Uno de los efectos desastrosos del auge del
capitalismo lo constatamos en la educación. Desastre que no solo se refleja en
el aumento del analfabetismo y la creciente inaccesibilidad a la educación en
muchas partes del mundo, sino también en su degradación como resultado de la
disolución de sus principios más elementales. Convertir bienes sociales básicos
-como la educación o la sanidad- en asunto de mercado, sucumbir a las
exigencias del neoliberalismo, hacer de absolutamente todo un producto en busca
de su mayor rentabilidad, es atentar mortalmente contra la subjetividad, la
cultura, el saber y la transmisión. Es pretender abolir el deseo, la vida.
Por eso, cuando periódicamente nos muestran el
ejemplo de Finlandia como el paraíso del modelo educacional, pienso en lo fácil
que es no entrar en detalles y asociar la idea de que para tener acceso a una
buena educación, para poder conservar sus principios elementales, hay que ser
rico, es cuestión de inversión. Hay allí una trampa.
De ahí el enorme placer de encontrarme con el
documental Camino a la escuela que nos
muestra el periplo que hacen para ir a la escuela unos cuantos niños en cuatro
lugares distintos del planeta. Sus protagonistas, Jackson en África, Carlitos
en Argentina, Zahira en Marruecos y Samuel en India, nos invitan a recorrer con
la cámara su entusiasta trayecto cotidiano a la escuela. Los majestuosos
paisajes que incluyen la Sabana africana, la Patagonia argentina, las montañas
del Atlas marroquí y los paisajes indios, son el imponente telón de fondo donde
se dibujan los pasos decididos de estos niños que imprimen, en lo real de la
naturaleza, la marca singular de un deseo alegre lleno de vida. Hermosa
representación de esa confluencia heterogénea e imposible
que es para el humano la vida tomada por el lenguaje.
Este documental nos habla del deseo y de su
ineludible relación al saber. La falta constitutiva del sujeto es el motor
fundamental para moverse, perseguir sueños, sortear obstáculos… Cuando somos
tocados por la transmisión de un deseo, el ansia de saber creará un lugar al
que dirigirnos que determinará para siempre nuestros pasos.
Esos niños cuentan eso: la realización de sus
más ambiciosos sueños pasan por la escuela. Ese motor incombustible convierte
un trayecto de horas, bajo el sol o la lluvia, atravesando el desierto o enfrentando
el peligro de bestias salvajes, en una preciosa metáfora del deseo: en el
bordeamiento de lo que pretendemos conseguir, en esas miles de vueltas necesarias
para alcanzarlo, está la riqueza de su logro. La meta incluye el camino, como
muestra la Itaca de Kaváfis.
Este hermoso documental no exento de poesía,
nos enseña que la realidad está construida a la medida de nuestro inconsciente,
de nuestros anhelos… por eso, para estos chicos, no hay tiempo que perder en
lamentaciones. Sus pasos se siguen unos a otros, y en cada uno encontrarán
situaciones de las que aprender, con las que compartir un pensamiento, una
idea, un chiste. Este relato sobre sueños, sin embargo, nos convida a despertar
sobre nuestras construcciones de la categoría de infancia, porque estos niños -que
no sobrepasa ninguno los 12 años- son capaces de hacerse responsables de sus
hermanos, de tomar decisiones, de sortear los obstáculos del camino… aprenden a
full time, aprenden de todo. Ningún
déficit de atención ni de hiperactividad los amenaza. En la escuela está el
saber, los libros, los maestros, los amigos… eso que agrandará sus realidades,
que enriquecerá y creará sus mundos.
Cada uno es un caso único. El documental deja
translucir algo de la tonalidad de lo que les han transmitido en sus casas, del
singular deseo del Otro que los
empuja, de los relatos e historias que son el soporte de su tejido, ese que no
puede universalizarse. La “discapacidad” de Samuel lo muestra bien: su silla de
ruedas maltrecha comanda la operación decidida a convertirse en médico para
ayudar a niños con el mismo problema.
Si bien no debemos abandonar la lucha por el
acceso universal a la educación, no olvidemos el imposible que ésta alberga. No
confundamos el valor y el precio. El acceso a la educación es un derecho
universal porque es un valor que de ninguna de las maneras debe quedar atrapado
en las garras del capital. Cada cual hace con lo que tiene, y es necesaria la
existencia de una escuela. Después, si hay maestros dispuestos a hacerse cargo
de su función, la aventura estará servida; los recursos económicos son
necesarios, pero no determinantes. Esta película nos da una lección de oro: el
deseo bebe de la falta, es su motor, por tanto, el sujeto no puede quedar
reducido a ser un mero cliente.
Nuestro contemporáneo malestar en la cultura se llama déficit económico universal; es parte
del signo de nuestro tiempo, otra manifestación de lo que llamamos crisis, que
es también la crisis del deseo. Sin embargo, las tres actividades que Freud
definió como imposibles: gobernar, analizar y educar, hoy más que nunca, deben
reconquistar un espacio libre de gestión, de contabilidad, de presupuestos para
devolverles la fuerza de su genuina función. Mientras sigamos soñando que el
dinero nos traerá la solución de todo, seguiremos perdidos. Por eso urge tomar la
invitación al despertar que nos hacen Jackson, Carlitos, Zahira y Samuel: no
perder la pista de nuestro deseo y mantenerlo ahí curioso, despierto, vivo,
resistente a la profesionalización… pues ese será el modo de inscribir nuestra
marca en el real que nos ha tocado vivir en este siglo XXI.
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