CUERPOS ESCRITOS, CUERPOS HABLADOS.
Bibliografía razonada (XIV).
Bibliografía razonada (XIV).
Isabel Durand desde Barcelona, no ofrece una reflexión acerca del cuerpo como el lugar del Otro, a partir del consentimiento a un no-hay fundacional. Concha Lechón desde la sede de Valencia, firma el resultado de un trabajo de cartel alrededor del seminario El Sinthome.
LA COMISIÓN BIBLIOGRÁFICA.
Del Otro al cuerpo.
Uno pide un análisis porque sufre. Y sólo se sufre de un cuerpo, con un cuerpo. De ahí la importancia en la enseñanza de Lacan de introducir el término parlêtre. Sin embargo, y a pesar de lo imprudente de cualquier generalización, en muchos casos uno consulta con la queja de no ser lo que quisiera ser, de lo que piensa que podría, o tendría que ser. Esta tensión, en el cuerpo, entre lo que uno cree ser y lo que quisiera ser, es una tensión entre dos creencias, cada una relativa, constitutiva de la otra. Es en relación al ideal que uno construye su propia imagen. Este ideal, el neurótico lo hace encarnar al Otro de turno. Su dificultad radica en la de barrar al Otro, y cuando no consigue averiguar la división de este Otro, la barra recae de su lado. Paga con su goce su empeño en hacer consistir al Otro. Y su goce puede ser incluso un modo tanto de completar al Otro como de agujerearle.
El neurótico es un sujeto cuya creencia se resume en que el Otro quiere su castración para gozar de ella. Incluso a veces prefiere inventarse un Otro malo que percatarse de su torpeza, de sus limitaciones. Goza de esta creencia, en la que pasa de sujeto a objeto, con la angustia que conlleva. Un análisis podrá darle la posibilidad de leer su propio goce bajo la forma invertida del goce del Otro. A modo de ejemplo, el goce de sentirse excluido, rechazado, puede obturar el de hacerse rechazar o el rechazar del propio sujeto[1].
Pero su creencia en la existencia de un Otro que sabe, que puede, tiene también por función el posible tratamiento del goce del desamparo. Es un Otro que sabrá regular y que no dejará al sujeto solo, a la merced de sus pulsiones, de su cuerpo.
La falta en ser del sujeto le permite seguir negando la castración que así oculta. Esta tensión entre el ideal y la consecuente devaluación de sí mismo, produce una desregulación en el cuerpo que empuja a la repetición, repetición con la que intenta reducir esa distancia. Es un objeto que puede servir de consuelo y de castigo a la vez. El consuelo es un tratamiento del goce. Pero el objeto tiene también una vertiente de castigo que busca el daño en el cuerpo, así como en su imagen reducida al desecho. En cualquier caso, el objeto siempre viene como tapón de la hiancia.
El objeto viene reiteradamente recubrir a la castración a la que el sujeto se niega a consentir. Frente a lo traumático del encuentro con el agujero, el sujeto recurre a la idealización del Otro de su fantasma. Esta tensión irremediable puede tener varias declinaciones: no soy el que tendría que ser, no gozo cómo convendría, no tengo lo que tocaría, no puedo como debería, etc. Es sobre el fondo de un ¡deberías! superyóico que se dibuja la imagen a la que el sujeto se identifica y asume como propia, con el goce que conlleva. El ¡debes! del superyó está en el origen del sentimiento de depresión, – [El ideal] es también la función más deprimente en el sentido psiquiátrico del término–[2], impotencia o culpa. Culpa cuya intensidad, cuando es excesiva, puede invertirse en reproche hacía el Otro; este goce sirve para seguir negando la inexistencia de la relación sexual que el sujeto no soporta; o la negación del no hay para seguir gozando. La supuesta falta de relación sexual –y no su inexistencia– alimenta la culpabilidad; culpabilidad en el sentido de culparse o culpar al Otro. La depresión, como decíamos, está también directamente vinculada al ideal. El ideal puede tomar el envoltorio de la supuesta normalidad, y el imperativo de ser como todos puede aplastar al sujeto que, si se deja arrastrar por la cobardía, retrocederá sobre su singularidad.
Mientras uno no consienta a la inexistencia del Otro, el fantasma alimentará de sentido el goce del cuerpo. Cada encuentro con el agujero reactivará el escenario fantasmático para poder obviar este agujero, al precio del síntoma del que, por otra parte, el sujeto se seguirá quejando.
Sólo el consentimiento al no hay permitirá desvelar el objeto que servía de tapón, y aislar el modo de goce. Cuando se atraviesa la pantalla fantasmática en el final del análisis, puede surgir un efecto de desamparo por la emergencia de un goce desregulado, que la construcción del sinthome, del nudo, puede conseguir regular, en el caso de haber logrado producir, con el goce irreductible, una satisfacción del orden de la sublimación.
Pero en este punto estamos en el límite de la simbolización, en el borde del goce fuera de sentido, un S1 sin S2. Es un cuerpo que se goza, que goza de sí mismo. O mejor dicho, el que le hace función de Otro, de S2, es el cuerpo mismo, dice Miller[3]. Está al nivel de la existencia. Y es en este sentido que añade, retomando a Lacan, que el Otro es el cuerpo.
[1] Luis Tudanca, De la repetición de un destino a la invención de un significante nuevo, Primer testimonio de pase, Freudiana 61, pp. 52-53.
[2] Jacques Lacan, Los escritos Técnicos de Freud, Libro 1, Ed. Paidós, 1985, p. 14.
[3] J.-A. Miller, Clase del 9 de febrero 2011, inédito.
Isabelle Durand
EL CUERPO QUE HACE NUDO
El cuerpo se desliza por los capítulos del Seminario El Sinthome (1) de la mano de las pulsiones, concebidas como el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir, para que resuene este decir es preciso que el cuerpo sea sensible a ello.
La forma en la que se presenta un individuo es como cuerpo. Forma que Lacan equipara a una bolsa, a una burbuja, a algo que se infla. La fábula de la rana que quiere volverse como un buey le sirve para hablar del obsesivo.
Un bolsa, vacía, viene a representar el uno que sólo es imaginable por la ex – sistencia de la consistencia que tiene el cuerpo. Lo imaginario muestra aquí su homogeneidad con lo real, que aunque miente, no deja de incluir el agujero que subsiste en él; por el hecho de que su consistencia es el conjunto del nudo que forma con lo simbólico y lo real.
La resonancia o consonancia puede encontrarse a nivel de lo real, pues es lo que puede encontrarse a nivel de lo real, pues es lo que establece un acuerdo entre el cuerpo y el lenguaje.
El goce imaginario del cuerpo, el de la imagen especular, constituye los diferentes objetos que ocupan las hiancias cuyo soporte imaginario es el cuerpo. En cambio, el goce fálico, situado en la conjunción de lo simbólico con lo real, en la medida que el sujeto tiene su soporte en el parlêtre, que es lo que Lacan designa como inconsciente, está el poder de conjugar la palabra con cierto goce. Es decir, el goce fálico como contrapeso a lo que ocurre con el sentido.
Lacan enfatiza en este seminario que la interpretación opera únicamente por el equívoco, pues el psicoanálisis, sólo es cortocircuito que pasa por el sentido, definido como la copulación del lenguaje con nuestro propio cuerpo.
(1). Lacan, Jacques. Seminario El Sinthome. Editorial Piados, 2006
Concha Lechón
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