J.-A.
Miller comienza diciendo haberse inspirado para el título de este congreso por
la frase de Lacan según la cual “lo real es el misterio del cuerpo hablante, es
el misterio del inconsciente” (J. Lacan, Seminario XX, p. 158). Sin
embargo, en el congreso -señala- hemos hablado más del cuerpo hablante que del
inconsciente, que ha quedado en un segundo plano, aunque el cuerpo hablante
termina llevando al inconsciente, así que está bien que haya sido así.
Miller
señala que hace un tiempo participó en un coloquio sobre Lacan y las
matemáticas con un trabajo titulado “Un sueño de Lacan”(1). ¿De qué sueño se
trataba? Del deseo de asociar el psicoanálisis no solo a la lingüística
estructural sino también a las matemáticas, a la lógica matemática. Toda una
generación, entre la que podemos contar por ejemplo a Roland Barthes, creyó en
ese mismo sueño.
En
él resuena una fórmula según la cual el inconsciente es cuestión de lógica
pura, tal como Miller escribió para la contratapa de los Écrits(2),
“pura” quiere decir aquí que para Lacan el inconsciente es sólo un asunto de lógica,
la cual se impone entonces a la lingüística.
El
sujeto del inconsciente no tiene cuerpo porque el cuerpo no está vinculado a la
lógica pura. El sujeto tiene una dimensión ontológica, no una manifestación
física determinada. Lo físico, en filosofía, es óntico. Porque el sujeto tiene
una dimensión ontológica, la dimensión de la creencia puede introducirse.
En
el Seminario XI, Lacan dice que la realidad del inconsciente es ética.
Depende de un deber ser y no se puede constatar
físicamente. La dimensión ética del inconsciente la constatamos sin embargo,
por ejemplo, cada vez que alguien empieza un análisis: es necesario que haya un
sujeto que decida no quedar indiferente ante el fenómeno freudiano.
La
última enseñanza de Lacan comienza cuando esta fórmula, que parecía
constitutiva del lacanismo ("El inconsciente compete a la lógica
pura"), es abjurada. Ello constituye una cesura, no una ruptura. Entonces,
aparece otra fórmula, no explicitada como tal, según la cual el inconsciente
incumbe al cuerpo hablante.
Lacan
da un cuerpo al sujeto del inconsciente. No se refiere ya al sujeto del
inconsciente sino al hombre, en el sentido que lo hace Spinoza. El hombre, a
diferencia del sujeto, tiene un cuerpo, y este cuerpo habla. Pero no lo hace
por propia iniciativa, es el hombre siempre el que habla con
su cuerpo. Este con implica una instrumentalización. El
hombre utiliza su cuerpo para hablar. Esa fórmula del cuerpo hablante no viene
a abrir una puerta a la palabra del cuerpo sino al hombre en la medida que utiliza
su cuerpo para hablar.
En
el Seminario XX, Lacan cita un pasaje de Aristóteles en Del
alma (“No es el alma el que piensa, el hombre piensa con su alma”)
para decir que el hombre habla con su cuerpo. Este último es el instrumento que
tiene para hablar. La palabra pasa por el cuerpo y afecta al cuerpo que la
emite, bajo la forma de fenómenos de resonancia y eco. Esta resonancia, el eco
de la palabra en el cuerpo, es real. El inconsciente del cuerpo hablante es un
eco real.
La
pulsión y el inconsciente son un único y mismo real. Hay una equivalencia entre
ambos porque tienen un origen común que es el efecto de la palabra sobre el
cuerpo: los afectos somáticos de lalengua.
El
inconsciente no es un inconsciente de pura lógica sino un inconsciente de puro
goce. Para designar este nuevo inconsciente, Lacan creó la palabra parlêtre.
A
diferencia del inconsciente freudiano, ontológico, el parlêtre
no es ontológico. Es una entidad óntica porque necesita un cuerpo en
tanto no hay goce sin cuerpo. Reposa en la equivalencia originaria entre el
inconsciente y la pulsión. Es un momento de franqueamiento en el que el binario
inconsciente-pulsión desaparece.
Recordamos
la profecía lacaniana de que el parlêtre
sustituiría al inconsciente. Pero hay resistencias, dificultades para que ello
ocurra del todo, para dejar de hablar de inconsciente.
La
última enseñanza de Lacan no prolonga la primera sino que produce en ella un
punto de báscula, un viraje.
Miller
compara este viraje con otro que asombró a los estructuralistas. Roland
Barthes, promotor de una semiología metódica, hizo un viraje hacia el hedonismo
tal como vemos en su obra El placer del texto.
Miller bromea diciendo que no lo llamó El goce del texto
solo para que no se notara la influencia de Lacan.
Luego, Miller encuentra en Wittgenstein un viraje
análogo al dado por Lacan en su última enseñanza. Encontramos dos momentos
distintos en su filosofía. Primero, en el Tractatus,
la filosofía era cuestión de lógica pura: él hacía del logicismo de Bertrand Russell
el principio de una concepción del mundo. Pero, luego, demostró que la lógica
depende de la vida y las costumbres de los grupos: la lógica no es más que un
juego de lenguajes.
Antes
del Tractatus, Wittgenstein creía en una lógica
pura, pero luego considera que hay tantas lógicas como lenguajes y modos de
vida.
Volviendo
a Lacan, encontramos primero en su enseñanza la tesis de que el inconsciente
está estructurado como un lenguaje, lo que pone en valor lo universal de la
estructura. Luego subraya lo particular de lalengua,
para la que no hay todo ni universal.
El
primer abordaje lacaniano hace una hendidura en el legado freudiano, como
también hicieron el psicoanálisis inglés y el americano, la IPA, al dividir el corpus freudiano entre la primera y la segunda tópica
abandonando la primera para elegir la segunda.
Pero
la operación de Lacan es más compleja. En la primera enseñanza, hay una
separación nítida entre la técnica del descifrado del inconsciente y la teoría
pulsional. Las pulsiones competen a lo imaginario mientras que lo simbólico
solo interviene mediante la palabra, borrando.
El
significante dominaba el goce al modo que el sujeto del significante domina el
goce en el Fort-Da.
En
la última enseñanza de Lacan, el goce está al principio de la cadena
significante. El Fort-Da produce un efecto de
sentido por la articulación significante pero también produce un efecto de
goce. Con el Fort-Da, Lacan demuestra cómo el
niño accede a su naturaleza de parlêtre.
Lacan
se esfuerza por situar la pulsión en la cadena significante. En el grafo del
deseo, escribe la pulsión en el piso superior como una cadena significante, con
la misma estructura que ella.
La
gran solución que Lacan encuentra durante varios años, su invención, fue el
objeto a, el cual forma parte de la armadura del
fantasma y está en el núcleo pulsional pero tiene propiedades significantes: es
una unidad, contable, enumerable, lo que implica modelar el goce según el
significante.
El
viraje hacia la última enseñanza se efectúa en el Seminario XX, cuando
Lacan se refiere al objeto como un semblante.
Miller
concluye su conferencia sin proponer un título para el XI Congreso, pero sí
afirmando que todo nos lleva a seguir abordando la sustancia gozante.
Finaliza
el X congreso, empieza el trabajo del XI. ¡Hacia Barcelona 2018!!! (20 años
después del primer congreso de la AMP en la misma ciudad sobre el partenaire-síntoma)
Notas:
1.
Coloquio celebrado en 1999 y publicado en Pierre Cartier, Nathalie Charraud
(dir.). Le réel en mathématiques. Psychanalyse et mathématiques. Paris, Agalma, 2004.
2.
Solo la antigua traducción al español, editada en México por Siglo XXI, tiene
este texto original de J.-A. Miller en la contraportada. Las nuevas
traducciones corregidas, editadas en Buenos Aires por la misma editorial (2008)
o por Biblioteca Nueva en Madrid (2013), lo han sustituido por otro.
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