descubrimiento freudiano, sino
más bien parte de él para elevarlo a este segundo grado, precisando que
lo real es su propia respuesta sintomática al inconsciente freudiano,
donde la posición del analista está de alguna manera obstaculizada por
la transferencia. En otras palabras, el inconsciente freudiano o
transferencial está reinventado por Lacan como inconsciente real. Y es
de este real del que el analista hace semblante, bajo las formas del
objeto a lo que orientará su intervención. Para definir el
inconsciente, son necesarios estos dos discursos, de ahí la topología de
la banda de Moebius.
Resituando al analista en un lugar que ya no es el lugar del Otro de
la transferencia, Lacan dará su pleno estatuto al discurso del analista.
Según la expresión de Lacan, que es un neologismo, este objeto a es
“obstaculante” (14), a la expansión de lo imaginario. Obstaculiza el
inflamiento imaginario, pero también a la apertura del inconsciente,
como en el ejemplo de la nasa, produciendo así la crisis de la
transferencia. He aquí por qué, puesto al mando, el objeto a, es el medio de acción del analista.
Cuando Dora deja a Freud, tal objeto a, precioso, que la histérica birla al saber producido por el amo, Freud escribe: “¿Habría conservado a la muchacha para el tratamiento si yo mismo hubiera representado un papel, exagerendo el valor que su permanencia tenía para mí y testimoniándole un cálido interés […]. No lo se. […] he evitado siempre asumir papeles y me he contentado con un arte psicológico más modesto.”(15)
Freud no ocupa el lugar de “hacer semblante de objeto a” porque su relación con la verdad en juego lo obstaculiza.
Articulando el discurso analítico, Lacan procura que el analizante
sea aliviado, si puedo decir, de la carga de este objeto, lo que no
sucede en el caso de Dora, que no soporta el desvelamiento de una verdad
sobre su valor en tanto objeto, reducido al “nada” del sr. K.
En el Seminairo de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Lacan habla de “crisis conceptual permanente que existe en el análisis”
(16) a propósito de la transferencia, precisando que esta crisis en
tanto cierre del inconsciente podía ser tratada a partir de este objeto a. La interpretación del analista está concernida, de hecho, cuando aparece una crisis en la transferencia.
El analista no es el amo del juego, pero Lacan señala que “(…) pese a
todo, él soporta, encarna la carta de triunfo, en la medida en que
desempeña el papel de lo que constituye el objeto a, con todo el peso
que implica.” (17)
Es un curioso lugar el que debe ocupar el analista. Por esta razón
conviene siempre interrogarlo, como proponía Lacan, con el Pase. Designó
también este lugar como el de “la basura” y añadió que es preciso
“pasar por esta basura decidida para, quizá, reencontrar algo que sea
del orden de lo real” (18) en su Seminario Le sinthome.
Para prolongar lo que tiene que ver con las crisis de la
transferencia a partir de lo que se juega en el análisis, voy a hablar
de las crisis de la transferencia tal y como se producen fuera del marco
estricto de la cura, por ejemplo en el movimiento analítico. Son crisis
en la transferencia ligadas a la concepción del inconsciente en curso,
en ese momento.
Es con este término de crisis con el que Lacan designó la de 1953, en
tanto relativa al lugar del psicoanalista en el mundo. “En lo que
respecta a mi lugar, —dijo en una conferencia en 1967—, estábamos
entonces en un momento que se podía llamar de crisis en el psicoanálisis
en Francia, cuando se trataba de instalar cierto dispositivo que debía
regular en el futuro el estatuto de los psicoanalistas”. (19)
Lacan dice encontrarse con algunos sobre una balsa, en medio de un
desorden, y haber vivido durante diez años bajo estas circunstancias.
Es en esta crisis, dice Lacan, donde lo que había dicho obtiene un cierto alcance. Había dicho qué era el inconsciente, incluso
que todo el mundo sabía que había un inconsciente, dicho de otra
manera, que todo el mundo pensaba saber lo que era. Y que es justamente
esto lo que los psicoanalistas no deberían decir saber desde el
principio. Aquí está, diría yo, la diferencia, y es lo que deja algunas
posibilidades al inconsciente. “En este punto la cosa empieza a ponerse
interesante” (20), formulaba.
Porque, después de todo, nada prueba a priori la
existencia del inconsciente, sino la idea admitida, como decía antes, de
que hay uno. El analista tiene que darse cuenta de ello por el sesgo de
un discurso y no como tal, porque el inconsciente no existe y es en ese
sentido que es real. Hay que poder demostrarlo de otra manera y no como
algo admitido colectivamente.
En otras palabras, si el inconsciente tiene una exterioridad, es para
que el discurso del analista juegue su papel en cuanto a esta
exterioridad, interviene en lo que del discurso del inconsciente ya está
dominado en el discurso común.
El psicoanalista tiene para ello un lugar que ocupar en las crisis
que atraviesan el mundo, y eso, a partir de su discurso. Lo constatamos
cada día, el mundo ha cambiado y nosotros no debemos perder de vista el
tema del inconsciente y la transferencia, con sus crisis.
Jacques-Alain Miller, en Camandatuba en agosto de 2004 (21), se planteaba la cuestión de si el objeto a
¿no sería la brújula de la civilización de hoy? Cierto, diría yo, a
condición de que el psicoanalista ponga su grano de sal, interesándose
por las crisis de la civilización.
Freud criticaba, en El malestar en la cultura, la cuestión
del amor al prójimo poniendo de relieve que el prójimo no era “solamente
un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer
en él la agresión , explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo,
usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio,
humillarlo, infringirle dolores, martirizarlo y asesinarlo.” (23). Esto
es, ni más ni menos que la pulsión de muerte, la que pasa sin discurso y
encontramos aquí al desnudo. La pulsión de muerte es, como enuncia
Lacan, “lo real en la medida que solo se lo puede pensar como imposible.” (24). Esto hace pasar a mi prójimo al rango de objeto a y convoca al discurso del analista a encargarse de él en el sentido en que mencioné antes.
El discurso del analista es el que toma a su cargo el trabajo que los
otros discursos no pueden hacer. Es lo que llamamos la utilidad pública
del psicoanálisis.
La utilidad pública no consiste, para el psicoanalista, en trabajar
para el bien colectivo, sino en tomar el tiempo de comprender qué hace
crisis en la sociedad, ya que se trata en estas crisis de un real que
viene a turbar el orden simbólico.
La juventud está hoy en crisis, no-toda, sino una parte de ella y que
se ha ignorado. ¿Por qué un número siempre creciente de adolescentes se
vuelven de forma contagiosa hacia salidas radicales, como el
reclutamiento en causas religiosas extremistas, para matar y hacerse
matar? Son adolescentes de origen cultural y religioso diversos, y entre
ellos muchos se convierten a estas causas.
Tuvimos la dolorosa prueba de ello, hace unos meses, cuando Francia,
Bélgica y otros países que se consideran libres y laicos, se encontraron con estas crisis mortíferas. Nosotros no sabríamos mirar
hacia otro lado diciendo que no es cuestión de inconsciente, después de
lo que acabo de desarrollar a propósito de la definición siempre a
reformular del inconsciente, y volver a la serenidad de nuestras
prácticas privadas.
Replicaremos que hace falta la transferencia, aunque el psicoanálisis
no tenga buena prensa de momento, y se prefiera los métodos sugestivos;
porque ésta transferencia sólo pide establecerse, como he podido
constatar con interlocutores faltos de discurso, para tratar esta plaga.
Me parece el momento de que los psicoanalistas puedan reflexionar sobre
su posición en cuanto a esta ausencia supuesta de transferencia y, por
tanto, en cuanto a las respuestas que puedan dar a este problema candente
antes de que esto vire, más aún, al horror.
Traducción: Juana Planells y Adolfo Santamaría
1 Freud S., Análisis fragmentario de un caso de histeria. Obras Completas VII, Amorruortu, Buenos Aires 1987, p. 103.
2 Freud S., Ibid., p. 106.
3 Lacan J., Escritos, Siglo XXI, Buenos Aires 2008, p. 608.
4 Freud S., Más allá del principio del placer. Obras Completas XVIII, Amorruortu, Buenos Aires 1987, p. 19.
5 Freud S., Ibid., p. 23.
6 Lacan J., El Seminario, libro 8, La transferencia, Paidós, Buenos Aires 2003, p. 202.
7 Lacan J., Ibid., p. 202.
8 Lacan J., Ibid., p. 202.
9 Lacan J., La dirección de la cura y los principios de su poder, Escritos, Siglo XXI, Buenos Aires 2008, p. 565.
10 Miller J.-A., La lettre Mensuelle n° 264, p. 39
11 Lacan J., El Seminario, libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires 2006, p. 129.
12 Lacan J., El sinthome, op. cit., p. 132.
13 Lacan J., Ibid., p. 130.
14 Lacan J., Ibid., p. 83.
15 Freud S., Obras Completas VII, op. cit., p. 96.
16 Lacan J., El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires 1992, p. 137.
17 Lacan J., El Seminario, libro, De otro al otro, Paidós, Buenos Aires 2008, p. 320.
18 Lacan J., El sinthome, op. cit., p. 122.
19 Lacan J., Lugar, origen y fin de mi enseñanza (1967); Mi enseñanza, Paidós, Buenos Aires 2007, p. 16.
20 Lacan J., Mi enseñanza; op. cit., p. 19.
21 Miller J.-A., Una fantasía. El psicoanálisis nº 9, noviembre 2005, pp. 7-19.
22 Freud S., El malestar en la cultura, O.C. XXI, op. cit. p, 108
23 Freud S., Ibid., pp. 64-65.
24 Lacan J., El sinthoma, op. cit., p. 123.
Visite: http://crisis.jornadaselp.com/
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